Discurso del Excmo. Sr. Presidente de la Republica, Don Ignacio Comonfort, en la clausura de sesiones del Congreso Constituyente
Señores diputados:
La convocatoria de 17 de Octubre de 1855, fijó un año para la duración de vuestras tareas, y hoy se cumple este plazo, dentro del cual habeis desempeñado la más importante de ellas, formando la Constitución jurada el 5 del actual, y que debe comenzar a regir, por haberlo dispuesto así vosotros mismos, el l6 de Septiembre próximo.
En ese año memorable se han realizado grandes acontecimientos, siendo los mas prominentes la conquista de la igualdad legal y la desamortización de una gran parte de la propiedad raíz. Ambos principios han venido a ocupar un lugar honroso en el nuevo código fundamental, después de haber quedado vencedores en la opinión. La oposición que encontraron, dió lugar a discusiones en que se probó que ellos no atacan la religión católica, a cuya conservación tendian por el contrario, el deseo del gobierno y sus actos. En este mismo sentido, a saber, defendiendo inflexiblemente las regalías de la nación, y usando y haciendo respetar su soberanía, pero como hijo obediente y fiel de la Iglesia Católica Romana, de la que no se separará, se propone el mismo gobierno continuar cualquiera discusión que sobre estos u otros puntos pudiera ofrecerse en lo sucesivo.
La presente solemnidad, señores representantes, es una prueba irrefragable del respeto con que el gobierno ha cumplido las más importantes promesas de la revolución de 1854. Los enemigos del sistema representativo, pierden hoy la esperanza de obtener un triunfo, apoyados en el más eficaz de los auxilios: nuestra discordia. Vosotros teneis la conciencia de que el gobierno ha garantizado la más absoluta libertad en vuestras deliberaciones.
Ardua es la tarea que vuestra confianza ha impuesto al gobierno interino: la preparación del campo en que la semilla constitucional ha de fructificar; pero confia en que todos los mexicanos le prestarán su auxilio para llenar tan delicada misión; se promete que vosotros mismos, ya sea como simples ciudadanos, o bien revestidos con algún carácter público, cooperaréis al feliz logro de objeto tan interesante; y sobretodo, espera que la Divina Providencia se dignará protejer como hasta aquí, la causa del pueblo mexicano.
En el cumplimiento del deber de pacificar la República, todo anuncia que los resultados no tardarán en corresponder satisfactoriamente a los esfuerzos del gobierno. La guerra civil, reducida ya solamente a Tampico y a la Sierra Gorda, está a punto de desaparecer en esas comarcas, donde se restablecerán la tranquilidad y el órden, en virtud de las providencias qué Últimamente se han dictado.
Al retiraros a gozar de las dulzuras de la vida privada, podeis estar ciertos de que el gobierno cultivará con esmerada solicitud las relaciones que unen a México con las potencias amigas; cuidará de conservar la paz y el órden; hará por los medios legales que la administración de justicia sea recta y cumplida; impulsará las mejoras materiales de que tanto necesita el pais; procurará perfeccionar la noble institución de la fuerza armada, de manera que sirva a sus importantes objetos, sin ser un gravámen para la nación; hará los mayores esfuerzos por formar un sistema de hacienda, nivelando los gastos con los ingresos; y en suma, atenderá a la seguridad e independencia de la nación, y promoverá cuanto conduzca a su prosperidad, engrandecimiento y progreso.
Si contra las disposiciones que dictare con tal objeto, así como contra el establecimiento del órden constitucional, se alzare la rebelión queriendo sobreponerse a la voluntad nacional, usaré a la vez con prudencia y energía del poder que la nación me ha confiado para sofocarla; y si fuere superior a mis fuerzas, consideraré esta circunstancia como una gran desgracia para mí. Mas si por el contrario, el Ser Supremo, que tantos favores me ha concedido ya, se dignare agregar a ellos, el de que el 16 de Septiembre, dia tan fausto para nuestra patria, pueda yo ver reunido en este recinto el primer congreso constitucional; y terminado el poder absoluto, entregar el depósito del gobierno a la persona electa para desempeñarlo por el pueblo mexicano, creeré que no tengo sobre la tierra otra felicidad a que aspirar, y volveré a la vida privada lleno de esperanza en la prosperidad de la República y de profunda gratitud a la Providencia de Dios.
Ignacio Comonfort