Manifiesto del gobierno a la Nación
Guerra
Las labores de esta secretaria han sido incesantes, ímprobas y de la mayor importancia, a causa de las campañas sucesivas que el gobierno ha tenido necesidad de emprender contra los sublevados. Desde que a fines del año de 1855 estalló la guerra civil, puede decirse que se ha estado renovando sin descanso hasta estos últimos dias, en que parece tocar ya a su término definitivo. Ha sido en consecuencia forzoso, que el ministerio a cuyo cargo corre todo lo concerniente a las operaciones militares, haya trabajado de dia y de noche para el buen desempeño de sus deberes.
Para comprender bien cuán graves eran las dificultades que se tenian que vencer, no estará por demás recordar, que los tiempos de prueba no concluyeron cuando triunfante la revolución de Ayutla, quedaron extinguidas las resistencias de un gobierno que abandonaba su propio poder. El enemigo organizado habia desaparecido en verdad; pero dejaba tras de sí una situación tal que a él mismo le habia parecido insostenible. El nuevo régimen traia además consigo sus propios compromisos, los compromisos de una revolución de más de un año, que habia nacido, vivido y triunfado falta de recursos; y todo junto formaba una perspectiva de un porvenir de anarquía y desastres.
La virtud entonces de los hombres públicos consistió en no desesperar de la salud de la República, y en seguir firmemente la marcha emprendida, confiados sólo en el patriotismo de los mexicanos y en la Providencia del Ser Supremo.
Las mal apagadas cenizas de la guerra civil ardian frecuentemente, y obligaban a combates empeñados y sangrientos: las resistencias morales se elevaban a la altura de la conciencia religiosa; y se procuraba persuadir a personas incautas, que se perseguia la religión misma que era voluntad del gobierno proteger. Y en medio de tantas penas, tenia éste aun la de ver que ni sus antecedentes, ni sus hechos actuales, ni el estar indisolublemente ligado su porvenir al éxito de la revolución y al triunfo de sus principios, bastaban para aquietar la desconfianza de sus propios amigos. Sus adversarios, sembrando la calumnia y la discordia entre los mismos que aspiraban unánimes a la libertad, conseguian con la antigua máxima de dividir para vencer, las victorias que las batallas les negaban.
Bajo la presión de tales circunstancias ha tenido el gobierno que combatir a la reacción desde que asomó la cabeza, que semejante a la de la hidra de la fábula, se ha reproducido cuantas veces ha sido cortada. Desde entonces comenzó una série de defecciones escandalosas, de traiciones indisculpables, de viles ingratitudes. Invocando el santo nombre de Dios, proclamando el restablecimiento del órden, ensalzando la inviolabilidad de la propiedad, no ha habido sacrilegio, ni profanacion, ni atentado, ni robo, ni crímen, que no se hayan permitido los seudo-defensores de tan respetables principios.
Por fortuna pudo el gobierno contar con elementos poderosos que oponer a los que se habian puesto en juego para hacerle la guerra. Contra la ignorancia y el fanatismo; que de mala fe se explotaban para convertir en via crucis el sendero tortuoso de la rebelión, se apeló a la propagación de las luces, a la discusión razonada en que se patentizaba, con toda la fuerza de una demostración incontestable, que no sufria la Iglesia una de esas persecuciones santificadas con la sangre de los verdaderos mártires. A los pronunciamientos de los jefes militares, que mancharon su honor sublevándose contra las autoridades constituidas, y se cubrieron de ignominIa al desconocer a un gobierno que habia colmado a muchos de ellos de honores y distinciones, pudo oponerse la noble y leal conducta de la parte del ejército que permaneció fiel a sus deberes. La guardia nacional, organizada violentamente, contribuyó por su parte al buen éxito de la campaña. Libróse la contienda a la suerte de las armas, y el desenlace fue propicio a la justa causa.
Los primeros sintomas revolucionarios aparecieron en el pueblo de Zacapoaxtla. Los pronunciados, a quienes se pasaron tres seccióíres mandadas succesivamente a perseguirlos, proclamaron por jefe a D. Antonio de Haro y Tamariz, y reuniendo sus tropas, ocuparon por capitulación la ciudad de Puebla, cuya guarnición se retiró a Rio Frío.
En tan angustiadas circunstancias se procedió a virtud de grandes esfuerzos y de una constancia infatigable, formar una división que mandó en persona el presidente de la República, y que llegó a constar de más de diez mil hombres. Vencedora en Ocotlán, lo fue igualmente en Puebla, y terminó la campaña con la capitulación de 22 de Marzo de 1856.
La toma de la ciudad rebelde sofocó, pero no extinguió, el espíritu reaccionario. A poco comenzaron a aparecer por Tlaxcala, Iguala y el Estado de México, gavillas de facinerosos que se entregaron a horribles actos de vandalismo, llamándose pronunciados. En persecución suya se movieron algunas secciones de tropa y muchas partidas. Reunidas las más numerosas del enemigo, ocuparon a Tulancingo, sobre cuyo punto envió el gobierno fuerzas respetables.
Los fautores de la revolución, que seguían trabajando entretanto por la consecución de sus miras, lograron la ocupación de dos ciudades importantes Querétaro y Puebla. La primera cayó en poder de la gavilla de D. Tomás Mejía, despues de una bizarra resistencia de la corta fuerza que habia en la plaza, mandada por el digno comandante general Magaña, que sucumbió valerosamente en la refriega. En la segunda estalló en la noche del 19 al 20 de Octubre una nueva sublevación, acaudillada por Orihuela.
Querétaro volvió al órden con la llegada de las tropas de Guanajuato, mandadas por el comandante general del Estado D. Manuel Doblado, a quien no se atrevió a esperar Mejía. Sobre Puebla marchó una división de más de cuatro mil hombres, a las órdenes del Excmo. Sr. general D. Tomás Moreno. Sus operaciones sobre la plaza duraron veintinueve dias, y después de combates obstinados, entre los que sobresalió la toma de la Concordia, los defensores de la plaza se rindieron el 3 de Diciembre.
Como las fuerzas pronunciadas reunidas en Tulancingo, y que no habian podido auxiliar a las de Puebla, a pesar de haberlo intentado, se movieron rumbo a Orizaba y Córdoba, el general Moreno, con parte de su división, se puso a perseguirlas. Se les acercó en Córdoba, adonde no pudieron entrar, merced a la esforzada resistencia de aquella guardia nacional, y las alcanzó en Coscomatepec, derrotándolas allí y dispersándolas en su mayor parte. Así obtuvieron por segunda vez las armas del gobierno una completa victoria. Antes de que ocurrieran estos acontecimientos, había marchado una división respetable con objeto de restablecer el órden en el Estado de Nuevo Leon, y el general D. Vicente Rosas que la mandaba, celebró el 18 de Noviembre unos convenios con el gobernador de dicho Estado D. Santiago Vidaurri, que dieron por resultado su completa pacificación. Al regresar la división Rosas, y hallándose de tránsito en San Luis Potosí, se sublevó la mayor parte de la fuerza que la formaba.
Luego que lo supo el gobierno, dispuso que se reunieran las fuerzas necesarias al mando en jefe del Sr. general D. Anastasio Parrodi. En pocos días se organizó una división de cerca de cuatro mil hombres, merced en gran parte a la eficacia y decidido empeño del gobernador de Guanajuato D. Manuel Doblado, y del de Zacatecas D. Victoriano Zamora. A fin de arreglar todo lo relativo a la campaña, salió de esta capital con ámplias facultades el secretario de fomento, que corrió inminente peligro de caer en poder de los pronunciados. La conveniencia de que la acción directa del gobierno estuviera próxima al teatro de los acontecimientos, quedó plenamente probada con los resultados que obtuvo, a pesar de la grave dificultad con que hubo que luchar de la suma escasez de recursos. Los sublevados abandonaron en su mayor parte a San Luis, y se dirigieron al cerro inexpugnable de la Magdalena, situado a la boca de la Sierra. Desalojados de allí por el hambre y la sed, fueron completamente derrotados en Tunas Blancas y camino de la hacienda de Esperanza, el 7 de Febrero.
Quedaba un resto de facciosos, posesionados de la plaza principal y otros puntos de la ciudad de San Luis. Las fuerzas del Sr. coronel D. José L. Rivera, que los asediaban, eran demasiado escasas para someterlos. Llegado el auxilio que le pidió a Nuevo León, la plaza fue ocupada por el general Vidaurri en 11 del mismo Febrero, y aprehendidos los cabecillas y tropas que la defendian.
El puerto de Tampico, donde tambien se habia alterado el orden, ha reconocido ya la autoridad del general Moreno, nombrado gobernador y comandante general del Estado, quien ha entrado alli con las fuerzas que saco de esta capital.
Entre los últimos acontecimientos de la campaña, merece una muy especial y honorífica mención la conducta observada por la guardia nacional de Tierra Blanca, que después de derrotar una gavilla de sublevados, se apoderó de dieciseis mil pesos, procedentes sin duda del robo de la conducta en San Luis, y dió el ejemplo, tan raro como noble, de entregarlos a las autoridades respectivas, sin que faltara un centavo.
Se ve, pues, que jugado de nuevo el porvenir de la República en los campos de batalla, el éxito ha sido el más satisfactorio en todas partes. Las últimas tentativas de los revolucionarios, han sido tan infructuosas, tan completamente reprimidas como las primeras.
No obstante las asíduas ocupaciones ántes mencionadas, la secretaría de guerra y marina no ha desatendido ninguno de los asuntos que le incumben. Trabajos muy prolijos ha impendido en organizar cuerpos, en reunir en puntos convenientes la artillería, armamento y pertrechos que se hallaban diseminados, y en examinar las pretensiones de los que sirvieron a la revolución de Ayutla. Considerable es el número de circulares y órdenes que ha expedido para que se observe en el ejército la más estricta moralidad y disciplina. Ha procurado con el mayor empeño poner coto a la deserción, ya concediendo indulto a los desertores que habian sido arrastrados por la fuerza al servicio de las armas, o en quienes concurrian otras circunstancias atenuantes, ya obrando con severidad respecto de los que no tenian disculpa atendible a su favor. Conociendo los grandes inconvenientes que presenta el sistema de leva, ha prohibido expresamente que se ponga en práctica; y cuantas veces ha tenido noticia de los abusos que se han cometido en este punto, a pesar de sus órdenes terminantes, ha cuidado de reprimirlos.
Ha formado depósitos de oficiales para destinar a los leales y útiles, y retirar sin agravio y con el menor gravamen posible a los sobrantes. Declarados insubsistentes en 19 de Junio de 1856 los ascensos y despachos militares expedidos desde el 19 de Enero de 1853 hasta el 13 de Agosto de 1855, se ha nombrado una junta que proceda al examen de los que merezcan revalidación; y aunque poco se ha adelantado hasta ahora en estos trabajos, por dificultades que no se ha logrado superar hasta ahora, no se dejarán ellos de la mano hasta su conclusión. Además, el resultado del decreto casi está ya conseguido, pues fuera del crecido número de generales, jefes y oficiales que han perdido sus empleos por haber tomado parte en las sublevaciones que ha habido contra el gobierno, este ha expedido infinidad de licencias ilimitadas y absolutas.
En 29 de Abril del mismo año de 1856, se sancionó un decreto sobre arreglo del ejército y marina. Las circnnstancias excepcionales de la época no han permitido dar entera observancia a esa ley importante, pues a menudo se frustran las disposiciones mas acertadas, cuando se vive en una sociedad para la que llega a ser normal el estado revolucionario. Todo cálculo, toda economía, todo arreglo, son de dificil realización, cuando hay que atender a la más apremiante de las necesidades, la de sofocar las tentativas de desórden para salvar la sociedad de la anarquía. Hoy que por fortuna la paz se ha restablecido ya, el gobierno hará los mayores esfuerzos para que reciba el debido cumplimiento el decreto rererido, con el que tiene íntimo enlace el de 20 de Septiembre último, qoe fijó los haberes del ejército.