Índice del libre De la convocación a la revolución. La Constitución francesa de 1791 de Chantal López y Omar CortésCapitulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

De las maldades que los autores suponen propias de Luis XVI

De que el Capeto o el Bebote, como se prefiera apodarlo, se le fueron las cuatro patas en aquella sesión real, era más que obvio. Luis XVI había pensado que mediante aquellos tres documentos, atemorizaría a los otros tantos órdenes. Había párrafos, e incluso páginas enteras, con dedicación especial tanto a clérigos, nobles, al igual que para los del Tercer Estado. El Rey había pretendido ser cuidadoso, descargando sus críticas y descalificaciones más crudas y evidentes sobre este último orden, y ello con el objeto de fingir que sus reales enemigos no eran otros que los burgueses y los despistados intelectualillos y aprendices de políticos que les hacían coro. Mas su intención de despistar a todos, por burda, no produjo ese efecto. La lectura, dejada para el final, de la Declaración de intenciones reales, no constituía sino la luz verde, la señal de arranque para que los proconstitucionalistas siguieran haciendo de las suyas. Si los clérigos y nobles se habían levantado para, sumisamente, seguirle como fieles mascotas, eso era precisamente lo que él quería: limpiar de estorbos los trabajos de los amantes de la ley. Pero ni todos los clérigos, así como tampoco todos los nobles eran tan estúpidos como para no darse cuenta de la movida real, y, sobre todo, de la infame manera en que el Rey les había sorrajado semejante garrotazo. Y de esos dos órdenes, adoloridos en su orgullo y temerosos por sus intereses, brotaría la fuente de todos los intentos desestabilizadores contrarrevolucionarios que al igual que pretendían atraer a su campo la maltrecha figura real, con igual ímpetu e inconcebible saña, contra ella conspiraban velada o abiertamente, según las circunstancias.

Luis XVI confiaba en haber engañado a todos, pero, en la realidad, volvía a errar y de nuevo se equivocaba ...


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