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V
La propiedad
Tolstoi no puede menos que rechazar, con relación a los pueblos que en nuestra época han adquirido un alto grado de civilización, al mismo tiempo que el derecho y el Estado, la institución jurídica de la propiedad.
Ha existido, quizás, un tiempo en el cual era menos necesario el poder para asegurar a cada individuo, frente a todos los otros, la posesión de los bienes, que el poder usado en la lucha general por la posesión de los bienes; tiempo en el cual, por lo mismo, la existencia de la propiedad era preferible a su inexistencia. Pero ahora ya esa época ha pasado; el orden existente ha hecho su tiempo (207); aún cuando entre los hombres actuales no hubiese propiedad alguna, no por eso habría de encenderse entre ellos una lucha salvaje por la posesión de los bienes; todos ellos admiten los preceptos del amor al hombre (208); todos saben que todos los hombres tienen igual derecho a los bienes del mundo (209); y vemos a muchos ricos que renuncian a su porción hereditaria, por sentir con una delicadeza especial el influjo de la naciente opinión pública (210).
La propiedad es opuesta al amor, o sea al principio según el cual no debe resistirse al mal con la violencia (211). Más todavía, por lo mismo que la propiedad origina un dominio de los poseedores sobre los no poseedores, impide que por medio del amor sean todos los hombres hijos de Dios y que entre ellos exista igualdad (212); por cuya razón debemos rechazarla, aun prescindiendo de que, en cuanto institución jurídica, estriba sobre la fuerza. Los ricos, ya por el mero hecho de ser ricos, llevan encima de sí una culpa (213). Es un delito (214) que vivan en Moscú muchos miles de hombres hambrientos, ateridos de frío, profundamente envilecidos, mientras que yo y algunos miles de otros individuos comemos al mediodía filetes y lenguados, y cubrimos nuestros caballos y nuestros pavimentos con paños y alfombras (215). Yo seré un coautor de este delito, que se está cometiendo de un modo incesante, en tanto conserve un pedazo de pan de sobra, habiendo quien no tiene ninguno, o en tanto posea dos vestidos, habiendo quien no tenga uno siquiera (216). Tolstoi desarrolla detalladamente estas ideas.
La propiedad significa el dominio de los poseedores sobre los no poseedores.
La propiedad es el derecho de gozar y disfrutar en exclusivo las cosas, ora se gocen efectivamente, ora no (217). Muchos de los hombres que me llaman su caballo -hace decir Tolstoi al caballo Leindwandmesser- no montan en mi, sino que quienes montan en mi son otros. No son ellos quienes me dan de comer, sino otros. No me hacen bien aquellos que me llaman su caballo, sino los cocheros, los veterinarios, y en general, hombres extraños. Posteriormente, cuando el círculo de mis observaciones se amplió, llegué a convencerme de que el concepto de mio, el cual no tiene otra base sino el instinto inferior y animal de los hombres, los cuales lo denominan sentimiento de la propiedad o derecho de propiedad, se aplica a muchísimas cosas más que a nosotros los caballos. El hombre dice: la casa es mia, y no vive en ella, no cuidándose más que de construirla y conservarla. El comerciante dice: mi tienda, mis almacenes, y su vestido no es del mejor paño que guarda en estos. Hay hombres que llaman mìo un pedazo de tIerra, sin haberlo pisado ni visto nunca. Los hombres se esfuerzan durante su vida, no por hacer lo que consideran bueno, sino por poder llamar mias el mayor número posible de cosas (2l8).
Pero la importancia de la propiedad consiste en que el pobre, que no es propietario, depende del rico, que lo es; el pobre ha de conseguir las cosas que necesita para vivir, pero debido a que éstas pertenecen a otro, no tiene más remedio que hacer lo que éste quiera, y sobre todo, no tiene más remedio que trabajar en beneficio de éste. Con lo que la propiedad divide a los hombres en dos castas: una, de trabajadores, de oprimidos, que padece hambre y sufre; otra, de ociosos, de opresores, que goza y vive en la abundancia y la superfluidad (219). Todos somos hermanos, y sin embargo, todas las mañanas mi hermano o mi hermana me llevan mis vituallas. Todos somos hermanos, pero yo necesito todas las mañanas mis cigarros, mi azúcar, mi espejo y muchas otras cosas semejantes, en cuya producción y adquisición han consumido y siguen consumiendo su salud robustos hermanos y hermanas mios (220). Mi vida toda se desliza del siguiente modo: como, hablo y escucho; como, escribo y leo, o lo que es igual, nuevamente hablo y escucho; como y juego; de nuevo como, hablo y escucho; como y me acuesto; y al día siguiente, vuelta a empezar y a hacer lo mismo. Ni puedo hacer nada más, ni entiendo que se haga. Y para que yo pueda hacer lo que hago, es preciso que trabajen de la mañana a la noche los sirvientes, los hortelanos, el cocinero, la cocinera, el cochero, el lacayo, la lavandera; sin hablar del trabajo de otros hombres, indispensable para que dichos cocheros, lacayos, etc., hagan lo que tienen que hacer cuando trabajan para mi: vgr., los que fabrican instrumentos de híerro, vajilla, cepillos, vasos, muebles, y los que proporcionan velas, betún, petróleo, heno, leña, carne, etc., todos los cuales tIenen necesidad de trabajar fuertemente todos los días, desde bien temprano hasta bien tarde, para que yo pueda hablar, comer y dormir (221).
Donde principalmente se hace valer esta importancia de la propiedad, es con relación a las cosas necesarias para crear otras cosas, esto es, sobre todo, con relación al suelo y a los instrumentos de trabajo (222). No hay posibilidad de que exista agricultor sin campo cultivable, sin hoces, sin carros, sin ganado, como no puede tampoco darse un zapatero sin una casa edificada sobre el suelo, sin agua, aire e instrumentos manuales (223); pero la propiedad significa que muchas veces el agricultor no posee ningún campo cultivable, ningún ganado, ningún carro, y el zapatero ninguna casa ni ninguna lesna, ni material, y que estas cosas que ellos necesitan las retienen otros (224). De donde resulta que hay una gran parte de trabajadores privada de las condiciones naturales para la producción de los bienes, y que esta parte de trabajadores se encuentra en la precisión de servirse de los medios de trabajo ajenos (225); pudiendo suceder que el propietario de estos medios de trabajo obligue al trabajador a trabajar, no por su cuenta, sino por cuenta de un patrón o empresario (226). Por consiguiente, el trabajador trabaja, no para sí y en la medida de su deseo, sino forzado, en la medida del capricho de ciertos hombres celosos que nadan en la abundancia, en provecho de los ricos, de los poseedores de una fábrica o establecimiento cualquiera (227). De esta suerte, significa la propiedad el despojo del trabajador por los que poseen la tierra y los instrumentos de trabajo; significa que los productos del trabajo humano van pasando poco a poco de las manos del pueblo trabajador a las de aquellos que no trabajan (228).
La significación de la propiedad, o sea, el hacer depender a los pobres de los ricos, se manifiesta también y de un modo especial, en el dinero. El dinero es un valor que siempre permanece, que siempre se considera justo y regular (229). Por consecuencia, el que posee dinero tiene en el bolsillo, como suele decirse, a los que nada poseen (230). El dinero es una nueva forma de esclavitud, que se diferencia de la antigua únicamente por su impersonalidad, por la carencia de toda relación humana entre el señor y el esclavo (231); pues la esencia de toda esclavitud consiste en aprovechar por la coacción la fuerza del trabajo ajeno, siendo para el caso indiferente el que éste aprovechamiento suponga la propiedad del esclavo por el señor, o que suponga la propiedad del dinero indispensable a los demás (232). ¿Cuál es la verdadera índole de mi dinero, y cómo he llegado a poseerlo? Una parte del mismo me proviene de las tierras que he heredado de mi padre. Para entregarme ese dinero, ha vendido el labriego su última oveja y su última vaca. Otra parte de mi patrimonio se compone de las cantidades que he percibido por mis novelas y por mis otros libros. Si éstos son dañinos, he conducido al mal a los compradores, y he adquirido, por tanto de mala manera, el dinero procedente de ellos. Si, por el contrario, mis libros son beneficiosos a las gentes, la cosa es todavía peor, supuesto que no les he entregado sin más lo que necesitan, sino que les he dicho: entregadme diecisiete rublos y os daré los libros; y así como en el caso anterior el labriego vendió su oveja para pagarme, ahora el estudiante y el maestro pobre, y muchos otro pobres renuncian a lo más necesario para entregarme el importe de mis libros. De tal manera he amontonado una buena cantidad de dicho dinero. Pero ¿qué hago con ello? Lo llevo a la ciudad y se lo doy a los pobres, con la condición de que satisfagan todos mis caprichos, de que me sigan por la ciudad para ir barriendo las aceras por donde he de pasar, y de que construyan las lámparas, los zapatos, etc., esto es, de todo aquello de lo que he de servirme. Con mi dinero adquiero todos los productos del trabajo de ellos, esforzándome por darles lo menos posible y por obtener de ellos lo más posible. Y luego, cuando menos se espera, distribuyo algo de este mismo dinero gratuitamente a los pobres, no a todos, sino caprichosamente, a los que mejor me place (233); es decir, que con una mano les quito a los pobres miles de rubIos y con la otra reparto entre algunos de ellos un par de kopeks (234).
El dominio de los poseedores sobre los no poseedores, originado por la propiedad, estriba en la violencia material.
El hecho de que las enormes riquezas que los trabajadores han producido estén consideradas, no como propiedad de todos, sino como propiedad de pocos elegidos, y el hecho de que sólo algunos individuos sean los que se hayan reservado el poder de cobrar impuestos del trabajo y de aplicarlos a su libre albedrío, no tiene su base en la voluntad del pueblo ni en las exigencias naturales, sino en que las clases dominantes encuentran en esto sus ventajas, y por virtud de la fuerza corporal que ejercen sobre los subyugados, disponen que sean así las cosas (235); es decir, que esa base hay que buscarla en la violencia y el homicidio y en la conminación de los mismos (236). Si hay hombres que entregan la mayor parte del producto de su trabajo a los capitalistas o a los poseedores territoriales, a pesar de considerarlo injusto como les acontece al presente a todos los trabajadores (237), es tan sólo porque saben que si no lo hacen así, se les golpea y mata (238). Hasta puede decirse que en nuestra sociedad, en la que, por cada individuo bien acomodado y perteneciente al grupo de los dominadores, hay diez trabajadores cansados, con las fuerzas agotadas, con un hambre voraz, fatigados de vivir, hasta con mujer y niños carentes de lo necesario, todos los privilegios que disfrutan los ricos, todos sus placeres, sus voluptuosidades, su lujo, no han sido adquiridos y no se mantienen actualmente, sino merced a los castigos, las prisiones y el patíbulo (239).
La que conserva la propiedad es la policía (240) y el ejército (241). Podemos figurarnos que no vemos al vigilante policiaco, que con el revolver cargado pasea por delante de nuestra ventana para defendernos, mientras nosotros nos hallamos saboreando un suculento banquete o presenciando el estreno de un drama; o que no nos percatamos de los soldados que se hallan preparados en todo momento para acudir con sus armas y cartuchos allí donde hay el propósito de tocar nuestra propiedad. Pero bien convencidos estamos de que si podemos concluir tranquilamente nuestro banquete y presenciar el estreno del nuevo drama; de que si podemos pasear sin cuidado, irnos de casa, asistir a una fiesta, lo debemos únicamente a las balas de los policías y a las armas de los soldados, las cuales están dispuestas a atravesar a los desarrapados que desde un rincón contemplan con el estómago vacío nuestras diversiones, y que se amotinarían contra nosotros no bien se alejase el polizonte con su revólver, o si no quedara en el cuartel ningún soldado dispuesto a acudir en nuestro auxilio al primero de nuestros gritos (242).
El dominio de los poseedores sobre los no poseedores, originado por la propiedad, estriba en la violencia material de los dominantes.
Los mismos hombres de las clases no poseedoras, los cuales dependen de los poseedores a causa de la propiedad, tienen que prestar el servicio de policía, ser soldados, pagar los impuestos con los que se mantienen la policía y el ejército, y de esta y de otras maneras, o ejercen por sí mismos la violencia material que mantiene la propiedad, o si no la ejercen por sí mismos, la apoyan (243). Si no existieran estos hombres, dispuestos a castigar y matar cuando se los manden a quien bien parezca, nadie se aventuraria a afirmar lo que hoy afIrman con toda seguridad y confianza los terratenientes que no trabajan, esto es, que el campo que circunda a los agricultores que mueren en él faltos de tierras, es propiedad de un individuo que no lo trabaja (244); entonces, no les habria pasado por las mientes a los dueños de los bienes quitar a los labriegos un monte que ha crecido ante sus ojos (245), y nadie se atreveria a decir que las provisiones de trigo almacenadas por el fraude en medio de una población de hambrientos deben conservarse intactas para que el comerciante en granos pueda lucrar con ellas (246).
El amor exige que sustituya a la propiedad una distribución de bienes fundada sencillamente en los preceptos del mismo. La imposibilidad de que continúe la vida como hasta ahora, y la necesidad de establecer nuevas formas de la misma (247), se refieren también a la distribución de los bienes. La abolición de la propiedad (248) y su sustitución por una nueva manera de distribución de los bienes, es una de las cuestiones que se hallan hoy a la orden del día (249).
Según la ley del amor, todo hombre que trabaja con arreglo a sus fuerzas, debe tener todo cuanto necesite, pero sólo tanto como necesite.
Que todo hombre que trabaja conforme a sus fuerzas debe tener todo cuanto necesite, pero nada más que esto, es cosa clara teniendo presentes dos preceptos que se derivan de la ley del amor.
El primero de estos preceptos dice: el hombre no debe exigir ningún trabajo a sus semejantes, sino que él mismo debe de consagrarse al trabajo en beneficio ajeno durante toda su vida. El hombre no vive para que nadie le sirva, sino para servir él mismo a otros (250). Por consiguiente no debe contar con el trabajo de los demás, ni creer que mientras mayor sea la cantidad de medios de subsistencia que genere, mayores y más fructuosas hayan de ser las prestaciones de trabajo que se le deban (251). La obediencia a este precepto proporciona a cada hombre lo que necesita. Lo cual es aplicable, ante todo, a los hombres sanos. Cuando el hombre trabaja, el trabajo lo alimenta. Cuando otra persona utiliza para sí el trabajo de este hombre, también la alimenta éste, justamente porque se aprovecha de su trabajo (252). No se asegura el hombre su subsistencia despojando a los demás, sino haciéndose útil e indispensable a los demás. Cuanto más necesario se hace para los demás, tanto más asegurada tiene su subsistencia (253). Pero el cumplimiento del precepto de servir a los demás proporciona también la subsistencia a los enfermos, a los viejos y los niños. Los hombres no dejan de alimentar a los animales cuando están enfermos, ni matan a las bestias de mucha edad, sino que les dan un trabajo proporcionado a sus fuerzas, del propio modo que cuidan a los corderos, puercos y perros pequeños, para que se hagan grandes, porque esperan sacar de ellos utilidad. ¿Cómo, por tanto, no han de deber conservar a los hombres enfermos, de los cuales necesitan? ¿Cómo no han de encontrar trabajo proporcionado para el viejo y para el joven y cuidar a los niños para que se hagan grandes y, siéndolo, puedan trabajar para los que trabajan hoy para ellos (254).
El segundo precepto que se deriva de la ley del amor y del cual resulta que todo hombre que trabaje con arreglo a sus fuerzas ha de recibir cuanto necesite, pero no más de lo que necesite, dice: Reparte lo que tengas con los demás; no amontones riquezas (255). A la pregunta que le hicieron sus oyentes, sobre lo que debían hacer, Juan contestó de manera sencilla, breve y clara: El que tenga dos túnicas, de al que no tiene; el que tenga que comer, haga lo mismo. (Lucas, III, 10 y 11). Y Cristo dijo lo mismo varias veces, todavía de un modo más claro y menos dudoso: Bienaventurados los pobres, decía, ¡ay de los ricos! Decía también que no era posible servir al mismo tiempo a Dios y a las riquezas. No sólo prohibía a sus discípulos recibir dinero, sino hasta poseer dos vestidos. Al joven rico le decía que no podia entrar en el reino de Dios porque era rico, y que era más fácil que entrara un camello por el ojo de una aguja que un rico en el cielo. Decía que aquel que no estuviera dispuesto a perderlo todo, la casa, los hijos, el campo cultivable, por seguirle a él, no podía ser discípulo suyo. Contaba a sus oyentes la parábola del hombre rico, el cual no hacia nada malo, más que vestirse, como hacen los ricos de hoy, con costosos hábitos y alimentarse con comidas y bebidas muy sabrosas, estando exclusivamente por eso su alma en camino de perdición; y les contaba también la del pobre Lázaro, que no hacía nada bueno, y que entró en el reino de los cielos, únicamente por ser un mendígo (256).
Pero, ¿de qué manera es posible realizar semejante distribución de bienes?
Quienes nos muestran esta posibilidad de mejor modo son los colonos rusos. Estos colonos llegan al terruño, se establecen fijamente en él y comienzan a trabajar, no pasándole a ninguno de ellos por las mientes que haya alguien que, sin poner esfuerzo alguno para utilizar la tierra, pueda tener el menor derecho sobre ella; por el contrario, los colonos consideran desde luego el terreno como un bien común y estiman como cosa absolutamente justificada el que cada cual cultive y coseche lo que bien le plazca. Para cultivar los campos, arreglar los huertos y edificar las casas, se proporcionan los necesarios instrumentos, sin que tampoco se le ocurra a ninguno pensar que éstos pueden producir renta alguna; por el contrario, los colonos consideran como una injusticia toda renta proveniente de los medios de trabajo, todo rédito por el grano prestado, etc. Trabajan en terrenos sin dueño, con instrumentos propios o con los que gratuitamente les prestan, y trabajan, bien cada uno por su exclusiva cuenta, bien todos de consuno por cuenta y en beneficio de todos (257).
Cuando hablo de semejante comunidad, no fantaseo nada, no hago mas que describir lo que ha acontecido en todas las épocas anteriores y lo que acontece también al presente, no tan sólo con los colonos rusos, sino dondequiera que se da un estado de agregación de hombres sometido a las leyes naturales y no perturbado por circunstancia alguna. Describo lo que a todo el mundo le parece natural y racional. Los hombres se establecen de un modo fijo sobre el terreno; cada uno se dedica a su labor, se construye o proporciona los instrumentos que necesita para ella y se pone a trabajar. Si les parece conveniente hacer uso del trabajo en común, fundan una compañía de trabajo (258). Pero lo mismo en el sistema de la economía individual que en el del trabajo y la administración comunes, ni el agua, ni el terreno, ni los vestidos, ni los arados pueden ser de nadie mas que de quien se bebe el agua, se pone el vestido o usa el arado, pues todas estas cosas solamente son necesarias para quien las utiliza (259). Suyo propio, no puede uno llamar nada más que a su trabajo (260), por medio del cual obtiene lo que necesita (261).
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