Requisitoria del C. Lic. Enrique Medina, agente del Ministerio Público
Señores jurados:
Hemos llegado ya al final de este caso apasionante; estamos dispuestos a epilogar el jurado de José de León Toral y de la madre Concepción Acevedo. Dentro de breves momentos tendréis que dictar vuestro soberano veredicto. En los anales de la historia del jurado en México nunca se ha presentado un caso que como el presente haya despertado no ya la curiosidad de las personas concurrentes a estas audiencias, sino de la sociedad en general de la República entera; más aún, del mundo entero, y ello se explica por la naturaleza misma de estos casos que tienen ligados tan íntimamente, tan estrechamente, la suerte que va a correr, con el destino del país. Nunca un jurado semejante se ha presentado a la consideración pública en que, repito, están más estrechamente unidos el interés social y el resultado final del jurado. Vuestro fallo tendrá la importancia suprema de un hecho trascendental. Al examinar detenidamente los detalles del proceso, tendré, señores jurados, al menos ésta es la tendencia del Ministerio Público que habla, tendré que demostrar con toda mesura y corrección, pero al mismo tiempo con toda energía y con toda virilidad, las conclusiones formuladas por el C. Procurador de Justicia del Distrito Federal, en las cuales conclusiones se acusa de una manera específica, de una manera clara, de una manera contundente tanto a José de León Toral, como a la madre Concepción Acevedo y de la Llata. Los términos de la acusación formulada por el señor Procurador de Justicia, pueden concretarse a unas cuantas palabras, que yo procuraré hacer, señores jurados, que sean lo más claras posibles, para que os compenetréis perfectamente de su esencia. El Procurador de Justicia dice en primer término que José de León Toral es responsable de haber privado de la vida al C. general Alvaro Obregón en circunstancias tales que dentro del cartabón de la más serena de las justicias, nos lo presentan como un criminal autor de un asesinato proditorio. Pues además de la premeditación o sea del hecho de que pudo pensar, de que pudo haber pensado con todo detenimiento, con toda sangre fría, con toda tranquilidad, en el delito que iba a cometer, así lo llevó a término, así lo llevó a cabo, para baldón eterno de su nombre. Además, continúan las conclusiones, obró en tal acto con ventaja manifiesta. Esto quiere decir, señores jurados, que se encontraba armado el homicida e inerme la víctima. Que se encontraba armado el homicida y en tales condiciones, al ejecutar el hecho que no tuvo el otro tiempo, no digo ya para defenderse, sino ni siquiera para pensar en la posible defensa. Además, José de León Toral, al ejecutar este hecho delictuoso obró con toda alevosía, porque intencionalmente cogió de improviso al general Obregón y empleando acechanzas en momentos en que éste no se esperaba el ataque e impidiéndole que se defendiera; y en esta forma ventajosa, premeditada antes y alevosa después, llevó a término el vil asesinato.
Estas son en esencia, señores jurados, y creo que así lo habréis comprendido, las calificativas del homicidio que váis a juzgar, por lo que respecta a José de León Toral.
Por lo que se refiere a la madre Concepción Acevedo y de la Llata, el C. Procurador de Justicia la acusa como coautora de este delito, es decir, dice la Procuraduría, que la madre Concepción es autora intelectual de este mismo caso. Más claro, aún, empujó, compelió al delincuente José de León Toral a efectuar materialmente el hecho; pero el acto de pensar en el asesinato que significa premeditación, de planearlo, de hacer que se llevara a cabo, fue obra del cerebro de la madre Concepción Acevedo y de la Llata, autora intelectual, coautora de José de León Toral y por lo mismo igualmente responsable como éste de ese asesinato proditorio.
Sin el menor esfuerzo, señores jurados, es muy fácil llegar a la clara demostración de la procedencia indubitable de estas conclusiones. Basta seguir la vida de José de León Toral en los días anteriores a este asesinato, vida que se desprende de estas frías páginas del proceso, para que siguiéndolas mentalmente tengamos como verdad absoluta esta convicción: José de León Toral ejecutó en verdad este asesinato con estas calificativas de ley; José de León Toral se preparó días antes, buscó una arma, se hizo de una pistola, fue a hacer práctica de tiro con ella, quiere que no le falle el tiro, que su pulso sea firme, que esté seguro que no errará el golpe y con una saña muy pocas veces igualada a esta suya cavernaria, espera la ocasión propicia, aprovecha todas las circunstancias que se le van presentando, se cuela por todos los resquicios que se le van poniendo a su alcance, con un ensañamiento, como dije antes, digno de mejor causa; está el hombre en espera de la víctima, está el hombre acechando siempre, siempre pendiente, siempre listo, sombrío y expectante, siempre sobre aviso, para que el golpe sea fatalmente seguro, definitivo, preciso para que la vida del general Obregón, cumpla su término, se acabe, entre la púrpura macabra de sus manos criminales.
José de León Toral por todos estos actos que, como digo antes, se desprenden de todo lo actuado, se nos presenta claramente, con evidencia absoluta, manifiesta, y no solamente de lo actuado en el proceso, sino de lo que vosotros habéis oído en el curso de estas audiencias. Tenéis ya íntegra su fisonomía moral. Ve llegar a la capital de la República al general Obregón y en esos momentos quisiera cometer el delito que ya tenía en su espíritu y en su mente, está perfectamente definido, quiere y no puede, señores jurados, hacerla desde luego, porque juzga que la ocasión no es aún lo suficientemente propicia, porque cree, razonando con una calma de criminal nato, que el momento en que él debe acudir para que sea aprovechado íntegramente, no se ha presentado todavía, y José de León Toral pacientemente aguarda a que la víctima se le presente en ocasión más segura y más fácil a la comisión del delito. Así lo vemos abandonando su mujer, dejando abandonados a los seres más queridos de todo hombre, a su mujer, a sus hijos, por proseguir la idea delictuosa, por llevarla a feliz término; y así observamos que continúa en acecho siempre este hombre, y el día preciso de la tragedia, el día del banquete de La Bombilla, San Angel, lo encontramos frente a la casa del Divisionario, después de haber andado toda la mañana buscando la ocasión de llevar a término el delito, buscando la ocasión propicia; por fin, imagina, por la salida de unos coches de la casa del general Obregón y por el camino que éstos toman; que se dirije a San Angel y hacia allí emprende la caminata el delincuente. Lo ha venido siguiendo como su sombra, como el espectro de la muerte. Ni un momento falla su espíritu por lo que toca a no llevar a término este acto, ni un solo momento flaquea su alma; está firmemente seguro, está plenamente convencido de que tiene que matar al general Obregón y así, ya en el banquete de San Angel, imagina arteramente, con mefistofélica artimaña, que para no despertar sospechas debe presentarse como dibujante y hace en efecto, en un block de papel unos dibujos que representan a algunos de los señores comensales allí presentes y con tal ardid, logra aproximarse a la víctima. Este es el fatídico ardid de José de León Toral, que por fin ha conseguido lo que con tanto anhelo estaba esperando desde tanto tiempo antes, la posesión de todos aquellos elementos que le facilitan de una manera completa la comisión cabal de su delito. Así se acerca a la mesa del banquete, así se presenta al general Obregón, quien con su amabilidad acostumbrada, con su característica finura, con aquel don de gentes que fue algo muy suyo, muy peculiar en toda su vida, todavía tiene la gentileza de voltear la cara y sonreir a José de León Toral, aprobando de antemano la bondad de un dibujo indudablemente mediocre; pero así era el hombre y en estos precisos momentos, José de León Toral, con toda sangre fría y aprovechando inícuamente este gesto gallardo de la víctima, este gesto amable, este gesto todo simpatía y todo amor, todo concordia de don Alvaro Obregón, le dispara a quemarropa la primera bala en la cara, balazo necesariamente mortal y no termina aquí, sino que en seguida en su saña manifiesta, acaba por vaciar toda la pistola sobre la espalda del Divisionario, y todos los tiros fueron incrustados en el cuerpo de la víctima. ¡Ya ha realizado su delito!, ya José de León Toral ha consumado con ventaja, con alevosía y traición el hecho vil y sanguinario; por eso os decía, señores Jurados, que era muy fácil la demostración del hecho criminal. El señor Procurador de Justicia no se ha apartado un ápice de la verdad, ha cumplido exactamente con su deber al acusar en la forma que lo hizo a José de León Toral.
Pero no es José de León Toral el autor único y nefando de este acto. Ya hemos visto en el curso de las audiencias y ya está palmariamente demostrado en los autos que la madre Conchita ya ha aparecido en escena; que la madre Concepción Acevedo y de la Llata es la autora intelectual, no solamente de este hecho, señores Jurados, no solamente de este acto; dije que ya había aparecido en escena, desde mucho tiempo antes, desde que anteriormente se iniciaron y se llevaron a término, como en una macabra serie de episodios del crimen, el viaje a Celaya, el estallido de las bombas en la Cámara de Diputados, el estallido, igualmente de explosivos en el Centro Director Obregonista. Y afirmo esto de la madre Concepción, porque en su casa que disfrazaba de Convento, como palmariamente está demostrado, también se reunían todas estas parvadas de jóvenes perversos, familiarizados con el crimen, todas estas gentes que pertenecen todas a la juventud, que siempre iban buscándola agrupándose en la casa de la madre Concepción que era un Convento como ya habéis sabido, y que subrepticiamente estaba en el corazón de la ciudad de México. Todos buscan afanosos a la madre Concepción Acevedo y de la Llata, porque según lo han manifestado, ejercía marcada influencia, predominio espiritual sobre todos ellos; todos se citan en su casa; allí se planean, allí se edifican, allí se completan con los más nimios detalles, toda una serie de actos delictuosos, toda esta serie de actos punibles, vituperables, horrendos. Es en casa de la monja donde tienen lugar siempre las reuniones criminales. Antes de demostrar el influjo que esta monja singular ejercía en el ánimo de José de León Toral y socios, permítame los señores jurados, para poder perfilar mejor el aspecto de esta mujer, que yo defina también algunos hechos relacionados oon sus actividades y que tienen la más exacta y cabal comprobación en lo depuesto por todas las personas, así testigos como acusados, actores de estos dramas tenebrosos.
Tenemos, desde luego, a Carlos Castro Balda. Carlos Castro Balda que, según lo oísteis declarar ayer o anteayer, no lo recuerdo con precisión, vino ante nosotros como todos sus demás compañeros con un plan perfectamente delineado en su mente, oon la idea manifiesta de escabullir las preguntas que fuesen directamente al corazón del hecho; no obstante eso, digo, pudo advertirse que en algunos puntos, los más importantes, no pudo desdecirse, no pudo irse para atrás. Y así lo vemos, señores Jurados, que empieza por tomar, con un nombre supuesto, la casa de las calles del Chopo, donde el Convento estaba establecido para que, con este artificio, con esta mal encubierta argucia estuviesen, relativamente tranquilas, la madre Concepción y las demás monjas. El se prestó para todo esto. Además, ayudó a elaborar las bombas y explosivos; en realidad, él confiesa textualmente que sí ayudaban a la fabricación de tales bombas. A la madre, por otra parte, según el dicho de este testigo presencial, en alguna ocasión la vemos aparecer, señores Jurados, con su figura siniestra y sus maquiavélicas astucias, en los momentos en que se efectuaba la elaboración de esas bombas; nuevamente surge sobre el tablado del crimen la madre y está pendiente de todas estas diligencias, acuciosamente pendiente de todos estos detalles. Cuando pregunté a Castro Balda ¿cómo obtenían ustedes dinero para llevar a término estas obras, para elaborar estos aparatos infernales, para perpetrar estos actos?, ¿cómo se hacían ustedes de dinero? me contestó claramente (La respuesta está en vuestra mente). Era dinero recolectado con fines caritativos. ¡Con fines piadosos y caritativos ...! ¡Y ese dinero lo empleaban piadosamente en la fabricación de bombas y en el planeamiento de crímenes! Además de Castro Balda nos consta lo dicho por Eduardo Zozaya, que igualmente comparece y manifiesta que él personalmente inició la elaboración de las bombas, que él personalmente tomó parte activa en todos estos hechos, los cuales tienen íntima y exacta correlación con el asunto que váis a juzgar, porque todos obedecían a una idea motriz, a una directiva, y ésta se radicaba en el cerebro de la madre Conchita, ¡la madre Concepción Acevedo y de la Llata en cuya casa se ejecutaban todos estos actos! Y si los tales eran encaminados hacia un fin distinto del que después se llevó a término, nadie nos quita de la conciencia la completa certidumbre de que todos estos hechos llevaban como única finalidad la de atentar contra la vida de los dignatarios de la Nación, ya estuviese al frente de ella Plutarco Elías Calles u otro ciudadano de su temple; pero eran siempre actividades contra el Gobierno y por esas actividades contra el Gobierno llegaron equivocadamente, puestos ya en el descenso fatal de las infamias, hasta privar de la vida al general Obregón, cumbre luminosa de civismo. Pues bien, señores Jurados, la señorita Manzano, otro testigo que depuso ante nosotros, nos da detalles impresionantes por una parte y por otra, precisos y definidos, sobre las actividades de la madre Concha. Desde luego asegura que en casa de la madre, en el famoso Convento de las calles de Chopo, fue citada con sus demás compañeros para llevar a cabo el plan de ir a Celaya, consistente en ir allá y privar de la vida a los generales Calles y Obregón. ¿Y cómo van a ejecutar este plan? Echan mano de un medio que pudiéramos llamar hasta elegante, florentino, exquisito; en un ramillete de flores y cuando bailara ella con alguno de estos señores generales aprovecharía este momento en el baile, por la circunstancia de llevar una lanceta que anteriormente le habían dado para el caso, pues valiéndose de ella ejecutaría la muerte de cualquiera de ellos, puesto que la lanceta ya iba impregnada en un líquido que contenía un veneno actívísimo. Esto, como decía a ustedes, es en verdad de un refinamiento diabólicamente exquisito. Y la señorita Manzano con toda franqueza y con toda ingenuidad (yo diría con todo cinismo) os lo viene a manifestar de esa manera; ella era la encargada de ejecutar el diabólico proyecto, ella era la encargada de llevarlo a feliz término, contaba con Castro Balda, con Zozaya, Díez de Sollano, Eugenio González y los demás jovencitos apenas púberes muchos de ellos, pero que ya tienen el suficiente fondo de maldad humana para ser brillantemente aprovechados por un espíritu recio, dominador y terco como el de la madre Conchita, quien posee también una mente lo suficientemente despierta para saber aparecer ante aquéllos con el poderoso atractivo personal irresistible y pérfido, y así hacerlos a su antojo y manejarlos como títeres de una farsa sangrienta como trágicos peleles de una pesadilla macabra! Este es el caso escueto y claro, señores Jurados, y si junto a tales declaraciones añadimos las demás, la de Eulogio González, por ejemplo, que asimismo manifiesta que en la casa de la madre Concepción, ¡siempre en casa de ella!, fíjense mucho los señores Jurados en el detalle, siempre en la casa de la madre se ejecutan, se planean y se llevan a término todos estos actos; en casa de la madre se citaban, se reunían y hablaban en casa de la madre Concepción; dice el testigo recibió cuarenta y dos pesos juntamente con la señorita Manzano y juntamente con Carlos Castro Balda, entregados por Díez de Sollano para ir a Celaya a ejecutar el acto de que ante di a vosotros cuenta, Eulogio González no se detiene allí, Eulogio González añade que la madre Conchita había sacado antes un frasquito de veneno diciéndole este sí que es muy eficaz y en estos momentos, agrega en su primitiva declaración que consta en autos, en esos momentos la madre Conchita constantemente se introducía a una habitación vecina como dando a entender que iba a consultar todos estos hechos, todos estos actos, con una tercera persona que estaba oculta en ella. Ya se comprende, señores Jurados, claramente también que hay alguien más que la madre Conchita ejecutando, planeando, llevando a término todos estos detalles. La madre Conchita, continúa diciendo Eulogio González, constantemente interrumpía nuestra plática y se introducía en una de las piezas contiguas como a pedir ideas, aquiescencia, ratificación, etc., y volvía con las respuestas, y cuando -continúa González en su primitiva declaración- cuando regresé de Celaya, la madre Conchita nos recibió con estas palabras: Ya se que no pudieron hacer nada, que nada hicieron, pero fue porque no quisieron. Algo así como un reproche manifiesto de quien esperaba tanto de ellos. Pero si la madre Conchita se equivocó en esta ocasión, si en ese caso le falló el golpe, con José de León Toral, con Pepe, como cariñosamente le designa, ya lo hemos dicho, después tuvo su más exacto, su más fatal cumplimiento. Con éste redondeó su obra ...
Para acabar de fijar, señores Jurados, este espeluznante perfil moral de la madre Acevedo y de la Llata, tenemos también la declaración terminante de las señoritas Margarita y Leonor Rubio, las dos hermanas, las dos hermanas Rubio, que uniformemente os dijeron en la audiencia pasada que sobre su ánimo también ejercía poderosísima influencia la madre Conchita; os dijeron también, las dos, a esa casa iban con centenares de personas. A la casa de la madre Conchita iban a pedir consejo, iban a pedir ayuda, la veían como una madre espiritual y no se concretaban a oir misa y a prácticas piadosas sus actividades, también allí tomaban parte en estas juntas de repulsivos delincuentes, también ellas tomaban parte en los hechos delictuosos que se estaban preparando. Y si de allí pasamos en este rápido recorrido de almas y caracteres, señores Jurados, para acabar y completar este retrato de la madre Conchita, tendremos lo asegurado en autos, lo que consta en estas diligencias, por la esposa de José de León Toral, por la señora Paz Martín del Campo de Toral. Hay un momento en que a fuerza de humanos, comprendemos todo el alcance, toda la hondura de este grito que se le escapa a la esposa; está abandonada, está quejosa de José de León Toral y manifiesta que sobre éste ejercen decidida influencia, el padre Jiménez y particularmente la madre Conchita. La esposa abandonada, la esposa que tiene legítimo derecho a tener siempre cerca de sí al elegido de su alma y de su corazón, está, humanamente lo comprenden de seguro los señores Jurados, perfectamente dolida de este abandono en que se ve envuelta en estos últimos días, los anteriores a la comisión del asesinato por José de León Toral y es que José de León Toral está perfectamente agarrado, está perfectamente sujeto por los tentáculos que le tienden mental y espiritualmente tanto el padre Jiménez, como la madre Conchita. José de León Toral es, puede decirse, la víctima de la madre COnchita; es tal la influencia de ésta y la únión entre ellos que ya no obra sino perfectamente supeditado siempre a la madre Concepción, ya sólo ejecuta lo que aquélla le ordena, como un autómata sombrío. Y a esto viene a quedar reducido. Su voluntad es la de la monja.
Es un pelele, es un títere, lo maneja como quiere, hace de él lo que quiere, y la prueba, señores Jurados, de que no estoy hablando ni echando mano de términos y palabras falsas o de argumentos capciosos, sino Apegado estrictamente a la verdad está en las terminantes declaraciones de los señores licenciado Orcí, Valente Quintana y Topete, quienes con toda clase y lujo de detalles aseguraron que según su modo de ver existe esa íntima unión entre el alma de la madre y la de José de León Toral, como existe efectivamente este predominio manifiesto de la primera sobre el segundo. Cuando haciendo José de León Toral que lo llevasen a la casa de la madre Concepción después de cometido el asesinato lo primero que le dice al entrar a la casa, es algo que manifiesta claramente como un signo de ternura, como un gesto cordial y que una amistad estrecha y profunda lo une con la religiosa: vengo a que me ayudes, vengo a ver si a ti te creen, le dice, si quieres morir conmigo, date prisa, que moriremos los dos. Ya en estos momentos supremos, junta su vida con la de la madre Conchita, trata de unir los destinos de los dos. Por qué, señores Jurados, en el acto más solemne de la vida de un hombre, en el acto más trágico y sombrío, cuando éste lleva las manos tintas en sangre de una víctima inocente, cuando asoma su faz convulsa la tragedia en el supremo pavor de las desolaciones, entonces, Toral acude ... ¿a quién? A la madre Conchita, a la coautora de aquel asesinato. El gesto, es natural, es espontáneo, es franco; va naturalmente a ella buscando su ayuda, puesto que son cómplices, están unidos en la negrura del crimen y tienen exacta correlación entre sí. Busca aquella que obró con él, aquella bajo cuyo influjo tomó tal determinación. Esto es perfectamente explicable, pero todavía hay más. Nos dicen los testigos que antes cité, todavía más, señores Jurados (y os suplico que os fijéis en el detalle), nos manifiestan rotundamente y expresamente que ellos, por las averiguaciones practicadas a raíz del crimen, por los datos tomados y por lo que observaron por sus propios ojos en presencia de los dos coacusados, llegaron a esta conclusión: la madre Conchita no sólo tomó parte en el delito, sino que impulsó a José de León Toral a cometerlo y es manifiestamente coautora en el hecho delictuoso. Terminantemente lo dijeron los tres testigos; terminantemente lo expresaron así. Yo conservo la frase textual de Valente Quintana: ratifico, dijo, y ratificó la idea de matar al general Obregón, Se refiere a la madre Conchita, ya véis, señores Jurados, que el Procurador, en sus conclusiones estuvo estrictamente apegado a la verdad de los hechos, estuvo estrictamente cumpliendo con un deber de funcionario probo, de funcionario activo, de funcionario de buena fe que sabe cumplir con su deber; pero si de sus conclusiones pasamos a las de la Barra contraria, hay un hecho sobre el que os quiero llamar la atención porque alrededor de él va a girar indudablemente todo el argumento de los contrarios. El aspecto religiosO, el matiz que se le ha dado al caso cubriéndolo con un manto de religiosidad, de misticismo, de santidad -hasta allá se ha llegado- en un absurdo modo de pensar. Yo creo (y no voy a ahondar el problema, ya que mi compañero de Barra, el señor licenciado Padilla está encargado de ello), yo creo que este aspecto religioso de la cuestión no ha servido en este caso, más que como un telón lleno de coloridos, y destellos engañadores. Pero una vez levantada la cortina de engañifas, déjase ver en el fondo, el cuadro sombrío y truculento, déjanse ver en la hondura del escenario perfilados completa y manifiestamente las dos grandes figuras centrales: la madre Concepción y José de León Toral.
Yo creo, señores Jurados, que en presencia de la verdad de los hechos, ante la fría crudez de las realidades, yendo al fondo mismo de datos, enoontraréis siempre a la madre Concepción, dirigiendo desde el fondo de este cuadro tenebroso, como con hilos invisibles, a todas estas figuras, a todas estas mujeres y estos hombres que se mueven a su antojo; a todos estos trabajadores del mal, polichinelas del crimen que se mueven, como decía de León Toral, como autómatas y que van ciegos y sordos a la comisión de los delitos porque así se los ordena esta Abadesa de maldades, esta Superiora, no solamente de conventos, sino de gentes patibularias, como son todos los que por aquí van desfilando, en esta negra y horrible caravana del delito.
Por eso estimo que este aspecto religioso que a la cuestión se le quiere dar, no es en verdad más que para engañar a los que no quieren ver claro. Más todavía, señores Jurados, yo creo que todos los católicos de buena fe, los verdaderos cristianos, los que interpretan honda, profundamente, las ideas del divino Rabí de Galilea, los que siguen sus divinas huellas y viven verdadera vida cristiana, reprueban abiertamente estos hechos, reprueban abiertamente estos actos. Y si el argumento central, si el argumento medular, esgrimido por la defensa y sugerido por los acusados para justificar la comisión del delito y creyendo que en esto estriba su principal defensa, consistía en decir que más valía matar a un hombre para salvar la Religión; es decir que era preferible segar la vida de un hombre para que la religión se salvase y evitar así la ruina del pueblo, debe contestárseles que éste ha sido el mismo argumento vil y cobarde esgrimido por los viejos fariseos de la época de Jesús. Precisamente, cuando se reunieron en el Senedrin los fariseos principales para juzgar a Cristo, mejor dicho, para acusarlo ante Pilatos, esgrimieron como argumento definitivo este: Más vale la muerte de este hombre, que la ruina de un pueblo. Más vale que muera Jesús. Es, pues, el mismo caso, es pues, el mismo argumento, señores Jurados. Por eso os digo que éstos no son católicos verdaderos, sino los fariseos de la religión católica; son las gentes a quienes repudia la misma religión católica, las que van directamente contra la médula de ésta; los que van directamente contra el corazón del catolicismo bien entendido. Son los mismos, los eternos fariseos hipócritas a quienes el Dulce Maestro comparaba a los sepulcros blanqueados ¡los cuales por fuera aparecen hermosos, más por dentro están llenos de toda especie de podredumbre! De modo que, hombres conscientes, hombres honrados como sois vosotros, señores del Jurado, tendréis que dictar un fallo que sea necesario y absolutamente condenatorio. Vuestro fallo será indudablemente un acontecimiento que recogerán las presentes y venideras generaciones. Estáis destinados a dictar una sentencia que de modo ineludible recogerá la Historia de nuestro país; la que verídica y sencilla consignará este momento solemne; la que será leída con afán cuando en el transcurso de los años, pasen muchos de éstos, y vengan nuevas generaciones; la que será leída por los niños de entonces y si algunos de los vuestros, algunos de vuestros hijos, alguna vez, leyendo el texto de la Historia Patria se encuentra en el severo manual, la página que comente el fallo de vosotros, haced, señores Jurados, porque vuestros descendientes se llenen de satisfacción y orgullo noble cuando serenamente vean estampada en el texto con palabras sencillas, una frase que refleje estos instantes, una frase lapidaria que dijese:
Los señores Jurados de José de León Toral y de la madre Concepción Acevedo y de la Llata, asesinos del general Obregon; los nueve ciudadanos honrados, los nueve ciudadanos a quienes tocó sentenciarlos, supieron estrictamente cumplir con su deber. (Aplausos nutridos.)