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LIII
Es tan falso que los mártires sufran algo por la verdad de una cosa, que yo me atrevería a negar que jamás un mártir haya tenido nunca nada que ver con la verdad. En el tono en que un mártir lanza a la faz del mundo su convicción, se manifiesta ya un grado tan bajo de probidad intelectual, tal obtusidad para el problema de la verdad, que nunca hace falta refutar a un mártir. La verdad no es cosa que uno posea y otro no: sólo ciudadanos o apóstoles de ciudadanos a la manera de Lutero pueden pensar así en la verdad. Se puede tener seguridad de que, según el grado de conciencia en las cosas del espíritu, la capacidad de decidir, la decisión en este punto será siempre mayor. Ser competente en cinco cosas y rehusar delicadamente ser competente en lo demás ... La verdad, como entiende esta palabra todo profeta, todo librepensador, todo socialista, todo hombre de Iglesia, es una concluyente prueba del hecho de que ni siquiera ha comenzado esa educación del espíritu y ese triunfo sobre sí mismo que son necesarios para encontrar cualquier verdad, por mínima que sea.
Los mártires, dicho sea de pasada, fueron una gran desgracia en la historia, sedujeron ... La conclusión de todos los idiotas, comprendidas las mujeres y el pueblo, de que tenga valor una causa por la cual alguien afronta la muerte (o una causa que, como el cristianismo primitivo, engendra epidemias de gentes que corren a la muerte), esta conclusión dificultó indeciblemente la investigación, el espíritu de la investigación y de la circunspección. Los mártires hicieron daño a la verdad ... Hoy mismo basta una cierta crueldad de persecución para crear un nombre honorable a cualquier sectarismo carente en si de valor. ¿Cómo? ¿Cambia el valor de una causa el hecho de que alguien exponga por ella la vida? Un error que llega a ser honorable es un error que posee un hechizo más para seducir: ¿creéis vosotros, señores teólogos, que vamos a daros ocasión de haceros mártires por vuestra mentira? Se refuta una cosa poniéndola cuidadosamente en hielo: así se refuta también a los teólogos ...
Ésta fue, precisamente, en la historia del mundo la estupidez de todos los perseguidores: que dieron apariencia de honorabilidad a la causa de los adversarios, que les hicieron el don del hechizo, del martirio ... Aun hoy la mujer se pone de rodillas ante un error, porque se le ha dicho que alguien murió por este error en la cruz. ¿Es, pues, la cruz un argumento? Pero sobre todas estas cosas hay uno que ha dicho la palabra de que había necesidad desde hace miles de años: Zaratustra.
Estos escribieron signos de sangre sobre la senda que recorrieron, y su locura enseñó que con la sangre se demuestra la verdad.
Pero la sangre es el peor testimonio de la verdad; la sangre envenena la más pura doctrina y la cambia en locura y odio de los corazones.
Y si alguien atraviesa el fuego por su doctrina, ¿qué prueba esto? Muy diferente sería, lograr que del propio incendio surgiese la propia doctrina. (Así Hablaba Zaratustra, II, 24).
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