Índice de El anarquismo individualista, lo que es, vale y puede, por E. ArmadCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO XVI

La vida interior

Ninguna actividad externa sin la vida interior

No porque el anarquista individualista niegue, rechace y combata los dioses y los amos, las autoridades y las dominaciones, ha de creerse que desconoce la vida interior. Antes de ser anarquista externo, conviene serlo interiormente No se repudia la idea de autoridad por capricho o por fantasía, sino porque se comprende que las leyes y los códigos son inútiles y perjudiciales y que sólo son necesarios para los individuos que no viven más que exteriormente. Si el anarquista puede vivir con intensidad, es porque su existencia interior es profunda y no encontraría placer en la experiencia, por múltiple y variada que fuese, si no le diese motivos de reflexión.

El anarquista medita y compara, sabe concentrarse en sí mismo y con amplitud de juicio realiza su revolución individual. Posee un fondo de conocimientos, una reserva de adquisiciones que sabe aprovechar como un recurso, cuando carece de otros apoyos, y que acrecienta continuamente, sacando de él nuevos motivos de estudio para profundizar. No se inquieta solo del cómo y el por qué de las cosas, sino que busca su razón de ser. Sin estas reservas mentales, no es posible prescindir de la autoridad, pues cuando uno agota sus propios medios, le es forzoso recurrir a los ajenos.


Manifestaciones de la vida interior

El anarquista es sencillo, y, aunque original, no desea atraerse las miradas del vulgo. Si su vivienda es confortable, según lo que le hayan permitido las circunstancias pecuniarias, no es en modo alguno lujosa o abarrotada de objetos inútiles al desarrollo individual. Sus necesidades son normales, ni restringidas ni superfluas y si cierta experiencia de su vida le conduce a dejar inevitablemente su norma, pronto vuelve a esta, una vez realizada aquella.

De esta simplicidad natural, sin austeridad ni dureza, que es producto de la franqueza y no de la vanidad, no debe inferirse que el anarquista sea insensible a la belleza. Nadie mejor que él sabe apreciar lo vigorosamente hermoso, en arte, en literatura, en ciencia, en ética. Belleza de la Natura, de las formas corporales, del razonamiento, del placer de los sentidos, de la voluptuosidad sana, todo esto el anarquista lo aprecia, lo siente, pero sin dejarse guiar por el gusto general, o por las concepciones de un cenáculo particular cualquiera. Todo producto de una investigación sincera, toda obra que refleje un temperamento personal o testimonie un esfuerzo enérgico, toda labor y toda manifestación que haga vibrar las fibras íntimas de su ser, le atrae, despierta su atención y le hace meditar. Lo aparente, lo falso lo ficticio, lo débil y mezquino, lo pretencioso le hace daño, le exacerba, lo repudia, en fin. Sabe además muy bien que en el dominio de la estética, la apreciación es individual y que belleza y fealdad son términos relativos de apreciación.

Hombres o mujeres realmente anarquistas no pueden aparentar ascetismo. Sería una farsa negar y combatir la dominación y someterse a la vez al yugo de la austeridad, querer la libertad y crizar de obstáculos su camino.

Vivir sin renunciar a los goces intelectuales, sensuales y efectivos, desarrollando la facultad de apreciarlos sin dejarse dominar por ellos, antes al contrario juzgándolos útiles o nocivos según el equilibrio fisio-psicológico que produzcan. Seguir decididamente la ruta, recogiendo las flores perfumadas, dejando las plantas venenosas y aspirando los efluvios más puros, persiguiendo siempre lo nuevo, lo original, sin fatigarse nunca, he aquí el goce anarquista, la aspiración suprema de todo el que se siente serlo sinceramente.


Criterio de la diosminución interior

El anarquista conoce la vida del sentimiento, las afecciones íntimas, prolongadas, las ternuras profundas, las amistades firmes que resisten los golpes de la adversidad o las alegrías del éxito. Cuanto más profunda es su existencia, más radiante se muestra, adquiriendo más valor, más vigor, más delicadeza. Ante todo, el anarquista individualista procurará no disminuirse interiormente, no desprestigiar su integridad de pensamiento, su potencia de análisis y de deducción, su voluntad de reflexión y comparación. Toda tendencia directa o indirecta a rebajarse individualmente supone una prueba de pérdida de equilibrio, de indignidad de la vida libre.

El anarquista rechaza el concepto burgués del bien y del mal; vive y acciona en un plano más elevado y completamente distinto; todos los actos que le facilitan una vida más intensa y normal, un desarrollo más amplio y un mayor saber le son lícitos. Por el contrario, le será malsano todo lo que en cualquier grado atente a su valor intelectual o a su vida interior. Este es su único criterio.

Los espíritus cerrados, inclinados a los juicios resueltos, o todavía esclavos de los prejuicios, no admiten que, fuera de lo que ellos llaman la moral, al estilo burgués, pueda existir vida interior. Sin preocuparse de estas despreciables opiniones, se puede afirmar que la vida ordinaria, corriente, no es susceptible en modo alguno de desarrollar la intensidad de la personalidad consciente o esclarecida. En efecto, ¿qué vida interior pueden tener los que incesantemente se preguntan si todos sus actos o sus gestos están de acuerdo con el código de la moral que les transmitieron sus abuelos?

Cuanto más pronunciada es la reacción contra el medio ambiente, más pujante es la personalidad psicológica.


La rendición de cuentas

Siendo el anarquista un negador de autoridad, en el sentido más absoluto, se comprende fácilmente que sólo su causa le interesa, o sea la causa de la libertad, que la reclama y la exige en el mayor grado posible moral, intelectual y económicamente. Ni su produccón ni su amoralidad pueden caber en la marmita comunista. Y por eso es absurdo que algunos pretendidos camaradas quieran pedir cuentas a los anarquistas individualistas. El que únicamente se hace responsable, en relación con su concepto individual de la vida y por su propio carácter, y no obra mas que de acuerdo consigo mismo, no necesita hacer examen de conciencia ante el juicio ajeno.

Se puede juzgar a un sindicalista, a un revolucionario, a un comunista, a cualquiera que trabaje por cuenta de otro conforme a un ideal colectivo, a una regla de conducta de mayoría o en vista de una sociedad futura, pero de ningún modo al que funda su vida no en una vanidad desmedida, en un orgullo insensato o en una superhombría exaltada, como en el mayor y más profundo conocimiento de su propio yo.


La evolución de las opiniones

La experiencia personal, un juicio más claro, el conjunto de sus observaciones, puede hacer que el anarquista individualista modifique su opinión sobre un punto de la actividad ácrata. Y si después de comprenderla de otro modo no lo manifestase, seria un motivo de disgusto, de cobardía o de falta de convicción, propia solamente del que se deja dominar por el temor del qué dirán, haciéndose esclavo moralmente.

Se pueden adoptar diversas ideas sobre el ilegalismo, la legalidad, la unidad o la pluralidad amorosa, la libre disposición del producto personal y todos los demás extremos de la teoría anarquista, según las luces adquiridas o desarrolladas; pero no se puede, en buena lógica, sino presentar a la consideración proposiciones sin obligación ni sanción y de ningún modo imposiciones únicas.

Así, pues, lo que interesa no es el cambio más o menos frecuente en ciertos detalles, sino la personalidad en si, que practica en el mayor grado de vida y actividad, la filosofía anarquista.


Absoluto y relativo

La conquista de lo absoluto es una contradicción de la esencia misma del concepto anarquista; es siempre una coacción, una autoridad abstracta, una entidad metafísica, como dios o la ley. La doctrina no es más que el formulismo en que se encierra lo absoluto. Los tiranos y los jefes de escuelas de todos los tiempos, han encontrado en la doctrina un auxiliar tanto más poderoso cuanto más pretende concretar lo absoluto, que es irrealizable en sí mismo. No existiendo, pues, lo absoluto, la doctrina resulta ser una prisión, donde se pasa la vida ensayando de llegar a una perfección que no puede encontrarse en el orden natural, porque éste está continuamente sometido a la relatividad de lo imprevisto, lo fortuito, lo casual. Por lo mismo, los cálculos astronómicos más rigurosos varian siempre en los decimales, a causa de una perturbación imposible de preveer, en el momento en que las operaciones se efectúan. Y así sucede siempre con todas las leyes naturales.

Puede decirse que ni siquiera existe la tendencia a lo absoluto. No hay más que lo relativo en todos los dominios y así se niega el determinismo fatal. Los sucesos se desarrollan en ciertas condiciones dadas del ambiente, del tiempo y del espacio y guardan siempre en todos los cambios una relación directa. El tiempo, el espacio y el infinito no existen con relación a nosotros mismos mas que por nuestra sensibilidad o imaginación, y no podemos definirlos concretamente a la completa satisfacción de todos. Son, pues, más que nada, convencionalismos del lenguaje ideológico.

Índice de El anarquismo individualista, lo que es, vale y puede, por E. ArmadCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha