Índice de El anarquismo individualista, lo que es, vale y puede, por E. ArmadCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO XVII

El anarquismo individualista como vida y actividad

Panorama y caracter de la lucha

Los anarquistas individualistas son una ínfima minoría entre los hombres y se exponen a la lucha en cuanto quieren realizar en lo posible sus ideas. Lo mejor es mirar de frente la situación y separarse de la oratoria ramplona y meliflua y de toda tentativa interesada de los agentes provocadores. Lejos de toda obra de superficialidad y de castración, que muchas veces emerge de los fondos secretos de la sociedad, pues no es posible la consolidación entre los anarquistas y los mantenedores sociales. El hecho real es que el anarquismo no puede presentarse de un modo discreto o convencional, y los que lo aceptan no pueden pretender ser los conductores de la felíz Arcadia. El camino de la anarquía no está trazado matemáticamente ni sembrado de flores. Es un sendero abrupto que requiere esfuerzos sostenidos.

El anarquista empieza a ser combatido por su propia familia; no siempre es comprendido por sus camaradas; está en desacuerdo con su patrón, mal visto de sus vecinos y desconsiderado generalmente. La carcel le amenaza continuamente; está bajo la vigilancia policiaca y los soplones contribuyen a veces a que sea despedido de su trabajo. ¿Quiere hacer un poco de propaganda agresiva? Persecuciones y años de prisión le esperan.

En la rebelión contra los prejuicios morales, también ha de armarse de valor. Comenzando por iniciar a una joven en las primeras caricias, la que se le entrega en plena voluntad, acto natural entre todos, el anarquista se expone a ridículas denuncias por corrupción de menores; continuando por la amenaza constante de ser acorralado si afecta o se contenta de hacer silenciosamente una vida que choca más o menos violentamente con las ideas recibidas en materia de respetabilidad; si se permite usar vestidos que no estén de acuerdo con la moda, o frecuenta gentes que desagraden a su portera; acabando, en fin, por ser renegado de todos, considerado como un oprobio del mundo y un despojo social.

No hay acuerdo posible entre el anarquista y todo medio reglamentado por las decisiones de una mayoría o por los votos de una elección. Contra él se levanta la sociedad toda. Lucha por la libertad de exponer la idea, por la de vivir; lucha por el pan, por el saber; lucha incesante que dará goces profundos y en la que se tendrá, acaso, la inapreciable satisfacción de ver caer alguna piedra angular y vacilar el edificio social, pero lucha al fin y al cabo.


La irreductibilidad anarquista

El anarquista no admite treguas. Su actividad se concreta en lucha continua y su interés estriba en prolongarla todo lo posible. Se muestra intratable, intransigente, sin piedad con los que detentan el poder administrativo, intelectual y económico. No acepta concesiones sociales a cambio de una relativa tranquilidad, haciéndose el cómplice de las gentes interesadas en el mantenimiento de la actual sociedad, sino que lleva a la mayor intensidad y constancia su labor de crítica profunda y seria.

Rechazamos, pues, las fórmulas fijas, porque o debemos tener en cuenta más que las circunstancias relativas del presente que vivimos. Si ayer nos fue útil poner a contribución nuestras necesidades, hoy puede sernos más agradable hallar compensación a nuestros esfuerzos y guiarnos por éstos y no por aquellas, lo que significa únicamente que hemos evolucionado, sin dejar por eso el plano de libertad espiritual en que tratamos de asentar nuestro conocimiento. Si tal regla de conducta moral nos convenía cuando éramos más ignorantes, habiendo adquirido ya mayor experiencia, nos es perjudicial seguirla ahora. De modo que aceptamos un concepto mientras nos hace felices, pero lo rechazamos si nos sentimos cohibidos. Es para nuestra alegría, para nuestro placer y nuestra utilidad que edificamos teorías y con la misma facilidad las destruímos en cuanto comprendemos que se quieren apoderar de nuestra individualidad. Toda regla que no proporciona un mínimum de dicha tangible, es despreciable; es una opresión en cuanto no ayuda a vivir más libre y felizmente, con más intensidad.

La experienca nos demuestra que no hay una panacea que pueda convenir a todos los temperamentos y a todas las circunstancias y como el anarquismo es una filosofía de la vida esencialmente relativa, de aquí que quien la acepta no puede ser a la vez doctrinario y anarquista, sino que ante todo le conviene librarse en el mayor grado posible de la subordinación al medio para seguir sus fines individuales de reacción contra todo convencionalismo de tendencia absolutista. Tampoco cabe perseguir exclusivamente el interés económico, porque no basta haberse desligado de dios, de la moral y del qué dirán, sino que es preciso, para ser lógicos, romper toda coyunda. Por encima del interés económico, colocamos la satisfacción moral, el goce interior y hasta el placer de los sentidos. Y no hay mejor satisfacción que ésta que experimentamos al sentirnos independientes. La cuestión para nosotros no estriba en saber si el empleo del mecanismo más perfeccionado, el trabajo en común o la solidaridad nos pueden proporcionar más ventajas materiales; lo esencial es determinar si todas las novedades y adelantos nos permitirán afirmar mejor la insubordinación y la indiciplina en que se basa la autonomía personal. ¡Cuántas veces hemos tenido que romper hasta con nuestros amigos en detrimento de nuestro interés material, al comprender que al seguir haciéndoles ciertas concesiones, disminuíamos nuestra personalidad! ... Un anarquista no es un calculador y un razonador sempiterno, puesto que basándose en el hecho individual, se comprenden a la vez, mezclados, en lucha, unas veces triunfantes y otras derrotados, el instinto, la razón, la sensibilidad, la acometividad, la reflexión y tantos otros aspectos del ser activo que los experimenta sucesivamente. A nuestro alrededor vemos que todos hacen del interés económico el móvil de sus acciones y, aunque lo persiguen caóticamente, no podemos pretender imitarles bajo el pretexto de ordenar su desbarajuste que acabaría por enredarnos también. Seamos expeditivos y no embrollemos, pues no es insensato el afirmar que tendemos hacia una selección que podrá realizarse; es decir, que de un lado se clasificarán los formulistas, los doctrinarios, los mezquinos, los detallistas utilitarios, los que no han sabido o querido comprender que el anarquismo es una concepción de actualidad, una negación presente, un combate cotidiano contra todo lo que hace sombra al desarrollo de la personalidad; de otro lado se unirán los que no quieren sacrificarse al medio, conformarse a la opinión predominante cuando les es adversa. Esta separación es necesaria para evitar torcidas interpretaciones.

Por todas partes la uniformidad nos rodea; todos los vestidos obedecen a un modelo, todos siguen el ridículo de la moda y desprecian la comodidad; todas las viviendas se alinean monótonamente y presentan las mismas fachadas; todas las facciones presentan la misma máscara de insinceridad. Realizar los mismos gestos, a la misma hora, del mismo modo, tal parece ser el fin de una sociedad bien organizada, pero como no somos teóricos de la sociedad futura, preferimos resolver nuestra cuestión individual como mejor podamos, día por día, según las circunstancias. Nos repugna seguir el mismo camino que la sociedad, gris y sucio como la atmósfera de las grandes ciudades invadidas por el humo de sus fábricas tristes y enervadoras, donde es asfixiante el ambiente por la aglomeración de escuelas rutinarias, cuarteles, prisiones y edificios oficiales, con el contraste misérrimo que ofrece la habitación de los que forman la clase baja, al lado de las suntuosidades y refinamientos sibaríticos de los pudientes y privilegiados.

Pero no hace falta insistir. Dejemos a los que viven en la monotonía de la existencia, extendamos nuestro desprecio hasta los que se encasillan en un necio absolutismo, aunque se amparen en un doctrinarismo anárquico (?) y cultivemos nuestro yo (que sólo es despreciable para los tartufos y perezosos) en el pleno ambiente de la originalidad.


La actividad crítica

Eterno descontento, el anarquista criticará siempre los hechos del sufrimiento, del dolor, del miedo, los motivos, en suma, que dan lugar al drama humano; criticará en todas partes, con entusiasmo, con valor, con sinceridad, como si dependiese de él que todos los que le rodean se hagan anarquistas, sin inquietarse de las torpezas, de los errores y de las derrotas de los que le han precedido, con la esperanza, con la convicción de que el resultado obtenido mañana sea mejor que el de hoy, y apreciando en su justo valor los esfuerzos realizados en tal sentido; criticará por todos los medios, por la palabra, por los escritos y por los hechos, por su vida de refractario, por su ejemplo en los medios anarquistas individualistas sinceros, por la multiplicación de su actividad, por la práctica del verdadero compañerismo, por la creación de numerosas escuelas anarquistas o focos de enseñanza, donde se intente preparar los cerebros y los corazones para accionar, pensar y vibrar por y para sí mismos; criticará las instituciones y los hombres actuales: capitalismo, patriotismo, militarismo y parasitismo; la enseñanza pública y privada, la educación familiar, la elemental y la superior, los hechos adquiridos y las cosas juzgadas, los textos invariables, los principios inmutables, las declaraciones de los derechos del hombre y las proclamas de independencia, las ideas de frontera, de superioridad o inferioridad sociales, no basadas sobre la observación científica, las concepciones en que la sociedad basa la familia: afectación paternal, maternal, fraternal, filial, fidelidad sexual, amor, matrimonio; el culto al pasado, la inevitable evolución, el determinismo fatal, el libre albedrío inconsciente, la predestinación, el moralismo, el pietismo, la fe indemostrable, el autoritarismo, el parlamentarismo, la centralización administrativa, bien sea ministerial o simplemente sindicalista, las ideas erróneas y vulgares sobre la caridad, la solidaridad y el amor universal, el burgués de blusa o de levita, los hombres indispensables, los mesías, los redentores, el pontífice católico y el dómine anarquista, las supersticiones, las leyendas, las mogigaterias, los magistrados, los jueces, todo el engranaje autoritario, las ideas de explotación y del trabajo dignificador, la inactividad y la holganza como consecuencia de las ideas anarquistas, la urbanidad, la cortesía, la honradez, el pudor, como elementos arreglados al gusto burgués y convencional, las soluciones a priori, las necesidades de la causa, el ficticio desinterés, los sacrificios por la idea cuando no ocultan más que hipocresía o mentira grocera.

Tan pronto el anarquista se apoyará en los datos científicos como invocará la razón o el sentimiento. Ridiculizará y será irónico o bien pondrá en juego la reflexión profunda y la comparación imparcial. Abrirá, cortará, amputará, introducirá el escalpelo en la llaga social cuantas veces sea necesario.

La propaganda anarquista no criticará por monomanía o vocación; no para hacer número, discípulos, adeptos, obedientes, sino para hacer tabla rasa.

Una vez el cerebro desembarazado, libre, en marcha; la razón y el sentimiento vibrando armónicamente, corresponde a cada uno edificar su propia concepción de la vida, cumplir su personal revolución, levantar su ciudad futura individual. Que cada uno dirija su vida según sus tendencias, su temperamento, su carácter, sus aspiraciones, y que la ejercite aislado o unido a otros, amplia, intensa, felíz.

El anarquista criticará primero para librarse a sí mismo y después para los demás. Es destructor y educador, crítico e innovador. Traza su camino, un camino nuevo, y siempre a la defensiva, combate cuantos prejuicios se levantan adversos contra él. Saborea los goces de la inteligente despreocupación, pero bebe también su copa de amargura. Conoce los rodeos que conducen al punto de partida, las emboscadas, las traiciones. Sabe del hambre que atenaza las entrañas y de la hostilidad que hiela el corazón. Tiene experiencia del cariño interesado, de la protección fingida, de la hipocresía ambiente y de las sonrisas que enmascaran la insidia. A pesar de todo sigue su ruta, trabajando por puro placer, recogiendo al pasar las satisfacciones que le procura su modo de ser, sin obligación ni sanción legal. Desconocido las más de las veces, no comprendido por quienes le son más queridos, continúa entusiasta, y aunque caiga un día u otro, es evidente que los mismos que ridiculizaron su esfuerzo se ven obligados a penetrar por la brecha que él abrió.

De tal modo, proclamando bien alta la voluntad de vivir para sí mismo, su esfuerzo le ha conducido a trabajar por otro, a reproducirse, a cumplir su destino, su razón de ser un hombre sano, vigoroso, enérgico, audaz, enamorado de la vida verdadera fuera de la autoridad, un anarquista, en fin.

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