Índice de El anarquismo individualista, lo que es, vale y puede, por E. ArmadCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO PRIMERO

La sociedad actual

Cuadro de la sociedad

Un caos de seres, de hechos e ideas; una lucha desordenada, violenta y despiadada; una mentira perpétua, por la que arbitrariamente unos se elevan al pináculo y otros quedan aplastados sin piedad en los bajos fondos.

¡Cuántas imágenes que describirían la sociedad actual, si en realidad pudiera hacerse!

El pincel de los más celebrados artistas, y la pluma de los más notables escritores se quebrarían cual frágil cristal, si se empleasen en representar siquiera un eco lejano del tumulto y la refriega que produce el choque de aspiraciones, apetitos, odios y abnegaciones en que se encuentran las diversas categorías que dividen a los hombres.

¿Quién podrá explicar exactamente la interminable batalla librada entre los intereses particulares y las necesidades colectivas; entre los sentimientos del individuo y la pseudológica de la generalidad humana?

Todo lo que constituye el desbarajuste de la actual sociedad no basta aun para hacer reflexionar a las gentes y escapa fácilmente a la penetración de su conocimiento.

Una minoría que posee la facultad de hacer producir y consumir, o la posibilidad de existir a título parasitario bajo diversas y numerosas formas, y en frente una inmensa mayoría que no tiene más que sus brazos, o su cerebro, u otros órganos productivos, que se ve forzosamente obligada a alquilar, o prostituir, no solamente para procurarse lo indispensable a fin de no morir de hambre, sino también para permitir a este pequeño número privilegiado, detentador de la potencia propiedad, o valor de cambio, de vivir a costa del esfuerzo ajeno, más o menos beatíficamente.

Una masa, ricos y pobres, esclavos de prejuicios seculares hereditarios; los unos porque en estos atavismos encuentran su interés; los otros, porque sumidos en la ignorancia, no quieren salir de ella; una multitud cuyo culto es el dinero y su aspiración el hombre enriquecido; una gran mayoría embrutecida por el abuso de los excitantes o por la conducta viciosa; la plaga de degenerados de arriba y de abajo, sin aspiraciones profundas, sin otro fin que el de alcanzar una situación de goce y sociedad, para poder aplstar, si es preciso, a los amigos de ayer y elevarse sobre sus costillas.

Lo provisional, que amenaza sin cesar transformarse en definitivo, y lo definitivo, que no parece dejar de ser jamás provisional.

Vidas que mienten a sus convicciones aparentes y convicciones que sirven de trampolín a bajas ambiciones. Librepensadores que se revelan más clericales y devotos que los mismos curas y devotos que dejan entrever el más grosero materialismo.

Lo superficial, que quiere pasar por profundo, y lo profundo, que no consigue hacerse valer por serio.

Repetir que todo esto es el cuadro vivo de la sociedad es poner en evidencia una verdad que nadie osará contradecir.

Cualquiera que sepa reflexionar comprenderá perfectamente que la pintura no es exagerada, sino que más bien queda muy por debajo de la realidad.


El ansia de figurar

En nuestro tiempo, todo el mundo va enmascarado; y nadie se preocupa de ser y sí únicamente de parecer.

¡Parecer! He aquí el ideal supremo; y si tan ardiantemente se desea la buena posición o la riqueza, es porque se sabe que sólo el dinero permite figurar.

Esta manía, esta pasión, esta tendencia a la apariencia y a todo lo que la proporciona, devora al rico y al pobre; al instruído y al ignorante.

El obrero que maldice de su patrón, desea ocupar un lugar igual; el comerciante que se precia de honrado, no repara en los sucios procedimientos de su profesión, mientras le reporten ventajas; el comerciante en pequeño, miembro de los comités electorales, patriotas y nacionalistas, , se apresura a exportar sus artículos a los fabricantes extranjeros, ya que en ello ve provecho; el diputado socialista, abogado del mísero proletario, que vive amontonado en lo peor de la ciudad, veranea y descansa en un palacio, o habita en los barrios mejores de la capital, donde el aire se respira abundante y puro. El libre-pensador, todavía se casa voluntariamente por la Iglesia y bautiza a sus hijos. El religioso no osa hacer gala de sus creencias, porque es de buen tono ridiculizar la religión.

Asi pues, ¿dónde encontrar sinceridad? A todo se extiende la gangrena. La encontramos en el seno de la familia, donde frecuentemente, padres e hijos se odian y se engañan, diciendo que se aman y sobre todo haciéndolo creer; la vemos en las parejas, que mal avenidas, se traicionan, sin atreverse, no obstante, a romper los lazos que les encadenan; se apercibe en las agrupaciones, donde cada individuo busca el modo de suplantar al vecino en la estimación del presidente, del secretario o del tesorero, acechando siempre algunos, los más ambiciosos, el momento propicio para arrebatarles el puesto, cuando no puedan ya sacarles otras ventajas; abunda en los actos de abnegación, en las acciones de relumbrón, en los discursos oficiales. ¡Parecer, parecer ...! Parecer puro, desinteresado, generoso, cuando se consideran pureza, desinterés y generosidad como vanos espejismos. Moral, honrado, virtuoso, cuando la probidad, la virtud, la moralidad, son la menor preocupación de los que dicen profesarlas.

¿Dónde encontrar a alguien que escape a la corrupción, que se conforme a no figurar?

Sin embargo, no pretendemos asegurar no haya habido y haya alguno, pero si hacemos constar: son rarísimas las personas eminentemente sinceras, y afirmamos que el número de seres humanos que obran desinteresadamente es reducidísimo.

A mi me inspira más respeto el individuo que declara cínicamente querer gozar de la vida aprovechándose de otro, que el burgués liberal y filántropo, cuyos labios pronuncian palabras tan bellas como hipócritas, pues que han hecho su fortuna explotando, disimuladamente a los desgraciados.

Se nos objetará que nos dejamos llevar de nuestra indignación; que nada prueba, en principio, que nuestra cólera o nuestras invectivas no sean también una manera de figurar. ¡Atención! lo que en este libro se encontrará, son observaciones, opiniones, tesis, cuyo valor ha de determinar el lector, pues ni hacemos alarde de inflexibilidad en las páginas que siguen, ni buscamos que los demás estén totalmente conformes con nuestro punto de vista.

Hemos constatado, notado, concluido, no siempre a título personal y bajo tada reserva. Nuestro objeto es hacer reflexionar a los que nos lean, sin perjuicio de admitir o rechazar lo que no cuadre con sus propias concepciones.


Complejidad del problema humano

No vamos a tratar esta cuestión desde muy alto, o bajo un punto de vista metafísico; sabemos que es preciso descender al terreno de las realidades concretas. Y la realidad es ésta:

La sociedad actual es el resultado de un largo proceso histórico, en sus principios tal vez, y la humanidad esn sus dfiferentes etapas evolutivas va simplemente buscando o preparando sus vías; ella tantea, tropieza, pierde su camino, vuelve a encontrarlo, progresa, retrocede; es a veces sacudida hasta su base, por ciertas crisis, arrastrada, lanzada sobre la ruta de sus destinos, para acortar en seguida su marcha o seguirla acompasadamente. Arañando un poco el pulimento, el barniz, la superficie de las civilizaciones contemporáneas, quedan al descubierto los balbuceos, las niñerias y supersticiones de los antepasados. ¿Quién negará esto? Por nuestra parte convenimos en que todo esto contribuye a hacer el problema humano singulamente complejo.


Las dos actitudes

Se nos argumentará, sin duda, que es locura buscar y establecer la responsabilidad del individuo, puesto que si éste queda absorvido por el medio ambiente, si sus gestos y sus pensamientos reflejan los de su convivencia, si forzosamente en todos los grados de la escala social la aspiración es parecer y no ser, la falta corresponde al plano actual de la evolución general y no al individuo miembro de la sociedad, átomo minúsculo perdido en un formidable conglomerado.

Replicamos, que si es cierto el espíritu que razona y considera a los hombres y a la sociedad en general, encuentra una barrera casi infranqueable a la vida libre, independiente, individual, en la que todas las actividades tuviesen una real y natural expansión, no por eso deja de desear la desaparición de las causas que le esclavizan a los actuales artificios en que forzosamente se desenvuelve.

De dos caminos uno: o curvearse ante las circunstancias y asistir cobarde y pasivamente a los acontecimientos, creyendo que esperando mejor, todo es aceptable en nuestra sociedad, o bien, sin optimismo exagerado, desviarse un poco de la corriente para sondear y preguntarse la verdadera causa del propio malestar.


A quienes va dirigido este libro

Exponemos francamente que no escribimos para la sociedad en general, sino para los reflexivos o para los capaces de reflexionar, para los curiosos, para los críticos, para los insatisfechos, para todos, en suma, los que no se conforman con los formulismos y las soluciones actuales.

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