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CAPÍTULO XX
El anarquista individualista y la sociedad futura
Crítica o demolición, educación o cultura, nada positivo; actividad enteramente negativa. Nos parece oir resumir así las objeciones del lector que nos ha seguido hasta aquí, formulando una última pregunta: Vosotros, anarquistas, ¿no albergáis alguna concepción, aunque lejana, de una sociedad anarquista, de un mundo basado en la libertad, de un futuro que no conozca la dominación, la especulación y la explotación?
Personalmente no nos gusta conjeturar sobre la sociedad futura. No solamente es ésta una idea que ha sido explotada como la del Paraiso lo es por el sacerdocio, sino que además tienen ambas en común la influencia soporífica que ejercen sobre los fieles que escuchan sus maravillosas descripciones, haciendo olvidar la opresión, la tiranía, la presente servidumbre, debilitando la energía, castrando la iniciativa.
¿Qué pruebas podemos alegar en pro de la realización de una sociedad futura? A título de fantasía literaria, un anarquista individualista dotado de imaginación podría describir una hipótesis en tal sentido, pero ¿cómo tal visión imaginativa podría adaptarse a la mentalidad o a la voluntad general? Para que la sociedad se transforme en realidad, seria preciso que las especies en vía de degeneración, las categorías dirigentes y las dirigidas desapareciesen del globo, y esto no puede llegar al dominio de las probabilidades. Y puesto que los anarquistas exigen vivir en el presente, no podemos crearnos el derecho de adormecerles con los acentos de una música melodiosa y dulce y orientarles hacia una concepción determinada de una sociedad anarquista. Solamente el estado de los conocimientos, o el nivel de las mentalidades podrán dictar en un momento dado, los fundamentos de una transformación o nuevo régimen.
Todos lo que puede hacer el anarquista individualista es situarse en estado de legítima defensa enfrente del ambiente social, que admite, perpetúa, sanciona y facilita la subordinación al medio del individuo, colocando a este en estado de manifiesta inferioridad, puesto que no puede tratar con el conjunto de igual a igual, de potencia a potencia; la obligacion en cualquier dominio de la ayuda mutua, de la solidaridad, de la asociación; la prohibición de la posesión individual e inalienable del medio de producción y de la disposición absoluta del producto; la explotación, que hace que unos trabajen por cuenta y beneficio de otros; el acaparamiento individual y colectivo, o sea la posibilidad de poseer mucho más de lo necesario y aún de lo superfluo a la vida normal; el monopolio del Estado y de cualquier forma ejecutiva que le reemplace, es decir, su intervención centralizadora, administrativa, directriz, organizadora de las relaciones entre los individuos bajo cualquier forma social; el préstamo interesado, la usura, el agio, el valor del cambio monetario, la herencia y, en fin, todas las infamias descaradas o encubiertas en que los seres humanos se debaten y se aniquilan.
Ahora bien: ¿cómo podrá afirmarse que aún desapareciendo todos los impedimentos enumerados, el anarquista se acomodaría a un nuevo estado de cosas, en el que siempre habría incógnitas y conjeturas?
No debemos insistir sobre este extremo; ya hemos dicho bastante para resumir nuestro pensamiento, que abarca todas las modalidades de la suprema aspiración ideológica y que no es otra en esencia que la elevación constante de la personalidad, reaccionando contra todos los obstáculos que se oponen a la vida y a la reproducción del individualismo anarquista.
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