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CAPÍTULO II
Los reformadores de la sociedad
El dolor universal.
Son raros los que de un tranquilo optimismo procloaman que la sociedad es perfecta. Todo el mundo se queja de su suerte, hasta los más privilegiados, y sin examinar el grado de sinceridad que haya en las lamentaciones de cada uno, lo cierto es que el dolor universal está bien patente. Por eso los reformadores sociales forman legión, pero podemos abarcarlos en tres grandes divisiones.
Los reformadores religiosos y sus ideas
Es antigua la historia de éstos; su obra y sus pretensiones no tienen ya gran importancia; pues ante la claridad de libre exámen y de la investigación científica, los dogmas se ocultan, huyen avergonzados a las tinieblas del pasado, como murciélagos que, sorprendidos por una intensa luz, volviesen ala sombra de las cavernas. Sus proyectos no presentan más que un interés retrospectivo. Sus fantasías tuvieron valor en los tiempos no muy lejanos en que los hombres, hasta los mejor dotados, temerosos ante los fenómenos mal explicados o ante los incidentes fortuitos de la existencia, buscaban un recurso, un apoyo, una satisfacción a su ignorancia en una intervención extra-humana. Y así, los reformadores religiosos fundamentan todos sus argumentos en la voluntad divina o en la revelación de la misma. La criatura es un juguete en manos del creador, el gran drama de la evolución, la historia de las agrupaciones humanas, la desigualdad de nacimiento y aptitudes, la influencia de los poderosos y de los arroganrtes sobre el resto de los hombres, todo proviene de los altos designios y es la expresión tangible de la divinidad.
¡Hágase su voluntad! He aquí la última palabra de las alamas más espirituales, las más profundamente religiosas, aunque esa supuesta voluntad implique anulación personal, aceptación pasiva de todo lo que ahoga la expansión y el crecimiento de la vida individual.
Los reformadores religiosos nunca han conseguido más que dos resultados: o, so pretexto de reformas, hundir a sus discípulos en un abismo de resignación y de atrofia más profundo que del que pretendían sacarles, o bien, si han dado pruebas de alguna sinceridad, impulsar a sus partidarios a que les aventajen, es decir, a que lleguen a ser más que modificadores de las formas religiosas, verdadderos críticos de la misma base de la religión. Tal fue el caso de la Reforma, que llegó más lejos de lo que realmente querían sus iniciadores, o sea: a los librepensadores del siglo XVIII primero, a la difusión del espíritu crítico contemporáneo enseguida y al anarquismo por fin, que se puede considerar como el punto culminante, normal y lógico de la evolución del librepensamiento.
¿Qué reformas, qué transformaciones nos han propuesto los reformadores religiosos? Generalmente, el retorno a una concepción religiosa ya abandonada o desfigurada, corrompida o entibiada. ¿Qué ideales han presentado? Una divinidad única o dividida, un panteón de dioses o semidioses dotados o afligidos de todos los atributos, de todas las cualidades, de todos los defectos, , de todas las necedades con quer los mortales se desnatuiralizan. Escandinavos o semitas, hindús, católicos,, etc., todos llegan al mismo extremo: al de los dioses accionando como hombres, para que éstos lleguen a ser dioses a su vez. este es el mayor afán de los reformadores religiosos: que el hombre se haga semejante a Dios, anulándose en su gracia, si no en este bajo mundo, a lo menos en el supuesto después de la muerte, donde la criatura elegida contemplará cara a cara al Creador, donde el alma se complacerá en eternas beatitudes, donde el espíritu volverá al Espíritu. Poco importa que este lugar de delicias eternas varie según las razas o los climas, que se llame Paraiso, campos-Elíseos, Walhalla o Nirvana. El resultado siempre será el mismo, o sea el de afirmar más y más la resignación de la vida.
Ser nos objetará que somos demasiado exclusivos, que tratamos desconsideradamente la elevaciópn de los metafísicos teólogos y el gran misterio en que radican las religiones, la lucha entre el bien y el mal, lo bello y lo feo, lo grande y lo vil, lo puro y lo impuro. Las religiones hablaron el lenguaje de su tiempo, se nos replica, pero su última visión era el triunfo de lo justo y de lo bueno, que simbolizaban con efiges exaltadoras de la imaginación. No negaremos la importancia de las religiones en la historia del desenvolvimiento humano, porque es una face por la que debió pasar, pero sí haremos constar que los sacerdotes aclaman siempre el triunfo del dogma sobre el libre examen,l el del tirano sobre el del rebelde; y, sin embargo, es Prometeo quien tiene razón contra Jupiter, y Satán contra Jehová. Todo el esplendor de la teología, bien examinado, no es más que pura casuística. Si fuera cierto que las sutilezas religiosas hubiesen alcanzado el grado de elevación que se pretende, no quedaría mas que una conclusión: el sentimiento de saber que inteligencias bien dotadas se hayan dedicado a tales galimatías. Finalmente, nadie pretende negar el desinterés, la sinceridad, el puro entusiasmo de algunos reformadores religiosos, cuyas ideas no alcanzaron a traspasar las concepciones dominantes. estos tienen derecho a nuestra apreciación y nada más.
En resumen, los reformadores religiosos tienen:
a) Como ideal humano, el creyente a quien se educa en la fe, que sirve de freno para que jamás traspase ciertos límites y no ose gustar el fruto del árbol del bien y del mal, pues siendo un timorato rehuirá encontrarse de frente con un hecho que atente contra esa virtud indemostrable.
b) Como ideal supremo, Dios, entidad ficticia, científicamente indemostrable y producción imaginativa.
c) Como ideal social, el reino de Dios sobre la Tierra, compuesto de sacerdotes encargados de explicar y comentar la voluntad divina y creyentes obligados a obedecerla.
Los reformadores legales
Si los que proponen una reforma religiosa de la sociedad, van perdiendo irremisiblemente su prestigio y su influencia sugestiva, no sucede lo mismo con los reformadores legislatarios, que no conciben la sociedad sino regida por reglamentos, códigos y ordenanzas, designados por una abstracción, que es: la ley. Estos admiten que la sociedad actual no es perfecta, pero que puede ser perfectible en graduación eminente e infinita. Hacen depender los defectos sociales precisamente de las leyes insuficiente o injustamente aplicadas y creen que si éstas fuesen modificadas en un sentido más generosos, equitable y humano, también la sociedad se transformaría y sería cada vez más soportable y agradable la convivencia.
De dónde emana la ley
La ley puede emanar teóricamente de un solo monarca autócrata, pero en realidad, aún en los regímenes más absolutistas, las leyes en vigor representan los intereses o las concepciones de la camarilla que rodea al trono o de los partidarios de la dinastía reinante. Bien que los privilegiados influeyentes del Estado sean sacerdotes, como en las antiguas teocracias, en las que la ley tenía fundamentos místicos, o bien sean aristócratas y oligarcas, como en las Repúblicas italianas de la Edad Media, lo cierto es que la ley siempre ha sido destinada a concentrar en algunas manos la gestión gubernamental, a conservar la dominación política y económica de unos cuantos ambiciosos, cuya obra consiste en hacer admitir por revelación divina o por razón de Estado la necesidad de continuar la autoridad.
Las democracias pretenden que la ley por ellas mantenida es la expresión de la soberanía popular, e igual dicen las monarquías constitucionales y las Repúblicas. Pero bien se ve el engaño, pues dada la educación de las masas en nuestras colectividades contemporáneas, éstas no pueden reflejar sino las ideas y los intereses de las clases dirigentes de la burguesía.
La ley en la práctica
He aquí cómo se resume: siendo admitidos ciertos principios cívicos, morales, económicos, etc., que rigen a las sociedades, se trata de formular una regla de aplicación que determine las circunstancias en que el ciudadano afianza o atenta a dichos principios. Sea, por ejemplo, el principio de propiedad, piedra angular del derecho civil. la ley en él consistira no sólo en confirmar los derechos de los poseedores, sino en protegerlos contra todo ataque; determinará las condiciones en que la propiedad se adquiere, se pierde y se trasmite; las infracciones y castigos, o la significación jurídica de los hechos calificados de violencia, estafa, fraude, dolo. No irá más allá; no se ocupará de saber si es justo o no que la propiedad o el capital esté concentrado en unos cuantos y si de este acaparamiento no nace precisamente toda la materia penable.
Veamos otro ejemplo: las leyes cocnstitucionales decretan el disfrute de lo que se denominan derechos civiles y políticos en la mayoría de edad, pero no se preocupan de la capacidad moral del ciudadano, que desde ese momento puede ya elegir a los legisladores, ejerciendo el sufragio, aunque no posea la más ligera noción de la gestión gubernamental. Puede ser un pícaro, un cobarde, un hipócrita, un alcohólico, poseer las ideas más retrógradas, las más perversas, ser analfabeto o ignorante ... la ley se desentiende en absoluto.
Consideremos el matrimonio, que juega un importante papel en el derecho actual. Por él, dos seres se unen para toda la vida donde no existe el divorcio y, siendo éste vigente, por un periodo más o menos largo. Pues bien, siempre resultará que el marido ejercerá una autoridad de la que la mujer raramente puede librarse. La lye no se inquietará por saber si es una unión de amor o un desposorio de conveniencias, un acoplamiento arreglado por familias más atentas a los intereses que a los afectos. No indagará si hay engaño, disimulo de carácter y temperamento; si los que van al tálamo nupcial pueden cumplir sus naturales funciones; si, en fin, les guía la inspiración de una profunda y mutua simpatía o bien se dejan arrastrar por un entrenamiento sensual y pasajero. Una vez más la ley es inflexible y ciega. Se limita a decretar, pero no quiere discurrir sobre sus designios.
Un criminal, por un delito cualquiera, comparece ante el tribunal. mecánicamente, un juez, generalmente de origen y educación burguesa, le infligirá la pena prescrita por el Código. Solamente, en algunos casos, y gracias al juego de las circunstancias atenuantes, arbitrariamente y con frecuencia erróneamente aplicadas, disminuirá el castigo. Embutido en su lujosa toga, el defensor de la sociedad y de la ley no inquirirá la educación, las influencias hereditarias, las peripecias de la vida del acusado; no se preguntará sí, antes de caer en las mallas legales el delincuente, resistió a muchas tentaciones, ni si la misma sociedad fue quien le impulsó al delito imputado. La ley condenará. Tal es su misión.
El buen ciudadano
Nuestra aglomeración de hombres -dicen los legatarios- no puede subsistir sin leyes escritas, regulando los deberes y los derechos de cada uno, fijando las infracciones, determinando los castigos. A las leyes, a la ley, expresión ideal, el ciudadano debe obedecer como el creyente religioso obedece a la divinidad. A los comentadores de la ley debe la misma respetuosa deferencia que los fieles a los intérpretes de la voluntad divina. Se reconoce, pues, al ciudadano modelo por la conformidad de sus actos externos con la ley, estando siempre dispuesto a sacrificar estúpidamente por ella su independencia, sus aspiraciones personales las más legítimas y hasta sus afecciones. Dura lex, sed lex.
Aspiración legalitaria
a) Un ideal humano: el perfecto ciudadano, el ser que obedece la ley. Por eso la educación que el Estado dispensa con gran premeditación, está exclusivamente saturada de respeto hacia los hechos, los gestos y los hombres que consagran, protegen y perpetúan las cosas reconocidas y fundadas en la ley.
b Un ideal moral: la ley, una abstracción esencialmente restrictiva de las necesidades y aspiraciones humanas.
c) Un ideal social: el Estado, una sociedad en que las relaciones humanas se conciben y realizan exclusivamente en los límites establecidos por la ley o por el hecho legal.
Los reformadores económicos
En oposición aparente con las teorías de los reformadores religiosos y legatarios, con el fin evidente de suplantarlas, se levantan estos últimos poderosos, que fundan la vida de las aglomeraciones humanas en el arreglo de la producción, de la distribución y del consumo de las subsistencias. Son los socialistas.
Orígenes del socialismo
Aunque al socialismo colectivista, científico, se atribuye orígenes recientes, y el comunismo, que es un matíz de aquél, no quiera remontarse más allá de principios del siglo XIX, es indudable que las diferentes escuelas socialistas cuentan numerosos precursores, sobre todo entre las sectas cristianas de la Edad Media. En Francia, en Alemania, en los Países Bajos han abundado los socialistas o comunistas que pretendían extraer de las ideas evangélicas sus teorías de igualdad económica, de comunismo en la riqueza colectiva. Los episodios históricos son una prueba suficiente, aunque nos lleguen bajo una forma legendaria, truncada o desfigurada por la malignidad de los cronistas contemporáneos. Además, los anales judiciales también nos enseñan algo y, a pesar de la parcialidad de su jerga jurídica, calificando de malhechores o de poseídos del demonio a esos precursores condenados a muerte, es fácil adivinar la verdad, ya que no reestablecerla rigurósamente.
Por otra parte, la idea de igualdad económica ha persistido siempre latente entre los cristianos heterodoxos; es una tradición que parece remontarse a la aglomeración judeo-cristiana de Jerusalén que, al día siguiente de la desaparición de Jesús de Nazareth, se constituyó en agrupación colectivista voluntaria. El socialismo y el cristianismo preconizan el amor entre los hombres para que todos puedan gozar del banquete de la vida sin otro esfuerzo que su adhesión exterior al programa o al credo. Así, puede afirmarse que la forma científica del colectivismo o del comunismo contemporáneo, no es más que una adaptación, bajo otra terminología, del cristianismo, y sobre todo del catolicismo. El socialismo es la religión del hecho económico.
El hecho económico
Bajo su forma actual, el socialismo se afirma y pretende probar que el problema humano consiste únicamente en una dificultad de orden económico. El hombre en sí no le interesa, sino en su doble función de productor y consumidor y la sociedad funcionaría perfectamente desde el momento que los socialistas pudieran organizar el trabajo y repartir los productos.
Numerosos son los medios propuestos para llegar a este resultado, según las épocas y las razas, pero para explayar más la idea que acabamos de iniciar, añadiremos que el socialismo y el catolicismo agrupan todos los temperamentos, caracteres y mentalidades imaginables bajo un lazo puramente exterior. Los socialistas afirman de un modo infantil que si dispusieran del poder necesario para administrar la sociedad, de grado o por fuerza aplicarían sus doctrinas.
A la hipótesis socialista, que hace depender todos los detalles humanos del hecho económico, objetaremos que, sin olvidar un sólo instante tan trascendental facor, que implica el principal problema de sustentación, no podemos, sin embargo, atribuirle todos los sucesos históricos que, según las circunstancias, han tenido tan pronto un orígen político como un motivo religioso o un móvil económico, y eso sin tener en cuenta las influencias climatéricas. El ejemplo del error de la metafísica socialista lo tenemos precisamente en que periodos de la filosofía, las artes y la literatura indican de un modo preciso el poder determinante de la religión.
Diferentes tendencias socialistas
A pesar de un antagonismo aparente, los medios propuestos para conquistar el poder se completan. Entre los socialistas, los unos quieren la violencia revolucionaria para ampararse de la administración social y los otros el boletín de voto para llegar más rápidamente a la conquista de los poderes públicos. En Francia y en los países latinos, el socialismo se proclama materialista y es ateo y sensualista violentamente. Hay que exceptuar el movimiento francamente cristiano social o protestante. En Alemania es monista y haeckeliano. En los países anglo-sajones congenia con el cristianismo y no es raro ver alguno de sus prohombres predicar el sermón del domingo en algún templo independiente. En Francia fraterniza con los antimilitaristas y los sindicalistas ácratas. En Alemania es jerárquico y huye de los anarquistas como de la peste.
Votos y hombres
En todas partes, en tiempo de elecciones, y para no asustar al pacífico ciudadano que ejerce sus derechos, el candidato socialista sabe adaptarse, cambiar la casaca de antimilitarista por la del pacifismo y hacer el caldo gordo a los capitalistas de la circunscripción. También el catolicismo tiene sus confesores de inflexible autoridad y otros de manga ancha que se prestan a maravilla para absolver los dulces pecados de las mundanas.
Todo esto es lógico, pues lo que importa es la organización, la producción y la repartición, que es cuestión de cifras, bien por los procedimientos de los socialistas revolucionarios y antiparlamentarios o bien por la saturación lenta y progresiva de las masas, según la aspiración de los oportunistas. El socialismo es bueno para todos. Ninguna importancia se da a los sentimientos religiosos y patrióticos ni al mantenimiento de los prejuicios privados. Cuanto mayor sea el número de los socialistas, más cerca estará su gran ciudad, no sin haber atravesado antes todas las fases del progreso y retroceso inseparables de un movimiento de vastas colectividades. No se tiene en cuenta el valor personal, la mentalidad. En tiempo de escrutinio tanto vale el boletín de un alcohólico como el de un genio. Además, los impacientes del socialismo nada deben reclamar, puesto que su minoría ya tiene también sus representantes en las juntas del partido.
Importancia del socialismo
Sería pueril negar la influencia que éste ha alcanzado, suscitando en el fondo del proletariado y en muchas almas generosas parecido entusiasmo y esperanzas que el cristianismo levantó entre los esclavos del imperio romano. En los tiempos de superstición, mientras el prestigio de los dioses se debilitaba, el cristianismo proclamó por la boca de sus apóstoles, en principio ardientes y desinteresados, que delante de Dios, creador de cielos y tierra, todos los hombres eran iguales, halagando así la ilusión de los desherados.
En nuestros días, que a medida que la instrucción se extiende más disminuye el respeto al pasado, el cristianismo está en quiebra y el socialismo se preocupa de las necesidades inmediatas, reduciendo la cuestión social a una cuestión de alimentación, mayerfrage (expresión del socialismo alemán en el tiempo en que fue escrito este libro. Nota de Chantal López y Omar Cortés).
En una sociedad donde incesantemente se afirman nuevas necesidades, a veces artificiales, pero que reclaman satisfacción, no es extraño que el socialismo halle eco, tanto más que para propagarlo y comentarlo no le ha faltado ni talento ni abnegación.
Doctrina del socialismo
Se resume así:
a) Un ideal humano: el perfecto productor y consumidor, cuya vida integral consistiría en adaptarse a una organización de la actividad productiz que le permitiese asegurar la satisfacción de sus necesidades materiales. la enseñanza socialista tiende a relacionar con el hecho económico todos los aspectos del desarrollo de las sociedades humanas, incluso el ético.
b) Un ideal moral: el derecho para todos a la subsistencia, con la desaparición de los diversos matices de la desigualdad, fruto del capitalismo, y la abolición de la propiedad, fruto de la explotación. Todo esto con variedades, según las diversa escuelas.
c) Un ideal social: el Estado colectivista, o la sociedad comunista, en que las relaciones humanas estuviesen determinadas por la reglamentación matemática o científica de la vida individual. Quedaría desterrada la competencia económica y la lucha por la vida.
Sindicalismo
Bajo este nombre se manifiesta una actividad revolucionaria, hostil a la acción parlamentaria y política, esforzándose principalmente en agrupar a los proletarios en sindicatos profesionales y de mantener en el mundo obrero una continua agitación. Los medios preconizados por el sindicalismo consisten en presentar a la clase patronal reivindicaciones siempre crecientes, aumento de salarios, reducción de horas de trabajo, etc., etc., y en empujar a la huelga en caso negativo, de modo a infligir pérdidas más o menos considerables a los capitalistas, que ven así inactivos sus elementos de explotación. El sindicalismo avanzado, adopta el sabotaje, la acción directa, el antimilitarismo y, como hijo que es del socialismo, fija la base de su concepción social en el hecho económico. Su éxito ha sido grande entre los elementos obreros revolucionarios, porque se puede decir que es el acicate de su mejoramiento.
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