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CAPÍTULO VIII
Voluntad de vivir y voluntad de reproducirse
Concepto de la lucha por la vida
El anarquista individualista no solamente quiere vivir, sino también reproducirse. No es sólo individualista en el sentido real y profundo del término, es, además, propagandista.
Ya hemos dicho que la aparición de una reacción en un medio vital constituye la innegable manifestación de una nueva actividad, que implica la voluntad de vivir, propia del instinto de conservación porque luchan todos los seres. Un organismo que no se afirmase en este sentido podría ser considerado justamente como degenerado, enfermo o anormal.
Cuanto más se remonta la escala, de la organización vital, más compleja se manifiesta la energía de persistir.
En los humanos se demuestra bajo una diversidad de formas cuyos detalles varian en relación con las razas y aún con los individuos, según el nivel que haya alcanzado el desarrollo de su mentalidad en la lucha por la vida.
Manifestaciones de la voluntad de reproducirse
Los organismos vivos, sanos, aspiran a perpetuar o conservar su especie, pues de lo contrario caerían en las mismas anormalidades de los que no quisieran vivir. No buscaremos razones profundas que valoren esta tesis, propia de un estudio biológico, sino que diremos que esta es una de las tendencias cósmicas, fundamentales, cuya repetición y repercusión no son todavía explicadas integralmente y que sin embargo se sitúan entre los fundamentos de la realidad.
El individualista, o el ser que no vive más que para sí mismo, es un error; no existe normalmente, ni en las especies peor dotadas. Entre los hombres, los individualistas más notables han buscado propagar sus ideas, asegurándose una posteridad intelectual, que equivale a la voluntad de reproducirse. Y entre los dotados de una actividad cerebral pronunciada, doblemente se deja sentir esta necesidad, a veces con más fuerza espiritual que fisiológica. Lo mismo que las condiciones de nuestra naturaleza rodean de voluptuosidad, de satisfacción nerviosa irreflexiva el acto sexual de reproducción, acompañan también de goces cerebrales la trasmisión intelectual. Hay absoluta analogía. Los términos de que nos servimos, intelectual, cerebral, genésico, sexual, son imágenes, ilustraciones, balbuceos, planos, aspectos de una misma razón de ser, de una misma complexión, cuyas divergencias provienen del ángulo en que nos coloquemos para considerarlas separadamente.
Las lágrimas del hombre de ciencia incomprendido, las lamentaciones del artista ignorado, los suspiros del escritor obscuro, las inquietudes del propagandista abandonado. Orgullo, ambición, en fin, no son más que afirmaciones reproductivas, temores de no poder sobrevivir en otros seres.
La propaganda anarquista individualista
Esta es la manifestación terminante del deseo normal de reflejarse en otro, de dejar una descendencia que nos continúe o nos complete moral o intelectualmente, de rodearnos de un ambiente de vibraciones simpáticas a nuestras aspiraciones y tendencias. Es la resultante lógica de nuestra función de seres sociales.
Generalmente se ignora el por qué y el cómo de nuestra propaganda y las razones que nos determinan a dirigirnos indistintamente a todos.
En principio no podemos entrever en un porvenir indefinido una humanidad perfecta, llegada a la absoluta justicia por la equivalencia de todas las conciencias. Nada nos sería más horrible que esta uniformidad. La variedad en las experiencias individuales desaparecería en un medio en que todos sus componentes se repitiesen moralmente.
No diremos tampoco que todos son aptos para vivir sin leyes escritas. Queremos afirmar que la disposición a una vida libre no es exclusivamente el privilegio de las clases cultas, como algunos aseguran. Si éstas prescinden de la ley escrita para solventar sus diferencias, aunque la crónica de los tribunales dice lo contrario, en cambio no dudan en recurrir a ella contra los que no son de su partido. Creemos que en la masa dormitan numerosas ignorantes individualidades, capaces de adaptarse a una existencia libertada de la impedimenta de las convenciones y prejuicios sociales, individualidades que es preciso despertar por el verbo o por la pluma para que ellas mismas se rebelen a su propia conciencia.
Publicamos periodicos, manifiestos, folletos, organizamos conferencias, precisamente para seleccionar individualidades. Esta selección descubre anarquistas que se ignoraban, gentes catalogadas en la común incultura y que, sin embargo, se manifiestan capaces de saber prescindir de los códigos y de los jueces. Y mejor que no lo hacen las tildadas de cultas, porque no es la cuestión económica su exclusiva preocupación, sino que consideran la libertad en un plano superior al bienestar material.
El anarquismo individualista es para todos los que se han hecho anarquistas, a causa de su temperamento, de sus conclusiones, o de su concepción de la vida. De consiguiente, los inadaptados al anarquismo se desencaminan de la verdadera interpretación de las ideas y pasan a otros campos más asequibles. Los adaptados permanecen íntegros. Pero adaptado en concepto anarquista, significa inadaptado social o refractario al hecho de que la autoridad es útil o indispensable, no sólo al buen acuerdo general sino a los mismos que la repudian.
Nuestra propaganda busca, en definitiva, a los seres que forzados a vivir en sociedad, no se sienten ligados a ella ni por la más ligera fibra del corazón, ni por célula alguna del cerebro.
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