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Capítulo 8
Consecuencias de la perversión del arte: empobrecimiento del campo artístico
La falta de fe de las clases superiores ha hecho que en vez de un arte que tendiera a transmitir los más altos sentimientos de la humanidad, es decir, aquellos, que dimanan de una concepción religiosa de la vida, tengamos un arte que sólo tiende a producir mayor suma de placeres a una clase determinada de la sociedad. De todo el inmenso dominio del arte, sólo ha sido cultivada la parte que produce placer a dicha clase.
Hecha abstracción de los efectos morales que ha producido en la sociedad europea tal perversión de la noción del arte, esta perversión ha debilitado el arte mismo, y casi lo ha destruído. Como primer resultado, ha hecho que el arte, tomando por objeto el placer, se haya privado de asuntos infinitamente variados que podrían darle las concepciones religiosas de la vida. Luego, dirigiéndose sólo a un pequeño círculo, ha perdido el arte la belleza de la forma, y se ha convertido en afectado y oscuro. Su tercero y principal resultado, ha sido que el arte ha dejado de ser espontáneo y sincero para convertirse en artificioso y falso.
El primero de estos tres resultados surgió tan pronto como el arte se apoderó de las nociones religiosas. El mérito de los asuntos, en toda obra de arte, depende de su novedad. Una obra de arte no vale nada si no trasmite a la humanidad nuevos sentimientos. Así como en el orden de los pensamientos, no tiene valor aquel que no es nuevo y se limita a repetir lo que ya se sabe; así una obra de arte no tiene valor sino cuando lleva al torrente de la vida humana un sentimiento nuevo, grande o pequeño. El arte se privó del manantial que podían producir esos sentimientos nuevos el día en que empezó a estimar los sentimientos, no por la concepción religiosa que expresaban, sino por el grado de placer que producían. Nada hay, en efecto, más invariable y constante que los sentimientos que derivan de la conciencia religiosa en distintas épocas.
No podría suceder de otro modo: el placer del hombre tiene sus límites fijados por la naturaleza, el movimiento progresivo de la humanidad no tiene límites. Cada paso que la humanidad da hacia adelante hace que los hombres experimenten sentimientos nuevos, entendiendo aquí por progreso cada nuevo desarrollo de la conciencia religiosa. Sólo de esta conciencia pueden brotar emociones frescas y nunca sentidas. De la conciencia religiosa de los griegos surgieron los sentimientos tan nuevos, importantes y varios hasta lo infinito que expresan Homero y los grandes trágicos. Lo mismo ocurre con los judios, que llegaron a la concepción de un Dios único: de tal concepción dimanaron nuevas e importantes, las emociones expresadas por los profetas. Así sucedió con los poetas de la Edad Media: igual sucedería entre los hombres actuales que volvieran a la concepción religiosa del verdadero cristianismo.
Infinita es la variedad de sentimientos nuevos que tienen su raíz en las concepciones religiosas, y esos sentimientos serán siempre nuevos, porque las concepciones religiosas son siempre la primera indicación de lo que va a realizarse, es decir, de una nueva relación del hombre con el ambiente que le rodea. Pero los sentimientos que dimanan del afán de buscar el placer, no sólo son limitados, sino que han sido comprobados y expresados y repetidos hace mucho tiempo. De esto resulta que la falta de las clases superiores ha condenado al arte de ellas a nutrirse con un alimento asaz mezquino y el más pobre de todos.
Este empobrecimiento de las fuentes de inspiraclón artística se ha acentuado porque al dejar de ser religioso cesó también de ser popular el arte, restringiendo así la serie de sentimientos que podía transmitir. La serie de sentimientos experimentados por los poderosos y los ricos que no tienen siquiera noción del papel que desempeña eI trabajo de la vida, es mucho más pobre, limitada e insignificante que la serie de sentimientos naturales del hombre que trabaja. Ya sé que en nuestros círculos intelectuales predomina la opinión contraria. Recuerdo que Gontcharof, el novelista, hombre instruído e Inteligente, pero ciudadano hasta el tuétano, me explicaba un día que nada podía decirse ya de la vida de las clases bajas, después de lo escrito por Turguenef. Según él, no había lugar a duda. La vida de los obreros le parecía una cosa tan miserable, que los relatos de la vida del campo, de Turgenef, habían agotado la materia. Por lo contrario, la vida de los ricos, con su galantería y su eterno descontento, le parecían una fuente inagotable. Un hombre de mundo besaba la mano a su querida, otro le besaba el hombro, otro la nuca. Algunos sentíanse descontentos a fuerza de holganza, otros porque comprendían que no inspiraban amor. Gontcharof tenía la convicción de que esta esfera ofrecía al artista una variedad infinita de asuntos. ¡Cuántas gentes son de su opinión! ¡Cuántos, como él, piensan que la vida de los obreros no tiene interés para el artista, y que nuestra vida de holganza ha de despertar en cambio mucho interés! La vida del obrero, con la infinita variedad de formas de trabajo y de los peligros que lo acompañan, las emigraciones de ese obrero, sus relaciones con patronos, capataces y compañeros, con los hombres de otras religiones y otras nacionalidades, sus luchas contra la naturaleza y eI mundo animal, sus ocupaciones en el bosque y en la estepa, el campo y los jardines, sus relaciones con su mujer y sus hijos, sus placeres y sus trabajos, todo esto, para nosotros que ignoramos esas diversas emociones y que carecemos de concepción religiosa, debe ser monótono en comparación de los mezquinos cuidados y alegrías de nuestra vida, vida que no es de trabajo y producción, sino de consumo y de destrucción de lo que los otros produjeron en beneficio nuestro. Imaginamos que los sentimientos experimentados por las personas de nuestro tiempo y de nuestra clase son muy importantes y variados, pero en realidad no es así, y puede asegurarse que todos los sentimientos de nuestra clase se reducen a tres, muy sencillos y de mediana importancta: 1º, el sentimiento de la variedad, al que se unen la ambición y el desprecio de los demás; 2º, el sentimiento del deseo sexual. que se manifiesta en formas diversas, desde la galantería divinizada por los poetas hasta la sensualidad más grosera e innoble; 3º, el sentimiento de asco hacia la vida. Estos tres sentimientos, con sus derivados, forman casi la única materia de arte de las clases ricas.
Primeramente, al comienzo de la separación de este arte nuevo, (consagrado al placer), del arte del pueblo, vemos predominar en aquél el sentimiento de la vanidad, de la ambición y del desprecio de los demás. En la época del Renacimiento y mucho tiempo después el objeto principal de las obras de arte es el elogio de los poderosos, Papas, Reyes y duques; en su honor se escriben odas y madrigales, se les exalta en cantatas e himnos, se pinta su retrato o se esculpe su estatua. Más tarde, el elemento del deseo sexual penetra más y más en el arte; se convierte casi en un elemento esencial de todos los productos artísticos de las clases rIcas y en particular de las novelas, cuentos y poemas. Desde Bocaccio a Marcelo Prévost, todos los cuentos, poemas y novelas expresan el sentimiento del amor sexual en sus diversas formas. El adulterio es el tema favorito, por no decir el único tema de todas las novelas. En una representación teatral, es condición indispensable que, bajo un pretexto cualquiera, muchas mujeres aparezcan en escena con el busto y los miembros desnudos. Operas y canciones, todo está consagrado a la idealización de la lujuria. La gran mayoría de los cuadros de pintores franceses representan el desnudo femenino. En la nueva literatura francesa apenas si hay una página en que no aparezca la palabra desnudo.
Cierto autor, Remy de Gourmont, consigue que le impriman sus obras y pasa por tener talento. Para formarme idea de los nuevos escritores, he leído su novela, Les Chevaux de Dioméde. Es una relación detallada de las relaciones sexuales entre algunos señores y algunas señoras. Lo mismo puede decirse de la novela de Pedro Louys, Aphrodite, que ha alcanzado un éxito enorme. Estos autores están eminentemente convencidos de que asi como su vida entera se consume imaginando diversas abominaciones sexuales, asi debe transcurrir la vida del mundo entero. Y esos autores hallan imitadores sin número entre todos los artistas de Europa y América.
El tercero de los grandes sentimientos que expresa el arte de los ricos, el del descontento universal, ha hecho su aparición aún más tarde que los otros dos. Creció en importancia al empezar nuestro siglo y fueron sus representantes más famosos Byron y Leopardi, y luego Heine. Hoy es general; se le halla en las distintas obras de arte y particularmente en los poemas. Viven los hombres una vida estúpida y perversa, y achacan la culpa a la organización del universo. He aqui cómo el critico francés Doumic caracteriza, con gran acierto, las obras de los nuevos escritores: Personifican el cansancio de vivir, el desprecio de la época presente, la nostalgia de otro tiempo visto a través de la ilusión del arte, la afición a la paradoja, la necesidad de singularizarse, la aspiración de los refinados hacia la sencillez, la adoración infantil de lo maravilloso, la seducción enfermiza del ensueño, el desequilibrio de los nervios, el llamamiento exasperado de la sensualidad. Asi, la falta de fe de las clases ricas y la extraña vida que llevan, han hecho que se empobreciera el arte de esas mismas clases, rebajado hasta el punto de expresar tan sólo los sentimientos de vanidad, lujuria y cansancio de la vida.
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