Índice del libro Investigaciones filosóficas sobre el origen y naturaleza de lo bello de Denis DiderotCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

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Considérense las relaciones bien en las costumbres y tendremos entonces lo bello moral; bien en las obras de la literatura y tendremos entonces lo bello literario; bien en las piezas musicales y tendremos lo bello musical; bien en las obras de la naturaleza y tendremos lo bello natural; bien en las obras mecánicas de los hombres y tendremos lo bello artificial; bien en las representaciones de las obras de arte o de la naturaleza y tendremos lo bello de imitación: en cualquier objeto y bajo cualquier aspecto que consideréis las relaciones en un mismo objeto, lo bello adquirirá diferentes nombres.

Pero un mismo obieto, sea cual fuere, puede ser considerado separadamente y en sí mismo, o en relación a otros. Cuando sugiero de una flor que es bella o de un pez que es bello, ¿qué es lo que quiero decir? Si considero esta flor o este pez por separado no entiendo otra cosa sino que percibo entre las partes de las que se componen el orden, la cohesión, la simetría, las relaciones (porque estas palabras no designan sino las diferentes maneras de considerar las propias relaciones): en este sentido toda flor es bella, todo pez es bello, pero ¿de qué tipo de belleza? De aquel que yo llamo bello real.

Si considero la flor y el pez en relación a otras flores y a otros peces, cuando afirmo que son bellos, significa que entre los seres de su género, que entre las flores entre sí, que entre los peces entre sí, son los que evocan en mí más las ideas de relaciones y la de determinadas relaciones. Porque no tardaré en demostrar que todas las relaciones, al no ser de la misma naturaleza, contribuyen unas más que otras a la belleza. Pero puedo asegurar que, desde este nuevo modo de considerar los objetos, existe lo bello y lo feo. Pero ¿qué bello o qué feo? Aquel que se conoce por relativo.

Si en vez de tomar una flor o un pez, se generaliza y escógese entonces una planta o un animal, si se particulariza y elígese entonces una rosa o un rodaballo, se deducirá siempre de ello la distinción de lo bello relativo y de lo bello real.

De lo que se infiere que hay numerosos bellos relativos, y que un tulipán puede ser bello o feo entre los tulipanes, bello o feo entre las flores, bello o feo entre las plantas y bello o feo entre las producciones de la naturaleza.

Pero se comprende que sea necesario haber visto muchas rosas y muchos rodaballos para afirmar que éstos son bellos o feos entre las rosas o los rodaballos, muchas plantas y peces para afirmar que la rosa o el rodaballo son bellos o feos entre las plantas y los peces; y que es imprescindible un gran conocimiento de la naturaleza para afirmar que son bellos o feos entre las producciones de la naturaleza.

¿Qué es lo que se entiende cuando se dice a un artista imitad la bella naturaleza? O no se sabe lo que se ordena o se le dice: si tenéis que pintar una flor y os es, por lo demás, indiferente cuál escoger, elegid la flor más bella; si tenéis que pintar una planta y vuestro tema no os exige que sea una encina o un olmillo seco, roto, quebrado y sin ramas, elegid la planta más bella; si tenéis que pintar un objeto de la naturaleza, y os resulta indiferente cuál escoger, elegid el más bello.

De lo que se deduce: 1) que el principio de imitación de la naturaleza bella exige el más profundo y extenso estudio de sus producciones en todos sus géneros.

2) Que cuando se adquiriese el conocimiento más perfecto de la naturaleza y de los límites que están prescritos en la producción de cada ser, no es menos cierto que el número de ocasiones en las que lo más bello podrá ser empleado en las artes de imitación, será aquel al que hay que preferir a lo menos bello, como la unidad al infinito.

3) Que aunque haya efectivamente un maximum de belleza en cada obra de la naturaleza, considerada en sí misma, o, para servirme de un ejemplo, que aunque la rosa más bella que se produzca no tenga ni la altura ni el tamaño de una encina, sin embargo, no se da ni lo bello ni lo feo en sus producciones, consideradas en relación al empleo que se puede hacer de ellas en las artes de imitación.

Un ser, según su naturaleza, según provoque en nosotros la percepción de un número mayor de relaciones y según la naturaleza de estas relaciones, es bonito, bello, más bello, muy bello o feo; bajo, pequeño, grande, elevado, sublime, exagerado, burlesco o agradable. Sería preciso realizar una monumental obra y no un artículo de diccionario para entrar en todos estos detalles; nos basta con haber indicado los principios, dejamos al lector que se cuide por sí mismo de las consecuencias y aplicaciones. Pero podemos garantizarle que, ya escoja sus ejemplos de la naturaleza o los tome prestados de la pintura, de la moral, de la arquitectura o de la música, invariablemente se encontrará siempre que llama bello real a todo aquello que contiene en sí algo a partir de lo cual evocar la idea de relación, y bello relativo a todo aquello que evoca las relaciones adecuadas con las cosas en función de las cuales hay que hacer la comparación.

Me limitaré a citar un ejemplo sacado de la literatura. Todo el mundo conoce la sublime frase de la tragedia de los Horacios: que muera. Si pregunto a uno que no conozca la obra de Corneille y que no tenga ni idea de la respuesta del viejo Horacio, qué es lo que piensa de ese rasgo: que muera, es evidente que aquel a quien interrogo, al no saber lo que es ese que muera, al no poder adivinar si es una frase completa o un fragmento y al no percibir entre estos dos términos relación gramatical alguna, me respondería que no le parece ni bello ni feo. Pero si le indico que ésta es la respuesta de un hombre consultado sobre lo que otro debe hacer en un combate, comienza a percibir en quien ha respondido una especie de valor que no le permite creer que siempre sea mejor vivir que morir, y el que muera empieza a interesarle. Si añado que en este combate se juega el honor de la patria, que el combatiente es hijo del que es interrogado, que es el único hijo que le queda, que el joven tiene que enfrentarse a tres enemigos que ya habían arrebatado la vida a dos de sus hermanos, que el viejo habla a su hija y que es un romano ..., entonces la respuesta que muera, que no era ni bella ni fea, se embellece a medida que voy desentrañando sus relaciones con las circunstancias, y acaba por ser sublime.

Cambiad las circunstancias y las relaciones y traspasad el que muera del teatro francés a la escena italiana, y de la boca del viajero Horacio a la de Scapino; ese que muera se convertirá en burlesco.

Cambiad aun más las circunstancias, y suponed que Scapino está al servicio de un amo duro, avaro y malhumorado, y que han sido atacados en un camino principal por tres o cuatro bandidos. Scapino huye; su amo se defiende, pero abrumado por el número se ve obligado también a huir, y se le informa entonces a Scapino que su amo se ha librado del peligro. ¿Cómo, dirá Scapino frustrado en su espera, ha podido huir? ¡Cobarde! -Pero, le replicarán, solo contra tres ¿qué querias que hiciera?- Que muriese, respondería; y este que muera resultará gracioso. Por consiguiente, es indefectible que la belleza comienza, se acrecienta, varía, declina, y desaparece con las relaciones, tal y como lo hemos dicho más arriba.

Pero se me preguntará ¿qué entendéis por una relación? ¿no supone cambiar la acepción de los términos el llamar bello a eso que jamás hemos contemplado como tal? Parece que, en nuestra lengua, la idea de lo bello va unida siempre a la de grandeza y que no se define lo bello sino al situar su diferencia específica en una cualidad que conviene a una infinidad de seres, que no poseen ni grandeza ni sublimidad. Crousaz se ha equivocado indudablemente cuando ha sobrecargado su definición de lo bello con una cantidad tan grande de caracteres que se encontraba limitada a un pequeño número de seres. Pero, ¿no es caer en el defecto contrario buscarla tan general que parezca abarcar a todos sin excluir siquiera un montón de piedras informes arrojadas al azar en el borde de una cantera? Se añadirá que todos los objetos son susceptibles de relaciones entre sí, entre sus partes y con otros seres, y que no exIsten los que no puedan ser combinados, ordenados y simetrizados. La perfección es una cualidad que puede convenir a todos, pero no es lo mismo que la belleza, que pertenece a un reducido número de objetos.


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