Índice del libro Investigaciones filosóficas sobre el origen y naturaleza de lo bello de Denis DiderotCapítulo anteriorBiblioteca Virtual Antorcha

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Tras haber intentado exponer en qué consiste el origen de lo bello, no nos queda sino investigar cuáles son las distintas opiniones que los hombres tienen de la belleza: esta investigación acabará de dar la certeza a nuestros principios, porque demostraremos que todas esas diferencias proceden de la diversidad de relaciones percibidas o introducidas, tanto en las producciones de la naturaleza como de las artes. Lo bello, que resulta de la percepción de una sola relación, es generalmente menor que aquel que resulta de la percepción de numerosas relaciones. La contemplación de un bello rostro o de un bello cuadro impresionan más que la de un solo color; un cielo estrellado, más que un fondo de azul; un paisaje, más que un campo abierto: un edificio, más que un terreno liso; una pieza de música, más que un sonido. No es preciso. sin embargo, multiplicar el número de relaciones hasta el infinito y además la belleza no se deduce de esta progresión; no admitimos en las cosas bellas más relaciones que las que un buen espíritu puede extraer clara y fácilmente. Pero ¿qué es un buen espíritu? ¿Dónde se sitúa ese punto en las obras, más acá del cual, a falta de relaciones, se encuentra demasiado trabadas, y más allá del cual, sobrecargadas en exceso? Primera fuente de discrepancia en los juicios. Aquí comienzan las réplicas. Todos están de acuerdo en que existe un bello que es el resultado de relaciones percibidas. Pero según que se tenga más o menos conocimientos, experiencia, hábito de juzgar, de meditar, de ver, más talante natural en el espíritu, se dice que un objeto es pobre o rico, confuso o completo, mezquino o sobrecargado.

Pero ¿cuántas composiciones hay en las que el artista está obligado a emplear más relaciones que las que la gran mayoría puede apreciar y en las que no hay apenas sino las de su arte, dirían los hombres peor dispuestos a hacerle justicia, que conocen el mérito de sus producciones? ¿Qué es entonces lo bello? O se le muestra a una caterva de ignorantes que no están en situación de apreciarlo o es sentido por algunos envidiosos que se callan, éste es frecuentemente el efecto de un gran fragmento musical. D'Alembert ha dicho, en el Discurso preliminar del Diccionario enciclopédico, discurso que bien merece ser citado en este artículo, que tras haber conseguido un arte de aprender la música, deberá realizarse otro para escucharla, y yo añado que, tras haberse hecho un arte de la poesía y de la pintura, es inútil que se hayan intentado otros para leer y para ver, y que, en los juicios de ciertas obras, reinará siempre una aparente uniformidad, menos infamante en verdad para el artista que compartir los sentimientos, pero siempre muy aflictiva.

Entre las relaciones se pueden distinguir infinitas clases: las hay que se fortalecen, se debilitan y se atemperan mutuamente. ¡Qué diferencia en lo que se piensa de la belleza de un objeto, si se consideran todos o si se considera sólo una parte! Segunda fuente de discrepancia en los juicios. Los hay indeterminados y determinados: estamos de acuerdo con los primeros en asignar el nombre de bello todas aquellas veces que no sea determinado por el objeto inmediato y único de la ciencia o del arte. Pero si esta determinación es el objeto inmediato y único de una ciencia o de un arte, exigimos no sólo las relaciones sino incluso su valor: he aquí la razón por la que decimos un bello teorema y no un bello axioma, aunque no se puede negar que el axioma, al expresar una relación, no tenga también su belleza real. Cuando afirmo, en matemáticas, que el todo es mayor que su parte, enuncio seguramente una infinidad de proposiciones particulares sobre la cantidad dividida, pero no determino nada sobre el exceso justo del todo sobre sus partes. Es como si dijese: El cilindro es mayor que la esfera inscrita y la esfera mayor que el cono inscrito. Pero el objeto propio e inmediato de las matemáticas es el de determinar cuánto más grande o más pequeño que otro es uno de estos cuerpos, y aquel que demostrase que están relacionados siempre entre sí como los números 3, 2, I, habría realizado un teorema admirable. La belleza, que consiste siempre en las relaciones, estará en esta ocasión en razón compuesta del número de relaciones y de la dificultad que habría para percibirlas. Y el teorema que enunciara que toda línea que cae del vértice superior de un triángulo isósceles a la mitad de su base, divide el ángulo en dos ángulos iguales, no sería maravilloso, pero aquel que dijera que las asíntotas de una curva se le aproximan incesantemente sin llegar jamás a tocarla y que los espacios formados por una parte del eje, una parte de la curva, la asíntota y el prolongamiento de la ordenada, son entre sí como tal número es a tal otro, será bello. Una circunstancia que no es indiferente a la belleza, en esta ocasión y en muchas otras, es la acción combinada de la sorpresa y de las relaciones, que tiene lugar todas aquellas veces que el teorema, cuya verdad ha sido demostrada, pasaba antes por una proposición falsa.

Hay relaciones que juzgamos más o menos esenciales; tal es el caso del tamaño en relación al hombre, a la mujer y al niño. Decimos que un niño es bello, aunque sea pequeño; es imprescindible absolutamente que un hombre bello sea grande; exigimos menos esta cualidad a una mujer y es más fácil que una mujer pequeña sea bella que un hombre pequeño sea bello. Me parece entonces que consideramos los seres no sólo en relación a ellos mismos, sino también en relación a los lugares que ocupan en la naturaleza, en el gran todo, y según sea más o menos conocido ese gran todo, la escala que se forme del tamaño de los seres más o menos exacta, pero no sabemos jamás exactamente cuándo es justa. Tercera fuente de discrepancia de gustos y de juicios en las artes de imitación. Los grandes maestros han preferido más que su escala fuese un poco demasiado grande que demasiado pequeña, pero ninguno tiene la misma escala, ni probablemente la de la naturaleza.

El interés, las pasiones, la ignorancia, los prejuicios, los usos, las costumbres, los climas, los hábitos, los gobiernos, los cultos, los acontecimientos, condicionan a los seres que nos rodean, les capacitan para despertar o no en nosotros numerosas ideas, anulando en ellas las relaciones más naturales y estableciendo en su lugar las más caprichosas y accidentales. Cuarta fuente de discrepancia en los juicios.

Se relaciona todo a su arte y a sus conocimientos: hacemos todos, más o menos, el papel de críticos de Apeles, y aunque sólo conozcamos el zapato, juzgamos también la pierna, o aunque sólo conozcamos la pierna, descendemos también al zapato. Pero no sólo arrastramos esta temeridad o esta ostentación de detalle en el juicio de las producciones artísticas, sino que las de la naturaleza no están tampoco exentas de ello. Entre los tulipanes de un jardín, el más bello para un curioso será aquel que ostente un tamaño, colores y una hoja de variedad poco comunes, pero el pintor, interesado por los efectos de luz, tintas, claroscuro, formas relativas a su arte, descuidará todos los caracteres que admira el florista y elegirá como modelo la flor que ha sido despreciada incluso por el simple curioso. Diversidad de talentos y de conocimientos, quinta fuente de discrepancia en los juicios.

El alma tiene el poder de unir las ideas que ha recibido separadamente, comparar los objetos mediante las ideas que se tiene de ellos, observar las relaciones que tienen entre sí, ampliar o limitar sus ideas a su gusto o considerar separadamente cada una de las ideas simples que se pueden hallar reunidas en la sensación que ha recibido. Esta última operación del alma se llama abstracción. Las ideas de las sustancias corpóreas están compuestas de diversas ideas simples, que han producido conjuntamente sus impresiones cuando las sustancias corpóreas se han presentado a nuestros sentidos: sólo mediante la especificación detallada de estas ideas sensibles se puede definir las sustancias. Este tipo de definiciones pueden producir una idea bastante clara de una sustancia en un hombre que no la haya percibido jamás de manera inmediata, con tal que haya recibido otras veces separadamente, por medio de los sentidos, todas las ideas simples que entran en la composición de la idea compleja de la sustancia definida. Pero si le falta la noción de alguna de las ideas simples de las que está compuesta esta sustancia y si carece del sentido necesario para percibirlas, o si este sentido ha degenerado sin posible remisión, no existe definición alguna que pueda provocar en él la idea a la que no haya precedido una percepción sensible. Sexta fuente de discrepancia en los juicios que tienen los hombres sobre la belleza de una descripción, porque ¡cuántas nociones falsas existen en ellos, cuántas nociones parciales de un mismo objeto!

Pero no deben estar más de acuerdo acerca de los seres intelectuales: todos están representados mediante signos y no hay siquiera uno de estos signos que esté lo bastante exactamente definido como para que la acepción que resulte de él sea más amplia o reducida en un hombre que en otro. La lógica y la metafísica estarían muy próximas a la perfección, si el diccionario de la lengua estuviese bien hecho; pero es una obra que está aún por desear. Y como las palabras son los colores de los que se sirven la poesía y la elocuencia, ¿qué conformidad se puede esperar en los juicios del cuadro, en tanto que no se sepa a qué atenerse a propósIto de los colores y de los matices? Séptima fuente de discrepancia en los juicios.

Sea cual fuere el ser que juzgamos, los gustos y los disgustos debidos a la instrucción, educación, prejuicio o a cierto orden fáctico de nuestras ideas, están todas basadas en la opinión que tenemos de que estos objetos poseen cierta perfección o imperfección en las cualidades, mediante cuya percepción tenemos sentidos o facultades adecuadas. Octava fuente de discrepancia.

Se puede afirmar que las ideas simples que un mismo objeto produce en diferentes personas son tan distintas como los gustos o disgustos que se le adviertan. Esta es incluso una verdad de sentimiento y no resultará más difícil que muchas personas difieran entre sí en un mismo instante, en relación a las ideas simples, que el mismo hombre no difiera de sí mismo en instantes diferentes. Nuestros sentidos están en un estado de vicisitud continua: un día apenas se tiene visión adecuada, otro se oye mal, y de un día para otro, se ve, se siente, se oye, de manera diversa. Novena fuente de discrepancia en los juicios de los hombres de una misma edad y de un hombre en diferentes edades.

Al unir accidentalmente al objeto más bello ideas desagradables, si se aprecia el vino español no hace falta más que mezclarlo con emético para detestarIo. Por su parte no está libre de producirnos náuseas; el vino español es siempre bueno, pero nuestra condición no es la misma en relación a él. De igual manera este vestíbulo puede ser siempre magnífico, pero mi amigo perdió en él la vida. Este teatro no ha dejado de ser bello, desde que se me silbó, pero yo no puedo ya verlo sin que mis oídos dejen de estar aún afectados por el ruido de los silbidos. Pues al ver sólo en este vestíbulo a mi amigo agonizante, no siento más su belleza. Décima fuente de discrepancia en los juicios, ocasionada por este cortejo de ideas accidentales, que no podemos separar de la idea principal.

Post equitem sedet atra cura. (Sobre su caballo cabalga la negra quietud. Horacio, Odas, III, 1, verso 40).

Cuando se trata de objetos compuestos, y presentan al mismo tiempo formas naturales y artificiales, como en la arquitectura, jardines, adaptaciones, etc., nuestro gusto se basa en otra asociación de ideas, mitad razonables, mitad caprichosas: cierta débil analogía con la actitud, la moda, la forma, el color de un objeto maléfico, la opinión de nuestro país, las convenciones de nuestros compatriotas, etc., todo influye en nuestros juicios. Estas causas ¿acaso tienden a hacernos contemplar los colores ostentosos y vivos como una forma de vanidad o de alguna otra mala disposición del corazón o del espíritu? ¿Son usuales ciertas formas entre los campesinos u otras gentes cuya profesión, empleo o carácter no son odiosos o despreciables? Estas ideas accesorias aparecerán, a pesar nuestro, con las de color y las de forma, y rechazaremos determinado color y determinadas formas, aunque no tengan en sí mismas nada de desagradable. Undécima fuente de discrepancia. ¿Cuál será, por consiguiente, el objeto de la naturaleza sobre cuya belleza estén los hombres perfectamente de acuerdo? ¿La estructura de los vegetales? ¿El mecanismo de los animales? ¿El mundo? Pero los que están más sorprendidos por las relaciones, el orden, las simetrías, las asociaciones, que reinan entre las partes de este gran todo, ignorando el objetivo que el Creador se propuso al construirlo, ¿no han sido obligados a afirmar que es perfectamente bello por las ideas que tienen de la Divinidad? ¿Y acaso no contemplan esta obra como una obra maestra, principalmente porque no le ha faltado al autor el poder y la voluntad necesarios para hacerlo de tal manera? ¿Cuántas veces deducimos del solo nombre del creador la perfección de la obra y nos limitamos exclusivamente a admirar? Este cuadro es de Rafael y basta. Duodécima fuente, si no de discrepancia, al menos de error en los juicios.

Los seres puramente imaginarios, como la esfinge, la sirena, el fauno, el minotauro, el hombre ideal, etc., son aquellos cuya belleza parece menos compartida, lo cual no es sorprendente: estos seres imaginarios, en realidad, están constituidos a partir de las relaciones que hemos observado en los seres reales; pero el modelo al que deben parecerse, esparcido entre todas las obras de la naturaleza, está propiamente en todos los sitios y en ninguno.

Sea cual fuere el fundamento de todas estas causas de discrepancia en nuestros juicios, en modo alguno es una razón para pensar que lo bello real, aquello que consiste en la percepción de las relaciones, sea una quimera. La aplicación de este principio puede variar hasta el infinito y sus modificaciones accidentales ocasionar disertaciones y guerras literarias, pero no por eso el principio es menos constante. Puede que no haya dos hombres en la Tierra que perciban las mismas relaclones en un mlsmo objeto y que lo juzguen bello al mismo nivel; pero, si existe uno solo que no estuviera afectado por relaciones de ningún género, éste sería el estúpido perfecto. Y si fuera insensible solamente respecto a determinados géneros, este fenómeno denunciaría en él un fallo de economía animal. Y estaríamos siempre alejados del escepticismo por la condición general del resto de la especie.

Lo bello no es siempre la causa de una obra inteligente: el movimiento origina frecuentemente, bien en un ser considerado aisladamente, bien entre numerosos seres comparados entre sí, una multitud prodigiosa de relaciones sorprendentes. Los gabinetes de historia natural nos ofrecen gran número de ejemplos. Las relaciones son entonces los resultados de combinaciones fortuitas, al menos en relación a nosotros. La naturaleza, al representarse, imita en cien ocasiones las producciones artísticas. Y se le podría preguntar, no digo si aquel filósofo, que fue arrojado por una tempestad a las costas de una isla desconocida, tenía razón para gritar, a la vista de algunas figuras geométricas: Valor, amigos, he aquí pisadas humanas, sino cuántas relaciones habría que considerar en un ser para tener la absoluta certeza de que es la obra de un artista, en qué ocasión un simple error de simetría sería una prueba más eficaz que todo un conjunto dado de relaciones, cómo se relacionan entre sí el tiempo de la acción de la causa fortuita y las relaciones observadas en los efectos producidos y si, exceptuando las obras del Todopoderoso, existen casos en los que el número de relaciones no puede ser jamás compensado por el de combinaciones.


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