Índice de La ciudad del Sol de Tomaso CampanellaQuinta parteSéptima parteBiblioteca Virtual Antorcha

SEXTA PARTE


Opinión de Santo Tomás.

GRAN MAESTRE.- Dices bien. Y esto es lo mismo que afirman Santo Tomás y nuestro Sumo Pontífice, quien permite la Astrología en su aplicación a la medicina, la agricultura y la náutica. En esto se hallan acordes también todos los escolásticos, quienes consienten pronósticos a base de conjeturas sobre actos libres. Pero, si la malicia aumenta y se abusa de la concesión, lo que prohiben no son las conjeturas sino el pronóstico a base de conjeturas. Y ello no porque las conjeturas sean siempre falsas, sino más bien porque siempre o las más de las veces resultan peligrosas, pues los príncipes y los pueblos demasiado afectos a la Astrología realizan innumerables acciones malas y emprenden cosas buenas irrealizables, como se ve en Arbaces, Agatocles, Druso, Arquelao e incluso en nosotros mismos que esperamos hechos semejantes en un jefe de Finlandia basándonos en el pronóstico de Ticón. Asimismo muchos príncipes, engañados por impostores que los habían iniciado en tales conjeturas, se atreven a cometer muchas iniquidades contra nuestros Pontífices.

ALMIRANTE.- Por manera análoga los habitantes de la Ciudad del Sol sostienen que unas cosas se prohiben por falsas y otras por peligrosas, en cuanto que pueden servir de instrumento a la idolatría, a la destrucción de la libertad o la subversión del orden público. Más aún. Puedo asegurarte que los habitantes de la Ciudad del Sol han encontrado ya la manera de evitar la fatalidad emanada de los astros, pues el arte es dado por Dios exclusivamente para nuestro provecho. Por esto, cuando es inminente un eclipse que no resulta saludable (por no ser benéfico), sino infausto (por producir perjuicios) o un cometa cruel, encierran al amenazado por tales presagios celestes en casas blancas impregnadas de aromas y de vinagre rosado, encienden siete antorchas, compuestas de cera y aromas y añaden alegre música y conversaciones jocosas con el fin de destruir los gérmenes pestilentes de que el cielo ha saturado todo el ambiente.

GRAN MAESTRE.- ¡Oh! Todas estas cosas son remedios sabiamente aplicados, pues el cielo actúa materialmente y su actuación es impedida por antídotos corporales. Sin embargo, no me explico el número de las antorchas pues parece como si la eficacia estuviese en el número, lo cual tiene apariencias de superstición.

ALMlRANTE.- Indudablemente ellos se apoyan en la doctrina pitagórica sobre el valor de los números. Mas no sé si obran por superstición ni tampoco si se basan exclusivamente en los números o bien en la medicina acompañada de los números.

GRAN MAESTRE.- En ello no hay superstición alguna, pues ningún canon o escritura divina ha condenado el valor de los números. Antes bien, los médicos se sirven de él en los períodos o crisis morbosos. Además está escrito que Dios hizo todas las cosas con número, peso y medida. En siete días creó el mundo. Siete son los ángeles que tocan las trompetas; siete, los vasos; siete, los truenos; siete, los candelabros; siete, los sellos; siete, los sacramentos; siete, los dones del Espíritu; siete, los ojos en la piedra de Zacarías. Por eso San Agustín, San Hilario y Orígenes disertan ampliamente sobre la fuerza de los números y en especial de la del siete. Por igual razón yo no me atrevería a condenar a los habitantes de la Ciudad del Sol por el solo hecho de practicar la medicina de acuerdo con los signos celestes y mostrarse defensores del libre albedrío.


Opinión de P. Tóntolo y de M. J. Bautista Marino.

Con las siete antorchas representan los siete planetas celestes, a la manera como Moisés lo hizo con las siete lámparas. Y Roma consideró que no había superstición, siempre que se conceda solamente a los números y no a las cosas numeradas la eficacia que se debe a sólo Dios. Así ocurriría en quien concediera especial influjo al firmamento o a las hierbas, pues tal cosa viene a ser una inútil costumbre, con la que el diablo, caricatura de la divinidad, imita a Dios, autor de los números. Tampoco hay superstición cuando por ignorancia se concede al agárico la fuerza natural del ruibarbo. Pero la hay si se atribuye al agárico o al número un poder divino. Consulta al respecto la Teología. Ahora continúa tu interrumpido discurso.

ALMIRANTE.- Los habitantes de la Ciudad del Sol creen que los signos celestes de carácter femenino llevan fecundidad a las regiones presididas por ellos y también un gobierno menos fuerte en las cosas inferiores, causando, ocasionando y concediendo comodidades o incomodidades a unos y quitándoselas a otros. Así, sabemos que en este siglo ha prevalecido el gobierno de las mujeres: tales las nuevas amazonas aparecidas entre la Nubia y la Monopotapa. En cuanto a Europa, Rosa ha reinado en Turquía; Buena, en Polonia; María, en Hungría; Isabel, en Inglaterra; Catalina, en Francia; Blanca, en Toscana; Margarita, en Bélgica; María, en Escocia e Isabel en España, la descubridora de un nuevo mundo. Y un poeta de ese siglo comienza hablando de las mujeres: Le donne, í cavalíer, e gli amorí.

Los poetas detractores y los herejes, a consecuencia del triángulo de Marte, la posición dominante de Mercurio y el influjo de Venus y de la Luna hablan siempre de cosas obscenas y morbosas. Y así todos los hombres desean afeminarse en sus actos y en su voz, llamándose Vossignoria. En África, donde predominan Cáncer y Escorpio, además de las amazonas hay en Fez y en Marruecos lupanares públicos de afeminados y otras muchas cosas infames, a las que por el clima se ven inclinados, aunque no obligados. Pero el triángulo de Cáncer (por estar en el trópico y formar una trilogía con el predominio de Júpiter, del Sol y de Marte), como por otro lado la Luna, Marte y Venus, han favorecido el descubrimiento de nuevos imperios, la posibilidad de dar la vuelta al mundo, el dominio de las mujeres y (por medio de Mercurio y Marte) el descubrimiento de la imprenta y del arcabuz, y no se puede dudar que ofrecieron a los hombres el motivo, o más bien la ocasión, para mudar profundamente las leyes, siempre bajo la providencia de Dios que los inclina hacia el bien, si los hombres no desvían tal inclinación. Los habitantes de la Ciudad del Sol me expusieron cosas admirables sobre la armonía de las cosas celestes con las terrestres y morales; sobre la difusión del Cristianismo en el nuevo mundo y su estabilidad en Italia y España; sobre su decadencia en la Germania Septentrional, en Inglaterra, en Escandinavia y en Pannonia. No quiero exponer aquí sus pronósticos, pues sabiamente nuestro Pontífice lo ha prohibido por Justas causas. Tampoco hablaré de los cambios introducidos en África y Persia, al mísmo tíempo que Wiclef, Huss y Lutero atacaban la religión, al paso. que los Mínimos y los Capuchinos la ilustraban. Me dijeron también que del mismo movimiento celeste se sirven unos para el bien, mientras otros lo utilizan para el mal, si bien la herejía es incluída por el Apóstol entre las obras de la carne, las cuales se hallan sujetas a las influencias sensibles producidas por Marte, Saturno y la Tierra, a causa de que la voluntad humana se sometió espontáneamente a ellas. Te diré, sín embargo, que los habitantes de la Ciudad del Sol han descubierto el secreto de volar y otras artes deducidas de la constitución de la Luna y de Mercurio, con la ayuda del ábside solar, pues estas estrellas influyen en el aire para el arte de volar. Lo que en nuestras regiones es acuoso, bajo el ecuador es aéreo y, por la posición de la Tierra, vuela hacía un cielo más abrigado. Han fundado también una nueva Astronomía, de tal modo que en el otro hemisferio, desde el Ecuador al Mediodía, la morada del Sol es Acuario; la de la Luna, Capricornio. Interpretan en sentido contrario todos los signos e influencias. En el Ecuador y dentro de los Trópicos, los signos tíenen otros nombres y los planetas se distribuyen de diverso modo que fuera de ellos y que en las regiones subpolares. Y así tiene que ocurrir por la fuerza de las cosas. ¡Oh! ¡Cuánto aprendí de tales sabios sobre las mutaciones de los absides, sobre la excentricidad y oblicuidad de los equinoccios, de los solsticios y de los polos, y sobre los signos celestes y sus uniones, mediante las cuales actúan en el espacio inmenso de la máquina del mundo; sobre las relaciones simbólicas de las cosas de este mundo con las que se encuentran fuera de él; así como también la gran revolución que acontecerá después de la gran conjunción en Aries y Libra y lo que con gran estupor sucederá en confirmación de lo establecido por quien ha determinado la mutación y renovación de la Tierra.

Mas, por favor, no me entretengas más. Tengo muchas cosas que hacer y sabes cuántas preocupaciones me atraen. Otra vez será. Sin embargo, no dejaré de decirte que ellos admiten plenamente la libertad humana y opinan que, si las cuarenta horas, durante las cuales fue cruelmente atormentado por sus enemigos un filósofo, no pudieron obligarle a proferir la menor palabra sobre lo que anhelaban saber, porque de todo corazón él había decidido callar, así tampoco las estrellas, cuya actuación es leve y a distancia, pueden obligarlos a realizar acto alguno en contra de nuestra voluntad, ni siquiera por una decisión de Dios que nos forzase a sometemos a ellas, pues el hombre es tan libre que incluso llega a blasfemar de Dios. Mas Dios ni se obliga a sí mismo ni obliga a los demás en contra de Él. ¿Por ventura puede dividirse Dios? Pero como las estrellas actúan suave e imperceptiblemente sobre los sentidos, sucede que quien sigue los sentidos más que la razón se halla sometido a su influjo: la misma constelación que de las mentes cadavéricas de los herejes hizo brotar fétidos vapores, produjo fragantes emanaciones de virtud en los fundadores de los Jesuítas, de los Mínimos y de los Capuchinos. Bajo la misma constelación Colón y Cortés propagaron en el nuevo hemisferio la divina religión de Cristo.

En otra conversación te expondré las muchas cosas que están por acontecer en el mundo.

GRAN MAESTRE.- A lo menos, dime de que manera mueven las naves sin viento y sin remos.

ALMIRANTE.- En la popa llevan una gran rueda, en forma de abanico, sujeta a un palo que, por hallarse equilibrado mediante un peso suspendido de él, fácilmente puede un niño subido y bajado con una sola mano. El mecanismo entero se mueve sobre un eje sostenido por dos horcas. Además algunos barcos se ponen en movimiento por medio de dos ruedas que giran dentro del agua a impulsos de unas cuerdas que parten de una gran rueda colocada a proa y que, al cruzarse, rodean las ruedas de la popa. Al ponerse fácilmente en movimiento la rueda mayor, ésta hace girar las otras pequeñas que están dentro del agua, por manera análoga a como las mujeres de Calabria y de Galia tuercen el hilo, lo preparan e hilan.

GRAN MAESTRE.- Espera, espera todavía un momento ...

ALMIRANTE.- No puedo, no puedo.

Índice de La ciudad del Sol de Tomaso CampanellaQuinta parteSéptima parteBiblioteca Virtual Antorcha