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Capital y trabajo

Mercancía y dinero.

La riqueza de las sociedades, en que impera el régimen capitalista de producción, se nos aparece como un inmenso arsenal de mercancías y la mercancía, como su forma elemental. (I, 3.).

Una cosa que se ajusta a satisfacer las necesidades humanas de alguna forma, que sirve como objeto de uso, es un valor de uso. Para convertirse en mercancía debe poseer aún otra propiedad: el valor de cambio. (I, 4.).

El valor de cambio es la relación cuantitativa, mediante la cual las cosas utiles se hacen recíprocamente iguales y, por ende, pueden cambiarse recíprocamente; por ejemplo, 300 metros de lienzo = (igual a) una tonelada de hierro. Pero, las distintas cosas poseen magnitud comparable si son de magnitud análoga; esto es, si muchas unidades o partes de la misma unidad poseen una magnitud que les es común. Por consiguiente, en nuestro ejemplo 300 metros de lienzo sólo equivaldrán a una tonelada de hierro, si lienzo y hierro expresan algo común por lo que en 300 metros de lienzo quepa tanto como en una tonelada de hierro, Una tercera, lo que es común a ambas cosas, es su valor, que cada cosa posee de por sí, independientemente de la otra. Se sigue, por tanto, que el valor de cambio de las mercancías es sólo un modo de expresión de su valor; es sólo la forma que nos revela su entidad valorativa (Wertsein) y de esa manera sirve de conducto de su verdadero trueque. Más tarde regresaremos a esta forma de valor; ahora atendamos a su contenido. (I, 5-16.).

El valor de las mercancías que se expresa en su valor de trueque no consiste en nada más que en el trabajo que se aplicó para su producción o que en ellas se ha objetivado. Así, pues, ha de quedar bien claro en qué sentido el trabajo es la única fuente del valor. (I, 6.)

En las sociedades no desarrolladas, el mismo hombre desempeña sucesivamente trabajos de clase muy distinta; ya cuida de los campos, ya teje, ya trabaja en la forja, ya construye, etc. Pero, por múltiples que sean sus ocupaciones, con todo son distintas maneras útiles en las que emplea: su propio cerebro, músculos, nervios, manos, etc., por lo que -en una palabra- lo que prodiga es su propia fuerza de trabajo. Su trabajo permanece siempre gasto de fuerza -trabajo a secas-, mientras que la forma útil de ese gasto, la clase de trabajo, cambia según la utilidad que se ha propuesto. (I, 42-43.).

Con el progreso social, merman poco a poco las diversas clases de trabajo útil que ejecutaba la misma persona según un orden. Cada vez más se cambian en oficios autónomos y yuxtapuestos ejercidos por distintas personas y grupos. Mas la sociedad capitalista, en donde el productor ya desde un principio no produce para satisfacer la necesidad propia sino la ajena, para el mercado; donde su producto desde su nacimiento va destinado a fungir como mercancía y que, por tanto, a él sólo le sirve de medio de cambio; la sociedad capitalista, pues, sólo es posible si la producción pasa a ser un sistema articulado de tipos útiles de trabajo, autónomas y que operan de manera yuxtapuesta, o sea, si se ha desarrollado la división social y ramificada del trabajo. (I, 42-43.).

Lo que otrora valía para un individuo que alternativamente ejecutaba distintos trabajos, se ha de aplicar ahora a esta sociedad con su división articulada del trabajo.

El carácter utilitario de cada tipo particular de trabajo se refleja en el especial valor de uso de su producto; esto es, en la peculiar transformación por la que una determinada materia natural se convierte en servible para determinadas necesidades humanas. Pero el funcionamiento autónomo de cada uno de estos tipos de trabajo útil y que cada vez se multiplican más, nada cambia del hecho de que tanto unos como otros son prodigalidad de fuerza laboral humana, y sólo mediante esta propiedad a todos común de que son gasto de energía humana forman el valor-mercancía. El valor de las mercancías no dice sino que la producci6n de esas cosas ha costado prodigalidad de energía laboral humana, y precisamente de energía laboral social, puesto que en la división desarrollada del trabajo, cada trabajo individual -en el sentido de gasto energético- se determina por el trabajo-promedio social, esto es, por el gasto-promedio de la energía laboral social. Cuanto más trabajo-promedio se halla objetivado en un producto tanto mayor es su valor. (1, 6.).

Si el trabajo-promedio necesario para la producción de una mercancía permaneciera constante, también quedaría inalterada la magnitud de su valor. Pero la cosa no es así, porque la fuerza productiva del trabajo se determina por el grado promedio de maña de los trabajadores, por el nivel de desarrollo de la ciencia y de su aplicabilidad técnica, por la combinación social del proceso de producción, por el volumen y efectividad de los medios de producción y por las contingencias naturales; por tanto, puede ser muy diversa. Cuanto mayor sea la fuerza productiva del trabajo, tanto menor será el tiempo laboral requerido para la confección de un artículo, la masa de trabajo en él cristalizada y tanto menos su valor. Y, viceversa, cuanto menor sea la fuerza productiva del trabajo, tanto mayor será el tiempo laboral necesario para la producción de un artículo, y tanto mayor será su valor. (I, 7.).

Se entiende de por sí que aquí se habla sólo de fuerza productiva social normal, cualquiera que ella sea, y del tiempo laboral social correspondiente y necesario. El tejedor manual, v. gr., necesita más trabajo que el obrero textil para aprontar determinado número de metros. Pero, a pesar de todo, no genera ningún valor más alto, una vez que la máquina de tejer ha adquirido carta de nacionalidad. Más bien todo el trabajo que se aplica en mayor cantidad en el tejer a mano, que para la confección de la misma cantidad de géneros por medio de la máquina textil, constituye un gasto energético inútil y pur tanto no forma valor alguno.

Las cosas que han surgido sin intervención del trabajo, como el aire, la madera del bosque, etc. pueden tener ciertamente valor de uso, más no valor. Por otra parte, no se convierten en mercancías aquellas cosas que genera el trabajo humano pero sólo se dcstinan a la satisfacción de las necesidades de su inmediato productor. Para que una cosa se convierta en mercancía ha de satisfacer necesidades ajenas; por tanto, ha de poseer valor social de uso. (II, 49.).

Regresemos ahora al valor de trueque, es decir, a la forma en que se expresa del valor de las mercancías. Esta forma de valor se va desarrollando cada vez más con el intercambio de los productos.

Mientras la producci6n exclusivamente esté destinada a las necesidades propias, raramente sobreviene el cambio y s6lo con referencia a uno que otro objeto que los trocadores tienen en demasía. Así se truecan pieles por sal, aunque esto suele ocurrrir en circunstancias muy casuales. Con la reiterada repetici6n del tráfico, el trueque se fija más detalladamente; así, una piel sólo se cambia por determinada cantidad de sal. En este estadio inferior del intercambio de los productos, el artículo del otro sirve a cada uno de los trocadores como equivalente (igualdad de valor), esto es, como algo de valor que, como tal, no sólo es intercambiable con el artículo por él producido, sino que es también el espejo en donde se revela el valor de su propio artículo. (II, 51.).

El siguiente estadio del trueque lo encontramos aún hoy, por ejemplo, entre las tribus cazadoras de Siberia, las cuales, por así decir, sólo disponen de un artículo determinado para trocar, a saber, pieles de animales. Todas las mercancías foráneas que se les brindan -cuchillos, armas, aguardiente, sal- les sirven como otros tantos equivalentes de su propio artículo. La multiplicidad de expresiones que por este medio adquiere el valor de las pieles ha llevado a mantenerlo separado del valor de uso del producto, mientras que, por otra parte, la necesidad de calcular el mismo valor en un número creciente de diversos equivalentes llevó a la determinación fija de su magnitud. El trueque de pieles posee aquí, por ende, una configuración más marcada que en el trueque anterior ocasional, y estas mismas cosas poseen también, en un grado desigualmente más alto, el carácter de mercancía.

Consideremos ahora el comercio del lado del poseedor foráneo de mercancías. Cada uno de ellos, cuando se trata de los cazadores siberianos, ha de expresar el valor de su artículo en pellejos. Estos últimos se han convertido de tal manera en equivalente común que no sólo es trocable contra todas las mercancías extrañas inmediatamente, sino que frente a ellas es la expresión del valor común, y por lo mismo es medida y plantilla del valor. Con otras palabras: la piel se ha convertido, dentro de esa región, de trueque de productos en dinero. De la misma manera en general, ora esta ora aquella mercancía ha representado el papel de dinero, en círculos estrechos o amplios. Este papel pasa, con la generalización del trueque, al oro y a la plata, esto es, a clases de mercancías que mejor dotadas están por la naturaleza para este cometido. Son el equivalente general que es intercambiable directamente contra todas las demás mercancías y en el que estas últimas en conjunto expresan, miden y comparan sus valores. El valor de las mercancias expresado en dinero se denomina su precio. La cantidad de valor de 300 metros de lienzo, v, gr. se expresa en un precio de 4,000 marcos, si 300 metros de lienzo = 800 gramos de oro, y 4,000 marcos es el nombre crematistico de 800 gramos de oro. (II, 50.).

Como cada mercancía, el oro sólo puede expresar su propia cantidad de valor en otras mercancías. Su propio valor se determina por el tiempo laboral requerido para su producción, y se expresa en el quantum de los demás artículos que poseen igual cantidad de tiempo laboral. Si se lee cada una de las partidas de una lista de precios, hacia atrás, se hallará la magnitud del valor monetario expresado en todos los tipos posibles. (III, 70.).

El trueque de productos se efectúa medianle el dinero, a través de dos procesos distintos que se complementan mutuamente. La mercancía cuyo valor va expresado en su precio se transforma en dinero y, luego, otra vez, es retransformada de su forma monetaria en otra mercancía del mismo precio; mercancía que es apropiada para el uso (requerido}. Por lo que respecta a las personas que comercian, un poseedor de mercancías presenta primero sus artículos a un poseedor de dinero, los vende, trocándolos luego con otros artículos de otro poseedor de éstos, sirviéndose del dinero recabado; (es decir), compra. Se vende, para comprar. El movimiento general de la mercancía se denomina circulación de las mercancías. (III, 71.).

A primera vista, parece como si la cantidad de dinero corriente, en un espacio temporal, se determinara exclusivamente al través de la suma de precios de todos los artículos en existencia dispuestos unos junto a otros para la venta; mas no es así. Si, por ejemplo, cuatro vendedores distintos entregan 3 libras de mantequilla, 1 Biblia, 1 botella de aguardiente y 1 medalla militar, a cuatro compradores distintos al mismo tiempo, a 20 marcos por cabeza, para que esa transacción tenga efecto se requerirán en conjunto 80 marcos. Pero, si uno vende su mantequilla y entrega los marcos conseguidos al librero de biblias, quien por su parte compra de nuevo 20 marcos de aguardiente, y el aguardentero se hace con una medalla militar por ese precio, para que se efectúe esta circulación de mercancías, que en conjunto tienen un precio de 80 marcos, sólo se habrán necesitado 20. Lo que ocurre al por menor, sucede al por mayor. La cantidad del dinero en circulación queda fijada, sin embargo, por la suma de precios de los artÍculos en existencia dispuestos unos junto a otros para su venta, dividida por el número de las circulaciones contemporáneas de dichas monedas. (III, 70.).

Con el fin de simplificar el proceso circulatorio se les da nombres propios, a ciertos pesos de las cosas que se reconocen como dinero, y se acuñan según formas fijas; es decir, se convierten en moneda. (III, 83.).

Como las monedas de oro o de plata se desgastan con el uso, se les sustituye parcialmente con metales de valor inferior. Las fracciones menores de las monedas de oro más pequeñas, v. gr., son representadas por marcos de cobre, etc. (morralla, calderilla, moneda fraccionaria), y, por fin, se estampan como dinero cosas casi sin valor, como los billetes de papel, que representan determinadas cantidades de oro o de plata simbólicamente (figuradamente). Por último, de manera inevitable (aparece) el caso del papel moneda emitido por el Estado, con curso forzoso. (III, 84-85.).

Si se retira el oro de la circulación y se retiene, surge el atesoramiento. Quien vende mercancías, sin comprar otras, es atesorador. Entre los pueblos de producción no desarrollada, por ejemplo entre los chinos, se practica el atesoramiento tan solícitamente como sin plan; entierran el oro y la plata. (III, 88.).

También en las sociedades con sistema de producción capitalista se precisa el atesoramiento. Como la masa, el precio y la rapidez del intercambio de los artículos que se hallan en circulación están sometidos a continuas mutaciones, su curso exige ya sea menos o más dinero. Se precisan, por tanto, reservorios (receptáculos) adonde desagüe el dinero (que sale de la circulación) y de donde se tome, para que entre a la misma, segun sea la necesidad. La forma desarrollada de tales canales de suministro y de desagüe del dinero, o cámaras del tesoro, son los bancos. (III, 91-92.). Tanto más necesarias se vuelven esas instituciones, en la sociedad burguesa desarrollada, cuanto menos se efectúe el ciclo mercantil Mercancía-Dinero-Mercancía, en relación con el dinero, en forma directamente comprensible. Dejanuo de lado propiamente el pequeño comercio, el dinero funciona más bien preferentemente como dinero aritmético y, en última instancia, como medio de pago. Compradores y vendedores se convierten en deudores y acreedores. Las relaciones de débito se refrendan por certificados, mediante los cuales las diferentes personas que participan en la circulación de las mercancías, ya sea comprando o vendiendo, equiparan las sumas que recíprocamente se deben. Sólo las diferencias se borran de tiempo en tiempo por dinero propiamente dicho. Si en este proceso se inserta un paro, surge lo que se denomina crisis de dinero, que se hace sensible porque todos desean dinero contante y nada quieren saber del ideal (o aritmético). (III, 92 y 95.).

De especial importancia para el comercio mundial son los reservorios de tesoros, pues el dinero mundial aparece por lo regular en forma de barras de oro y de plata. (III, 99.).


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