Índice del Los héroes de Thomas CarlyleAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

QUINTA CONFERENCIA

El héroe como literato.
Johnson.
Rousseau.
Burns.

Segunda parte

(Martes, 19 de mayo de 1840)

La más abrumadora calamidad para esos Héroes Literarios no fue la falta de organizacion, sino otra más profunda, de la que surgieron ésta y otras muchas para ellos y para todos los hombres como de un manantial. El Héroe como Literato tuvo que avanzar sin carretera, solitario, a través de un caos inorgánico, abandonando en él su vida y talento, como contribución parcial a cambio de abrirse camino y, si su talento no hubiese estado tan pervertido y paralizado, hubiérase resignado a ello, considerando que tal es el sino de todos los Héroes. Su miseria fatal fue la parálisis espiritual, pues así podemos llamarla, de la época en que vivía, por lo cual también su vida estaba semiparalizada, hiciese lo que hiciese. El siglo XVIII fue Escéptico; en esa palabra hay una Caja de Pandora de miserias. El escepticismo no sólo es Duda intelectual, sino Duda moral, toda clase de infidelidad, disimulación, parálisis espiritual. Quizá sean contados los siglos que pudiéramos citar desde que el mundo es mundo, en que fuera más difícil vivir Heroicamente, no siendo época de Fe, época de Héroes. La posibilidad del Heroísmo parecía anulada en la mente del hombre, desapareciendo para siempre, reemplazándola la Vulgaridad, el Formulismo y la Trivialidad. Pasó la época de los milagros, quizá no pasara, mas no daba señales de vida; el mundo era estéril, sin poder existir en él la Maravilla, la Grandeza, la Divinidad; en una palabra, era un mundo ateo.

¡Cuán mezquino y mediocre es su modo de pensar en aquella época, comparado, no con los cristianos Shakespeare y Milton, sino con el de los escaldos paganos, con el de cualquier clase de creyentes! El árbol, viviente Igdrasil, con el melodioso y profético balanceo de sus ramas, que se extienden por todo el mundo, profundamente arraigado en el reino de Hela, se ha trocado en la estridencia de un mundo-máquina, Árbol y Máquina, consideremos el contraste. Yo por mi parte declaro que el mundo no es una máquina. Afirmo que no avanza movido por engranajes, intereses egoístas, ajustes y contrapesos; que hay algo muy distinto al rechinar de la máquina de hilar y mayorías parlamentarias y, que en conjunto, no es una máquina. Los antiguos paganos nórdicos tuvieron más cierta noción del mundo de Dios que esos desgraciados escépticos con su máquina: eran sinceros, mientras para los escépticos al no haber sinceridad ni verdad, consideraron verdad la vulgaridad y la verdad a medias; opinaban los más que verdad era lo verosímil, aquilatándose por el número de sufragios obtenidos. Habían perdido toda noción de la posibilidad de ser franco, de la sinceridad. ¡Cuántas verosimilitudes con no afectada sorpresa y aspecto de verdad ofendida inquirían: ¿Creéis no hay sinceridad en mí? La característica de aquel siglo fue la Parálisis Espiritual, imperando la vida Mecánica solamente; para el hombre corriente era imposible ser Creyente, Héroe, de no ser inferior a su siglo, perteneciente a otro anterior, quedando sepultado bajo aquellas funestas influencias. Únicamente podían lograr relativa libertad los más fuertes, tras infinita lucha y confusión, sometidos a una especie de muerte espiritual en vida, como trágicamente hechizados, siendo Semi-Héroes.

Eso es lo que llamamos Escepticismo, síntoma principal, primitivo origen de todo eso, sobre el cual tanto habría que decir; no disponemos de tiempo para expresar nuestra opinión sobre el siglo XVII y sus procedimientos; es cuestión que precisaría tratarse detenidamente. Tanto ése, como su semejante, que hoy llamamos Escepticismo, es precisamente la gangrena que amenaza la vida, contra la que se dirige todo el saber y debate a partir del instante en que apareció el primer hombre: la batalla de la Fe contra la Incredulidad, que no acabará nunca. No quisiere expresarme en tono de censura. Hay que considerar el Escepticismo de aquel siglo como decadencia de los viejos modos de creer, preparación lejana de a!go nuevo, mejores y más amplios métodos, cosa inevitable. No hay que vituperar al hombre por ello, sino lamentar su duro destino. Tengamos presente que la destrucción de las viejas formas no es destrucción de sustancias imperecederas, que el Escepticismo, por funesto y odioso que parezca, no es fin, sino principio.

Hace días, al hablar de la teoría de Bentham sobre el hombre y su vida, sin prejuicio alguno, dije me parecía más pobre que la de Mahoma. He de manifestar, una vez dicho, que tal es mi opinión deliberada, sin que sea ofensa para Jeremías Bentham ni para los que la respetan y creen; Bentham y hasta la doctrina de Bentham me parecen relativamente dignos de alabanza. Fueron explícitamente lo que todo el mundo de manera cobarde y parcial propendía a ser. Tengamos la crisis, pues tras ella viene la muerte o la salvación. Opino que esta tosca máquina de vapor llamada Utilitarismo es aproximación a la nueva Fe. Se trataba de una abjuración de la hipocresía, como si nos dijéramos: Bien; como este mundo es una muerta máquina de hierro, siendo su dios la Gravitación y el Hambre egoísta, veamos lo que podemos hacer de ella reparándola y equilibrándola, ajustando sus engranajes y encentrando su eje. El Benthamismo encierra algo completo, viril, al entregarse intrépido a lo que cree cierto; podemos llamarlo Heroico, aunque ciego Heroísmo. Es el punto culminante, ultimátum audaz, de lo existente en el confuso e indeciso estado que dominaba la existencia del hombre en aquel siglo XVIII. Opino que todos los contradictores de la Divinidad, todos los creyentes de labios afuera, están obligados a seguir a Bentbam, si tienen ánimos y honradez para ello. El Benthamismo es Heroísmo ciego; es la Humanidad que, parecida al desdichado y ciego Sansón, acosado en el Templo Filisteo, empuja convulsivamente sus columnas y produce la catástrofe, acompañada de final salvación. Nada tengo que decir contra Bentham.

Lo que sí digo, y quisiere supiesen y comprendiesen todos, es que quien solamente descubre Mecanismo en el Universo, sufre el error más lamentable sobre su secreto. Paréceme que al eliminar toda Divinidad del concepto que el hombre tiene del Universo cometemos el más brutal error en que podemos incurrir, y no quiero desacreditar al Paganismo llamándolo un error Pagano. No es cierta aquella manera de pensar, sino falsa en su verdadera entraña, porque quien así pensase errarla en todo en este mundo, y este pecado original viciaría todas las conclusiones a que llegase. Puede considerarse como la más lamentable de las ilusiones, sin olvidar la Hechicería. Ésta adoraba por lo menos un Demonio viviente; pero esa otra adora un Demonio muerto y de hierro, no a un Dios, ni siquiera a un Demonio. Con ello la vida se desprende de todo lo noble, divino, inspirado, quedando sólo un despreciable caput-mortuum, la cáscara mecánica que abandonó el alma. ¿Cómo puede el hombre obrar heroicamente? La Doctrina de los Motivos no le enseña otra cosa que un miserable amor al Placer y miedo al Dolor, más o menos disfrazado; que el Apetito sentido por el aplauso, el dinero o cualquier otra cosa material, es la última realidad de la vida, ateísmo que se condena horriblemente a sí mismo. El hombre llega a convertirse en paralítico espiritual; el divino Universo en máquina de vapor inanimada, activada por motivos, ajustes y contrapesos, dentro de la cual el infeliz Falaris espera tristemente la muerte, como en el detestable vientre del Toro que él mismo ha fabricado.

Defino la fe como acto sano del entendimiento del hombre. Llegar a creer es misterioso proceso indescriptible, como todos los actos vitales. El entendimiento se nos concede para que discierna algo, para que nos proporcione evidente creencia y conocimiento sobre algo, partiendo de lo cual podemos proceder a obrar, no para cavilar y argüir. La duda no es ciertamente crimen en sí, pues no nos lanzamos precipitadamente ateniéndonos a lo primero que vemos, teniendo ciega fe en ello. En todo entendimiento racional reside la duda de toda especie, la averiguación (Vocablo griego que nos es imposible colocar. Chantal López y Omar Cortés), como dicen los griegos, sobre toda clase de cosas; es la actuación mística del entendimiento, sobre el objeto que tiende a conocer y creer. La creencia proviene de todo eso, asomando a la superficie, como el árbol de sus ocultas raíces. Pero, si, aun en lo corriente queremos abrigue el hombre sus dudas en silencio, sin que las exponga hasta que se truequen en afirmaciones y negaciones, hasta cierto punto, ¿cuánto más será esto de desear en lo concerniente a las cosas más sublimes, imposibles de traducir en palabras? Que el hombre ostente su duda, llegando a imaginar que el debate y la lógica (que sólo representa la manera de exteriorizar el pensamiento, credulidad o incredulidad, sobre una cosa) es triunfo y verdadera elaboración de su inteligencia, equivale a invertir el árbol y, en vez de sus verdes ramas, hojas y frutos, poner al descubierto las feas y nudosas raíces, secándolo, matándolo, evitando su crecimiento y desarrollo.

Porque, como he dicho, el Escepticismo no es sólo intelectual, sino también moral; atrofia crónica, enfermedad anímica. El hombre vive al tener fe en algo, no debatiendo y arguyendo sobre ello. Triste es el caso en que todo cuanto logra creer se trueca en algo que puede meterse en el bolsillo, comerse y digerir. No puede descender más. Esas épocas en que desciende tanto son las más funestas, repugnantes y mezquinas. Si el corazón del mundo sufre parálisis, está enfermo, ¿cómo pueden estar sanos sus otros órganos? La Actuación legítima cesa entonces en todos los sectores de actividad del mundo, iniciándose la hábil Simulación de la Actividad. El mundo percibe su salario sin que haya realizado su trabajo. Desaparecen entonces los Héroes, reemplazados por los falsarios. ¿Qué siglo abundó más en Ficciones que el XVIII, desde el fin del mundo romano, época de escepticismo, simulacros y decadencia universal? Consideradlos con su inflada presunción sentimental sobre la virtud, la benevolencia; observad el escuadrón de Falsarios capitaneados por Cagliostro. Pocos hombres se salvaron de la ficción, considerándola ingrediente necesario y amalgama de la verdad. Chatham, nuestro bravo Chatham, llegó a la Cámara vendado y fajado; llega atacado por los dolores, olvidando, dice Walpo'e, que estd representando el papel de enfermo; en el ardor del debate, saca el brazo del cabestrillo balanceándolo y levantándolo animado por el calor de la oratoria. El mismo Chatham vivió de rara manera ficticia, como semi-héroe, semifalsario en una pieza. Porque el mundo está repleto de tontos y hay que obtener sus votos. No necesitamos manifestar cómo hay que cumplir en tal caso los deberes del mundo, ni calcular los enormes errores, que significan fracaso, penas y miserias para algunos y para muchos, acumulándose gradualmente en todos los sectores de las actividades humanas.

Cuando lo llamamos Escéptico creo ponemos el dedo en la llaga; mundo hipócrita, ateo, falseador. Eso fue lo que originó la tribu de plagas sociales, Revoluciones francesas, Constitucionalismos, así como su necesidad de existencia. Este estado de cosas tiene que alterarse y, hasta que se altere, nada variará beneficiosamente. Mi sola esperanza, mi inquebrantable consuelo al considerar las miserias del mundo, es que esté transformándose, pues de vez en cuando tropezamos con un hombre que sabe, como sabían los antiguos, que el mundo es Verdad, no Verosimilitud y Falsedad, que vive, no está muerto ni paralítico, que también vive el mundo animado por la Divinidad, bello y pavoroso, como en el principio de los días. Una vez sabe esto un hombre, van sabiéndolo otros, muchos, hasta que lo saben todos, evidenciándose para el que quitándose los lentes ahumados echa sobre él la vista sinceramente. Para el que así procede, el Siglo Incrédulo, con sus nocivas Producciones, pasó por completo, entrando en uno nuevo; los rancios y dañosos Productos y Actuaciones, por sólidas que pareciesen, se truecan en Fantasmas que pronto se esfumarán, pudiendo entonces avanzar serenamente seguido de todos los demás que le aclaman y apostrofar a estos ruidosos y disformes Simulacros diciendo: ¡No eres verídico, ni real, sino apariencia! ¡Vete! Sí, el hueco Formulismo, el tosco Benthamismo, y demás Hipocresías ateas y bajunas quedan al desnudo, decayendo rápidamente. El incrédulo siglo XVIII es excepción, como ocurre en todo. Profetizo que el mundo será sincero una vez más; mundo creyente que contará muchos Héroes; mundo heroico; entonces alcanzará la victoria, mas no hasta entonces.

Y, ¿qué será del mudo y sus victorias? Mucho se habla en su honor, pero, ¿no tiene cada uno de nosotros que conducir su Vida, vaya el mundo como quiera, alcance o no la victoria? Tenemos Una Vida, un relámpago de Tiempo entre dos Eternidades, sin que se nos presente nuevamente esta oportunidad; por ello conviene no vivir como vesánicos y simuladores, sino como prudentes y reales. Si el mundo se salva, no por ello nos salvaremos; si se pierde, tampoco nos perderemos por eso; debemos preocuparnos de nosotros mismos, siendo meritorio no salirnos de nuestra esfera. A decir verdad, nunca oí decir que los mundos se salvasen de otro modo: la manía de salvar a los mundos es cosa del siglo XVIII con su pomposo sentimentalismo. No nos dejemos arrastrar por él. Por mi parte dejo confiadamente la salvación del mundo en manos de su Creador, cuidando de la mía, cosa para la que tengo más competencia. En pocas palabras, grande sería nuestro regocijo si el Escepticismo, la Hipocresía, el Ateísmo Mecánico, con todos sus venenosos efluvios desapareciesen, hubieran desaparecido, para bien del mundo.

En esas condiciones tenían que vivir nuestros Literatos en tiempos de Johnson, época en que no había realmente verdad en la vida, porque las antiguas verdades quedaron aletargadas y mudas, y las nuevas no intentaron dejar oír su voz desde su escondite. Aún no había alboreado en las tenebrosidades del mundo la nueva advertencia de que la Vida del Hombre en la Tierra era Sinceridad y Realidad, que siempre sería así. No hubo advertencia, ni Revolución Francesa, que definimos como Verdad una vez más, aunque Verdad envuelta en fuego infernal. ¡Cuán diferente fue la peregrinación de Lutero, con su fin a la vista, de la de Johnson, rodeado de meras tradiciones, suposiciones, inverosímiles, ininteligibles! Las Fórmulas de Mahoma eran madera encerada y engrasada, que podía quemarse y arrinconar; las del pobre Johnson eran mucho más difíciles de quemar. El hombre fuerte siempre hallará trabajo, cosa que significa dificultad, penalidades, de conformidad con sus fuerzas. Pero alcanzar la victoria en las circunstancias de nuestro desgraciado Héroe como Literato, era quizá más difícil que para nadie. No sólo tuvo que luchar con la obstrucción, la desorganización, el Librero Osborne y los cuatro peniques y medio diarios, sino que la luz de su alma le fue arrebatada. No tenía punto de mira en el mundo, ni estrella que le sirviere de guía; por eso no hay sorpresa en que ninguno de esos Tres hombres lograse la victoria; su mayor alabanza es que lucharon lealmente; por eso contemplamos con triste simpatía las Tumbas de los tres Héroes derrotados, ya que no podemos contemplarlos como vivientes y victoriosos. Se sacrificaron por nosotros, abriéndonos nuevo camino. Ahí están las montañas que apartaron de nuestro paso en su confusa Guerra con los Gigantes, bajo las cuales yacen sepultados tras haber dejado sus fuerzas y su vida en la empresa.

Algo he escrito sobre estos tres Héroes Literarios, expresa o incidentalmente, cosas ya conocidas por vosotros que no es preciso repetir. Esos hombres nos interesan como Profetas singulares de aquella época singular, porque virtualmente lo fueron, y el aspecto presentado por ellos y por su mundo, desde este punto de vista, debe llevarnos a reflexionar. Yo los llamo Hombres Auténticos, que fielmente e inconscientemente lucharon por ser auténticos y por situarse en la eterna verdad de las cosas. Esto con una intensidad que los distingue eminentemente de la desdichada masa artificial de sus contemporáneos, y los hace dignos de ser considerados hasta cierto punto como Verbos de la eterna verdad, como Profetas de su tiempo. Fueron lo que fueron por noble necesidad de la misma Naturaleza: hombres de magnitud tal, que no podían vivir de irrealidades, en las nebulosidades y frivolidades; la insubstancialidad cedía a sus pasos, no pisando más que tierra firme, sin descansar ni andar regularmente hasta que hallaban sólido terreno. Fueron Hijos de la Naturaleza en una época de Artificio: Hombres Originales.

En cuanto a Johnson siempre lo consideré como una de nuestras grandes almas inglesas por naturaleza; hombre fuerte y noble, sin que se desarrollase por completo, que, de vivir en elemento más acogedor, pudiere haberlo sido todo: Poeta, Sacerdote, Legislador, soberano. En general, el hombre no debe quejarse de su elemento ni de su época, o cosas por este estilo, pues a nada conduce. Si su época es mala, ahí está él para mejorarla. Johnson pasó su juventud en la pobreza, la soledad, la desesperación, la desgracia. No parece probable que la vida de Johnson pudiere estar exenta de penalidades, aun en el caso de haber gozado de alguna circunstancia exterior de las más favorables. El mundo habría obtenido de él trabajo más o menos béneficioso, mas su esfuerzo contra el trabajo del mundo no hubiera podido ser nunca fácil tarea. A cambio de su nobleza díjole la Naturaleza: Vive en elemento de enfermiza amargura. Tal vez la amargura y la nobleza estuvieron íntimamente unidas, inseparablemente: El pobre Johnson fue siempre presa de hipocondría, amargor físico y espiritual, como un Hércules en la emponzoñada túnica de Neso que infiltró en él incurable enfermedad, túnica que no podía quitarse, porque era su propia piel. Así tuvo que vivir. Figuráoslo con su escrófula, su gran corazón ávido, indecible caos de pensamientos, deambulando tristemente como extraño en el mundo, devorando con avidez todo lo espiritual que encontraba a su paso, aprendiendo lenguas y estudiando gramáticas, de no hallar algo mejor. Era el alma más grande que había entonces en Inglaterra y percibía un salario de cuatro peniques y medio por día. Nunca olvidaré lo ocurrido al adusto Johnson en el Colegio de Oxford; un estudiante observó cierto invierno que el fámulo de anguloso y cicatrizado rostro arrastraba unos zapatos viejos y rotos; compadecido, dejó un par nuevo a la puerta de su cuarto. Al verlos el fámulo los tomó, los miró acercándolos a sus cansados ojos y los tiró por la ventana, no sabemos con qué pensamientos. Pies mojados con barro y escarcha, hambre, lo que queráis, pero no limosna; no queremos limosna. Rudo y tenaz, bastándose a sí mismo, destrozado y manchado, brusco, pobre y necesitado, pero noble y viril. El acto de tirar los zapatos es rasgo que manifiesta la vida de aquel hombre, ser original, superior, que ni pide de prestado ni limosnea, que parece decirse: Sustentémonos sobre nuestra base, llevando los zapatos que podamos proporcionarnos, pisando barro y escarcha, es cierto, pero honradamente, viviendo en la realidad y sustancia que la Naturaleza nos concede, mas no en la apariencia, en lo que diera a los demás.

Y, no obstante, a pesar de su ceñudo orgullo masculino y de su suficiencia, ¿hubo espíritu más tierno en su afecto, que se sometiese más lealmente a lo que realmente era superior a él? Las grandes almas son siempre lealmente sumisas, reverentes ante lo que las supera; sólo las mezquinas obran de modo distinto. No puedo hallar mejor prueba de lo que dije hace días: que el sincero era obediente por naturaleza, que sólo en un Mundo de Héroes reside la leal Obediencia a lo Heroico. La esencia de la originalidad no consiste en la novedad: Johnson creía en lo antiguo, hallando las rancias opiniones dignas de ser creídas, adecuadas para él, viviendo heroicamente acatándolas. Es hombre digno de estudio en cuanto a eso, teniendo que decir que Johnson era mucho más que hombre de palabras y fórmulas: era hombre de verdades y realidades. Aceptaba las viejas fórmulas; por fortuna pudo vivir de acuerdo con ellas, mas precisaba que todas las que admitía fueran legítima sustancia. Lo curioso es que en aquella miserable Edad del Papel, tan infecunda, artificial, abundante en Pedanterías y Supercherías, fulgurase la gran Realidad del Universo, maravillosa, incontrovertible, inefable, divina e infernal, en aquel hombre. Digna de reflexión es la manera cómo armonizó sus Fórmulas con ella, cómo pudo conseguirlo en aquel ambiente: es cosa que debemos considerar reverentemente, con piedad, con espanto. La Iglesia de San Clemente Danés, en la que Johnson adoraba en tiempos de Voltaire, es lugar venerable para mí.

Johnson fue Profeta en virtud de su sinceridad, porque hablaba aún inspirándose en el seno de la Naturaleza, aunque en lengua artificial y vulgar. ¿No son artificiales todos los idiomas? No todo lo artificial es falso, ni todo genuino Producto de la Naturaleza toma forma infalible; pudiendo afirmar que todo lo artificial es legitimo en su principio. Lo que llamamos Fórmulas no es malo en su origen, sino indispensablemente bueno. Fórmula es método, costumbre, que encontramos en donde se halla el hombre; las Fórmulas se forman como los Senderos, como transitados Caminos, que conducen hacia algún fin sagrado o elevado, al que tienden muchos hombres. Considerémoslo. Un hombre, animado por entusiasta y cordial impulso, halla el modo de hacer algo, ya revelando cómo reverencia su alma al Altísimo, ya manifestando simplemente cómo hay que saludar a sus congéneres. Para eso se requería un inventor, un poeta, articulando el velado pensamiento que abrigaba su corazón, y otros muchos, que pugnaban por exteriorizarse; éstos son los primeros pasos, la iniciación de un Sendero, que seguirá otro hombre guiándose por las huellas del anterior, lo mds fácil para él. Este último sigue las pisadas del precedente, variando y mejorando algo cuando le parece conveniente, y, poco a poco, se ensancha la Senda a medida que pasa más gente, hasta que se convierte en carretera por la que van peatones y vehículos. Si al final del camino hubiere una ciudad, una ermita, se considerará acertado. Si desapareciese la Ciudad decaería el Camino. De este modo surgieron y se esfumaron las Instituciones, Prácticas, cosas Reglamentadas en este mundo. Las Fórmulas se iniciaron plenas de sustancia, podemos llamarlas piel, articulación formada, organizada y piel de una sustancia existente en ellas, que no hubieren surgido de otro modo. Dijimos que los ídolos no son idolátricos hasta que despiertan duda, siendo cosa sin sentido para el corazón del devoto. Por mucho que digamos contra las Fórmulas, supongo que nadie ignora la importante significación de las auténticas, que fueron y serán siempre accesorios indispensables de nuestro paso por la Tierra.

Fijémonos cuán poco se jacta Johnson de su sinceridad; no sospechaba ser singularmente sincero, ser particularmente algo. Era un infatigable trabajador, corazón agotado, letrado, como él mismo decía, luchando denodadamente para vivir de su labor sin rendirse al hambre y no tener que hurtar. En él observamos noble inconsciencia, no siendo de los que graban la palabra VERDAD en la tapa de su reloj, sino de los que a ella se atienen; es veraz, trabaja y vive sin separarse de ella, obrando así siempre, cosa que no hay que olvidar. El hombre a quien la Naturaleza confía la ejecución de algo grande, la comprende con claridad tal, que no puede ser hipócrita; la Naturaleza es Realidad para su corazón, profundamente sensible, y artificio el artificio; siempre tiene a la vista el pavoroso y sorprendente Misterio de la Vida, de inefable grandeza, lo acepte o no, aunque parezca lo olvide o lo niegue. Se basa en la sinceridad sin darse cuenta, porque ni se le ocurre llamarla ni le respondería. Mirabeau, Mahoma, Cromwell, Napoleón, todos los Grandes Hombres, la poseen como primera materia. Innumerables son los humanos vulgares que discuten y charlan en todas partes sobre sus ordinarias doctrinas, que aprendieron por lógica, rutina, de segunda mano; para aquéllos nada es todo eso, porque necesitan la verdad, verdad que comprendan es sincera. ¿Cómo podrían vivir de otro modo? Su alma les dice en todo momento, de todas maneras, que sin sinceridad, no hay base, sintiendo la noble necesidad de ser sinceros. Mi idea sobre este mundo no es la de Johnson ni la de Mahoma; no obstante, reconozco el eterno elemento de cordial sinceridad en ambas, viendo con placer que ninguna de ellas ha sido infecunda, que no es cascabillo, sino semilla que crecerá en la tierra.

Johnson fue Profeta para su pueblo, divulgando un Evangelio, como todos los de su linaje. Podemos afitmar que el Evangelio que propagó fue una especie de Prudencia Moral concebida en estos términos: veamos cómo hacemos lo mucho que hay que hacer en un mundo sobre el que tan poco sabemos. Cosa digna de propagarse es ésta: en un mundo en que tanto hay por hacer y sobre el que tan poco sabemos. No debemos precipitarnos en el inmenso abismo de la Duda, de la miserable Incredulidad que se olvida de la deidad, pues, ¿cómo podríamos entonces obrar y laborar desamparados, impotentes y enloquecidos? Ése fue el Evangelio divulgado y enseñado por Johnson, combinado con este otro importante Evangelio: ¡Desterrad la Hipocresla de vuestra mente! Huíd de la Hipocresía; aunque andéis sobre el frío barro en tiempo de heladas, procurad que sea calzando vuestros verdaderos zapatos, porque eso es lo mejor que podéis hacer, como dice Mahoma. Llamo Evangelio a esas dos cosas reunidas, importante Evangelio, quizás el más importante posible en aquella época.

Parece que la joven generación repudia los Escritos de Johnson, tan en boga y tan celebrados en su época. No hay que extrañarse; las opiniones de Johnson decaen cada día más; pero su manera de pensar y vivir esperamos no declinará nunca. En sus Libros hallo indudables rasgos de gran inteligencia y grandeza de corazón, bien acogidos siempre a pesar de todas las obstrucciones y perversiones. Sus palabras son sinceras, dando a cada cosa su nombre. Un asombroso estilo almidonado, el mejor por entonces, grandilocuencia mesurada, avanzando solemnemente, anticuado hoy; algunas veces surge la frondosidad fraseológica desproporcionada para su sustancia; a todo esto hay que resignarse. Porque la fraseología, frondosa o no, siempre encierra algo. ¡Hay tantos bellos estilos y libros que nada contienen, siendo sus autores malhechores, escritores de los que hay que huir!

Aunque la obra de Johnson se hubiere reducido a su Diccionario, en él descubriríamos una gran inteligencia, un hombre auténtico. Fijándonos en la claridad de sus definiciones, la solidez general, honradez, discernimiento y método feliz, lo podemos llamar el mejor de todos los diccionarios, pues hay en él una especie de nobleza arquitectónica que se erige como magnífico edificio, sólidamente construido, simétrico, completo, obra de un verdadero Arquitecto.

Digamos algo sobre el pobre Boswell, a pesar de nuestra prisa. Pasó por mediocre, ampuloso, glotón, siéndolo en muchos sentidos; no obstante, su reverencia por Johnson es digna de elogio. El tonto y engreído Señor Escocés, el más presumido en su tiempo, se dirige tan medroso al grande, irascible y mugriento Pedagogo, a visitarlo en su buhardilla y muestra legítima veneración ante la Excelencia, culto de Héroe, en época en que no se creía en su existencia, ni se le rendía adoración. Pero parece que los Héroes existen siempre que se les presta cierto culto. Tomémonos la libertad de negar el dicho del ingenioso francés: No hay grande hombre para su ayuda de cámara, y de ser así, al que hay que censurar es al ayuda de cámara, no al grande hombre, afirmando que su espíritu es mediocre espíritu de lacayo, que espera ver avanzar al Héroe revestido de sus reales galas, solemne, precedido de estridentes trompetas, seguido de brillante escolta. Más cierto sería afirmar: No hay Gran Monarca para su ayuda de cámara, porque si quitamos a Luis XIV sus reales atavíos, quedará convertido en pobre rabanillo, bifurcado, con cabeza tallada fantásticamente, que ningún servidor podrá admirar. El lacayo no reconoce al Héroe cuando está ante él; para reconocerlo hay que ser una especie de Héroe, y una de las cosas de que carece el mundo, en este y en otros sentidos, es eso precisamente.

¿No podemos decir, en general, que la admiración de Boswell estaba justificada, que no podía encontrar en toda Inglaterra inteligencia tan digna de pleitesía? ¿No podemos afirmar de este gran amargado Johnson, que guió su difícil y confusa existencia sabiamente, como hombre valeroso? Aquel hombre, en su pobreza, entre el polvo y la sombra, con su cuerpo enfermizo y raídas ropas, dominó como valiente el inmenso caos de Literatos metalizados, el enorme caos de Escepticismo en religión y práctica de la vida. No careció de estrella que le sirviese de guía en la Eternidad, teniéndola como todos los bravos; fijó la vista en ella sin nada que le hiciese vacilar en su curso en los confusos vórtices del profundo mar del Tiempo. Nunca arrió bandera ante el Espiritu Falsario, origen de la muerte y el hambre. ¡Bravo, viejo Samuel! Ultimus Romanorum!

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