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Epoca novena. - La comunidad
A mi amigo Villegardelle, comunista (1)
Mi querido Villegardelle:
A su debido tiempo recibí sus dos últimas publicaciones, y le doy las gracias.
He leído la Arminía de los intereses, con el encanto que debían producirme su espíritu sutil, su pensamiento vivo y ligero y su expresión siempre escéptica y cáustica. ¿Qué se puede buscar en un escrito comunista, sino la imaginación y el talento del escritor?
Lo que me impresionó en la Historia de las ideas sociales, fue el segundo titulo: Los socialistas modernos adelantados y aventajados por los antiguos pensadores y filósofos. Confieso que encuentro en esto menos malicia que candor. ¡Qué bella recomendación para nuestra causa, hacer ver a un público, imbuido de las ideas de progreso, que la invención se debilita en nosotros a medida que la civilización le desarrolla sobre su base propietaria, y gritar públicamente, por más que sea cierto, que el socialismo está en decadencia desde Platón y Pitágoras! ¡Y qué advertencia al lector en la primera página de una publicación comunista! Usted, que ha frecuentado el falansterio, mi querido Villegardelle, ¿es tan poco hábil?
Le confieso que me gusta mucho el titulo de utopia que da en general a todo proyecto de reforma contrario a la propiedad. De hecho y de derecho, el socialismo, que protesta eternamente contra la razón y la práctica social, no es ni puede ser nada. Al revés de las trabas que puso al libre comercio, y de las cuales los economistas piensan triunfar con el tiempo, el socialismo no viene nunca; no hay hora marcada para él, y está condenado a un perpetuo aplazamiento. Le felicito, mi querido Villegardelle, por este feliz descubrimiento.
Usted dice, con mucha razón a mi modo de ver, que el público refiere todas las ramas del socialismo al antiguo tronco de la comunidad. Por esta razón, usted mismo, después de haber examinado la utopía de Saint-Simon, y más tarde la de Fourier; habiendo visto que estas personas no procedían de buena fe o se detenían en la mitad del camino, se hizo comunista. Y en efecto: ¿contra qué se levantaron los reformadores de todos los tiempos? Contra la propiedad: pues bien; la negación de la propiedad es el comunismo. El más pobre icariano puede, como si fuese un Aristóteles, llegar a esta consecuencia, y su profesión de fe actual depende. por completo de la fatalidad de este razonamiento.
¿Por qué, pues, se preguntará sin duda, por qué yo, que protesto tan enérgicamente contra la propiedad, no imito su ejemplo? ¿Y cómo, a pesar de la negación más decidida, soy todavía el menos avanzado de los socialistas modernos, todos menos avanzados que los antiguos? Demoler la propiedad, era hermoso, sublime; pero rechazar en seguida el comunismo en nombre de no sé qué metafísica, ¿se puede dar algo más inconsecuente? Hace seis años que persisto en esta declaración ambigua: ¿qué puedo responder al socialismo desconrcertado y suspicaz?
Le doy gracias, mi querido Villegardelle, por haber reconocido mi insolidaridad frente al comunismo. Mi justificación será más fácil, porque tengo todos los elementos necesarios en sus obras. Usted mismo lo dice: El socialismo, o la comunidad, decae de una manera continua, porque es una utopía, es decir, nada. El socialismo retrocede a medida que la sociedad avanza, afirma y realiza sus ideas íntimas y toma posición en la experiencia; del mismo modo que la propiedad se modifica a medida que el legislador descubre las leyes de lo justo, y la pura esencia de la humanidad se manifiesta. He ahí lo que el socialismo y la economía política han demostrado, y lo que ambos aceptamos de uno y otra.
Soy, pues, comunista como usted, mi querido Villegardelle; pero hipotéticamente nada más, y en tanto que niego la propiedad. Destruída ésta, será preciso examinar la hipótesis comunista; y viendo entonces que el comunismo está, como la propiedad, en decadencia continua; que es utópico, quiero decir, igual a nada; que cuando trata de reproducirse se resuelve en una caricatura de la propiedad, para ponerme de acuerdo conmigo mismo y ser fiel a la razón y a la experiencia, me veo precisado a concluir contra la comunidad, como antes lo hice contra la propiedad; y si soy el menos avanzado de los socialistas, es porque salgo de la utopía, mientras los demás permanecen en ella.
¿Procede esta doble negación de error, o de burla? Creo firmemente, mi querido Villegardelle, que en la naturaleza misma de la sociedad está la causa, y no desespero de convencerle, si se digna descender conmigo de la sublimidad de los oráculos socialistas al examen práctico de las cosas. Recuerde, ante todo, que al exponer mis razones, no sostengo una opinión mía, sino que me limito a explicar la suya, a justificar el título que lleva y a conciliar sus insinuaciones y sus iras, con la profesión de fe que ha hecho. ¡Nosotros vivimos sobre dos mentirasl ... ¡Es extraño que, porque paso mi vida demostrando esta contradicción de nuestra naturaleza, se me acuse de ser contradictorio en todo!
Notas
(1) Autor de la obra Histoire des idées sociales avant la Révolution (1846), de una edición del Code de la Nature de Morelly (1841) y del folleto Accord des intérets el des parties (1836).
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