Índice del Sistema de las contradicciones económicas o Filosofia de la miseria de Pierre Joseph ProudhonAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

IX

El comunismo ecléctico, ininteligente e ininteligible

Lo hemos dicho desde un principio y lo repetimos ahora; nada hay en la utopía socialista que no se encuentre en la rutina propietaria, siguiendo en esto el principio de la escuela: Nihil est intellectu, quod prius non fuerit in sensu. El socialismo no posee nada que le sea propio; lo que le distingue, le constituye y le hace ser lo que es, es la arbitrariedad y lo absurdo de sus plagios. ¿Qué es la comunidad? La idea económica del Estado llevada hasta la absorción de la personalidad y de la iniciativa individual. Pues bien: el comunismo no comprendió siquiera la naturaleza y el destino del Estado; al apoderarse de esta categoría a fin de darse a sí mismo cuerpo y cara, sólo vió el lado reaccionario de la idea, y manifestó su impotencia al tomar por tipo de la organización industrial el de la policía. El Estado, dijo, dispone soberanamente del servicio de sus empleados, a quienes alimenta, alberga y pensiona; luego puede ejercer también la agricultura y la industria alimentando y pensionando a todos los trabajadores. Mil veces más ignorante que la economía política, el socialismo no ha visto que al hacer entrar en el Estado las demás categorías del trabajo, convertía a los productores en improductivos; no comprendió que los servicios públicos, precisamente porque son públicos o ejecutados por el Estado, cuestan mucho más de lo que valen; que la tendencia de la sociedad debe ser a disminuir constantemente su número, y que lejos de subordinar la libertad individual al Estado, es el Estado o la comunidad la que debemos someter a la libertad individual.

El socialismo procedió de la misma manera en todos sus plagios. La familia le ofrecía el tipo de una comunidad fundada en el amor y en la abnegación, y al momento se apresuró a transportar la familia al Estado, como antes había transportado la agricultura y la industria; y la distinción de las familias dió lugar a la comunidad de familia, como la distinción de los monopolios había dado lugar a la comunidad del monopolio.

¿Qué había en la familia antes de que el socialismo la absorbiese en la indivisión? Había el matrimonio, la unión del hombre consigo mismo por la separación de los sexos, la sociedad en la soledad, un diálogo en un monólogo. Esta era la consumación de la personalidad humana. El socialismo no vió en ello más que una derogación de su principio, y fundándose en la lascivia de los salvajes y la frecuencia de los adulterios en una civilización en crisis, lo arregló todo suprimiendo el matrimonio y reemplazando la inviolabilidad del amor con la licencia de las uniones.

Reprimida de este modo la personalidad del hombre en el amor y en el trabajo, el camino parecía fácil para la organización del trabajo y el reparto de los productos. Organizar y distribuir el trabajo ... ¿Hay cosa más fácil? Indudablemente, la división del trabajo es anticomunista, porque apropia, en ínfimo grado si se quiere, las funciones a los grupos, y dentro de éstos a los individuos. Indudablemente también, la comunidad sería más perfecta si se pudiese evitar semejante distribución; pero este inconveniente de la apropiación del trabajo desaparecerá en la desapropiación de los productos. No pudiendo atribuirse nadie exclusivamente los instrumentos de trabajo, ni los productos, ni la circulación, ni su distribución:, la comunidad permanece intacta, y todos los cuidados del gobierno se reducen entonces a producir más con los menores gastos posibles.

Pero, observó la economía política, el problema de la división del trabajo no consiste solamente en realizar la mayor suma de productos, sino en conseguir esto sin perjuicio físico, moral o intelectual para el trabajador. Pues bien: se ha probado que la inteligencia del obrero se inclina tanto más al idiotismo, cuanto más dividido esté el trabajo; y recíprocamente, que cuanto mayor es el número de cosas que el hombre abraza en sus combinaciones, arrojando sobre los demás el disgusto de la ejecución y el cuidado de los detalles, tanto más, si fortalece su razón y su genio, se eleva y domina. ¿Cómo conciliaremos, pues, la necesidad de una división parcelaria con el desenvolvimiento, integral de las facultades, desenvolvimiento que es para cada ciudadano un derecho y un deber, y para todos una condición de igualdad, pero desenvolvimiento que, por la exaltación de la personalidad, es la muerte del comunismo?

En este punto, el socialismo se ha presentado tan pobre lógico como despreciable charlatán. A la división parcelaria añadió el corte de las secciones, arrojando partícula sobre partícula, incisión sobre incisión, el desorden sobre el hastío y el tumulto sobre el fastidio. Él no quiere que los trabajadores aspiren todos a ser generalizadores y sintéticos; reserva esta distinción para las naturalezas privilegiadas, de las cuales hace, unas veces, explotadores como los propietarios, A cada uno según su capacidad y a cada capacidad según sus obras, y otras. veces esclavos, Los primeros serán como los últimos y los últimos como los primeros. El socialismo no ha visto, o mejor dicho, ha visto demasiado bien que la división del trabajo era el instrumento del progreso y de la igualdad de las inteligencias, al mismo tiempo que del progreso y de la igualdad de las fortunas; rechaza con todas sus fuerzas esta igualdad que le repugna porque sustituye el sacrificio obligatorio con el libre, y por esta razón coloca unas veces la capacidad por encima del trabajo parcelario, y otras la pone muy por debajo. En Icaria, como en Platón, en el falansterio y en todos los libros socialistas, la ciencia y el arte se tratan como especialidades y oficios, pero en ninguna parte se las ve aparecer como facultades que la educación debe desarrollar en todos los hombres. Usted, mi querido Villegardelle, conoce el socialismo en su personal como en sus libros; rinda culto a la verdad: ¿cree el socialismo en la igualdad de las inteligencias? El socialismo, que exige la abnegación, ¿quiere la igualdad de condiciones? ¿Ha encontrado en él (hablo del socialismo dogmático) algo más que vanidad e ignorancia? Diga si yo le calumnio.

A pesar de todo, el socialismo hizo un descubrimiento, que es el del trabajo atractivo.

La economía política, al revelarse al mundo como ciencia de observación y de experiencia, había proclamado la santidad del trabajo. Contra la autoridad de las religiones, había dicho que el trabajo no era una maldición de Dios, sino una condición de vida tan necesaria para nosotros como el beber, el comer, el amor, el juego y el estudio. Las obras de Say, Destutt de Tracy, Droz, Adam Smith, etc., están llenas de esta idea. La economía política es la protesta del pensamiento filosófico en favor del trabajo, contra la inercia bárbara y la mitología judaica. Se seguía de aquí, y los economistas lo comprendieron muy bien, que el trabajo, necesario a la sociedad y al hombre, fortificando el espíritu y el cuerpo, conservando las costumbres y la salud, produciendo la riqueza, principio del progreso y manifestación de la actividad humana, no tenía EN sí mismo, a parte subjecti, nada de aflictivo; y que si alguna vez iba acompañado de fatiga y de disgusto, provenía únicamente de la calidad de las cosas, a parte rei, a las cuales se aplica, o de un defecto de medida en la ejecución. La división parcelaria y la uniformidad de acción, que es su consecuencia, tan enérgicamente señaladas por los economistas, son ejemplos bien conocidos del trabajo que se hace repugnante. ¿Qué debía hacerse, pues? Suprimir o cubrir lo que la materia del trabajo pudiese ofrecer de penoso, y dirigir los ejercicios de una manera que satisficiese el cuerpo y el espíritu a la vez. En lugar de esto, el socialismo inventó el trabajo atractivo.

En primer lugar, hecho el trabajo más agradable y más fácil, a lo que dicen, por la extrema división, se cambiará en una fiesta perpetua por la música, el canto, las conversaciones galantes, la lectura, la corta duración de las sesiones, las evoluciones y las caídas. Tal es el régimen establecido en Icaria por el señor Cabet, de acuerdo en esto con todos los grandes maestros, Platón, Campanella, Mably, Morelly, Fourier, etc. El socialismo, que conoce perfectamente a sus bestias, les proporciona toda clase de recreos, y procede con el trabajo del mismo modo que los amigos de serenatas con el amor, cuando a media noche y bajo las ventanas de la nueva desposada despiertan con los instrumentos sus sentidos debilitados. A estos entretenimientos diversos, la Fraternité, número de enero de 1845, añade la consideración que inspira el trabajo, con más la vigilancia mutua. Es claro que el socialismo pediría de muy buena gana la supresión del trabajo; y sólo en la imposibilidad absoluta de llegar a este ideal de la fatiga atractiva, lo abrevia, lo disminuye, lo varía, lo suaviza, lo sazona, y finalmente, lo hace obligatorio bajo pena de censura y de prisión. ¡Qué genios tan formidables son los inventores del trabajo atractivo!

Pero ... queridos maestros: ya que sois tan fuertes en el terreno de la imitación, tomad nota de lo que os vaya decir, que es tan antiguo como el mundo. El trabajo, como el amor, del cual es una forma, lleva en sí mismo su encanto; no necesita variedad, ni sesiones cortas, ni música, ni confabulaciones, ni procesiones, ni dulces frases, ni rivalidades, ni agentes de policía, ni nada; la libertad y la inteligencia bastan; el trabajo nos interesa, nos agrada y nos apasiona por la emisión de vida y de talento que exige; su mejor auxiliar es el recogimiento, y su mayor enemigo es la distracción. Publicad en todas partes que, lejos de disminuir, el trabajo aumenta sin cesar para cada uno de nosotros; anunciad, en fin, que por el trabajo, como por el matrimonio, la personalidad del hombre llega incesantemente a su máximo de energía y de independencia, lo cual elimina la última probabilidad del comunismo. Todas estas verdades son el A, B, C, de la ciencia económica, la filosofía pura del trabajo, y la parte mejor demostrada de la historia natural del hombre.

¡Hasta qué punto el socialismo, con sus utopías de abnegación, de fraternidad, de comunismo y de trabajo atractivo, es inferior al antagonismo propietario, que se jacta de destruir, y que no hace más que copiar! ...

Bien examinado, el socialismo es la comunidad del mal, la imputación que se hace a la sociedad de las faltas individuales, y la solidaridad entre todos, de los delitos de cada uno. La propiedad, al contrario, es por su tendencia la distribución conmutativa del bien y la insolidaridad del mal, en cuanto el mal proviene del individuo. Desde este punto de vista, la propiedad se distingue por una tendencia a la justicia que estamos muy lejos de encontrar en el comunismo. Para hacer insolidaria la actividad y la inercia, crear la responsabilidad individual, sanción suprema de la ley social, fundar la modestia de las costumbres, el celo por el bien público, la sumisión al deber, la estimación y la confianza recíprocas, el amor desinteresado del prójimo; para asegurar todas estas cosas, ¿lo diré?, el dinero, este infame dinero, símbolo de la desigualdad y de la conquista, es un instrumento cien veces más eficaz, más incorruptible y más seguro que todas las preparaciones y las drogas comunistas.

Los declamadores hablaron de la moneda como el fabulista del idioma; le atribuyeron todos los bienes y todos los males de la sociedad. El dinero, dijeron unos, es el que levanta ciudades, gana batallas, crea el comercio, estimula los talentos, remunera el trabajo y arregla las cuentas de la sociedad. El dinero, la rabia de dinero, auri sacra fames, replicaron otros, es el fermento de todos nuestros vicios, el principio de todas nuestras traiciones y el secreto de todas nuestras bajezas. Si este elogio y esta censura fuesen justos, la invención de la moneda, que es la más asombrosa según el señor Sismondi, y la más feliz, en mi opinión, de todas cuantas hizo el genio económico, presentaría una contradicción; por consiguiente, debería rechazarse reemplazándola con una concepción superior, más moral y más verdadera. Pero no es así: los metales preciosos, el numerario y el papel de banco, no son, por sí mismos, causa de bien ni de mal; la verdadera causa está en la incertidumbre del valor, cuya constitución se nos presenta simbólicamente en la moneda como la realización del orden y del bienestar, y cuya oscilación irregular en los demás productos es el principio de toda expoliación y de toda miseria.

El dinero, el primer valor socialmente determinado, se presenta, pues, hasta el día de la constitución general de los valores, de la cual debe nacer para el trabajador la garantía completa del trabajo y del salario, se presenta, digo, como el órgano más perfecto de la solidaridad del bien y de la insolidaridad del mal; en otros términos, de la responsabilidad individual y de la justicia.

Queréis que confíe en el trabajo, en la diligencia y en la delicadeza de mis hermanos; mas ... para esto no es necesario organizar una policía, ni crear un espionaje mutuo, tan injurioso como imposible. Haced que el bienestar resulte para todos exclusivamente de su laboriosidad, de modo que la medida del trabajo sea la medida exacta del bienestar; que el producto de la actividad sea como una segunda e incorruptible conciencia, cuyo testimonio castigue o remunere, según el mérito o el demérito, cada una de las acciones del hombre; estableced una escala o cuadro comparativo de los valores que presente las oscilaciones anteriores y futuras a la vez, y por cuyo medio el productor pueda dirigir siempre sus operaciones de la manera más, ventajosa, sin temer nunca exceso de producción ni desastre de ningún género; dad, en fin, a todos los valores una expresión común, deducida de su comparación con uno de ellos que sirva de metro en todas las transacciones: ¿no es cierto que en estas condiciones, el trabajador, entregado a sí mismo y gozando de la más completa independencia, ofrecería la más perfecta garantía?

Que se tomen después todas las medidas de previsión que exige la enfermedad de la naturaleza, y que el honor de la humanidad impere; con esto no se habrá hecho más que suplir con el amor lo que haya negado el derecho. ¿Y quién pensará en impedirlo? Nadie: pero recordad que ese suplemento recibe toda su moralidad, y por consiguiente, su posibilidad, del reconocimiento previo del derecho, y que sin la justicia, sin una exacta definición de lo tuyo y de lo mío, la caridad se convierte en una exacción, y la fraternidad es imposible.

El reinado del dinero es la transición a esta democracia de los valores, fundamento de la justicia y de la fraternidad. El dinero y las instituciones de crédito que engendra, elevando los valores industriales a la dignidad de numerario, hacen bajar la cifra de la criminalidad, y abriendo mercados por todas partes y facilitando la circulación, disminuyen los riesgos y aumentan, con la seguridad, la benevolencia y el desprendimiento ...

¿Por qué razón, en vez de crear al hombre un individuo, echó Dios al mundo a la humanidad, que es una especie? Esta pregunta interesa al filósofo, cualquiera que sea su opinión. Sin embargo, el comunismo no puede responder a ella, porque desde su punto de vista, la creación de la humanidad es absurda.

Ya sea por preocupación o por respeto a la costumbre de Europa, el autor de Icaria conservó, como Fenelón, la monogamia en su República, compensando esta excepción en otros puntos. El señor Cabet crea la inmovilidad en todas partes y destierra la espontaneidad y el capricho. El arte de la modista, del joyero, del tramoyista, etc., son anticomunistas: el señor Cabet prescribe, como Mentor, la invariabilidad de la costumbre, la uniformidad del mobiliario, la simultaneidad de los ejercicios, la comunidad de las comidas, etc. Según esto, no se concibe por qué en Icaria existiría más de un hombre, más de un par, que serían el buen Icar o el señor Cabet y su mujer. ¿Para qué sirve todo ese pueblo? ¿A qué viene esa repetición interminable de muñecos tallados y vestidos del mismo modo? La naturaleza, que no saca sus ejemplares como los impresores, y que aun repitiéndose, jamás hace dos veces una misma cosa, para producir el ser progresivo y previsor, hizo nacer miles de millones de individuos diversos; y de esta infinita variedad, resulta para ella un sujeto único, que es el hombre. El comunismo pone límite a esta variedad de la naturaleza, y le dice como Dios al océano: Tú llegarás aquí, pero no irás más allá. El hombre del comunismo, una vez creado, lo está para siempre ... ¿No es así como el fourierismo pretendió inmovilizar la ciencia? Lo que Cabet hizo en favor de la costumbre, Fourier lo hizo en favor del progreso: ¿cuál de los dos merece el reconocimiento de la humanidad?

Para llegar a este fin con más certeza, el icariano reglamenta el espíritu público y toma sus medidas contra las ideas nuevas. En Icaria hay un periódico comunal, otro provincial y otro nacional: esto es parecido a lo que sucede en la Iglesia; hay un catecismo, un evangelio y una liturgia. La libertad de pensar es el derecho de proponer en la asamblea. La opinión de la mayoría se califica de opinión pública, y como pasa en nuestras cámaras, la razón se cuenta, no se discute. El periódico, impreso por cuenta del Estado, se distribuye gratis; da cuenta de las deliberaciones, hace conocer el número de la minoría y analiza sus razones; hecho lo cual, ya nada hay que decir. Los libros de ciencia y de literatura se hacen y se publican por delegación, sin que nadie pueda darles publicidad. Y en efecto; si todo pertenece a la comunidad, si nadie posee nada, la impresión de un libro no autorizado es imposible. Y por otra parte, ¿qué podría decirse en él? Toda idea facciosa queda, pues, ahogada en su origen, y no hay delitos de imprenta: he ahí el ideal de la policía preventiva. De este modo, el comunismo se ve conducido por la lógica a la intolerancia de las ideas. ¡Pero Dios mío! ¡la intolerancia de las ideas es como la intolerancia de las personas; es la exclusión, es la propiedad! ...

¡El comunismo es la propiedad! Esto no se comprende; y sin embargo, es indudable, como vais a verlo.

De todas sus preocupaciones ininteligentes y retrógradas, la que más aman los comunistas es la dictadura. Dictadura de la industria, del comercio y del pensamiento; dictadura en la vida social y privada; dictadura por todas partes: tal es el dogma que se cierne sobre la utopía icariana, como la nube sobre el Sinaí. El señor Cabet no concibe la revolución social como efecto posible del desenvolvimiento de las instituciones y del concurso de las inteligencias: esta idea es demasiado metafísica para su gran corazón. De acuerdo con Platón y con todos los reveladores; de acuerdo con Robespierre y Napoleón; de acuerdo con Fourier, ese dictador de la ciencia social que no dejó nada que descubrir; de acuerdo, en fin, con el señor Blanc y la democracia de Julio, que quiere hacer la felicidad del pueblo a pesar suyo, y dar al poder la mayor fuerza posible de iniciativa, el señor Cabet hace venir la reforma por el consejo, la voluntad, la elevada misión de un personaje, héroe, mesías y representante de los icarianos. El señor Cabet se guarda bien de hacer salir la ley nueva de las discusiones de una asamblea, hija de la elección popular; medio demasiado lento y que lo comprometería todo: necesita un hombre. Después de haber suprimido todas las voluntades individuales, las concentra en una individualidad suprema que expresa el pensamiento colectivo, y como el motor inmóvil de Aristóteles, da el impulso a todas las actividades subalternas. Así, pues, por el simple desenvolvimiento de la idea, nos vemos necesariamente obligados a concluir que el ideal del comunismo es el absolutismo. Y en vano se alegaría como excusa que este absolutismo será transitorio, porque si una cosa es necesaria por un solo momento, llega a serio para siempre, y la transición se hace eterna.

El comunismo, plagio desgraciado de la rutina propietaria, es el horror al trabajo, el hastío de la vida, la supresión del pensamiento, la muerte del yo, la afirmación de la nada. El comunismo, en la ciencia como en la naturaleza, es sinónimo de nihilismo, de indivisión, de inmovilidad, de noche y de silencio; es lo opuesto a lo real, el fondo negro sobre el cual Dios, el Creador, delineó el universo.

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