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III
Posición del problema comunista
Algunos discípulos del señor Cabet, que habían oído hablar de la existencia o de la posibilidad de una ciencia social, escribieron un día a su maestro rogándole que expusiese el dogma comunista científicamente. Creían que la novela de Icaria, como la Ciudad del sol y el Falansterio, no tenían nada de científico; pero el señor Cabet les respondió al instante en el Populaire de noviembre de 1844:
Mi principio es la fraternidad.
Mi teoría es la fraternidad.
Mi sistema es la fraternidad.
Mi ciencia es la fraternidad.
El señor Cabet comentaba después esta letanía: difícilmente puede darse cosa más conmovedora ni más sublime.
La ¡fraternidad! He ahí, pues, según el señor Cabet, el fondo, la forma y la sustancia de la enseñanza comunista, pues es justo reconocerlo; el señor Cabet, como Saint-Simon y Fourier, es jefe de escuela. Respondiendo San Pablo a los judíos incrédulos que le interrogaban sobre su doctrina, les decía con una magnífica ironía: Yo sólo sé una cosa; que es Jesús crucificado. El señor Cabet habla como San Pablo, y dice a sus neófitos: Yo sólo sé una cosa; que es la fraternidad.
Yo ignoro si los ciudadanos que se permitieron interrogar de este modo al señor Cabet, quedaron satisfechos de su contestación; pero puedo decir que su pregunta era, por lo menos, muy racional. Sin duda, mi querido Villegardelle, habían aprendido de usted que la posesión individual tiene en toda sociedad su empleo más o menos limitado, y que el derecho de usar y hasta de abusar, puede tolerarse respecto a las cosas fungibles personales del individuo. Preguntaban, pues, y con mucha sensatez, cuál es la línea de demarcación que separa las cosas comunes de las propias o personales, y cómo se debe proceder en esta separación: pues, si como usted dice, el derecho de posesión exclusiva tiene sus límites, que pueden estrecharse más de lo que generalmente se cree sin perjudicar por eso la libertad de los individuos; o mejor dicho, a fin de asegurar la libertad del mayor número, la comunidad de posesión tiene también los suyos, que pueden estrecharse sin restringir la libertad del mayor número, o mejor dicho, a fin de asegurar la libertad de cada uno. ¿Cuál es, pues, el límite de la comunidad y de la posesión individual? He ahí lo que preguntaban sus discípulos al señor Cabet; pero he ahí, precisamente, una pregunta a la cual señor Cabet no podía responder sin desmentir su principio y sin abandonar su bandera; pues, si la comunidad está penetrada de posesión individual, si está limitada por la propiedad, deja de ser comunidad, y se desea saber en virtud de qué principio se realizará esta mezcla o esta penetración, y según qué teoría se fijarán las proporciones o dosis. El señor Cabet se ha presentado como un gran diplomático al oponer a los curiosos este no ha lugar a deliberar: Mi principio, mi teoría, mi sistema, mi ciencia, mi método, mi doctrina, etc., es la fraternidad. El señor Cabet no tenía nada que decir más que esto, y me admira la rapidez de su inteligencia y la expresión feliz con que supo decirlo.
Ahora bien: sustituid esta palabra fraternidad, que contiene tantas cosas, con la palabra República, que no dice menos y que usó Platón; sustituidla con la atracción de Fourier, que dice todavía más; con el amor y el instinto del señor Michelet, que lo comprende todo; o bien con la gran fuerza de iniciativa del Estado del señor Luis Blanc, sinónima de la omnipotencia de Dios, y veréis que todas estas expresiones son perfectamente equivalentes; de modo que el señor Cabet, respondiendo desde las alturas de su Populaire a la pregunta que se le hiciera, mi ciencia es la fraternidad, habló por todo el socialismo.
Nosotros probaremos, en efecto, que todas las utopías socialistas, sin excepción, se reducen a la exposición corta, categórica y explícita del señor Cabet: Mi ciencia, etc., es la fraternidad; que no es posible añadir a esto una sola palabra sin caer al instante en la apostasía y en la herejía; lo cual quiere decir que ni Platón, ni los gnósticos, ni los primeros Padres, ni los valdenses, ni Moro, ni Campanella, ni Babeuf, ni Owen, ni Saint-Simon, ni Fourier, ni su continuador el señor Cabet, pueden, ayudados de su principio, explicar la sociedad, y mucho menos todavía darle leyes.
Pero ... ¿por qué, entre todas estas palabras, fraternidad, amor, atracción, etc., que nosotros consideramos iguales, el señor Cabet prefirió la primera?
Esto merece explicación.
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