Índice del Sistema de las contradicciones económicas o Filosofia de la miseria de Pierre Joseph Proudhon | Anterior | Siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
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VI
La comunidad es imposible sin una ley de reparto, y perece por el reparto
Con el comunismo perece la familia, y con ésta desaparecen los nombres de esposo y de esposa, de padres y de madres, de hijos y de hijas, de hermanos y hermanas: las ideas de parentesco y de alianza, de sociedad y de domesticidad, de vida pública y privada, se borran también, y se desvanece todo un orden de relaciones y de hechos. De cualquier modo que se exprese, el socialismo termina fatalmente en esta simplicidad. ¡Extraña teoría, que en vez de explicar las ideas, determinar las relaciones y formular los derechos, principio de las obligaciones, los abroga! El comunismo no es la ciencia; es el aniquilamiento.
El sabio autor de la Icaria, concede a los individuos, en ciertos casos, el permiso de comer en sus cuartos y en familia; pero la comida la servirán los carros y los reposteros de la República. ¿Y por qué no se ha de permitir a cada uno que prepare sus alimentos, en vez de enviárselos preparados de la cocina común? ¿Consiste el comunismo en la carne cocida o en la carne cruda? ¿Se obedecerá en esto a alguna razón de economía? En este caso, diría yo al legislador: Hacedme el descuento, y dadme en productos, a mi elección, un valor igual al de mi comida. ¿Qué podría replicarme?
Henos aquí, pues, en el sistema de las cuentas corrientes, sintiendo la necesidad de una regla de reparto y de evaluación de los productos, lo cual quiere decir que hemos llegado a la disolución de la comunidad, supuesto que toda cuenta corriente se lleva por debe y haber, es decir, por tuyo y mío, y que todo reparto es sinónimo de individualismo. Say tenía razón al decir que las riquezas naturales comunes no se distribuían, en el sentido económico de la palabra, y que si sucediese lo mismo con todos los productos de la naturaleza y del trabajo, el valor venal sería nulo, las consecuencias que se desprenden desaparecían con él, y no habría economía política. Los comunistas no reparten; su ciencia no llega hasta ahí, y se contentan con razonar. Esta es una nueva categoría de la ciencia social que suprimen: valor, cambio, igualdad, justicia, compra y venta, comercio, circulación, crédito, etcétera. El comunismo, para subsistir, suprime tantas ideas, tantas palabras y tantos hechos, que las personas educadas por sus cuidados, no tendrían necesidad de hablar, de pensar ni de obrar; serán ostras que vivirán unas al lado de otras, sin actividad ni sentimiento, y pegadas a la roca ... de la fraternidad. ¡Qué filosofía tan inteligente y progresiva!
En una comunidad bien ordenada se deberá conocer con exactitud, y para toda clase de productos, las necesidades del consumo y los límites de la producción. La proporcionalidad de los valores es la condición suprema de la riqueza, tanto para las sociedades comunistas, como para las que se fundan en la propiedad; y si el hombre se niega a llevar sus cuentas, la fatalidad contará por él y no dejará pasar ningún error. Cada corporación industrial deberá proporcionar un contingente proporcionado a su personal y a sus medios, deducidos los siniestros y averías: recíprocamente, cada manufactura recibirá de los demás centros de producción sus provisiones de todas clases, calculadas según sus necesidades. Tal es la condición sine qua non del trabajo y del equilibrio: éste, habría dicho Kant, es el imperativo categórico, el mandato absoluto del valor.
Vemos, pues, que al menos para los talleres, corporaciones, ciudades y provincias, es necesario establecer una contabilidad. ¿Y por qué esta contabilidad, expresión pura de la justicia, no se ha de aplicar a los individuos tanto como a las masas? ¿Por qué el reparto, que empieza en los grandes cuerpos del Estado, no ha de descender a las personas? ¿Acaso los trabajadores tienen entre sí menos necesidad de justicia que la sociedad? ¿Por qué detenerse en la determinación del derecho, cuando para hacer completa esta determinación, sólo se necesita hacer una subdivisión? ¿Cuál es la causa de esta arbitrariedad? Yo responderé por vosotros, ya que no sois capaces de confesarlo: la causa es que, con semejante contabilidad, todo el mundo es libre y no hay comunismo de ningún género. ¿Qué es, en efecto, una comunidad en la cual el trabajo individual se aprecia y el consumo se cuenta por cabeza?
La comunidad, como toda sociedad mercantil, no puede menos de llevar libros; pero sólo abre cuentas a las corporaciones, y no a las personas; lo cual quiere decir que un poco de justicia le es necesaria, y que mucha justicia le es funesta.
La República hará sus inventarios; pero será un crimen contra la seguridad del Estado hacer el balance de un ciudadano. La nación y las provincias harán sus cambios según las leyes absolutas del valor; pero a cualquiera que pretenda aplicarse a si mismo y a los demás este principio, se le considerará como monedero falso y se le castigará con la muerte, pues personificando en él la justicia social, habrá abolido la comunidad.
Pero ... ¿qué digo? El socialismo no cuenta ni puede contar: ni más ni menos que la economía política, afirma la inconmensurabilidad del valor; sin esto, comprendería que lo que persigue a través de sus utopías, está dado en la ley del cambio; buscaría la fórmula de esta ley, y como la teología después de haber descubierto el sentido de sus mitos, como la filosofía después de haber construido su lógica, el socialismo, habiendo encontrado la ley del valor, se conocería a si mismo y dejaría de existir. El problema del reparto no lo abordó de frente ningún escritor socialista; y la prueba de que esto es así, está en que todos concluyeron, como los economistas, declarando imposible una regla de reparto. Los unos adoptaron por divisa: a cada uno segÚn su capacidad, y a cada capacidad según sus obras; pero se guardaron muy bien de decir cuál era, según ellos, la medida de la capacidad y la del trabajo. Los otros añadieron al trabajo y a la capacidad un nuevo elemento de valuación, que es el capital, o por mejor decir, el monopolio, y probaron una vez más que eran unos plagiarios serviles de la civilización, por más que se hiciesen notar por sus pretensiones a lo imprevisto. Por último, se formó una tercera opinión que, para huir de estas transacciones arbitrarias, sustituye al reparto por la ración y toma por epígrafe: A cada uno según sus necesidades, teniendo en cuenta los recursos sociales. De este modo, el trabajo, el capital y el talento, quedan eliminados de la ciencia; al mismo tiempo se suprimen la jerarquía industrial y la competencia; además, la distinción de los trabajadores en productivos e improductivos, se desvanece porque todo el mundo es funcionario público; la moneda queda definitivamente proscrita, y con ella todo signo representativo del valor; el crédito, la circulación, la balanza del comercio, no son más que palabras vacías de sentido bajo este imperio de la fraternidad universal. ¡Y yo conozco personas de verdadero mérito que se dejaron seducir por esta simplicidad de la nada!
Ya lo ha dicho usted, mi querido Villegardelle; la comunidad es el término fatal del socialismo; y por eso el socialismo no es, no fue, ni será nunca nada, porque la comunidad es la negación de la naturaleza y del espíritu; la negación del pasado, del presente y del porvenir.
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