Índice del Sistema de las contradicciones económicas o Filosofia de la miseria de Pierre Joseph ProudhonAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

III

Principio de equilibrio de la población

1

El problema de la población exigiría él solo dos volúmenes; me falta espacio para tanto, y no puedo, sin engañar al lector. aplazar por más tiempo la solución. Que se me dispense, pues, si en vez de un libro, me limito a presentar un programa; Y ¡ojalá que este ligero ensayo inspire otro más elocuente! Reformista sincero, no pienso en apropiarme la verdad: busco, no discípulos, sino auxiliares.

Como el problema de la población se estableció por los economistas entre los hombres y las subsistencias, la solución no podía ser dudosa: era la muerte. Matar o impedir los nacimientos, per fas et nefas; he ahí a dónde debía conducirnos la teoría de Malthus; he ahí cuál debía ser la práctica de las naciones, el antídoto generalmente adoptado y preconizado contra la miseria. Fiel a su principio de propiedad y de arbitrariedad, la economía política debía acabar como toda legislación fundada en la propiedad y en la autoridad: después de haber dado su constitución, después de haber desarrollado su código y sus fórmulas, le faltaba encontrar su sanción, y se la pidió a la fuerza. La teoría de Malthus es el código penal de la economía política.

Pero ... ¿qué dice la economía social, la verdadera ciencia económica? Que todo organismo debe encontrar su equilibrio en sí mismo, sin necesitar, contra la anarquía de sus elementos, prevención ni represión. Resolved vuestras contradicciones, nos dice, estableced la proporción de los valores, buscad la ley del cambio, esa ley que es la justicia misma, y descubriréis el bienestar primero, y después una ley superior, que será la armonía del globo y de la humanidad ...

Hagamos saber, antes de nada, de qué modo la arbitrariedad económica, en el problema de la población, dió por resultado la corrupción de la moral.

Partiendo de la hipótesis que no existe ley de proporción entre los valores, ni organización del trabajo, ni principio de reparto, forzado a decir que la justicia es una palabra, la igualdad una quimera, el bienestar para todo el mundo un sueño paradisíaco cuya realidad no existe en la tierra; conducida, en fin, por sus falsos datos a sostener que el progreso de la riqueza es siempre inferior al de la población, la economía política se vió obligada a recomendar la prudencia en el amor, el aplazamiento del matrimonio y todos los medios preventivos subsidiarios, so pena, añadía, de que la naturaleza misma supla, con una represión terrible, la imprevisión del hombre. ¿Y cuáles eran, según la economía política, estos medios de represión con que nos amenazaba la naturaleza?

En la sociedad propietaria, y en Malthus, que es su intérprete, figuran en primer lugar el hambre, la peste y la guerra, ejecutoras de los altos hechos de la propiedad. ¡Cuántas personas, cristianos y ateos, economistas y filántropos, están convencidos de que tales son, en efecto, los emuntorios naturales de la población! Estos hombres aceptan resignados la justicia sumaria del destino, y adoran en silencio la mano que los hiere. Este es el quietismo de la razón, sosteniendo con su inercia los argumentos del egoísmo.

Sin embargo, es evidente que un equilibrio creado por causas semejantes, revela una profunda anomalía en la sociedad; y éste es, precisamente, el punto que nos interesa. ¿Cómo y por qué la razón se resiste a aceptar el hambre, la guerra y la peste, como causas normales, naturales y providenciales de equilibrio? Dígnese el lector reflexionar con nosotros un minuto nada más sobre cosas tan claras al parecer, porque la certidumbre de la teoría que hemos de exponer depende de ellas.

Si, en efecto, la sociedad es un ser organizado en el cual la vida resulta del juego libre y armónico de los órganos, sin el auxilio de ninguna impulsión ni repulsión externa, se deduce que la escasez, las epidemias y la mortandad que de tiempo en tiempo diezman la población, lejos de ser instrumentos de equilibrio, son, por el contrario, los síntomas de una desarmonía interior y de una perturbación en la economía. El hambre y el atascamiento son para la sociedad lo que la consunción y la plétora para el cuerpo humano; y el término obstáculos de que se sirvió Malthus para caracterizar estos fenómenos revela la falsa idea que se había hecho de lo que es organismo, economía y sistema.

Pues bien: lo que decimos del hambre y de los demás pretendidos medios de represión de la naturaleza, debe aplicarse a todos los análogos. por los cuales el hombre se esfuerza en ayudar a la Providencia en esta obra de destrucción: la exposición de los niños, usada en todos los pueblos de la antigüedad y recomendada por muchos filósofos; el aborto y la castración, consagradas en otro tiempo por la religión y las costumbres, y que reina todavía en Oriente y entre todos los bárbaros. Estas costumbres, como las calamidades que parecen haberles servido de modelos, no son más que testimonios de la anarquía económica: el sentido común y la lógica repugnan ver en ellos instrumentos de la policía eterna, medios de equilibrio, en fin.

Establecidos estos principios, fácil es apreciar el mérito de los diversos sistemas de seguridad imaginados en estos últimos tiempos contra el exceso de población y la falta de víveres, y por ellos determinar, de una manera más precisa todavía, el carácter específico de la ley que buscamos.

Empiezo por Malthus.

Habiendo éste analizado las causas naturales que, en su concepto, previenen o reprimen el exceso de población, y viendo que de todas estas causas, atroces las unas e inmorales las otras, ninguna podía atribuirse a la Providencia, ni la razón podía aceptarlas tampoco, apeló de esta incapacidad, o de esta violencia inconcebible de la naturaleza, al libre arbitrio del hombre: pretendió probar que estaba en la dignidad y en el destino de nuestra especie servirse a sí misma de Providencia, y que al hombre pertenecía el cuidado de encerrar dentro de ciertos límites su progenitura. El aplazamiento del matrimonio hasta los treinta o cuarenta años: he ahí lo que Malthus; en el candor de su alma, creyó más útil, más filosófico y más moral contra la población y sus desbordamientos. La represión del amor, el hambre del corazón, opuesta al hambre del estómago. Esto es lo que, en su casto lenguaje, calificó de restricción moral, por oposición a todas las formas de restricción física, homicidas u obscenas, que rechazaba.

Las ideas de Malthus fueron aceptadas por los más ilustres economistas, J. B. Say, MM. Rossi, Droz (1), Y todos los que, no viendo salida a la dificultad, colocaban el heroísmo de la continencia por encima de los transportes de la voluptuosidad. En el fondo, no puede menos de convenirse en que la teoría de Malthus tiene algo de grande y elevado que la hace superior a todo lo que después se propuso, como lo haremos ver más adelante. Por ahora, tenemos que determinar, ante todo, el lado flaco de esta teoría.

En primer lugar, su defecto capital consiste en ser una restricción, pues el nombre solamente hace ver su contradicción. La naturaleza solicita al hombre para una cosa, y la sociedad le ordena otra: si cedo al amor, me veo amenazado por la miseria; si resisto al amor, no soy menos miserable: toda la diferencia está en lo físico y lo moral; a donde quiera que vuelva los ojos, no veo más que desolación y agonía. ¿Es éste un equilibrio?

Por otra parte, el remedio que propone Malthus es una verdadera acusación contra la Providencia, un acto de desconfianza en la naturaleza; y me admira que los economistas cristianos no se hayan fijado en ello. Aquí no se trata solamente de los placeres ilegítimos que la religión y la sociedad reprueban, sino de las uniones permitidas; ¿qué digo? se trata de una cosa que todos los moralistas consideran como la más segura garantía de las buenas costumbres; se trata del matrimonio de los jóvenes. En adelante, con la teoría de Malthus, el matrimonio sólo existirá para las señoritas anticuadas y para los viejos sátiros. ¿Qué importa, con estas nupcias ácidas, sentir a los veinte años las dulces emociones del amor, si no se puede ceder al impulso de la naturaleza sino cuando ya el fuego se extinguió? ¡Y qué teoría la que, por un resultado tan triste, establece en principio la necesidad de corregir las obras de Dios con la prudencia del hombre!

Por último, el remedio de Malthus es impracticable e impotente. Es impracticable de hecho y de derecho, supuesto que, por un lado, no se pueden transportar los períodos de la vida humana, de modo que la juventud languidezca y la vejez rejuvenezca; y por el otro, bajo el régimen de la propiedad, la teoría de Malthus conduce directamente a convertir el matrimonio en un privilegio de la fortuna. Es impotente, porque si la miseria tiene por causa inmediata, no el exceso de población como se cree, sino los descuentos del monopolio, la miseria, bajo un régimen como el nuestro, no dejará nunca de producirse, ya la población aumente, ya disminuya. La prueba de esta verdad se encuentra en cada una de las páginas de este libro, y me parece inútil insistir en ella.

Las contradicciones de la teoría de Malthus, confusamente percibidas, pero vivamente sentidas, produjeron un desencadenamiento general. Los motivos de los impugnadores no fueron siempre juiciosos, y menos todavía puros, como lo haremos ver; pero la economía política no tuvo de qué quejarse, tanto más cuanto que acabó por aceptar la solidaridad de las torpezas que el principio de población debía abolir, y cuya recrudescencia provocó.

Por una transición inevitable, que cualquiera otro que no fuese Malthus habría previsto, la restricción moral no tardó en convertirse, bajo la pluma y en la intención de los malthusianos más decididos, en una restricción puramente física, muy poco onerosa para el placer, y que sólo podría disgustar al pudor. No está demostrado, dice con este motivo el último editor de Malthus, que esta variedad de abstinencia que previene la miseria (leed la población), sin desconocer las leyes de la fisiologia (leed del placer), sea inmoral. El público, que no sutiliza cuando se trata del amor, entendió en este sentido la teoría de Malthus, por más que el ilustre escritor haya protestado siempre contra esta interpretación de su doctrina.

Y en efecto, ¿podían decirle qué es la moral, y qué es la inmoralidad? ¿Cómo lo que es moral en la soledad puede ser inmoral en un beso? El hombre es uno, aunque la lengua de los filósofos haya hecho de él una doble abstracción, el cuerpo y el alma. Que se abstenga, pues, mental o físicamente de procrear; ¿qué importa si hay abstinencia y se verifica a tiempo? Hágase lo que se quiera, lo moral está siempre en lo físico, y lo físico en lo moral: una sola cosa es esencial en todo esto, y es el no hacer hijos. Turbaris ergo plurima, porro unum est necessarium!

Restricción moral, restricción física: he ahí, pues, con respecto a las causas del pauperismo y a sus remedios, todo lo que supieron decirnos en el siglo XIX la ciencia de los economistas, la moral de los eclécticos y la filosofía de los pudorosos universitarios, ¡cuyo solo nombre de Loyola hace murmurar a la religión y avergüenza a la virtud! Después de haber censurado el celibato de los sacerdotes y la virginidad cristiana, acusándoles de ultraje a la naturaleza y a la moral, estos hipócritas, que no se atreven a estimular el matrimonio ni a recomendar la continencia, predican a los amantes y a los esposos ¡la restricción ... moral! ¡Y aun declaman contra los jesuítas! Ocultaos, Sánchez, Lemos, Escobar, Busenbaüm, y tú, bienaventurado Ligurio, que no conociste el vicio sino para reprimirlo y castigarlo: la economía política os oscureció a todos. En otro tiempo, nuestros padres cristianos depositaban en sus dormitorios ramos benditos, invocaban ante las santas imágenes la misericordia del Ser Supremo contra el incendio, el granizo, la escasez y la mortalidad; yo he recitado en mi infancia estas oraciones de familia; yo he visto en todas partes, entre los paisanos, la imagen de Cristo colgada sobre el lecho de los esposos, y este era el recurso de un pueblo ignorante y fanático contra las calamidades del cielo y de la tierra. El tiempo corrió; la razón se emancipó; descubrimos que la causa de la miseria era la excesiva producción de hombres, y en vez de estos juguetes de la superstición que rodeaban a la joven esposa, y que debían herir sus ojos y llenar su corazón durante el resto de su vida, en lo sucesivo el municipal le ofrecerá, como símbolo del deber doméstico, ¡el instrumento preservativo que sólo tiene nombre en economía política y en la jerga de las casas de tolerancia! ... ¡Infamia!

Razonemos, sin embargo; razonemos todavía, aunque la impureza nos cubra hasta los cabellos. Buscando el ilustre Lavoissier un remedio para la asfixia que acomete en los fosos de las grandes ciudades, el pobre pocero se impuso los más horrorosos disgustos.

Si es cierto que la restricción moral súbitamente convertida en restricción física, y resolviendo a su manera el problema de la población, es de una práctica tan útil a las personas casadas, esta utilidad no será menor para las libres. Luego (éste es el lado inmoral de la cosa, no previsto por los economistas), siendo el placer buscado y deseado por sí mismo, sin la consecuencia de la progenitura, el matrimonio se convierte en una institución superflua; la vida de los jóvenes se pasa en una fornicación estéril; la familia se extingue, y con la familia la propiedad; el movimiento económico permanece sin solución, y la sociedad vuelve al estado bárbaro. Malthus y los economistas morales hacían el matrimonio inaccesible; los economistas físicos lo hacen inútil; los unos y los otros añaden a la falta de pan la falta de afecciones, provocan la disolución social; y he ahí a lo que se llama prevenir el pauperismo; he ahí lo que se entiende por represión de la miseria. ¡Profundos moralistas! ¡Profundos políticos! ¡Profundos filántropos!

Ante esta revelación inesperada, ante este singular comentario de la teoría de Malthus, la opinión se sublevó con más energía que antes. Los moralistas se expresaron con repugnancia sobre la red que se había tendido a su buena fe, los socialistas vieron que el medio propuesto contra el principio de Malthus era ilusorio, y ... todo o nada, exclamaron. La restricción física no es más que una miserable decepción, un compromiso sin seguridad, una contravención a la fisiología, un ultraje al amor. Y en oposición al justo medio económico, el socialismo empezó a producir sus utopías.

Sistema de Fourier. Esterilidad artificial o por gordura.

Este sistema, que la ciencia no se dignó honrar con una de sus miradas, presenta una petición de principio tan chocante, que podría hacernos creer que era una burla del autor, si no supiésemos cuán formalmente tomaba sus arranques. ¿De qué se trata? De aumentar las subsistencias, cuya insuficiencia relativa, según Fourier, discípulo en esto de Malthus, engendra la miseria. Doblad y cuadruplicad el consumo, responde Fourier: ése es el medio infalible de evitar el exceso de fecundidad y de no morir de hambre. Vosotros no podéis vivir con dos comidas, nos dice este grande hombre; pues haced siete, y estaréis satisfechos.

Como se ve, esto es, precisamente, lo que pide el economista; pero el medio de doblar y cuadruplicar el consumo, el medio de dar lujo cuando se carece de lo necesario, ¿en dónde está? Aquí Fourier presenta la serie de grupos contrastados que, según su cálculo, debe cuadruplicar el producto inmediatamente; pero nadie ignora hoy que Fourier no supo nunca una palabra de las cosas sobre que escribió; no tiene noción alguna del valor; no posee una teoría del reparto ni una ley del cambio; no resolvió ninguna de las contradicciones de la economía política; ni siquiera vislumbró el sentido de estas contradicciones; no vió que las causas de la miseria venían todas de la preponderancia del capital y de la subordinación del trabajo: lejos de eso, consagra en su fórmula, Capital, trabajo, talento, esta preponderancia y esta subordinación; él y su escuela obraron siempre con arreglo a este dato contradictorio, cuando en vez de buscar la emancipación del trabajador en la síntesis de las antinomias, en un principio superior al capital y a la propiedad, no cesaron de implorar la subvención del capital y el favor del poder. Fourier, como Malthus, desconoció la naturaleza del problema que tenía que resolver, pues, en vez de establecerIo entre la humanidad y el globo, lo puso entre la población y las subsistencias. En cuanto al producto cuádruple, he demostrado anteriormente por la teoría del progreso de la riqueza, que éste es uno de esos mil contrasentidos que pululan en los escritos de la escuela falansteriana, una hojarasca cuya refutación avergonzaría a la crítica. Pero hay una censura más grave que dirigir a la solución fourierista del problema de la población, y es su espíritu de inmoralidad, su tendencia desorganizadora y antisocial. Yo no examino el método de engordamiento, que no es, en mi concepto, más que la generalización de un caso patológico, tendría la eficacia que se la supone: la fisiología no es de mi resorte, y admito la hipótesis.

Investigando en el capítulo XI cuál era la misión y el destino de la propiedad, hemos descubierto que su rasgo distintivo y característico era la organización de la familia. El fourierismo se presenta como defensor de la propiedad: pues bien; no sólo e! fourierismo desconoce por completo las causas y el objeto de la propiedad, sino que los niega y quiere abolirlos. El fourierismo es la negación del hogar doméstico, elemento orgánico de la propiedad; es la negación de la familia, alma de la propiedad; y es la negación del matrimonio, imagen de la propiedad transfigurada. ¿Y por qué el fourierismo quiere abolir todas estas cosas? Porque no admite el lado negativo de la propiedad; porque en vez de la posesión normal y santa, manifestada por el matrimonio y la familia, busca con todas sus fuerzas la prostitución integral. Este es todo el secreto de la solución que el fourierismo da al problema de la población. Está probado, dice Fourier, que las mujeres públicas no son madres una vez por millón; al contrario, la vida de familia, los cuidados domésticos, la castidad conyugal, favorecen muchísimo la progenitura. Luego el equilibrio de la población se restablecerá si, en vez de reunirnos por pares y favorecer la fecundidad por medio de la exclusión, nos prostituimos. Amor libre y amor estéril es una misma cosa. ¿A qué viene, pues, el hogar doméstico, la monogamia y la familia? ¡Convertir el trabajo en una intriga y el amor en una gimnasia! ¡Qué sueño el del falansterio!

El socialismo, como la economía política, encontró en el problema de la población la muerte y la ignominia a la vez. El trabajo y el pudor son palabras que queman los labios de los hipócritas de la utopía, y que sólo sirven para ocultar a los ojos de los simples la abyección de las doctrinas. Yo no sé hasta qué punto los apóstoles de estas sectas tendrán conciencia de sus torpezas; pero no consentiré jamás en descargar a un hombre de la responsabilidad de sus palabras, como no consentiría en salvarle de la de sus actos.

Sistema del doctor G. ... Extracción del feto o erradicación de los gérmenes.

Este procedimiento consiste en arrancar de la matriz, por medio de un aparato ad hoc, los gérmenes y embriones que se hayan implantado contra la voluntad de los esposos. En una memoria detallada, cuyo manuscrito he leído, el doctor G ... prueba con razonamientos deducidos de la filosofía y de la economía política, que el hombre tiene el derecho y el deber de limitar su progenitura, y que si alguna duda puede ocurrir en esto, será respecto al modo, pero no sobre el principio.

Si, fundándome en la falta de recursos, dice el doctor G ..., tengo el derecho de perseverar en mi condición de célibe, como pretende Malthus, por la misma razón lo tengo también, si soy casado, para volver al celibato absteniéndome de todo contacto con mi mujer, como lo aprueba la Iglesia y todos los economistas, incluso Malthus.

Si esta abstinencia sólo tiene mérito en sí porque previene la generación y la miseria, sin que yo deje de pagar el débito a mi esposa, puede bastar una retirada que prevenga la concepción, como lo reconocen los partidarios de la restricción física, y como lo demuestra la lógica.

Pero ... ¿qué es la concepción en sí misma? El paso de un animalillo espermático del órgano macho, en donde se forma, al órgano hembra en donde se desarrolla. Que yo detenga el desarrollo de este animalillo después o antes de su introducción en la mátriz, siempre es el mismo crimen, si el celibato es un crimen; la misma acción indiferente, si el celibato es inocente. Tengo, pues, el derecho y el deber de reprimir y de prevenir la concepción, si la concepción me perjudica.

Si esto es así, el poder que tengo sobre mi progenitura en el acto de la concepción, lo conservo en el instante que sigue, al día siguiente y un mes después, porque pudo suceder muy bien que yo no tuviese conocimiento del hecho en el momento en que el fenómeno se realizaba, a pesar de querer evitarlo: luego el retraso en la represión no puede prescribir contra mi derecho en favor de un embrión.

Dejo al lector el cuidado de continuar este razonamiento.

El sistema del doctor G ..., hombre honrado y tan buen lógico como hombre de mundo, lo están siguiendo clandestinamente en París, muchos cirujanos, que lo convirtieron en una especialidad y que hacen rápidas fortunas. El puñal de estos asesinos busca el feto en el fondo de la matriz; muerto el embrión o separado de su pedúnculo, la naturaleza arroja por sí misma el fruto muerto, y esto se llama en lenguaje económico prevenir el exceso de población, y en estilo periodístico ocultar una falta. En provincias existen médicos y comadronas que comercian con los abortivos, siguiendo así el principio de elevada economía que nos dice: es un crimen dar la vida a seres desgraciados, y una obligación de conciencia limitar el número de nuestros hijos. Y la policía, más malthusiana que Malthus; la policía, que sabe descubrir una reunión de veinte obreros que tratan una cuestión de salarios, cierra los ojos ante estos infanticidios, en los cuales el jurado, no menos ilustrado que la policía sobre el principio de población, descubre una multitud de circunstancias atenuantes.

El sistema del doctor G ... es el complemento obligado de la restricción moral y física de los economistas, como de la esterilidad erótico-báquica del falansterio. Todas estas doctrinas, último esfuerzo de un sensualismo desesperado, son conexas y solidarias; parten del mismo prejuicio, el crecimiento de población más rápido en una sociedad regular que el de las subsistencias. En cuanto a los resultados, son invariablemente los mismos: aumento de miseria, de vicio y de crimen; disolución del lazo familiar, retrogradación del movimiento económico, proscripción obligada de los pobres, de los huérfanos, de los ancianos y de todas las bocas inútiles; justificación del asesinato, y anatema contra la fraternidad y la justicia.

Sistema de las interrupciones. Entiendo por esto una precaución muy simple, aunque sobre su eficacia se presentan muchas dudas. Consiste ésta en abstenerse del comercio amoroso durante los ocho o quince días que preceden y siguen al flujo menstrual, porque se dice que la mujer es naturalmente estéril fuera del tiempo de las reglas.

Este género de abstinencia entra de lleno en el gusto del phisical restraint; pero ignoro hasta qué punto la fisiología y la experiencia confirman la utilidad de este método, del cual sólo debo ocuparme desde el punto de vista económico.

Digo, pues, que los efectos de semejante práctica serían, respecto a la sociedad, tan funestos, y respecto a la miseria, tan ineficaces como los de los anteriores. Con este medio fácil de gozar sin pagar y de pecar sin ser sorprendido, el pudor no es más que una necia e incómoda preocupación, y el matrimonio un convenio perjudicial e inútil. El respeto a las familias no existiría; chicos y chicas, iniciados desde la infancia en el dulce misterio, perderían bien pronto la fuerza de alma y la dignidad del carácter; costumbres desconocidas y peores que las de los otaitianos, se establecerían en la sociedad civilizada; el trabajo desaparecería ante la especulación, y la miseria, contra la cual todos creerían encontrar un refugio en el celibato libidinoso, la miseria, sostenida por el monopolio, la usura, la división parcelaria, la desigualdad de las funciones y de las aptitudes, vengaría de nuevo a la naturaleza por la despoblación del suelo, la esterilidad de los capitales y la degradación de las razas. La verdad social no puede encontrarse ahí: ¿tendremos necesidad de profundizar más?

Sistema de la lactancia trienal (2).

El autor de este sistema empieza por rechazar las teorías absurdas, inmorales y bárbaras de poligamia, poliandria, amor unisexual, abortos, etcétera, que hemos enumerado en parte. Condena con la ley romana. Accipere aut lueri conceptum est maximum ac praecipuum munus fceminarum, todo obstáculo a la concepción, y rinde homenaje al precepto del Génesis: creced y multiplicaos; llenad la tierra. Después, estableciendo en principio que el aumento posible de la población no es el natural; considerando, además, que Dios destinó un solo hombre para una sola mujer, y viceversa, una sola mujer para un solo hombre, lo cual, a sus ojos, constituye ya una primera y grande restricción, se entretiene en demostrar con una multitud de autoridades y de hechos: 1° Que la vida humana se divide en cierto número de períodos determinados, como son el de gestación, el de la lactancia, el de crecimiento, el de fecundidad y el de la vejez; 2° Que entre estos períodos, el de lactancia comprende tres años, durante los cuales existe en la mujer que cría esterilidad natural por el antagonismo de los pechos y del útero. Por último, termina afirmando que, si toda mujer, casada a los veinte años cumplidos, lactase a sus hijos durante tres años, la población, en vez de aumentar, tendería más bien a disminuir y a extinguirse.

Esta obra, de una inmensa erudición, y que fue citada con justos elogios en la Revue sociale de P. Leroux, respira una moral pura, una filosofía elevada y un amor profundo hacia el pueblo; pero lo que constituye su mérito, en nuestro concepto, es la idea que tuvo el autor de buscar los límites de la procreación en la procreación misma, realizada con arreglo a sus leyes y en sus períodos naturales.

Nada es más fácil, en efecto, que acelerar la reproducción de los hombres, sea anticipando la edad moral del matrimonio, sea abreviando las fatigas de la lactancia; y nada es más fácil también que restringirla, sea por medio del asesinato, el infanticidio o el aborto, sea por la castración y la corrupción. Pero aquí no se trata de sobreexcitar ni de restringir la fecundidad: nosotros deseamos saber si la naturaleza, no estando contrariada por nuestros errores, atiende al bienestar de nuestra especie, y si está de acuerdo consigo misma. Ahora bien, dice el doctor Loudon, si se prueba por un lado que el período natural de la lactancia es de tres años, y por el otro que hay antipatia entre las funciones de los pechos y las del útero, de tal modo que la misma mujer no pueda, según las previsiones de la naturaleza, dar el ser a más de tres o cuatro niños durante su vida, se seguirá de aquí que la población, deducidos los que mueren sin casarse y durante el período de fecundidad, quedaría estacionada, y hasta podría retrogradar si se quiere. Tal es la opinión del doctor Loudon.

Aquí, pues, no hay prevención, ni represión, ni obstáculo. El equilibrio resulta de la naturaleza de las cosas, sin inconveniente alguno para las costumbres y para la economía de la sociedad.

Desgraciadamente esta teoría, tan racional en su principio, tiene el defecto irreparable de ser exclusivamente fisiológica y estar completamente fuera de la economía social. De ahí, sin tener en cuenta las observaciones que podran hacerle al doctor Loudon sus colegas en medicina, y que no son de nuestra competencia; de ahí, repito, los vicios que hacemos resaltar en su sistema.

En primer lugar presenta un carácter pronunciado de inmovilismo y de arbitrariedad, supuesto que si la ley de la lactancia se hubiese observado siempre, no se comprende de qué modo, según las conclusiones del autor, habría podido desarrollarse la humanidad. Pero si no era posible que hubiese progreso para la población, tampoco podría haberlo para la producción; y he ahí la industria, la ciencia, el arte, las costumbres y la humanidad estacionadas. La humanidad detenida en su carrera, ya no es el ser progresivo y providencial, es una bestia. Estableced la práctica del doctor Loudon en cualquier época de la humanidad que queráis; en virtud de la lactancia trienal, la civilización se detiene al instante y los hombres se convierten en mojones. ¿Se dirá que es fácil remediar esto casándose antes y reduciendo la lactancia a dieciocho meses? Respondo que esto es burlarse. El progreso social no puede entregarse de ese modo a la arbitrariedad del hombre: nuestra libertad debe encerrarse en los límites de la fatalidad que nuestra naturaleza debe desarrollar, no sobrepujar ni rehacer. Por lo demás, si los tres años de lactancia son indispensables al niño, no podéis reducirlos sin perjudicarle; si por el contrario, los tres años no son indispensables, ¿a qué se reduce la teoría?

Así, pues, ya no vemos aquella ley natural que, al primer golpe de vista nos hizo esperar el sistema del doctor Loudon, ley que debe obrar sola y sin el auxilio del hombre en todos los momentos de la vida social e individual, sin interrupciones ni sacudidas. En este sistema, como en todos los demás, la naturaleza no previó nada; y si el hombre no interviene de repente en el progreso de sus generaciones sea por medio de la abstinencia, erradicación o prostitución, sea, en fin, por una prolongación de servicios del órgano mamilar a expensas del genital, la población se desborda, los víveres faltan, la sociedad se turba y muere. ¿No es siempre el mismo sofisma?

Y después de todo, ¿cómo imponer a las mujeres, cuya misión social se ensancha cada vez más, este trabajo de lactancia interminable que para una madre de cuatro hijos, será una esclavitud de dieciséis años, y esclavitud inútil en su mayor parte para el vigor de los niños? Si se le dió al hombre la inteligencia para que se emancipase de la opresión de la animalidad, ¿no es ésta la ocasión de interpretar las leyes de su organismo modificando su aplicación con arreglo a las leyes superiores de la sociedad? Yo concibo, en una horda pobre y desnuda, la prolongación del período de la lactancia, porque no pudiendo el niño tomar alimentos demasiado rudos, no tiene más recurso que el pecho de su madre; pero con el bienestar que nos da el trabajo, con el dominio que el hombre ejerce sobre los animales, cuyas hembras le sirven de amas de cría, la condición de la mujer cambia, y el hecho de someterla de nuevo a leyes que fueron abrogadas por sesenta siglos de civilización, es hacerla retroceder hasta el bruto. La lactancia trienal es una miseria que viene a sustituir otra; y en este concepto, la teoría del doctor Loudon tiene también su parte de inmoralidad.

Observemos también que esta teoría, hija como todas las demás, de la falsa hipótesis de Malthus, tampoco resuelve la dificultad que se propone vencer. Supongamos por un momento que la costumbre de la lactancia trienal se halla establecida en todas partes: la población permanece estacionada: perfectamente; pero la miseria sigue siempre su camino, supuesto que tiene por principio, no la población, sino el monopolio, y que se anticipa incesantemente a la producción y al trabajo. Así, pues, la miseria continuaría despoblando el mundo, y bien pronto nos veríamos precisados a favorecer la población por medio de la precocidad de los matrimonios y la reducción del período de lactancia, único modo de reparar las pérdidas de la clase trabajadora.

Por último, es evidente que el sistema de lactancia trienal todavía deja más indeciso el problema de la población en sus relaciones con el globo, pues hay que elegir de dos cosas una: o bien, a pesar de los tres años de lactancia, las mujeres tendrán siempre bastantes hijos para que la población aumente, en cuyo caso no se sabe cuál será el límite de este progreso, o bien la población permanecerá estacionaria y hasta retrogradará, en cuyo caso todo en la humanidad se hará estacionario y retrógrado, y entonces, gracias a este estacionamiento y a esta retrogradación, las relaciones de la humanidad con el planeta que habita serán nulas, y el hombre permanecerá extraño a la tierra, lo cual es absurdo.

En resumen; las soluciones propuestas, tanto por los socialistas, como por los economistas, parten de una falsa hipótesis, no se apoyan en nada que sea intimo a la naturaleza y esencial al orden económico, y son falsas, contradictorias, impracticables, impotentes e inmorales. Que el hombre descubra en su esfera su actividad amorosa, como cree haberlo descubierto en su esfera de actividad industrial, el secreto de gozar sin producir, y veremos en el amor, en el matrimonio y en la familia, lo que hemos observado en el trabajo, en la competencia, en el crédito y en la propiedad: veremos el amor convertido en una excitación espasmódica y nerviosa; la promiscuidad suceder a la fidelidad conyugal, como el agio sucede al cambio; la sociedad se corromperá por las mujeres, como se corrompió por el monopolio; el cuerpo político caerá por fin convertido en podredumbre, y la humanidad dejará de existir.


Notas

(1) Joseph Droz, 1773-1850, paisano de Proudhon y escritor fecundo. Se le debe entre otras cosas la obra Principes de la Science des richesses (1829).

(2) Solution du probleme de la population et des subsistances, por C. Loudon, París, 1842.

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