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Capítulo III
QUE EL PECADO NO ES UNA NEGACIÓN, SINO UNA POSICIÓN
Es lo que la dogmática ortodoxa y en general la ortodoxia han sostenido siempre, en efecto, rechazando como panteista toda definición de pecado, que lo reduzca a algo simplemente negativo: debilidad, sensualidad, finitud, ignorancia, etcétera ... La ortodoxia ha visto muy bien que es aquí donde hay que librar la batalla o, por retomar nuestra imagen de que hay que anudar la punta, que es necesario sostener; ha percibido bien que al definir el pecado como una negación, todo el cristianismo resultaría insostenible. Por tal motivo insiste tanto acerca de la necesidad de la Revelación para instruir al hombre decepcionado acerca de lo que es el pecado, lección que debe hacer fe para nosotros, en consecuencia, puesto que es un dogma. Y naturalmente, paradoja, fe y dogma hacen entre sí una triple alianza, que es el más seguro sostén y baluarte contra toda sabiduría pagana.
Esto en cuanto a la ortodoxia. Por un extraño desprecio, la dogmática que se dice especulativa y linda ciertamente bastante en mala hora con la filosofía, se ha vanagloriado de comprender la doctrina de que el pecado es una posición. Pero si ella lo hiciera, el pecado sería una negación. El secreto de toda comprensión consiste en que el acto mismo de comprender supera siempre la posición que plantea. El concepto plantea una posición, pero que niega el hecho mismo de comprenderla. No sin darse cuenta hasta un cierto punto, nuestros teólogos no han sabido arreglárselas, maniobra bastante poco digna de una ciencia filosófica, más que velando su movimiento detrás de una cortina de afirmaciones. Multiplicándolas continuamente con mayor solemnidad, jurando y perjurando de que el pecado es una afirmación, de que hacerlo una negación es panteísmo, racionalismo y sabe Dios qué otras cosas, pero que no vale más y que su campo abjura y aborrece ... se pasa a querer comprender que el pecado es una posición. Es decir que no lo es sino hasta un cierto punto y pueda al alcance del entendimiento.
Y la duplicidad de nuestros teólogos surge también en otro punto, que se relaciona por otra parte con el mismo tema. La definición del pecado, o el modo para definirlo, se liga con la de arrepentimiento. Y haber hallado la negación de la negación les parecio tan tentador que se apoderaron de ella y entonces la aplicaron al arrepentimiento, haciendo de esta manera una negación del pecado. Por lo demás, resultarla bastante agradable ver a un pensador sobrio aclarando sí esta lógica pura, que recuerda las primeras relaciones de la lógica con la gramática (dos negaciones equivalen a una afirmación) o con las matemáticas, si esa lógica pura vale en el orden de lo real, en el mundo de las cualidades: si en toda la dialéctica de las cualidades no hay otra dialéctica; si el pasaje no desempeña aquí otro papel. Sub specie aeterni, aeterno modo, etc. ... lo sucesivo no existe, de modo que todo es y no hay pasaje. Plantear en ese medio abstracto es por consecuencia ipso facto lo mismo que anular. Pero considerar de ese modo lo real, linda verdaderamente con la locura. Muy en abstracto se puede decir también que lo Perfecto sigue a lo Imperfecto. Pero si en la realidad alguien llegara a la conclusión, como una consecuencia automática e inmediata, de que un trabajo que no ha terminado (imperfectum) se ha terminado, ¿no sería un loco? Con esa sedicente posición del pecado no se hace otra cosa, cuando el medio en que se lo plantea es el pensamiento puro, médium demasiado moviente para plantearlo con firmeza.
Pero dejando aquí todas esas cuestiones de lado, atengámonos exclusivamente al principio cristiano de que el pecado es una posición; no empero como con un principio inteligible, sino como una paradoja que hay que creer. En mi pensamiento, aquí se encuentra el hito. Hacer estallar la contradicción de todas las tentativas de comprender, es ya colocar el problema en su verdadera luz, tan claro resulta entonces que hay que remitirse a la fe para el debe o no creerse. Admito lo que no es demasiado divino, de ninguna forma, para ser comprendido), admito que si se quiere comprender a la fuerza y no se puede considerar bueno más que a aquello que uno se da aires de comprender, se juzgue bien pobre mi actitud. Pero si el cristianismo no tiene vida más que siendo creído, no comprendido, si es necesariamente una u otra cosa, objeto de fe o de escándalo: ¿d6nde reside, pues, el mérito de pretender comprender? ¿Es o no una insolencia o atropellamiento querer comprender lo que no quiere ser comprendido? Cuando a un rey le toma la idea de vivir de incógnito, de ser tratado estrictamente como un particular, si la gente halla más distinguido demostrarle una diferencia real, ¿tiene razón al hacerlo? ¿O no es colocar su persona y su pensamiento frente al deseo del rey, hacer como se quiere en lugar de inclinarse? ¿Qué oportunidad de gustarle, cuando más uno se ingenie en testimoniar al rey un respeto de súbdito, si él no quiere ser tratado como rey? ¿Qué oportunidad de gustarle, si uno se ingenia más en contrariar su voluntad? Quede para otros la tarea de admirar y de elogiar a quien se dé aires de poder comprender el cristianismo: para mí, en un tiempo tan especulativo, en el cual todos los otros se agitan tanto por comprender, es una obligación esencialmente ética y que exige acaso mucho más abnegación, confesar que no tenemos el poder ni el deber de comprender. Sin embargo, la necesidad probable de nuestra época de los cristianos de hoy, es precisamente un poco de ignorancia socrática sobre el capítulo del cristianismo; digo efectivamente, socrática. Pero -y cuán poco se lo sabe verdaderamente o se lo piensa-, pero no olvidemos nunca que la ignorancia de S6crates era una especie de temor y de culto a Dios: que ella traducía en griego la idea judaica del temor a Dios, principio de la sabiduría; que era por respeto a la divinidad que se era ignorante y, en cuanto un pagano lo podía, que guardaba como un juez la frontera entre Dios y el hombre, queriendo reforzar la diferencia de cualidad entre ellos mediante un foso profundo, a fin de que Dios y el hombre no se confundiesen, como se los ha hecho confundir philosophice, poetice, etc. ... He aquí la causa de la ignorancia de S6crates y es por esto que la divinidad ha reconocido en él al mayor de los saberes. Pero el cristianismo nos enseña que toda su existencia no tiene otra finalidad que la fe; por lo cual sería precisamente una piadosa ignorancia socrática defender por ignorancia la fe contra la especulación, queriendo reforzar con un foso profundo la diferencia de naturaleza entre Dios ... y el hombre, como lo hacen la paradoja y la fe, a fin de que Dios y el hombre, peor aún que en el paganismo, no se confundan, como se les ha hecho philosophice, poetice, etc. ... en el sistema.
Sólo hay pues un punto de vista posible para aclarar la naturaleza positiva del pecado. En la primera parte, describiendo la desesperación, se ha verificado constantemente un crecimiento, que traducía, por un lado, un progreso de la conciencia del yo y, por el otro, un progreso de intensidad, yendo de la pasividad hasta el acto consciente. Las dos traducciones, a su vez, expresaban juntas el origen interior y no externo de la desesperación, que de este modo se hace de más en más positivo. Pero según su definición, el pecado implicando un yo, elevado a un infinito de potencia por la idea de Dios, implica el máximo de conciencia del pecado como de un acto. Es lo que expresa que el pecado es una posición; su positivo es estar en presencia de Dios.
Esta definición del pecado contiene, en un sentido distinto, lo posible del escándalo, la paradoja, que se encuentra en la doctrina de la Redención. En primer lugar el cristianismo establece tan sólidamente la naturaleza positiva del pecado, que la razón no puede nunca comprenderlo; luego, ese mismo cristianismo se encarga enseguida de eliminar ese positivo de manera no menos ininteligible para la razón. Nuestros teólogos, que se libran de esas dos paradojas mediante charlas, mellan la punta para hacerlo así todo fácil: quitan un poco de su fuerza a lo positivo del pecado, lo que sin embargo no les adelanta nada para comprender el golpe de esponja de la remisión. Pero aun aquí ese primer inventor de paradojas que es el cristianismo continúa siendo tan paradojal como es posible; trabajando, por así decir, contra sí mismo, formula tan sólidamente la naturaleza positiva del pecado, que luego parece perfectamente imposible eliminarlo. Y no obstante, ese mismo cristianismo lo eliminará de nuevo tan completamente, mediante la Redención, que se lo diría ahogado en el mar.
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