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EXORDIO

Esta enfermedad no es de muerte (Juan, XI, 4) y, sin embargo, Lázaro murió; pero como los discípulos no comprendían la continuación: Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido, pero yo voy a despertarlo de su sueño, el Cristo les dijo sin ambigüedad: Lázaro está muerto, (XI, 14). Por lo tanto, Lázaro está muerto y, no obstante, no se trata de una enfermedad mortal; es un hecho que está muerto, sin haber estado, sin embargo, enfermo de muerte.

Evidentemente el Cristo pensaba aquí en aquel milagro que mostraría a sus contemporáneos, es decir a quienes pueden creer, la gloria de Dios, en ese milagro que despertó a Lázaro de entre los muertos; de modo que esa enfermedad no sólo no era de muerte, sino que la predijo, a la gloria de Dios, a fin de que el hijo de Dios fuera glorificado por ella.

¡Pero incluso si el Cristo no hubiera despertado a Lázaro, no sería menos cierto que esa enfermedad, la muerte misma, no es la muerte!

A partir del momento en que el Cristo se aproxima a la tumba exclamando: ¡Lázaro, levántate y anda! (XI, 43), estamos seguros de que esa enfermedad no es de muerte. Pero incluso sin esas palabras, nada más que acercándose a la tumba, Él, que es la Resurrección y la Vida (XI, 25), ¿no indica que esa enfermedad no es de muerte? ¿Y por la existencia misma del Cristo no es evidente? ¡Qué beneficio para Lázaro es ser resucitado para tener que morir finalmente! ¿Qué beneficio sin la existencia de Aquel que es la Resurrección y la Vida para cualquier hombre que crea en Él? No, no es por la resurrección de Lázaro que esa enfermedad no es de muerte, sino porque Él es, por Él. Pues en el lenguaje de los hombres, la muerte es el fin de todo y como ellos dicen, mientras dura la vida, dura la esperanza. Pero para el cristianismo, de ningún modo la muerte es el fin de todo, ni un simple episodio perdido en la única realidad que es la vida eterna; y ella implica infinitamente más esperanza de la que comporta para nosotros la vida, incluso desbordante de salud y de fuerza.

Así, para el cristianismo, ni la misma muerte es la enfermedad mortal, y aun menos todo lo que surge de los sufrimientos temporales: penas, enfermedades, miserias, aflicción, adversidades, torturas del cuerpo y del alma, pesares y quebrantos. Y de todo este fardo, por pesado y duro que sea para los hombres, al menos para quienes lo sufren, aun cuando anden diciendo: la muerte no es peor, de todo este fardo semejante a las enfermedades, aun cuando no sea una de ellas, nada es para el cristianismo la enfermedad mortal.

Tal es el modo magnánimo con que el cristianismo enseña al cristiano a pensar acerca de todas las cosas de aquí abajo, comprendida entre ellas la muerte. Casi resulta como si tuviera que enorgullecerse de estar con altanería por encima de los que de ordinario se trata como desgracia, por encima de lo que de ordinario se considera el pero de los males ... Pero, en cambio, el cristianismo ha descubierto una miseria cuya existencia ignora el hombre, como hombre; y es ella la enfermedad mortal. El hombre natural podrá enumerar todo lo horrible ... y agotarlo todo; el cristiano se ríe del balance. Esta distancia del hombre natural al cristiano es como la del niño al adulto: no es nada para el adulto. El niño no sabe qué es lo horrible, pero el hombre lo sabe y tiembla. El defecto de la infancia es, en primer término, no conocer lo horrible y, en segundo término, temblar de aquello que no es de temer, lo mismo le sucede al hombre natural; ignora dónde se halla realmente el horror, lo que no le exime de temblar, pero tiembla de lo que no es lo horrible. De igual modo, el pagano en su relación con la divinidad; no sólo desconoce al verdadero Dios, sino también adora como dios a un ídolo.

El cristiano en el único en saber qué es la enfermedad mortal. El cristianismo le da un coraje que desconoce el hombre natural, un coraje que recibe con el temor a un grado más de los horrible. Ciertamente, siempre nos es dado el coraje; y el pavor a un peligro mayor nos da ánimo para afrontar no menos; y el temor infinito a un único peligro, nos hace inexistentes todos los demás. Pero la horrible lección del cristiano es haber aprendido a conocer la Enfermedad mortal.


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