Indice de Dios y el Estado de Miguel Bakunin | Capítulo décimo | Capítulo duodécimo | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Dios y el Estado Miguel Bakunin Capítulo undécimo Se creerá, pues, que el espíritu humano estuvo a punto de libertarse al fin de todo obstáculo divino:
no en absoluto, sin embargo. La falsedad en que la especie humana ha creído durante diez y ocho siglos -hablando solamente del cristianismo- probó una vez más su poderío sobre la verdad. No pudiendo servirse ya de la gente negra, de los cuervos consagrados por la Iglesia, de los sacerdotes católicos y protestantes, que habían perdido todo su crédito, utilizó los sacerdotes laicos, los embusteros y sofistas de capa corta, y de entre ellos se encomendó el papel principal a dos hombres temibles, el uno el espíritu más fatal; el otro. la voluntad más doctrinariamente despótica del pasado siglo: J. J. Rousseau y Robespierre. El primero, tipo perfecto de la bajeza y de la malicia suspicaz, de la exaltación sin otro objeto que su propia persona, del entusiasmo ridículo y de la hipocresía a la vez sentimental e implacable, de la
mentira del idealismo moderno, puede considerársele como el verdadero creador de la reacción. Escritor el más democrático del siglo XVIII, en apariencia fundó sobre sí mismo el duro despotismo de los hombres de Estado. El fue el profeta del Estado doctrinario, del mismo modo que Robespierre, su fiel y digno discípulo, procuró constituirse en su gran sacerdote. Así como Voltaire afirmó: que si Dios no existiera sería preciso inventar!o, J. J. Rousseau inventó el Ser Supremo, Robespierre guillotinó primero a los hebertistas y después a los verdaderos genios de la Revolución, a Daltón y sus amigos, matando en la persona del primero la República, con lo cual prepará desde entonces el camino al triunfo necesario de la dictadura napoleónica. Después de este gran retroceso, la reacción idealista buscó y halló servidores menos fanáticos, menos terribles, más acomodados al modo de ser de la burguesía actual. En Francia, Chateaubriand, Lamartine y -es preciso no olvidarlo-, Víctor Hugo, ¡el demócrata, el republicano, el casi socialista da hoy! y tras estos toda la corte melancólica y sentimental de los espíritus anémicos que bajo la dirección de esos maestros fundó la escuela romántica. En Alemania los Shelegel, los Tieck, los Novalis, los Werner, los Schelling y otros muchos cuyos nombres no merecen recordarse. La literatura creada por esta escuela constituyó el reinado de los espectros y fantasmas. Esta literatura no soporta la luz del sol, sólo puede vivir al claro oscuro. No menos insoportable no es el contacto brutal de las masas. Es la literatura de los aristócratas delicados y distinguidos, de los que aspiran al cielo, su única patria, y son desgraciados en la tierra. Tienen horror y desprecio a los políticos y a los problemás de la época, cuando por casualidad se refiere a Dios se manifiesta francamente reaccionario, toma al partido de la Iglesia contra la insolencia de les librepensadores, de los reyes contra los pueblos y de todos los aristócratas contra la vil canalla de las calles y plazuelas. Por lo demás, como ya he dicho; el carácter dominante del romanticismo fue la más completa indiferencia por la política. En medio de las sombras en que vivió no podían distinguirse más que dos extremos principales: el rápido desenvolvimiento del materialismo burgués y el desbordamiento ingobernable de las vanidades individuales.
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