Indice de Dios y el Estado de Miguel Bakunin | Capítulo octavo | Capítulo décimo | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Dios y el Estado Miguel Bakunin Capítulo noveno De todos los despotismos, el de los doctrinarios o inspirados religiosos es el peor. Tan celosos están de la gloria de su Dios y del triunfo de su idea, que no tienen ya corazón ni ante la libertad ni ante la dignidad, ni aún ante los sufrimientos de los hombres vivos, de los hombres reales. El celo divino y la preocupación de la idea conclüyen por sacar en las más tiernas almas, en los corazones más comprensivos, los manantiales del amor humano. Considerando todo lo que hay, todo lo que en el mundo se hace desde el punto de vista de la eternidad o de la idea abstracta, son desdeñosos ante las cosas pasajeras, cuando toda la vida de los hombres reales, de los hombres de carne y hueso, no se compone sino de cosas pasajeras; ellos mismos no son sino seres que pasan, y que, cuando acaban de pasar son reemplazados por otros, igualmente pasajeros y que nunca, después de pasar, vuelven a existir. Lo permanente o relativamente eterno es la humanidad, que se desarrolla constantemente de una a otra generación. Digo relativamente eterno porque, una vez destruido nuestro planeta (y no puede escapar de perecer más pronto o más tarde, porque todo lo que empieza ha de concluir), una vez descompuesto nuestro planeta, para servir, indudablemente, de elemento a una nueva formación en el sistema del universo, el único realmente eterno, ¿quién sabe lo que será de nuestro humano desarrollo? Sin embargo, estando inmensamente lejano de nosotros el momento de tal disolución, comparándola con la vida humana, tan corta, podemos considerar la humanidad como una cosa eterna. Mas el hecho de una humanidad progresiva no es real y vivo sino por sus manifestaciones en tiempos determinados, en hómbres realmente vivos, y no en su idea general.
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