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CAPÍTULO DÉCIMO SEXTO
El misterio del Cristo cristiano o sea del Dios personal
Los dogmas fundamentales del cristianismo son deseos del corazón cumplidos -la esencia del cristianismo es la esencia del sentimiento. Es más cómodo sufrir que actuar; es más cómodo dejarse redimir y librar por otro, que librase a sí mismo; es más cómodo hacer depender su salvación de otra persona. que de la propia fuerza; es más cómodo amar que anhelar, es más cómodo saberse amado de Dios. que amarse a sí mismo con un amor sencillo o natural, innato en todos los seres; es más cómodo reflejarse en los ojos amorosos de otro ser personal, que en el espejo cóncavo del propio yo o en el abismo frío del océano de la naturaleza; es más cómodo, en general, dejarse llevar por sus propios sentimientos, que determinarse por la inteligencia misma cuando esos sentimientos tienen la apariencia como si fueran de otro, aunque en el fondo sean los sentimientos del propio yo. El sentimiento en general es el caso oblicuo del yo en el acusativo. El yo de Fichte es asentimental, porque el acusativo es idéntico al nominativo, porque es un caso indeclinable. Pero el sentimiento es yo determinado por sí mismo; esto como si fuera por otro ser -es el yo que sufre. El sentimiento convierte el activo del hombre en un pasivo, y el pasivo en un activo; lo que piensa es para el sentimiento lo pensado, y lo pensado es aquello que piensa. El sentimiento es de una naturaleza soñadora; por eso no sabe otra cosa más beata, más profunda que el sueño. Pero ¿qué es el sueño? Es la invención de la conciencia despierta. En el sueño, el activo se convierte en el pasivo y el pasivo en el activo. En el sueño, considero mis autodeterminaciones como si fueran determinaciones de afuera, las emociones del sentimiento como si fueran acontecimientos, mis imaginaciones y sensaciones como si fueran seres fuera de mi, y sufro lo que hago. El sueño dobla los rayos de luz débilmente- de ahí su encanto indescriptible. Es el mismo yo, el mismo ser que sueña y que vigila; la diferencia sólo es que cuando estoy despierto, el yo se determina por sí solo, mientras que en el sueño es determinado como si lo fuera por otro ser. Yo me concibo a mí mismo -es una frase asentimental y racional: yo he sido concebido por Dios y sólo me considero como concebido por Dios- es sentimental, es religioso. El sentimiento es el sueño a ojos abiertos; la religión es el sueño de la conciencia despierta; el sueño es la llave de los secretos de la religión. La ley suprema del sentimiento es la unidad inmediata entre la voluntad y el hecho, el deseo y la realidad. Esta ley la cumple el Redentor. Así como el milagro exterior, en oposición a la actividad moral, completa directamente, en realidad, las necesidades y los deseos físicos del hombre, así satisface el Redentor, el reconciliador, el hombre Dios, en oposición a la actividad moral del hombre natural o racional directamente las necesidades y los deseos intrínsecos morales librando al hombre de la actividad intermediaria. Lo que deseas ya está cumplido. ¿Quieres adquirir la beatitud? La moral es la condición, el medio para llegar a la beatitud. Pero no puedes en verdad: no lo necesitas. Ya está hecho lo que recién querías hacer. Sólo necesitas ser pasivo, sólo necesitas creer, sólo gozar. ¿Quieres hacerte propicio a Dios, calmar su ira y tener paz en tu conciencia? Pero esta paz ya existe; esta paz es el mediador, el hombre Dios -él es tu conciencia calmada, es el cumplimiento de la ley y con ello el cumplimiento de tu propio deseo y anhelo.
Y por eso mismo ya no es la ley, sino el cumplidor de la ley el modelo, la norma y la ley de tu vida. Quien cumple la ley, la destruye. La ley sólo tiene autoridad y validez frente a la ilegalidad. Pero quien cumple la ley perfectamente, le dice a ella: lo que tú quieres, lo quiero yo por mí mismo: y lo que tú mandas, lo confirmo yo por el hecho; mi vida es la ley verdadera y viviente. El cumplidor de la ley se coloca por tanto necesariamente en el lugar de la ley, y en calidad de una nueva ley, de una ley cuyo yugo es suave y dulce. Pues en lugar de la ley que sólo sabe mandar me coloco a mí mismo como ejemplo, como objeto del amor, de la admiración y de la imitación, y de este modo se convierte en el redentor del pecado. La ley no me da la fuerza de cumplir la ley; no es bárbara; solo manda, sin preocuparse de si yo puedo cumplirla y cómo debo cumplirla. Me abandona a mí mismo sin darme consejo ni ayuda. Pero quien me precede con su ejemplo, me ayuda y me da su propia fuerza. La ley no ofrece ninguna resistencia al pecado; pero el ejemplo hace milagros. La ley ha muerto; pero el ejemplo vive, anima y arrastra al hombre sin quererlo. La ley sólo habla a la inteligencia y se opone directamente a los instintos; pero el ejemplo se aprovecha de un instante poderoso y sensitivo el instante de la imitación. El ejemplo afecta el sentimiento y la fantasía. En una palabra, el ejemplo tiene fuerzas mágicas, es decir, sensitivas; pues la fuerza atractiva mágica, es decir, reflexiva, es una propiedad esencial como de toda la materia es en especial de la sensualidad.
Los antiguos decían que si la verdad pudiera hacerse ver, entusiasmaría y atraería a todo el mundo por su belleza. Los cristianos se sentían felices de ver cumplido también este deseo. Los paganos tenían una ley no escrita, los judíos una ley escrita, los cristianos un ejemplo, un modelo, una ley visible, personalmente viviente, una ley hecha carne, una ley humana. De ahí la alegría, especialmente de los primeros cristianos -de ahí la gloria del cristianismo de que sólo en él se encuentra la fuerza y que sólo él puede dar la fuerza de resistir al pecado. Y esta gloria no la vamos a discutir, por lo menos aquí. Sólo debo observar que las fuerzas del ejemplo de virtud no es tanto la fuerza de la virtud, sino más bien la fuerza del ejemplo en general; es como el poder de la música religiosa, no es el poder de la religión, sino el poder de la música (1); por lo tanto el modelo de la virtud puede producir actos virtuosos, pero no puede por ello producir también ánimos emotivos virtuosos. Pero este sentido sencillo y verdadero del poder redentor y reconciliador del ejemplo, en oposición a la fuerza de la ley, a cuyo ejemplo atribuimos la diferencia entre la ley y Cristo, no expresa de ninguna manera el significado de la religión, de la redención y reconciliación cristianas. En ésta más bien todo gira alrededor de la fuerza personal de aquel maravilloso ser intermediario, que no era solamente Dios u hombre, sino que a la vez era un hombre que era Dios y un Dios que a la vez era hombre y que por tanto sólo puede concebirse en relación con el significado del milagro. En este significado el Redentor maravilloso no es otra cosa sino el deseo completo del sentimiento, ser libre de las leyes de la moral, es decir, de las condiciones a que la virtud está ligada en su camino natural; el deseo cumplido de ser redimido de los males morales y esto instantáneamente, inmediatamente, como por un encanto, es decir de una manera absolutamente subjetiva y sensitiva. La palabra de Dios, dice por ejemplo Lutero, ejecuta todas las cosas rapidísimamente, trae el perdón de los pecados y te da la vida eterna, y no te cuesta más trabajo sino que tú escuches la palabra y que creas en él cuando lo has escuchado. Si la crees, la tendrás sin ningún esfuerzo. ni gasto. ni demora. ni dificultad (2). Pero el escuchar la palabra de Dios, cuya consecuencia es la fe, es un don de Dios. Luego, la fe no es otra cosa sino un milagro psicológico, un milagro de Dios y del hombre, así como Lutero mismo lo confiesa. Pero libre del pecado, o más bien de la conciencia de sí mismo, se hace el hombre recién por la fe -la moral depende de la fe, las virtudes de los paganos sólo son vicios brillantes- vale decir, que el hombre se hace moralmente libre y bueno sólo por el milagro. Que el poder de hacer milagros es idéntico con el concepto del ser intermediario, se ha demostrado históricamente por el hecho de que los milagros del Antiguo Testamento, la legislación, la providencia, en una palabra todas las determinaciones que constituyen la esencia de la religión, ya por los mismos judíos posteriores, fueron atribuídos a la sabiduría divina, al Logos. Pero este Logos, según Philo, se encuentra todavía en el aire, entre el cielo y la tierra, tan pronto como un ser solamente imaginado, tan pronto como una realidad, es decir, Philo oscila entre la filosofía y la religión, entre el Dios metafísico y abstracto y el Dios real y religioso propiamente dicho. Recién en el cristianismo se afirmó y se encarnó este Logos, haciéndose del ser imaginado un ser real, es decir, la religión se concentró ahora exclusivamente al ser, al objeto, que es el fundamento de su naturaleza esencial. El Logos es el ser personificado de la religión. Por eSo, si Dios fue determinado como la esencia del sentimiento, cobra esto recién en el Logos su verdad perfecta.
Dios, como Dios, es el sentimiento todavía cerrado y oculto; recién Cristo es el sentimiento o el corazón abierto y objetivado. Recién en Cristo el sentimiento es completamente seguro de sí mismo, fuera de cualquier duda con respecto a la veracidad y divinidad de su propia esencia; pues Cristo no deniega nada al sentimiento, cumple todos sus anhelos. En Dios, el sentimiento todavía silencia lo que pasa a su corazón, sólo gime; pero en Cristo se exterioriza completamente; no retiene nada para mí. El suspiro es el anhelo todavía temido; se expresa más bien por medio de la queja de que no existe aquello que él desea, pero no dice abierta y claramente lo que quiere; en el suspiro, el sentimiento duda todavía de la validez justiciera de sus deseos. Pero en Cristo ha desaparecido toda angustia del alma; es el suspiro que, debido al cumplimiento, se ha transformado en la canción de victoria, es la certeza jubilosa del sentimiento de la verdad y realidad de sus deseos ocultos en Dios, es la victoria real sobre la muerte, sobre toda la fuerza del mundo y de la naturaleza, es la resurrección ya no esperada sino realizada; es el corazón que está libre de todas las barreras apremiantes, de todos los sufrimientos, es el sentimiento beato, la divinidad visible (3).
Ver a Dios. Este es el deseo más alto, el triunfo supremo del corazón. Cristo es este deseo completo, este triunfo. Dios solamente imaginado, solamente como ser creado para la mente, vale decir, Dios como Dios, es solamente un ser alejado, y la relación con él es una relación abstracta igual que la relación amistosa que podemos tener con un hombre que personalmente no conocemos y que se encuentra a una distancia muy grande. Por más grandes que sean sus obras, y las pruebas de amor que nos da para objetivarnos su ser, siempre queda sin embargo un claro no llenado, y el corazón no está satisfecho; deseamos verlo. Mientras que no conocemos un ser cara a cara, siempre quedamos en duda sobre si existe y si es así como nosotros lo imaginamos. Recién viéndolo tendremos la seguridad y la tranquilidad completa. Cristo es el Dios personalmente conocido; por eso tenemos en Cristo la seguridad de que existe Dios y de que es así como el sentimiento lo quiere y como desea que sea, Dios, como objeto de la oración es, por cierto, un ser humano, porque participa en la miseria humana, porque escucha nuestros deseos humanos; pero no es todavía como hombre real, un objeto de la conciencia religiosa. Recién en Cristo se cumple por eso el último deseo de la religión, se disuelve el secreto del sentimiento religioso, pero se disuelve en el lenguaje figurado propio de la religión, pues lo que Dios es en esencia, ha llegado a nosotros representado en Cristo. A este respecto puede llamarse a la religión cristiana, con razón, la religión absoluta y perfecta. Pues el objeto de la religión es que Dios, que de por sí no es otra cosa sino la esencia del hombre, sea también realizado como tal, sea como hombre un objeto para la conciencia. Y esto lo ha conseguido la religión cristiana en la encarnación de Dios, que no es de ninguna manera un acto transitorio; pues Cristo, aún después de su ascención al cielo queda hombre, hombre de corazón y hombre de figura, sólo que su cuerpo ya no es un cuerpo terrenal, un cuerpo sujeto al sufrimiento.
Las encarnaciones de Dios, entre los orientales como especialmente entre los hindúes, no tienen un significado tan intenso como la encarnación cristiana de Dios. Y precisamente porque se han producido a menudo, se hacen indiferentes y pierden su valor. La naturaleza humana de Dios es su personalidad; Dios es un ser personal, es decir: Dios es un ser humano, Dios es hombre. La personalidad es una idea que sólo tiene realidad como hombre real (4). El objeto, que sirve de base para todas las encarnaciones de Dios, se logra por eso infinitamente mejor por una sola encarnación, por una personalidad. Donde Dios aparece sucesivamente en varias personas, desaparece esta personalidad. Pero se trata precisamente de tener una personalidad permanente, una personalidad exclusiva. Donde hay muchas encarnaciones, allí hay lugar para innumerab1es otras: la fantasía no está limitada; y además, las encarnaciones ya realizadas pasan a la categoría de las solamente posibles o imaginables, a la categoría de fantasía o de simples apariciones. Y donde se cree exclusivamente en una sola personalidad como encarnación de la divinidad, se impone ésta en seguida con la fuerza de una personalidad histórica, la fantasía se destruye, la libertad de imaginarse todavía otras encarnaciones se rechaza. Esta única personalidad me impone la fe en su realidad. Pues el carácter de la personalidad real es la exclusividad -el principio de la diferencia de que, como dice Leibniz, ninguna cosa que existe se parece perfectamente a otra. El tono, la manera con que se habla de aquella personalidad única, hace una impresión tal sobre el sentimiento que éste se lo imagina directamente como una personalidad real, haciendo de un objeto de fantasía un objeto de la opinión general histórica. El anhelo es la necesidad del sentimiento, y el sentimiento anhela un Dios personal. Pero este anhelo hacia la personalidad de Dios, sólo es un anhelo verdadero, serio y profundo si es el anhelo hacia una sola personalidad, si se contenta con ésta única. Con la pluralidad de personas, desaparece la verdad de la necesidad, se convierte la personalidad en un artículo de lujo de la fantasía. Pero lo que tiene en su favor la fuerza de la necesidad, influye también sobre el hombre con la fuerza de la realidad. Lo que especialmente para el sentimiento, es algo necesario, le es inmediatamente también algo real. El anhelo dice: debe haber un Dios personal, es decir, no pide un ser: el sentimiento satisfecho dice: existe. La garantía de su existencia está, para el sentimiento, en la necesidad de su existencia -en la necesidad de ser satisfecho-, en el poder de la necesidad. La necesidad no conoce ley fuera de ella misma; la necesidad vence todo. Pero el sentimiento no conoce otra necesidad sino la propia, su propio anhelo: le repugna la necesidad de la naturaleza, la necesidad de la inteligencia. Por tanto, es necesario para el sentimiento un Dios subjetivo, sensitivo y personal; pero necesaria es una sola personalidad y ésta debe ser necesariamente una personalidad real e histórica. Sólo en la unidad de la personalidad el sentimiento se satisface y se recoge: la pluralidad dispersa.
Pero así como la verdad de la personalidad es la unidad y la verdad de la unidad la realidad; así es la verdad de la personalidad real la sangre. La última prueba, especialmente recalcada por el autor del cuarto Evangelio, de que la persona visible de Dios no ha sido ningún fantasma, ninguna ilusión, sino un hombre real, consiste en que ha salido sangre de su costado en la cruz. Donde el Dios personal es una verdadera necesidad del corazón, allí debe sufrir él mismo necesidad. Sólo en el sufrimiento está la seguridad de su realidad, sólo en la impresión y fuerza esencial de la encarnación. Ver a Dios no le basta al corazón: los ojos no dan todavía una garantía suficiente. La verdad de la representación, visual, afirma solamente el sentimiento. Pero como el sentimiento es subjetivo, así es también la posibilidad de ser palpado, de ser tocado y de ser afectado por el sufrimiento, el último argumento de la realidad; por eso la pasión de Cristo es suprema seguridad, el más alto placer, el más sublime consuelo del sentimiento; pues sólo en la sangre de Cristo se ha saciado la sed de un Dios personal, humano, compasivo y sensitivo.
Por eso creemos un error muy perjudicial que, por el hecho de que Cristo, según su humanidad haya perdido la majestad divina, se haya quitado a los cristianos el consuelo extremo que tienen en la promesa de que el rey y sacerdote supremo irían a estar presentes y vivir entre ellos, porque no es solamente un Dios que envía contra nosotros, los pobres pecadores, un fuego destructor, sino que es también el hombre que ha hablado con los hombres, que ha probado toda clase de aflicciones en su figura humana adoptada, que por eso también con nosotros, como con hombres y hermanos, puede tener compasión, y quien quiere estar con nosotros en nuestras necesidades, también según aquella naturaleza según la cual es nuestro hermano y nosotros carne de su carne (5).
Es superficial decir que el cristianismo no es la religión de un solo Dios personal, sino de tres personalidades. Por cierto, estas tres personalidades tienen existencia en la dogmática; pero también aquí la existencia del Espíritu Santo sólo es un dictamen arbitrario que ya es refutado por las determinaciones impersonales que, por ejemplo, como aquella que el Espíritu Santo sea el don, el don del Padre y del Hijo es ampliamente refutado (6). Ya la manera como el Espíritu Santo procede es un pronóstico desfavorable para su personalidad, porque se produce un ser personal sólo por la generación, pero no por una emanación indeterminada o por una inspiración. Y el mismo Padre que representa el concepto riguroso de la divinidad, sólo es un ser personal según la imaginación y la aseveración, pero no según sus determinaciones: es un concepto abstracto, un ser solamente imaginado. La personalidad plástica sólo es Cristo, pero a la personalidad sólo pertenece la figura, la figura es la realidad de la personalidad. Sólo Cristo es el Dios personal -él es el Dios verdadero y real de los cristianos, cosa que no puede repetirse lo suficiente- (7). En él sólo se concentra la religión cristiana y la esencia de la religión en general. Sólo él satisface el anhelo hacia el Dios personal; sólo él es una existencia que corresponde a la esencia del sentimiento; sólo en él se colman todas las alegrías de la fantasía y todos los sufrimientos del sentimiento; sólo en él se agota el sentimiento y se agota la fantasía. Cristo es la unidad del sentimiento y de la fantasía.
Por eso se distingue el cristianismo de todas las demás religiones; porque en éstas se separan el corazón y la fantasía, mientras que en el cristianismo coinciden. La fantasía ya no vaga, por todos lados, abandonada a sí misma; ella sigue ahora las indicaciones de su corazón; describe ahora un círculo, cuyo centro es el sentimiento. La fantasía es limitada aquí por las necesidades del corazón, cumple solamente los deseos del sentimiento, se refiere solamente a lo único que hace falta; en una palabra: ella tiene, por lo menos en general, una tendencia práctica y concreta, pero no una tendencia vaga y solamente poética. Los milagros del cristianismo, concebidos en el seno del sentimiento doliente y necesitado, y no productos de una actividad libre, nos trasladan inmediatamente al suelo del fondo común y real; influyen sobre el hombre sensitivo con una fuerza irresistible, porque tienen a su favor la necesidad del sentimiento. En una palabra, el poder de la fantasía es aquí a la vez el poder del corazón, la fantasía sólo es el corazón victorioso y triunfante. En los orientales, en los griegos, la fantasía gozaba, sin preocuparse de la necesidad del corazón, en la abundancia de lujo y de la gloria terrenal; en el cristianismo, la fantasía bajó del palacio de los dioses hacia la humilde morada de los pobres, donde sólo reina la necesidad; se humillaba bajo la dominación del corazón. Pero cuanto más se limitaba exteriormente, tanto más aumentaba en fuerza. Debido a la necesidad del corazón, fracasó la gloria de los dioses olímpicos; pero en forma omnipotente obra la fantasía en unión con el corazón, y esta unión de la libertad de la fantasía con la necesidad del corazón, es Cristo. Todas las cosas están sujetas a Cristo. El es el rey del mundo que hace de él lo que quiere; pero este dominio ilimitado sobre la naturaleza, es a su vez sujetado al poder del corazón: Cristo impone silencio a la naturaleza bulliciosa, pero sólo para escuchar los gemidos y los suspiros de los que sufren.
Notas
(1) Interesante en este sentido es la confesión de Agustín. (Confes. Lib. X, c. 33).
(2) T. XVI, pág. 490.
(3) Dado que Dios nos ha dado su hijo, nos ha dado todo con él: diablo, pecado, muerte, infierno, cielo, vida; todo, todo debe ser nuestro, porque el hijo, como un regalo, es nuestro y él se encuentra todo lo demás. Lutero. (T. XV, pág. 311), La mejor parte de la resurrección ya se ha realizado; Cristo, la cabeza de toda la cristiandad, ha pasado por la muerte y ha sido resucitado de entre los muertos. Además, la parte más noble mía, o sea mi alma, ha pasado también por la muerte y se encuentra en Cristo en un ser celestial. Luego, ¿qué puede perjudicarme la tumba o la muerte? (T. XVI, pág. 235). Un hombre cristiano tiene el mismo poder que Cristo, está en unión con él y en poder de todas sus riquezas. (T. XIII, pág. 648). Quien sigue a Cristo tiene tanto como él. (T. XVI, pág. 574).
(4) De ahí resulta la falta de verdad y la vanidad de la especulación moderna sobre la personalidad de Dios. Si vosotros no os avergonzáis de un Dios personal, tampoco debéis avergonzaros de un Dios carnal. Una personalidad abstracta, una personalidad sin carne y sangre, es un mero espectro.
(5) Libro de Concordias. Explicación. Articulo 8.
(6) Ya Fausto Socinus ha demostrado esto en una forma inmejorable. Ver su defensa, Defens. Animad. en Assert. Theol. Call. Posnan. de trino et uno Deo, Irenopoli 1656, c. II.
(7) Léase a este respecto, especialmente los escritos de los ortodoxos cristianos contra los heterodoxos, por ejemplo, contra los socinianos. Nuevos teólogos declaran, como se sabe, también esta debilidad de Cristo que se ha formado en la Iglesia, por antibíblica; sin embargo, es el principio característico del cristianismo, y aunque no esté así en la Biblia como está en el dogma, es, sin embargo, la consecuencia necesaria de la Biblia. ¿Qué otra cosa que Dios puede ser un individuo que tiene la plenitud verdadera de la divinidad, que es omnisapiente (Joh. 16, 30) y omnipotente (resucita a los muertos, hace milagros), que precede a todas las cosas y a todos los seres según el tiempo y el rango, que tiene la vida en sí (aunque como una vida dada a él) al igual que el padre tiene la vida en sí? Cristo es, según la voluntad, uno con el Padre; pero la unidad de la voluntad proporciona la unidad de la esencia. Cristo es el enviado como el representante de Dios; pero Dios sólo puede ser representado por un ser divino. Sólo puede elegir como representante o enviado a una persona que tenga propiedades iguales o semejantes que las que encuentro en mí, de lo contrario me rebaja.
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