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CAPÍTULO VIGÉCIMO PRIMERO
La contradicción en la existencia de Dios
La religión es el comportamiento del hombre frente a su propio ser -en esto se basa su verdad y su fuerza saludable y moral-, pero a su propio ser no como si fuera el suyo, sino como si fuera de otro ser distinto de él y hasta contrario a él- y en ello está fundada su falta de verdad, su límite, su contradicción con la razón y la moral, de ello proviene la fuente perniciosa del fanatismo religioso, de allí sale el principio supremo metafísico de los sacrificios humanos; en una palabra: ahí se forma la base de todas las atrocidades, de las horrorosas escenas en la tragedia de la historia de las religiones.
La concepción del ser humano como de otro ser que existe para sí es, en cambio, en el concepto original de la religión, una concepción arbitraria, infantil, ingenua, es decir, una concepción que tanto diferencia a Dios del hombre como lo identifica con él. Pero cuando la religión, con los años y en los años adquiere más inteligencia, cuando dentro de la religión se despierta la reflexión sobre la religión, la conciencia de la unidad del ser divino con el ser humano, en una palabra, cuando la religión se convierte en teología, la diferencia entre Dios y el hombre, que en un principio era arbitraria e innocua, se convierte en una diferencia estudiada y deliberada, que no tiene otro objeto que sacar de la conciencia esta unidad ya arraigada en ella.
Por eso cuanto más cerca está una religión a su origen, cuando más verdadera y más sincera es, tanto menos oculta su esencia. Es decir, en el origen de la religión no hay ninguna diferencia cualitativa o esencial entre Dios y el hombre. Y en esta identidad el hombre religioso no se ofende, porque su inteligencia está todavía en armonía con su religión. De este modo Jehová en el antiguo judaísmo sólo era un ser distinto del individuo humano exclusivamente por el modo de su existencia; pero cualitativamente, según su esencia interior, era absolutamente idéntico a los hombres, tenía las mismas pasiones, las mismas cualidades humanas y hasta corporales. Recién en el judaísmo posterior, se separaba en forma decisiva a Jehová del hombre y se empleaba la alegoría para dar a los antropopatismos otro sentido del que tenían en un principio. Lo mismo sucedió también en el cristianismo. En los documentos más antiguos de esta religión, la divinidad de Cristo no se encuentra expresada en forma tan decisiva como posteriormente. Especialmente en los escritos de San Pablo, Cristo es un ser subordinado a Dios, que se encuentra entre el cielo y la tierra, entre Dios y el hombre, un ser indeterminado y vago -el primero de los ángeles, el hijo mayor, pero sin embargo un ser creado; si se quiere también génito, pero en este caso también los ángeles y hasta los hombres no son creados, sino génitos, porque Dios es también su padre. La Iglesia identifica a Cristo expresamente con Dios, haciendo de él un objeto de Dios exclusivo, determinando su diferencia de los hombres y ángeles y dándole de este modo el monopolio de un ser eterno no creado. El primer caso de la manera cómo la reflexión sobre la religión, o sea la teología, convierte el ser divino en otro ser distinto del hombre, es la existencia de Dios, a la que se hace objeto de una prueba formal. Las pruebas de la existencia de Dios han sido declaradas contrarias a la esencia de la religión. Lo son; pero sólo según la forma de prueba. La religión representa inmediatamente la esencia intrínseca del hombre, como si fuera una esencia diferente y objetiva. Y la prueba no quiere otra cosa sino demostrar que la religión tiene razón. El ser más perfecto es aquel por encima del cual no puede imaginarse ningún otro. Dios es el ser supremo que el hombre puede pensar e imaginarse. Esta premisa de la prueba ontológica, o sea de la prueba más interesante, porque procede de un punto de vista interior, expresa la esencia intrínseca y más secreta de la religión. Aquella que constituye el límite esencial de su inteligencia, de su alma, de su modo de pensar, aquello es para él Dios -el ser por encima del cual no puede pensarse ningún ser superior. Pero este ser supremo no sería el supremo si no existiera; porque, en tal caso, podríamos imaginarnos un ser más alto, que tendría la ventaja de existir; pero a esta ficción el concepto del ser supremo ya no da ningún lugar. La no existencia es una deficiencia; la existencia, es perfección, felicidad, beatitud. A un ser al cual el hombre da todo, y sacrifica todo lo que para él es caro, querido, no puede tampoco negar el bien y la felicidad de la existencia. Lo contradictorio al sentido religioso sólo consiste en que la existencia se considera como una cosa separada, imaginándose así la apariencia de Dios como si sólo fuera un ser pensado, existente en la imaginación, una apariencia que, por lo demás, en seguida es destruída; porque la prueba demuestra precisamente que a Dios le compete un ser diferente de la imaginación, fuera del hombre, del que piensa, un ser real, existente en sí.
La prueba se diferencia sólo por eso de la religión porque expresa y desarrolla el secreto entimema de la religión mediante una deducción lógica formal, diferenciando así lo que la religión une inmediatamente, porque lo que para la religión es lo más sublime, o sea Dios, no es para ella un pensamiento, sino verdad y realidad inmediatas. Pero el hecho de que cada religión hace también deducciones variadas, lo confiesa en su polémica con otras religiones. Vosotros, los paganos, no habéis podido pues imaginaros cosa más sublime que vuestros bajos deseos, porque habíais caído en vuestras inclinaciones pecaminosas. Vuestros deseos descansan en una deducción cuyas premisas son vuestros instintos sexuales y vuestras pasiones. Vosotros pensáis de esta manera: la vida más agradable es vivir libremente según sus instintos y porque para vosotros tal vida era la vida más acertada y más verdadera, la convertísteis en vuestro Dios. Vuestro Dios era vuestro instinto sexual, vuestro cielo sólo el espacio libre de las pasiones limitadas por la vida civil y real. Pero con respecto a sí misma la religión no admite ninguna deducción; porque el pensamiento supremo que puede concebir es su límite, tiene para ella la fuerza de la necesidad, es para ella no una idea sino una realidad inmediata.
Las pruebas de la existencia de Dios tienen por objeto exteriorizar el interior y separado del hombre (1). Por la existencia Dios se convierte en un ser existente en sí: Dios ya no es un ser para nosotros, un ser para nuestra fe, nuestra alma, nuestra esencia, sino que es también un ser para sí mismo, un ser fuera de nosotros; en una palabra, ya no es fe, alma pensamiento, sino también una existencia real y diferente de la fe, del alma, del pensamiento. Pero tal ser es un ser sensitivo.
El concepto de la sensibilidad está ya en la expresión característica de estar fuera de nosotros. La teología sofística por cierto no toma la palabra estar fuera de nosotros en el sentido propio, sino que pone en su lugar la expresión indeterminada de un ser independiente y diferente de nosotros. Pero cuando aquel estar fuera de nosotros sólo es impropio, también lo es la existencia de Dios. Sin embargo, se trata precisamente de una existencia en la inteligencia propiamente dicha y la determinada, no ambigua, expresión para ser diferente es preciso- ser o estar fuera de nosotros.
Una existencia real y sensual es aquella que no depende de la determinación de sí mismo, de mi actividad, sino por la cual soy determinado sin quererlo, que existe aún cuando yo no exista, no pienso en ella, no la siento. Luego, la existencia de Dios debería ser una existencia sensitivamente determinada. Pero a Dios no se le ve, no se le oye, se le siente. No existe para mí si yo no existo para él; si yo no creo o pienso en Dios, entonces Dios para mí no existe. Luego sólo existe en cuanto es pensado o creído -no es necesario agregar: para mí. Luego su existencia es una existencia real y a la vez irreal. Para expresarla en forma más agradable se dice: una existencia espiritual. Pero la existencia espiritual es precisamente sólo una existencia pensada o creída. Luego, su existencia es una cosa intermedia llena de contradicciones. Con otras palabras: o es una existencia sensitiva, a la cual, sin embargo, faltan todas las determinaciones de la sensibilidad- luego es una existencia asensitiva y sensitiva a la vez, una existencia que contradice al concepto de la sensibilidad, o es solamente una existencia vaga, que en el fondo es una existencia sensitiva, porque para no hacer ver este fondo, se le quitan todos los predicados de una existencia real y sensual. Pero semejante existencia se contradice.
Una consecuencia necesaria de esta contradicción es el ateísmo. La existencia de Dios tiene la esencia de una existencia empírica o sensitiva, pero sin tener las características de la misma; es de por sí un hecho de experiencia, y sin embargo no es, en realidad, ningún objeto de la experiencia. Ella misma exige del hombre que él la busque en la realidad, llena la cabeza con representaciones y producciones sensitivas; pero, si éstas, por lo tanto, no son satisfechas, encuentra que la experiencia está en contradicción con las producciones, con estas imaginaciones, y entonces se cree con derecho a negar la existencia.
Como se sabe, Kant ha negado en su Crítica de las pruebas de la existencia de Dios que la existencia de Dios se pueda deducir por vía de la inteligencia. Kant no mereció por ello el reproche que le hizo Hégel. Kant tenía más bien perfectamente razón: de un concepto no se puede deducir la existencia. Sólo merece el reproche en cuanto quería decir algo especial y hacer un reproche, por decir así, a la inteligencia. Pues se comprende por sí mismo: La inteligencia no puede convertir un objeto de ella en un objeto de los sentidos. Mediante el pensamiento yo no puedo representar lo que pienso, a la vez fuera de mí como una cosa sensitiva. La prueba de la existencia de Dios pasa por encima de los límites de la inteligencia; es exacto; pero en el mismo sentido en que la vista, el oído y el olfato pasan por encima de los límites de la inteligencia. Sería estúpido reprochar a la inteligencia el hecho de que no satisfaga una exigencia que sólo puede pedirse a los sentidos. La existencia real y empírica sólo me la dan los sentidos. Y la existencia con respecto a la cuestión de la existencia de Dios, no tiene el significado de una realidad interna, de una verdad, sino de una existencia formal, exterior, como es propia a cada ser sensitivo que existe fuera del hombre, independientemente de sus ideas o de su espíritu.
Por eso la religión, en cuanto se funda en la existencia de Dios como en una verdad empírica y exterior, se convierte en una cosa indiferente para el alma. Así como en el culto de la religión, la ceremonia, el uso, el sacramento, se convierten en objetos independientes, sin espíritu, sin alma, así también finalmente la sola existencia de Dios, prescindiendo de las cualidades internas, del contenido espiritual, se convierte en la cosa principal de la religión. Con tal que creas en Dios, crees que él existe, ya estás salvado. Es indiferente si bajo el concepto de este Dios te representas un ser bueno o un monstruo, un Nerón o un Calígula, una imagen de tu pasión, de tu venganza, de tu vanagloria, esto es indiferente, lo principal es que no seas ateísta. La historia de la religión lo ha demostrado suficientemente. Si la existencia de Dios en sí mismo no se hubiera afirmado como una verdad religiosa en las almas, jamás se habría llegado a esas vergonzosas, estúpidas y horrorosas imaginaciones de Dios, que caracterizan la historia de la religión y de la teología. La existencia de Dios era una cosa vulgar, exterior y sin embargo a la vez santa. No es de admirarse, entonces, si sobre esta base sólo pueden formarse las imaginaciones y representaciones más vulgares, bárbaras e inconcebibles.
El ateísmo se consideraba y se considera hoy todavía como la negación de todos los principios morales, de todos los fundamentos de nuestra vida: si Dios no existe, desaparece toda la diferencia entre lo bueno y lo malo, la virtud y el vicio. Luego, la diferencia sólo existe en la existencia de Dios, y la verdad de la virtud ya no está en sí misma, sino fuera de ella. Por cierto se relaciona con la existencia de Dios la existencia de la virtud; pero no por una convicción virtuosa del valor y del contenido de la verdad. Al contrario: la creencia de Dios es considerada como una condición necesaria de la virtud, significa la creencia en la nulidad de la virtud en sí misma.
Es por lo demás digno de notar que el concepto de la existencia empírica de Dios recién se ha formado en los tiempos modernos, donde florecieron el empírismo y el materialismo. Por cierto, ya en el sentido más sencillo y más original de la religión, Dios tiene una existencia empírica en un lugar alejado de la tierra. Pero esta existencia no tiene todavía un significado tan prosaico; la imaginación identifica el Dios externo con los sentimientos del hombre. Es de por sí la fuerza imaginativa, es el lugar verdadero de una existencia ausente, no presente para los sentidos, pero sin embargo sensitiva con la esencia (2). Sólo la fantasía resuelve la contradicción entre una existencia a la vez sensitiva y no sensitiva; sólo la fantasía protege al hombre contra el ateísmo. En la imaginación la existencia tiene efectos sensitivos -la existencia actúa como un poder; y la imaginación asocia a la esencia de la existencia sensitiva también los fenómenos de la misma. Donde la existencia de Dios es una verdad viviente, una cosa de la imaginación, allí se cree también en apariciones de Dios (3). En cambio, donde se extingue el foco de la imaginación religiosa, donde desaparecen los efectos y los fenómenos sensitivos, necesariamente ligados a una existencia sensitiva, allí se convierte en una existencia muerta, que se contradice, y cae en los brazos de la negación, del ateísmo.
La creencia en la existencia de Dios es la fe en una existencia especial, distinta de la existencia del hombre y de la naturaleza. Una existencia especial sólo puede manifestarse de una manera especial. Esta fe es, por lo tanto, sólo entonces una fe verdadera y viviente, si se cree en efectos especiales, apariciones de Dios inmediatas y milagros. Sólo donde la creencia en Dios se identifica con la creencia en el mundo, y donde la creencia de Dios ya no es una creencia especial, donde el ser general del mundo ocupa todo el hombre, desaparece naturalmente también la fe en los efectos y las apariciones de Dios especiales. La fe en Dios se ha roto, ha sufrido un naufragio para llegar a la fe en este mundo, a los efectos naturales por ser ellos los únicos verdaderos. Así como la creencia en los milagros sólo es una creencia en milagros pasados e históricos, así también la existencia de Dios se convierte en histórica y de por sí ateística.
Notas
(1) Pero al mismo tiempo también el fin de verificar la esencia del hombre. Las diferentes pruebas no son otra cosa sino diferentes formas muy interesantes de la afirmación del ser humano de sí mismo. Así, por ejemplo, es prueba física teológica la autoafirmación de la inteligencia teológica.
(2) Cristo ha ascendido a lo alto ... Esto significa no sólo que está sentado allí arriba, sino también aquí abajo. Precisamente por eso ha subido para que estuviera aquí abajo. Y para que él llene todas las cosas y que él pueda estar en todos los lugares, cosa que no podría hacer aquí en la tierra, porque aquí no podrían verle todos los ojos corporales. Por eso se ha sentado allí, para que cada uno lo pueda ver y que él pueda tratar con todo el mundo, Lutero. (T. XIII, pág. 643). Esto significa: Cristo o Dios es un objeto, una existencia de la fuerza imaginativa; en la fuerza imaginativa no está limitado a ningún lugar, está presente en todos los lugares. Dios existe en el cielo y por eso es omnipresente; porque este cielo es la fantasía, es la fuerza imaginativa.
(3) No puedes quejarte de que tengas menos relaciones con Dios que Abraham e Isaac. Tú también tienes apariciones ... Tú tienes el santo bautismo, la última cena del Señor, donde el pan y el vino son la forma y la figura bajo las cuales Dios está presente y habla a tus oídos, a tus ojos y a tu corazón. El se te aparece en el bautismo y es él mismo quien te bautiza y quien te habla ... Es esto por lo tanto lleno de aparición divina y son coloquios que Él tiene contigo, Lutero, sobre este objeto también. (T. XIX, pág. 407).
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