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CAPÍTULO VIGÉCIMO CUARTO
La contradicción en la doctrina especulativa de Dios
La personalidad de Dios es, por lo tanto, el medio por el cual el Hombre convierte las determinaciones e imaginaciones de su propia esencia, en determinaciones e imaginaciones de otra esencia, de un ser que está fuera de él. La personalidad de Dios no es otra cosa que la personalidad del hombre objetivada.
En este proceso de la objetivación descansa también la doctrina especulativa de Hégel que convierte la conciencia del hombre de Dios en la autoconciencia de Dios. Dios es pensado y sabido por nosotros. Este ser pensado, según esta especulación, es el pensarse a sí mismo de Dios; esta doctrina une los dos extremos que la religión separa. La especulación es en este caso mucho más profunda que la religión; porque el ser pensado de Dios no es como aquel de un objeto exterior. Dios es un ser intrínseco y espiritual, el pensamiento, la conciencia es el acto intrínseco y espiritual por eso el ser pensado como Dios es la afirmación de lo que Dios es, es la esencia de Dios realizada como acto. Que Dios sea pensado y sabido es para él esencial y necesario; en cambio, que tal o cual árbol sea pensado es inesencial e innecesario para el árbol. Pero ¿cómo es posible que esta necesidad sólo exprese una necesidad subjetiva y no a la vez objetiva? ¿Cómo es posible que Dios, si debe existir para nosotros, deba ser pensado necesariamente, si Dios mismo, al igual que un trozo de madera, fuera indiferente con respecto al ser pensado y sabido por nosotros o al no ser pensado y sabido por nosotros? No, no es posible. Nos vemos obligados a convertir el ser pensado de Dios en un pensarse a sí mismo de Dios. El objetivismo religioso tiene dos pasivos, dos maneras de ser pensado. Una vez es Dios pensado por nosotros, otra vez por sí mismo. Dios se piensa independientemente del hecho de que es pensado por nosotros -él tiene una auto conciencia independiente del hecho de que es pensado por nosotros-; él tiene una auto conciencia independiente y distinta de nuestra conciencia. Es esto por cierto también necesario, si Dos es concebido como una personalidad real; porque la persona real humana se piensa y es pensada por otro; mi pensar de ella es para ella indiferente y exterior. Es éste el punto culminante del antropopatismo religioso. Para librar a Dios de todo lo que es humano y hacerla independiente, se lo convierte directamente en una persona formal y real, otorgándole la acción de pensar y excluyendo de él el ser pensado el cual se atribuye a otro ser. Esta indiferencia para con nosotros, para nuestro pensamiento, es el testimonio de una existencia independiente, es decir, exterior y personal. Por cierto la religión convierte también el ser pensado como Dios en un pensarse a sí mismo de Dios; pero como este proceso sólo procede desde atrás, del fondo de su conciencia, porque Dios es directamente supuesto como un ser personal y existente en sí, su conciencia sólo concibe que los dos aspectos sean indiferentes.
Por lo demás no satisface a la religión la indiferencia de ambos aspectos. Dios crea, para revelarse; la creación es la manifestación de Dios. Y para las piedras, las plantas y los animales, no hay ningún Dios, sino solamente para el hombre, por cuya razón también la naturaleza existe solamente por el hombre: en cambio, el hombre existe por Dios. Dios se glorifica en el hombre -el hombre es el orgullo de Dios. Por cierto conócese Dios sin el hombre; pero mientras que no hay otro yo, es solamente una persona posible e imaginada. Recién al poner algo distinto de Dios, algo que no sea divino. Dios se hace consciente de sí mismo, pues sabiendo lo que no es Dios, sabe lo que es Dios y conoce la beatitud de su divinidad. Por tanto, recién creando otro mundo. Dios se ve como Dios. ¿Es Dios omnipotente sin la creación? No, recién en la creación realiza y manifiesta la omnipotencia. ¿Qué es una fuerza, una propiedad que no se muestra, que no actúa? ¿Qué es una potencia que no hace nada? ¿Qué significa una luz que no ilumina? ¿Qué una sabiduría que no sabe nada, es decir, nada real? Pero, ¿qué es la omnipotencia?, ¿qué son las demás determinaciones divinas, cuando el hombre no existe? El hombre no es nada sin Dios, pero tampoco Dios significa algo sin el hombre (1); porque recién en el hombre Dios se convierte en un objetivo, se convierte en Dios. Recién las diferentes propiedades del hombre hacen ver la diferencia, que es la causa de la realidad en Dios. Las propiedades físicas del hombre convierten a Dios en un ser físico, en Dios Padre, que es el creador de la Naturaleza, o sea, el ser personificado y humanizado de la Naturaleza (2) -las propiedades intelectuales lo convierten en un ser intelectual, las morales en un ser moral. La miseria del hombre es el triunfo de la misericordia divina, el dolor del pecado es la sensación jubilosa del sentido divino. Vida, fuego, afecto, vienen sólo mediante el hombre a formar parte de Dios. El se enfurece con el pecador incorregible: él se alegra del pecador arrepentido. El hombre es el Dios manifiesto- recién en el hombre el ser divino se realiza y se manifiesta como tal. En la creación de la naturaleza Dios sale de sí mismo, se pone en oposición a otro ser, pero en el hombre vuelve a sí mismo: -el hombre conoce a Dios, porque Dios se encuentra y se conoce en él sintiéndose como Dios. Donde no hay apuro, no hay necesidad ni hay sensación- y sólo la sensación es el conocimiento verdadero. ¿Quién puede conocer la misericordia sin necesitarla, o la justica sin la injusticia, la beatitud sin la miseria? Uno debe sentir lo que es una cosa, de lo contrario no la conoce. Pero recién en el hombre las propiedades divinas se convierte en sensaciones, es decir, el hombre es la autosensación de Dios -es el Dios sentido, el Dios real: porque las propiedades de Dios sólo son realidades, cuando se consideran propiedades inventadas por el hombre, como sensaciones, como determinaciones patológicas y psicológicas. Si la sensación de la miseria humana fuera de Dios en un ser personalmente separado de él tampoco habría misericordia en Dios y nosotros tendríamos nuevamente un ser sin determinaciones, o más bien nada se destacaría a Dios por encima del hombre, o que tuviera sin el hombre. Un ejemplo: Si yo soy un ser bueno y comunicativo -porque bueno es solamente lo que se entrega, lo que se comunica- lo sé recién cuando se me ofrece la oportunidad de hacer bien a otro. Recién en el acto de la comunicación experimento yo la felicidad de la beneficencia, la alegría de la liberalidad. Pero ¿es esta alegría distinta de la alegría del que recibe? No. Yo me alegro porque él se alegra, yo siento la miseria del otro, sufro con él; al aliviar su miseria alivio la mía propia, pues la sensación de la miseria es también miseria. La sensación halagadora del donante es sólo el reflejo. es la sensación de la alegría del que recibe. Su alegría es una sensación común, que, por lo tanto, se simboliza también a menudo en forma exterior, dándose más las manos o tocándose sus labios. Lo mismo sucede aquí. Así como la sensación de la miseria humana es humana, así también la sensación de la misericordia divina es una sensación humana. Sólo el sentimiento de la necesidad es la sensación de la beatitud. Donde no existe la una no existe tampoco la otra. Ambas son inseparables -inseparable es la sensación de Dios como Dios y la sensación del hombre como hombre-; inseparable es el autoconocimiento de Dios del conocimiento del hombre. Dios es solamente Dios en el ser humano -sólo en la fuerza distintiva del hombre, sólo en la duplicidad intrínseca del ser humano. Así, por ejemplo, la misericordia es sentida como yo, como fuerza, es decir, como algo especial, sólo por su contrario. Dios es Dios -sólo por aquello que no es Dios sólo en la diferencia de su contrario. Nosotros poseemos también el secreto de la doctrina de J. Böhme. Sólo debe observarse que J. Böhme, como místico y teólogo, separa las sensaciones del hombre -por lo menos en su imaginación- de las sensaciones en que se realiza el ser divino, convirtiéndose de la nada en algo, o sea en un ser cualitativo, poniendo estas últimas fuera del hombre y objetivándolas en forma de cualidades naturales, pero de tal forma que estas cualidades sólo representan las impresiones que recibe su algo. Además, no debe olvidarse que aquello que la conciencia empíricamente religiosa pone con la creación real de la naturaleza del hombre, la conciencia mística ya la coloca antes de la creación en el Dios premundial, pero anulando con ello la importancia de la creación. Porque, si Dios ya tiene su otro yo detrás de sí, no lo necesita tener delante suyo; si Dios ya tiene en sí lo que no es Dios, entonces ya no necesita, para ser Dios, lo que no es Dios. La creación del mundo real es en este caso un verdadero lujo o más bien una verdadera imposibilidad; porque este Dios no llega a la realidad debido a las realidades ya existentes; porque ya está tan cargado de mundos y de cosas terrenales, que la existencia y la creación del mundo real sólo podría explicarse por una indigestión del estómago de Dios. Esto vale especialmente para el Dios descripto por Schelling, el cual, aunque se ha compuesto de innumerables potencias, queda, sin embargo, en Dios impotente. Mucho más razonable es sin embargo la conciencia empíricamente religiosa, la que hace manifestarse a Dios como Dios recién con el hombre real, y con la naturaleza real, siendo en consecuencia el hombre solamente hecho para la alabanza y la gloria de Dios. Vale decir: el hombre es la boca de Dios, que articula y acentúa las cualidades divinas como sensaciones humanas. Dios quiere ser alabado. ¿Por qué? Porque la sensación del hombre para Dios es la autosensación de Dios. Pero sin embargo la conciencia religiosa separa estos dos lados inseparables haciendo de Dios y el hombre existencias independientes, mediante la idea de la personalidad. La especulación de Hegel identifica estos dos aspectos, pero de tal manera que la antigua contradicción queda todavía. Por lo tanto, es solamente la ejecución consecuente, la perfección de una verdad religosa. La multitud de sabios estaba tan cegada en su odio contra Hegel, que no se dio cuenta de que su doctrina, por lo menos en esta relación, no contradice a la relación, a no ser en el sentido de la idea expresada y desarrollada que puede contradecir a una imaginación inconsecuente e inexpresada, pero que en el fondo dice lo mismo.
Pero si, como dice la doctrina de Hegel, la conciencia del hombre con respecto a Dios, es la autoconciencia de Dios, entonces es, pues, la conciencia humana ya de por sí una conciencia divina. ¿Por qué conviertes tú entonces la conciencia del hombre en algo extraño para él, haciéndole en la autoconciencia un ser diferente de él? ¿Por qué atribuyes tú a Dios el ser y al hombre solamente la conciencia? ¿Acaso tiene Dios su conciencia en el hombre y el hombre su ser en Dios? ¿Es la ciencia del hombre sobre Dios la ciencia de Dios sobre sí mismo? ¡Qué contradicción, que duplicidad! Invierte el orden y tendrás la verdad: la ciencia de Dios es la ciencia del hombre, de sí mismo, de su propio ser. Sólo la unidad del ser y de la conciencia es la verdad. Donde hay conciencia de Dios hay también la esencia de Dios -luego ambas se encuentran en el hombre; en la esencia de Dios sólo tu propio ser se convierte en un objeto de ti y sólo se presenta así delante de tu conciencia lo que se esconde detrás de ella. Si las determinaciones del ser divino son humanas, entonces son, pues, las determinaciones humanas de naturaleza divina.
Sólo así obtenemos la verdadera y satisfactoria unidad del Ser Divino y humano. La unidad del ser humano consigo mismo no será cuando ya no tengamos una filosofía de las religiones o una teología distinta de la psicología o de la antropología, sino cuando en la misma antropología encontremos la teología. El fondo de toda la identidad, que no es verdaderamente idéntica, es duplicidad, es separación en dos que destruye la unidad, o que, por lo menos, debería destruirla. Cada unidad de esta clase es una contradicción consigo misma y con la inteligencia -es una mediocridad, es una fantasía, un error, una desviación, pero que parece ser tanto más profunda como más desviada es y falta de verdad.
Notas
(1) Dios no quiere ser tampoco sin nosotros como nosotros sin Él. (Sermones de varios doctores, ate., pág. 16). Ver sobre este tópico también Strauss, Doctrina cristiana, tomo I, párr. 47 y la Teología alemana, capítulo 49.
(2) Esta vida temporal y pasajera, es decir, esta vida natural, la tenemos por Dios, quien es el Omnipotente creador del cielo y de la tierra. Pero la vida eterna e imperecedera la tenemos por la pasión y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo ... Jesucristo es un señor sobre aquella vida, Lutero. (XVI, T., pág. 459).
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