Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig FeuerbachCapítulo XXIVCapítulo XXVIBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO VIGÉCIMO QUINTO
La contradicción en la Trinidad

La religión o más bien la teología, no solamente objetiviza el ser humano como divino, como ser personal, sino que presenta también las determinaciones fundamentales, o más bien las diferencias fundamentales de los mismos como personas. Por eso la Trinidad en un principio no es otra cosa sino el concepto de las diferencias fundamentales que el hombre percibe en la esencia del hombre. Según el modo como se percibe esta esencia, difieren también las diferencias fundamentales en que se basa la Trinidad. Pero, como ya se ha dicho, las diferencias de un mismo ser humano son presentadas como substancias, como personas divinas. Y en el hecho de que ellas son esencias, hipóstasis, sujetos en Dios, se basa la diferencia entre estas determinaciones tales como se encuentran en Dios, y las mismas determinaciones tales como se encuentran en el hombre, a raíz de la ley expresa de que en la representación de la personalidad humana se enajena sus propias determinaciones. Pero la personalidad de Dios sólo existe en la fuerza imaginativa; por eso las determinaciones fundamentales son también aquí sólo para la imaginación personas e hipostásis: en cambio, para la inteligencia sólo son determinaciones. La Trinidad es la contradicción del politeísmo y del monoteísmo, de fantasía e inteligencia, de imaginación y realidad. La fantasía es la Trinidad, la inteligencia es la unidad de las personas. Según la inteligencia, las personas diferenciadas sólo son diferencias: según la fantasía, las diferencias son personas diferenciadas -por lo tanto anulan la unidad de la esencia divina. Para la inteligencia, las personas divinas son fantasmas; para la imaginación son esenciales. La Trinidad exige del hombre que piense lo contrario de lo que se imagina, e imaginarse lo contrario de lo que uno piensa -considerando a fantasmas como seres (1).

Son tres personas, pero no se diferencian esencialmente. Tres personas, pero una esencia. Hasta aquí todo sucede en forma natural. Nosotros pensamos tres y hasta más personas que son idénticas en la esencia. De la misma manera, los hombres nos diferenciamos mediante diferencias personales: pero en la cosa principal, en la esencia, en la humanidad, somos una misma cosa. Y esta identificación la hace no solamente la inteligencia, sino también el sentimiento. Aquel individuo es hombre como nosotros; en este sentimiento desaparecen todas las demás diferencias -ricos o pobres, inteligentes o no inteligentes, culpables o inculpables, todos somos iguales. El sentimiento de la condición, de la participación, es por lo tanto, un sentimiento substancial, esencial y filosófico. Pero las tres o más personas humanas existen las unas fuera de las otras, tienen una existencia separada, aunque manifiesten la unidad de la esencia mediante un amor tierno. Mediante el amor fundan una persona moral; pero guardan una existencia física separada. Por más que quieran la una y la otra, por más que no puedan prescindir la una de la otra, cada persona tiene, sin embargo, una existencia formalmente separada. La existencia en sí y la existencia separada de otras cosas son características esenciales de una persona, de una substancia. La cosa es muy diferente en Dios y lo es necesariamente porque lo que en el hombre es algo distinto, en Dios es lo mismo, pero con el postulado de que debe ser algo distinto. Pues las tres personas en Dios no tienen ninguna existencia la una fuera de la otra; porque de lo contrario habría, en el cielo de la dogmática cristiana, aunque no tantos dioses como en el Olimpo, por lo menos tres personas divinas en forma individual, es decir, tres dioses. Los dioses del Olimpo tienen la característica de la personalidad real en su individualidad; ellas coinciden en la esencia, en la divinidad, pero cada una era Dios por sí sola; eran verdaderas personas divinas-. En cambio, las tres personas cristianas en Dios, sólo son personas imaginadas, pretendidas -por cierto son personas distintas de las personas reales, precisamente porque son solamente personajes imaginados y aparentes, pero a la vez quieren y deben ser personas reales. El momento característico de la realidad personal, o sea el alimento politeístico, está destruído, negado como divino. Pero precisamente por esta negación, la personalidad de las otras personas se convierte en una apariencia de la imaginación. Sólo en la verdad del plural encuéntrase la verdad de las personas. Las tres personas cristianas no son tres dioses -por lo menos no deberían serlo- sino un solo Dios. Las tres personas no terminan como era de esperar en un plural, sino en un singular; no son sólo una misma cosa -por esto lo son también los dioses del politeísmo- sino también a la vez a la existencia; la unidad es la forma de la existencia de Dios. Tres son uno solo; el plural es un singular. Dios es un ser personal que consta de tres personas (2).

Luego, las tres personas son solamente fantasmas a los ojos de la inteligencia; pues las condiciones o determinaciones que debieran comprobar su personalidad, son anuladas por el mandamiento del monoteísmo. La unidad niega la personalidad; la independencia de las personas sucumbe a la independencia de la unidad; son solamente relaciones. El Hijo no es sin el Padre, el Padre no es sin el Hijo, el Espíritu Santo que de por sí destruye la simetría, no expresa otra cosa sino la relación que tienen los dos primeros entre sí. Pero las personas divinas se diferencian sólo por lo que se refieren la una a la otra. Lo esencial del Padre como persona, es que él es Padre, lo del Hijo que él es Hijo. Lo que es el Padre fuera de su paternidad, no se refiere a su personalidad; en esto es Dios y como Dios es idéntico con el Hijo como Dios. Por eso se dice: Dios Padre, Dios Espíritu Santo. Dios es igual y lo mismo en las tres personas. Otro es el Padre, otro es el Hijo, otro es el Espíritu Santo; pero no como otra cosa, sino como aquello que es el Padre; es también el Hijo y el Espíritu Santo, es decir, hay diferentes personas, pero sin diferencia de la esencia. La personalidad se refiere por lo tanto a la relación de la paternidad, o sea, que el concepto de la persona es aquí solamente un concepto relativo, el concepto de una relación. El hombre, como padre, es precisamente en eso dependiente de que es padre, pues no lo es sin el hijo; mediante la paternidad el hombre se rebaja en un ser relativo, dependiente e impersonal. Es ante todo necesario no dejarse engañar por estas relaciones tales como existen en realidad en el hombre. El padre humano es, fuera de su paternidad, todavía un ser independiente y personal; tiene por lo menos una existencia en sí formal, una existencia fuera de su hijo; no es solamente padre con exclusión de todos los demás predicados de un ser real y personal. La paternidad es una relación que el hombre pervertido hasta puede convertir en una relación exterior que no afecte su ser personal. Pero en Dios Padre no hay ninguna diferencia entre Dios Padre y Dios Hijo como Dios; sólo la paternidad abstracta fundamenta su personalidad, su diferencia con respecto al Hijo, cuya personalidad es también solamente fundada por la abstracta filiación.

Pero a la vez se dice que estas relaciones no son solamente relaciones y dependencias, sino personas, seres, substancias reales. Luego se afirma nuevamente la verdad del plural, la verdad del politeísmo (3) y la verdad del monoteísmo se niega. De este modo se disuelve también en el santo misterio de la Trinidad -en cuanto debe presentar una verdad distinta del ser humano, todo en engaños, fantasmas, contradicciones y sofismas.


Notas

(1) Es raro de observar que la filosofía religiosa especulativa quiere proteger a la trinidad contra la inteligencia atea, y, sin embargo, le quita a esa, trinidad el alma y el corazón al declarar que la relación entre el Padre y el Hijo sólo sería una imagen inadecuada sacada de la vida orgánica. Realmente, si fuera permitido, o si se quisiera permitir a las religiones limitadas, todos los ardides de arbitrariedad cabalística que emplean los filósofos religiosos especulativos en favor de la religión absoluta, no sería difícil tornear hasta de los cuernos del Apis egipcio la caja de Pandora de la dogmática cristiana. No se precisaría para ello otra cosa sino separar la inteligencia de la razón especulativa. Una separación que se presta para justificar cualquier tontería.

(2) La unidad no tiene el significado del género ni del número sino que es una. (Ver Agustín y Petrus Lomb., lib. I, dist. 19, c. 7,8, 9). Luego los tres que son uno y que son ligados por la ligadura inconcebible de la divinidad, que los une de un modo inenarrable son un solo Dios, Patrull. (L. l., c. C. 6). ¿Cómo puede la inteligencia admitir o crear que tres son uno y uno tres?, Lutero. (T. XIV, pág. 13).

(3) Si el Padre es Dios y el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, ¿por qué no se les llama tres dioses? Escuchad lo que San Agustín contesta a esta pregunta: Si yo dijera tres dioses contradiría a la Escritura, que dice: oye Israel: tu Dios es un solo Dios. Por eso preferimos decir tres personas que tres dioses, porque esto no contradice a la Sagrada Escritura. (Petrus, L. 1, dist. 23, c. 3). ¡Cuánto se apoyaba, pues, el catolicismo en la Sagrada Escritura!

Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig FeuerbachCapítulo XXIVCapítulo XXVIBiblioteca Virtual Antorcha