Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig Feuerbach | Capítulo XXVII | Apéndice | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
CAPÍTULO VIGÉCIMO OCTAVO
Aplicación final
En la contradicción que hemos descubierto entre la fe y el amor tenemos la necesidad práctica de elevarnos por encima del cristianismo y por encima de la esencia de la religión en general. Hemos demostrado que el contenido y el objeto de la religión son absolutamente humanos, que el secreto de la teología es la antropología y que el del ser divino es el ser humano. Pero la religión no tiene la conciencia de la humanidad ni de su contenido; más bien se opone a lo que es humano o por lo menos no confiesa que su contenido sea humano. El momento decisivo y necesario para el cambio de la Historia es, por lo tanto, la confesión clara de que la conciencia de Dios no es otra cosa sino la conciencia de la especie, que el hombre sólo puede elevarse por encima de los límites de su individualidad o personalidad, pero no por encima de las leyes, de las determinaciones esenciales de su especie; que el hombre por lo tanto no puede pensar, imaginar, sentir, creer, querer y venerar a otro ser, como ser absoluto y divino, que el mismo ser humano (1).
Nuestra relación con la religión es en consecuencia no exclusivamente negativa, sino crítica; separamos lo verdadero de lo falso -aunque por cierto la verdad separada de lo que es falso, siempre es una verdad nueva y esencialmente diferente de la verdad vieja. La religón es la primera conciencia que tiene el hombre de sí mismo. Santas son las religiones, precisamente porque son las tradiciones de la primera conciencia. Pero, lo que para la religión es lo primero, o sea Dios, esto es, como se ha demostrado, de acuerdo a la verdad, lo segundo, pues sólo es la esencia objetiva del hombre; y lo que para ella es lo segundo, o sea el hombre, debe ser colocado y pronunciado como lo primero. El amor hacia el hombre no debe ser derivado; debe convertirse en un amor original. Recién entonces el amor es un poder verdadero, santo y de absoluta confianza. Si la esencia del hombre es el ser supremo del hombre, debe ser prácticamente la ley suprema y primera del hombre, el amor del hombre al hombre. Homo homini Deus est. El hombre es el Dios porque el hombre es el Dios para el hombre -es éste el principio supremo y práctico- es éste el momento decisivo que cambia la historia del mundo. Las relaciones del niño con los padres, del esposo con la esposa, del hermano con el hermano, del amigo con el amigo, y en general del hombre con el hombre, es en una palabra todas las relaciones morales, son de por sí relaciones verdaderamente religiosas. La vida es, en general, en sus relaciones esenciales de una naturaleza absolutamente divina. Su consagración religiosa no la recibe por la bendición del sacerdote. La religión quiere consagrar un objeto mediante una acción de por sí puramente extrínseca; de este modo ella pretende ser una potencia sagrada; fuera de sí sólo conoce relaciones terrenales, no divinas y precisamente por eso ella viene para santificarlas y consagrarlas.
Pero el matrimonio -naturalmente como unión libre del amor (2) -es por sí mismo sagrado, por la naturaleza de la unión que aquí se realiza. Sólo es verdadero, el matrimonio religioso, que corresponde a la esencia del matrimonio, al amor. Y así es con las demás relaciones morales. Sólo son morales, sólo son cultivadas en el sentido moral, donde son por sí mismas consideradas como religiosas. Verdadera amistad sólo existe allí donde los límites de la amistad se observan con conciencia religiosa, con la misma conciencia con que los creyentes conservan la dignidad de su Dios. Sagrada es y sea para ti la amistad, sagrada la propiedad, sagrado el matrimonio, sagrado el bien de todo hombre, pero sagrado en sí y para sí. En el cristianismo, las leyes morales se conciben como mandamientos de Dios, se convierte la moral misma en un criterio de la religiosidad: pero, sin embargo, la moral tiene un significado subordinado, no tiene para sí misma el significado de la religión. Esta sólo existe en la fe. Sobre la moral está Dios como un ser distinto del hombre, como un ser al cual pertenece lo mejor, mientras que para el hombre sólo queda la basura. Todos los sentimientos que deben ser dirigidos hacia la vida, hacia el hombre, todas sus mejores fuerzas, las gasta el hombre en favor de un ser que no necesita de nada. La verdadera causa se convierte en un simple medio sin importancia, una causa sólo imaginada en una causa verdadera y real. El hombre da gracias a Dios por el bien que el otro le ha hecho hasta con sacrificios. Las gracias que él expresa a su benefactor, sólo son aparentes, no son para él sino para Dios. El agradece a Dios; en cambio, es ingrato para con los hombres (3). De este modo, el sentido moral perece en la religión, El hombre sacrifica al hombre en favor de Dios. El sacrificio humano es, en verdad, sólo una expresión plástica del secreto intrínseco de la religión. Donde se sacrifican hombres a Dios, se consideran estos sacrificios como los más altos y la vida sensitiva como el bien supremo. Por eso se sacrifica la vida a Dios, y esto en casos extraordinarios, porque se cree así rendir a él el honor máximo. Si el cristianismo, por lo menos en nuestros tiempos, ya no sacrifica seres humanos a su Dios, se debe, si se prescinde de otras razones, sólo al hecho de que la vida corporal ya no se considera como el bien supremo; en su lugar se sacrifican a Dios el alma, la convicción, porque hasta se los cree más altos. Pero lo común es que el hombre, en la religión, sacrifica una obligación para con el hombre -como la de respetar la vida del otro y ser agradecido- a una obligación religiosa, sacrificando la relación con el hombre a la relación con Dios. Los cristianos han eliminado, mediante la doctrina de que Dios no necesita de nada, siendo esta propiedad sólo un objeto de la pura adoración, muchas imaginaciones bárbaras. Pero esta propiedad de Dios es solamente un concepto abstracto y metafísico, que en ninguna forma es el fundamento de la esencia propia de la religión. La necesidad de adoración, colocada solamente en el lado subjetivo, es para los sentimientos religiosos una cosa indiferente. Por eso debe ponerse en Dios una determinación que corresponda a la necesidad subjetiva, aunque no sea con palabras, pero por lo menos con hechos, para poder establecer reciprocidad: Todas las determinaciones reales de la religión descansan en la reciprocidad (4). El hombre religioso piensa en Dios porque Dios piensa en él, ama a Dios porque Dios lo ha amado primero, etc. Dios es celoso con respecto al hombre -la religión es celosa con respecto a la moral (5); ella observa sus mejores fuerzas, da al hombre lo que es del hombre, pero a Dios lo que es de Dios. Y Dios es el sentimiento verdadero, es el corazón.
Si en los tiempos en que la religión era una cosa sagrada, encontramos que el matrimonio, la propiedad, las leyes de estado fueron respetadas debemos tener en cuenta que esto no tiene su causa en la religión, sino en la conciencia original y naturalmente moral y justiciera para la cual las relaciones jurídicas y morales, ya de por sí son santas. Para quien el derecho no es una cosa sagrada en sí misma, no le será tampoco jamás por la religión. La propiedad no se ha hecho sagrada porque fue considerada como una institución divina; sino porque fue considerada por sí misma como algo sagrado, fue considerada también como una institución divina. El amor no es sagrado por el hecho de que es un predicado de Dios; sino que es un predicado de Dios porque ya de por sí es divino. Los paganos no veneran la luz ni la fuente porque sean un don de Dios, sino porque estas cosas son beneficiosas para el hombre, porque dan alivio al que sufre, y por eso les atribuían honores divinos.
Donde la moral se funda en la teología y el derecho en la institución divina, se pueden justificar y fundamentar las cosas más inmorales, injustas e improbas. Sólo puedo fundamentar la moral por la teología, cuando yo mismo, mediante la moral, determino el ser divino. De lo contrario no tengo criterio de lo que es moral e inmoral; sino tengo una base inmoral y arbitraria, de la cual puedo derivar todas las cosas posibles. Debo, por lo tanto, poner la moral en Dios, si es que quiero fundamentarla por Dios; es decir, que puedo fundamentar la moral, el derecho, en una palabra, todas las relaciones esenciales sólo por sí mismas, y sólo las fundamento en forma verdadera, así como manda la verdad, cuando las fundamenta por sí mismas. Atribuir una cosa a Dios, o derivarla de Dios, no significa otra cosa sino quitar algo a la inteligencia que examina, llamar algo como indudable, sagrado y santo sin dar cuenta de ello. Por eso cuando la moral y el derecho son fundamentados en la teología, hay, o un desconocimiento absoluto o una intención mala y premeditada. Cuando nos interesa verdaderamente el derecho, no necesitamos un estímulo ni una ayuda de arriba. No necesitamos ningún derecho cristiano: necesitamos solamente un derecho razonable, justiciero y humano. Lo que es verdad, lo que es bueno, tiene su causa de consagración en sí mismo, en su cualidad. Cuando queremos en verdad la moral, vale ella por sí misma como un poder divino. Si la moral no tiene ningún fundamento en sí misma, no hay tampoco ninguna necesidad intrínseca para la moral. La moral es entonces librada a la arbitrariedad absoluta de la religión.
Luego trátase en la relación que tiene la inteligencia consciente con la religión, sólo de la destrucción de una ilusión -pero de una ilusión, que no es, de ninguna manera, algo indiferente, sino que más bien ha sido un perjuicio fundamental para la humanidad, porque quita al hombre, tanto la fuerza de la vida real, como el sentido de la verdad y de la virtud; porque hasta el amor, que es de por sí el sentido más verdadero, se convierte por la religiosidad, en un sentido sólo aparente e ilusorio, porque el amor reIígioso quiere al hombre sólo por Dios, quiere por lo tanto sólo aparentemente al hombre, pues en verdad sólo quiere a Dios.
Como hemos demostrado, sólo necesitamos invertir el orden de las relaciones religiosas, contemplando lo que es un medio para la religión, siempre como una finalidad, lo que para ella es subordinado, secundario, condicional como cosa principal, como cosa original. Entonces habremos destruido la ilusión y la luz de la verdad iluminará nuestros ojos. Los sacramentos del bautismo y de la cena del Señor, estos símbolos esenciales y característicos de la religión cristiana, pueden confirmar e ilustrar esta verdad.
El agua del bautismo es para la religión el medio por el cual el Espíritu Santo se comunica al hombre. Pero mediante esta determinación, se pone la religión en contradicción con la inteligencia, con la verdad de la naturaleza de las cosas. Por un lado, la cualidad natural del agua es importante; por otro lado no lo es, es un simple medio arbitrario de la gracia y de la omnipotencia divinas. De estas y otras insoportables contradicciones nos libramos, dándole al bautismo el verdadero significado al considerado como un signo de la importancia de la misma agua. El bautismo debe representar el efecto milagroso pero natural del agua sobre el hombre. Efectivamente, el agua no sólo tiene efectos físicos sino también efectos morales e intelectuales sobre el hombre. El agua purifica al hombre no solamente de la suciedad corporal, sino que lo libra también de la ceguera mental; él ve y piensa más claramente, se siente más libre; el agua apaga el ardor de la concupiscencia. ¡Cuántos santos refugiáronse en esta cualidad natural del agua para vencer las tentaciones del diablo! Lo que la gracia te negaba te lo dio la naturaleza. El agua no solamente pertenece a la dieta, sino también a la pedagogía. Limpiarse, bañarse, es la virtud primera aunque sea la más ínfima (6). En la ducha se apaga la concupiscencia del egoísmo. El agua es el medio más próximo y primero para hacer amistad con la naturaleza. El baño en el agua es, por decir así, un proceso químico en que se disuelve nuestro egoísmo en la esencia objetiva de la naturaleza. EL hombre que sale del agua se siente como un hombre nuevo y recién nacido. La doctrina de que la moral no puede nada sin los medios de la gracia, tiene un buen sentido cuando colocamos en lugar de los medios de gracia sobrenaturales e imaginados, los medios naturales. La moral no puede hacer nada sin la naturaleza, debe unirse con los medios de naturaleza más sencillos. Los secretos más profundos se encuentran en lo que es común y lo que es cosa diaria. Esta verdad la anulan la religión y la especulación sobrenaturales, sacrificando los verdaderos secretos a los secretos ilusorios, como lo hacen aquí, al sacrificar la verdadera fuerza milagrosa del agua a una fuerza milagrosa imaginada. El agua es el medio más sencillo de la gracia y una medicina, tanto contra las enfermedades del alma como del cuerpo. Pero el agua sólo obra si se la aplica con regularidad. El bautismo, como acto único, no es un hecho enteramente sin autoridad y sin importancia o, si se ligan con él efectos reales, una institución irreligiosa. En cambio, el bautismo es una institución razonable si se presenta y se celebra en él la fuerza curativa moral y física del agua y de la naturaleza en general.
Pero el sacramento del agua necesita un complemento. El agua es un elemento de vida universal, nos recuerda nuestro origen y lo que tenemos en común con las plantas y los animales. En el bautismo de agua nos inclinamos bajo el poder de la fuerza pura de la naturaleza; el agua es la materia de la igualdad y libertad naturales, es el espejo de la época de oro. Pero nosotros, los hombres, nos diferenciamos también de la fauna y de la flora que comprendemos junto con el imperio inorgánico bajo el nombre común de la naturaleza -nos diferenciamos también de la naturaleza. Por eso debemos también celebrar nuestra distinción, nuestra diferencia esencial. Los símbolos de esta nuestra diferencia son vino y pan. Pan y vino son, según su materia, productos de la naturaleza; según su forma, productos del hombre. Mediante el agua declaramos: el hombre no puede hacer nada sin la naturaleza; por el pan y el vino, declaramos: la naturaleza no puede producir nada, por lo menos nada espiritual, sin el hombre; la naturaleza necesita del hombre así como el hombre, de la naturaleza. En el agua se destruye la actividad espiritual del hombre; en pan y vino la disfrutamos. Pan y vino son productos sobrenaturales -en el sentido verdadero de la palabra que no contradice ni a la inteligencia ni a la naturaleza. Adoramos en el agua la pura fuerza de la naturaleza, adoramos en el vino y el pan la fuerza sobrenatural del espíritu, de la conciencia del hombre. Por eso es esta fiesta sólo para un hombre que ha llegado a la conciencia. El bautismo se imparte a los niños. Pero a la vez celebramos aquí la verdadera relación del espíritu con la naturaleza: la naturaleza da la materia, el espíritu da la forma. La fiesta del bautismo con agua, nos enseña a guardar gratitud hacia la naturaleza; la fiesta de pan y vino, gratitud hacia el hombre. Pan y vino pertenecen a las invenciones más antiguas. Pan y vino objetivan, simbolizan la verdad de que el hombre es el Dios y el salvador del hombre.
Comer y beber es el misterio de la cena del Señor -comer y beber es, en efecto, de por sí un acto religioso; por lo menos debería serlo (7). Por eso, piensa en cada bocado de pan que te libra del hambre, y en cada trago de vino que alegra tu corazón, en aquel Dios que te ha dado estos dones benéficos: en el hombre. Pero no olvides la gratitud hacia el hombre, la gratitud hacia la naturaleza. No olvides que el vino es la sangre de la planta, y la harina, la carne de la planta que es sacrificada en bien de tu existencia. No olvides que la planta simboliza la esencia de la naturaleza que se sacrifica para tu bien sin egoísmo. Luego no olvides las gracias que debes a la cualidad natural del pan y del vino. Y si quieres acaso reír de que yo llame al comer y al beber (porque son actos comunes y diarios y por eso mismo realizados por inumerables hombres sin espíritu y sin ideas), actos religiosos, pues bien, entonces piensa que también la cena del Señor es para muchos hombres un acto sin espíritu porque se efectúa a menudo. Para comprender bien el significado de esta cena de pan y vino, imagínate estar en una situación donde este acto de por sí diario se interrumpe a la fuerza. El hambre y la sed no solamente destruyen la fuerza física, sino también la fuerza espiritual y moral del hombre, le quitan la humanidad, la inteligencia, la conciencia. Si hubieras pasado semejante indigencia, semejante desgracia, alabarías y bendecirías la cualidad natural del pan y del vino que te han devuelto tu humanidad y tu inteligencia. Sólo necesitas interrumpir el curso ordinario y común de las cosas, para darle a lo que es común una importancia descomunal y para atribuir a la vida como tal un significado religioso. ¡Por eso, santo nos sea el pan, santo el vino y santa también el agua! Amén.
Notas
(1) Inclusive la naturaleza; porque así como el hombre pertenece a la esencia de la naturaleza -esto vale contra el materialismo vulgar- así pertenece también la naturaleza a la esencia del hombre -esto vale contra el idealismo subjetivo, que también es el secreto de nuestra filosofía absoluta, por lo menos con respecto a la naturaleza. Sólo mediante la unión del hombre con la naturaleza podemos vencer el egoísmo sobrenatural del cristianismo.
(2) Sí, sólo como unión libre del amor; porque un matrimonio cuyo vínculo es solamente una barrera exterior y no la autolimitación voluntaria del amor, en una palabra, que no es un matrimonio así como nosotros mismos lo hemos querido y deseado, no es un matrimonio verdadero y en consecuencia no es un matrimonio verdaderamente moral.
(3) Mientras que Dios hace bien para las autoridades y los grandes señores, el pueblo se dirige a ellos y no al Creador. Por eso los paganos convirtieron a sus reyes en dioses ... Porque ellos no querían que se notara que una obra buena venga de Dios, sino que venga de la criatura, aunque ésta sea solamente un medio por el cual Dios nos ayuda y nos da lo que necesitamos, Lutero. (T. IV, pág. 237).
(4) A quien me honra, yo también le honro, pero a quien me desprecia lo despreciaré yo también. l. Samuel 2, 30. Ya tiene buen padre el gusano más abominable y más digno del odio eterno, la confianza de ser amado por ti; porque siente el amor, o más bien porque presiente que es amado, no se atreve a no amar a su vez. Por eso nadie que ame, duda de que sea amado, Bernardo ad Thomam. (Epist. 107). Es una palabra muy hermosa y muy importante. Si yo no soy para Dios, Dios no es para mí; si yo no amo no soy amado. El pasivo es el activo consciente de sí mismo; y el objeto es el sujeto consciente de sí mismo. Amar, significa hacerse hombre; ser amado, significa hacerse Dios. Yo soy amado -dice Dios-; yo amo -dice el hombre-. Recién más tarde esto se invierte y se convierte el pasivo en el activo y viceversa.
(5) El Señor dijo a Gedeón: Hay demasiada gente contigo como para entregarte a Midian; Israel no debe glorificarse contra mí, diciendo: mi propia mano me ha redimido; esto quiere decir que Israel no debe atribuirse a sí mismo lo que me pertenece a mí. Jueces 7, 2. Así dice el Señor: maldito sea el hombre que confía en los hombres, pero bendito sea el hombre que confía en Jehová y cuya confianza es el Señor. Jeremías 17, 5. Dios no quiere tener nuestro dinero, ni nuestro cuerpo, ni nuestros bienes, sino que los ha dado al emperador (al representante del mundo, del Estado) y a nosotros por el emperador. Pero el corazón, que es lo mejor y lo más grande que tiene el hombre, lo ha retenido para sí mismo; el corazón hay que darlo a Dios a fin de que creamos en él, Lutero (T. XVI, pág. 505).
(6) Se ve que el bautismo cristiano sólo es una reliquia de las antiguas religiones naturales donde, como en la religión parsi, el agua era un medio religioso de purificaci6n. (Ver Rhode, Da santa leyenda, etc., págs. 305-426). Pero aquí tenía el bautismo con agua un sentido mucho más verdadero y en consecuencia mucho más profundo que en los cristianos, porque el bautismo se fundaba en la fuerza y el significado natural del agua. Pero por cierto, para esos sencillos conceptos del mundo, propios de las antiguas religiones, nuestro sobrenaturalismo, tanto especulativo como teológico, no tiene ningún sentido. Por eso, si los persas, los hindúes, los egipcios, y los hebreos exigían la limpieza corporal como un deber religioso, demostraron ser mucho más razonables que los santos cristianos, que consideraban la impureza corporal como el principio sobrenatural de su religión. Lo que es sobrenatural en la naturaleza, se convierte en la práctiva a menudo en algo que es antinatural.
(7) Comer y beber es la obra más fácil, puesto que a los hombres no les gusta ninguna cosa más que esta. Esta es la obra más alegre que se conoce. Por eso se dice: no hay baile sin comida. Esta misma obra agradable la emplea Nuestro Señor Jesucristo al decir: os he preparado una comida alegre, dulce y humana, no os impondré ninguna obra dura ... más bien instituiré una cena, Lutero. (T. XVI, pág. 222).
Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig Feuerbach | Capítulo XXVII | Apéndice | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|