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CAPÍTULO TERCERO
Dios la esencia de la inteligencia
La religión es la desunión del hombre consigo mismo: porque ella considera a Dios como a un ser opuesto a él. Dios no es lo que es el hombre -el hombre no es lo que es Dios-. Dios es el ser infinito, el hombre el ser finito: Dios es perfecto, el hombre imperfecto; Dios es eterno, el hombre temporario; Dios es omnipotente, el hombre impotente: Dios es santo, el hombre pecaminoso. Dios y el hombre son dos extremos: Dios es lo absolutamente positivo, el contenido de todas las realidades: el hombre es sencillamente lo negativo, el concepto de la nada.
Pero el hombre objetiva en la religión su propio ser secreto. Es por lo tanto necesario demostrar que esta oposición, esta discordia entre Dios y el hombre, con que empieza la religión, es una discordia entre el hombre y su propio ser.
La necesidad intrínseca de esta demostración, resulta ya del hecho de que si el Ser Divino, que es el objeto de la religión, fuera realmente otro que la esencia del hombre, no podría surgir esa desunión, esa discordia. Si Dios es realmente otro ser, ¿qué me importa su perfección? La desunión sólo tiene lugar entre seres que tienen diferencia el uno con el otro, pero que deberían y podrían formar una unidad y, en consecuencia, en realidad son una sola cosa. Ya, por esta razón general, aquel ser con el cual el hombre se siente desunido, debe ser para él un ser innato, pero a la vez un ser de otra calidad que aquel que le da la sensación y la conciencia de la reconciliación y de la unidad con Dios, o lo que es igual, consigo mismo.
Este ser no es otra cosa que la inteligencia -la razón o el entendimiento-. Dios, considerado como punto extremo del hombre, como ser no humano, es decir, como ser personal -es la esencia objetivada de la inteligencia. La esencia pura, perfecta, impecable, divina, es la conciencia de la inteligencia con respecto a su propia perfección. La inteligencia no sabe nada de los sufrimientos del corazón; no tiene concupiscencia, pasiones, indigencias y por eso mismo no tiene defectos y debilidades como el corazón. Hombres de pura inteligencia que nos representan y personifican la esencia de la inteligencia, aunque sea en forma unilateral y por eso mismo característica, no tienen sufrimientos ni pasiones, ni los excesos de hombres sentimentales. No tienen ninguna pasión para un objeto finito, es decir, determinado, no se dan en prenda, son libres. No necesitar nada y por esta falta de necesidades parecerse a los dioses inmortales -todo es vanidad- estas y semejantes palabras son lemas de hombres de una inteligencia abstracta. La inteligencia es el ser neutral, indiferente, incorruptible, no apasionado, que existe en nosotros. Es la luz del intelecto que no tiene efectos. Es la conciencia categórica y desconsiderada del objeto como tal, porque la inteligencia es de naturaleza objetiva; es la conciencia de lo que no tiene contradicción, porque es la unidad que carece de contradicciones; es la fuente de la identidad lógica; y es, finalmente, la conciencia de la ley, de la necesidad, de la regla, de la medida, porque ella misma es la actividad de la ley, la necesidad de la naturaleza de los objetos, la regla de las reglas, la medida absoluta, la medida de las medidas. Sólo por medio de la inteligencia el hombre puede juzgar y obrar en contradicción con sus sentimientos más caros, es decir, personales, siempre cuando lo mande así el Dios de la inteligencia, la ley, la necesidad, el derecho. El padre, quien en su calidad de juez condena a su propio hijo a la muerte porque lo sabe culpable, sólo puede hacerlo como hombre de inteligencia y no como hombre sentimental. La inteligencia nos hace ver las faltas y las debilidades hasta de nuestros seres queridos, y hasta las propias. Por eso nos coloca a menudo en una situación penosa frente a nosotros, frente a nuestro corazón. No queremos dar la razón a la inteligencia ni queremos cumplir la sentencia justa pero desconsiderada de la inteligencia por razones de consideración y de compasión. La inteligencia es el poder propio de la especie; el corazón representa los asuntos especiales e individuales, la inteligencia, los generales; ella es el poder y la esencia sobrehumana, es decir, personal y superimpersonal en el hombre. Sólo por medio de la inteligencia y en la inteligencia, el hombre tiene el poder de prescindir de sí mismo, de su esencia subjetiva y personal y de elevarse a formar ideas y resoluciones generales, distinguir el objeto de las impresiones que hace sobre nuestro sentimiento, y considerarlo en y por sí mismo, sin relación al hombre. La filosofía, la matemática, la astronomía, la física, en una palabra, la ciencia en general, es la prueba palpable de ello, porque es el producto de esta actividad que, en verdad, es infinita y divina. Por eso contradicen a la inteligencia también los antropomorfismos religiosos, porque ella los niega en Dios. Porque ese Dios libre de antropormorfismos, y sin efectos y consideraciones, no es otra cosa que la esencia propia y objctivada de la inteligencia.
Dios, como Dios, como ser no sentimental ni materialmente definido, no humano y no finito, es solamente objeto de la inteligencia; es el ser no sensual, inconcebible, inimaginable, abstracto y negativo que no tiene ni forma ni figura; sólo es comprendido por la abstracción y la negación y por lo tanto es un objeto. ¿Por qué? Porque no es otra cosa que el ser objetivado de la fuerza intelectual, o en general de la fuerza o actividad (cualquiera que sea la designación que se le dé) por la cual el hombre no puede creer, sospechar, representarse, o pensar en abstracto ningún otro espíritu -pues el concepto del espíritu es solamente el concepto del pensamiento de la comprensión, y de la inteligencia-. Cualquier otro espíritu es un fantoche creado por la fantasía -y ninguna otra inteligencia que la inteligencia que lo ilumina y obra en él-. El no puede hacer otra cosa que separar la inteligencia de las barreras de su individualidad. El espíritu infinito para diferenciarlo del espíritu finito, no es por lo tanto otra cosa que la inteligencia separada de los límites de la individualidad corporal -porque el individuo y el cuerpo son inseparables- es la inteligencia considerada o basada en sí misma. Dios, dicen los escolásticos y los padres eclesiásticos y, ya mucho antes de ellos, los filósofos paganos, Dios es un ser inmaterial, es la inteligencia, el espíritu, la razón pura. De Dios como Dios no se puede formar una imagen; pero ¿acaso puedes formarte una imagen de la razón, de la inteligencia? Tiene ella una forma, ¿no es acaso, su actividad, la más inconcebible y la más irrepresentable? Dios es inconcebible; pero ¿conoces tú, acaso, la esencia de la inteligencia? ¿Has investigado la operación misteriosa del acto de pensar, el ser misterioso de la conciencia de ti mismo? ¿No es la conciencia de sí mismo el enigma de los enigmas, no han explicado y comparado ya los antiguos místicos, escolásticos y padres eclesiásticos la incomprensibilidad y la irrepresentabilidad del espíritu humano? ¿No han identificado por lo tanto la esencia de Dios en realidad con la esencia del hombre? (1). Por eso, recién Dios, como Dios -en calidad de un ser sólo concebible y objetivado por la razón-, no es otra cosa que la razón objetivada. ¿Qué es la inteligencia o la razón? Sólo Dios te lo dice. Todo debe expresarse, revelarse, objetivarse, afirmarse. Dios es la inteligencia que se afirma y que se expresa como el ser supremo. Para la imaginación la razón es la o una revelación de Dios; pero para la razón es Dios la revelación de la razón porque lo que es la razón, y lo que puede, la razón recién llega en Dios a ser objeto. Dios, dice la razón, es la necesidad del pensamiento, es un pensamiento necesario, es el grado máximo de la fuerza intelectual. La razón no puede limitarse a los objetos y seres sensitivos; recién cuando llega al Ser Supremo, primario, necesario que sólo es objeto de la razón, entonces está satisfecho. ¿Por qué? Porque recién al llegar a este ser ha llegado a sí mismo; porque recién en el pensamiento del Ser Supremo existe el Ser Supremo de la inteligencia, y si alcanza el grado máximo del poder intelectual y de la abstracción, así como nosotros en general sentimos un vacío, un claro, un defecto en nosotros y en consecuencia somos infelices y estamos descontentos mientras que no llegamos al último grado de un poder hacia el cual no nos puede llevar la facultad innata para tal o cual arte, tal o cual ciencia. Porque sólo la más alta perfección del arte o sea el arte de las artes y sólo el más alto grado del pensamiento o sea la razón, no satisfacen. Sólo cuando piensas en Dios piensas en el sentido estricto de la palabra, porque recién Dios es la fuerza posítiva realizada, perfecta y completa. Recién cuando piensas Dios, piensas la razón tal como es en realidad aunque mediante tu fuerza imaginativa te representas en seguida este ser como un ser distínto de la razón; porque como ser sensitivo estás acostumbrado a distinguir continuamente el objeto de la inteligencia del objeto de la imaginación y aplicando mediante la fuerza imaginativa esta costumbre también al ser intelectual, atribuyendo nuevamente e indebidamente a la existencia intelectual y a la idea, una existencia sensitiva de la cual habías prescindido.
Dios, como ser metafísico, es la inteligencia satisfecha en sí misma, o más bien a la ínversa, la inteligencia satisfecha en sí misma que piensa de sí misma como de un ser absoluto; es Dios como ser metafísico. Todas las determinaciones metafísicas de Dios son por lo tanto solamente determinaciones verdaderas si se las comprende como determinaciones intelectuales de la inteligencia.
La inteligencia es el ser originario y primitivo. La inteligencia deriva todas las cosas de Dios como de su prímera causa, encuentra que sin suponer una causa intelectual el mundo sea abandonado a la casualidad que no tiene ni sentido ni fin; quiere decir, sólo se encuentra en sí y en su esencia la causa y el objeto del mundo, cuya existencia sólo le es concebible si se explica por medio de la fuente de todos los conceptos claros y distintos, es decir, por sí misma. Sólo el ser que actúa con intención y según finalidades determinadas, es decir, que obra con inteligencia es para ésta (2) el ser verdadero, verdadero en sí mismo y que tiene su evídencia y su certeza por sí mismo. Por lo tanto, lo que no tiene intenciones debe tener la causa de su existencia en la intención de otro ser intelectual. Y por eso la inteligencia considera su esencia como la esencia premundial; primaria y primordial, que siendo en el rango el Ser Supremo pero según el tiempo el ser último de la naturaleza, se convierte en el ser que también según el tiempo es el primero.
La inteligencia es para sí el criterio de todas las cosas reales y verdaderas. Lo que es sin inteligencia, lo que se contradice, es la nada; lo que contradice a la razón, contradice a Dios. Así, por ejemplo, contradice a la razón ligar al concepto de la realidad máxima los límites del tiempo y del espacio. Por lo tanto, niega estos límites en Dios, porque contradicen a su esencia. La razón sólo puede creer en un Dios que coincide con su esencia, en un Dios que no está debajo de su propia dignidad, sino que representa su esencia propia, que quiere decir que la razón cree solamente en sí misma, en la realidad y la verdad de su propia esencia. La razón no se hace depender de Dios, sino que hace depender a Dios de sí misma. Hasta en la edad de la fe que sólo creía en la autoridad y en los milagros, la inteligencia se consideraba, por lo menos formalmente, el criterio de la divinidad. Dios es todo y puede todo, así se dijo, debido a su omnipotencia infinita; pero sin embargo es una nada y no puede hacer nada en lo que contradice a sí mismo, es decir, por encima de la esencia de Dios, está la esencia de la inteligencia como criterio de lo que Dios tiene que afirmar o negar, de lo que es positivo y negativo. ¿Puedes tú creer en un Dios que sea un ser irrazonable y apasionado? Jamás. ¿Por qué no? Porque contradice a tu inteligencia el aceptar un ser apasionado e irrazonable como ser divino. ¿Qué es luego lo que tú afirmas ahora que objetivas en Dios? Es tu propia inteligencia. Dios es tu concepto e inteligencia más alta de tu poder intelectual supremo. Dios es el contenido de todas las realidades, es decir, el contenido de todas las verdades de la inteligencia. Lo que yo conozco como esencial en mi inteligencia, lo supongo como existente en Dios: Dios es aquello que mi inteligencia concibe como esencia suprema. Pero lo que yo conozco como esencial, en ello se manifiesta la esencia de mi inteligencia y se manifiesta la fuerza de mi poder intelectual.
La inteligencia es, por lo tanto, el Ens realissimum, la esencia más real de la antigua Ontoteología. En el fondo, dice la Ontoteología, no podemos concebir a Dios de otra manera que atribuyéndole todo lo que encontramos de real en nosotros mismos, sin ninguna clase de límites (3). Nuestras cualidades positivas y esenciales, nuestras realidades, son, por lo tanto, las realidades de Dios, pero en nosotros tienen límites, en Dios no. Mas, ¿quién quita los límites a las realidades, quien los aleja? Es la inteligencia; ¿qué otra cosa es, por lo tanto, aquel ser concebido sin ninguna clase de límites, que la esencia de la inteligencia que, con sus ideas, aleja y destruye todos esos límites? Así como tú concibes a Dios, así piensas tú mismo. La medida de tu Dios es la medida de tu inteligencia. Concibes tú a Dios como limitado; entonces tu inteligencia es limitada. Concibes a Dios como ilimitado: entonces tampoco tu inteligencia es limitada. Concibes a Dios como un ser corporal, entonces afirmas con ello que tu inteligencia está libre del límite corporal. En el ser ilimitado representas solamente la inteligencia ilimitada y declarando luego ese ser ilimitado por el Ser Supremo y más real de todos, entonces, en verdad, no dices otra cosa que: la inteligencia es el Ser Supremo.
La inteligencia es, además, el ser independiente y autónomo. Todo lo que tiene inteligencia es dependiente. Un hombre sin inteligencia es también un hombre sin voluntad. Quien no tiene inteligencia se deja seducir, cegar y emplear como medio por otras personas. ¿Quién podría tener en su voluntad una finalidad propia si en su inteligencia es un medio de otras personas? Sólo quien piensa es libre y autónomo. Sólo por su inteligencia el hombre convierte los seres fuera y debajo de él en simples medios de su existencia. Independiente y autónomo es solamente en general lo que es fin y objeto para sí mismo. Pero lo que es fin y objeto para sí mismo, es precisamente por esta razón -en cuanto es objeto de sí mismo-, ya no un medio y un objeto para otros seres. Ser sin razón es en una palabra ser objeto para otros; tener inteligencia es ser para sí, es ser sujeto. Pero lo que ya no es para otros, sino para sí mismo, rechaza toda dependencia de otro ser. Por cierto, nosotros, hasta el momento de pensar, dependemos de los seres que existen fuera de nosotros; pero en cuanto nosotros pensamos, o sea en la acción de pensar como tal, no dependemos de ningún otro ser (4). La actividad de pensar es la actividad propia de sí mismo. Cuando yo pienso, dice Kant en el libro recién citado, soy consciente de que es mi propio yo el que piensa en mí y no acaso otra cosa; deduzco, por lo tanto, que esta acción de pensar mía no es inherente a otro ser fuera de mí, sino que es propio de mí mismo, que por lo tanto yo soy una substancia, es decir, que existo para mí mismo sin ser el predicado de otro objeto. Aunque nosotros siempre necesitamos del aire en nuestra calidad de físicos, convertimos, sin embargo, al aire, de un objeto de necesidad en un objeto de la actividad del pensamiento que no necesita de nada, es decir, lo convertimos en un simple objeto para nosotros. En la respiración soy yo el objeto del aire y el aire es el sujeto. Pero haciendo del aire un objeto del pensamiento, de la investigación, del análisis, invierto aquella relación haciendo de mí el sujeto y del aire el objeto. Pero dependiente solamente es lo que es objeto de otro ser. Así la planta es dependiente del aire y de la luz, es decir: ella es un objeto para el aire y la luz, no para sí misma. Por cierto son a la vez la luz y el aire objetos para la planta. La vida física en general no es otra cosa que ese eterno cambio entre sujeto y objeto, ser medio y ser finalidad. Nosotros consumimos el aire y somos consumidos por él; disfrutamos y somos disfrutados. Sólo la inteligencia es el ser que disfruta a todas las demás cosas sin ser disfrutada por ellas -es el ser que solamente se disfruta a sí mismo y se satisface a sí mismo, es el sujeto absoluto, es el ser que no puede rebajarse para ser objeto de otro ser, porque convierte a todos los objetos en objetos y predicados de sí mismo y comprende todos los objetos en sí porque ella misma no es objeto, porque es libre de todos los objetos.
La unidad de la inteligencia es la unidad de Dios. Para la inteligencia la conciencia de su unidad y universalidad es esencial, ella misma no es otra cosa que la conciencia de sí misma, como de una unidad absoluta, es decir: lo que vale para la inteligencia es para ella una ley absoluta y generalmente válida; es imposible pensar que aquello que se contradice, que es erróneo y sin razón, sea en algún lugar verdadero, y viceversa lo que es verdadero y razonable sea en algún lugar erróneo y sin razón. Puede haber seres inteligentes que no se parecen a mí, y sin embargo estoy seguro de que no existen seres inteligentes que tengan otras leyes y otras verdades de las que yo reconozco; pues, cada espíritu, forzosamente reconoce que 2 x 2 son 4 y que el amigo es preferible al perro. (5). No tengo ni la más remota idea de una inteligencia esencialmente diferente de la que actúa en el hombre. Más bien cualquier otra inteligencia supuesta sólo es una afirmación de mi propia inteligencia, vale decir, de una idea mía, de una imaginación que está dentro de mi poder intelectual. Lo que pienso lo hago yo mismo -naturalmente sólo en casos puramente intelectuales- lo que yo concibo como ligado, lo ligo yo mismo, lo que yo concibo como separado, lo separo yo mismo; lo que concibo como destruído y negado, lo destruyo y niego yo mismo. Si por lo tanto concibo, por ejemplo, una inteligencia en que la imaginación o la realidad del objeto esté ligado directamente con la idea misma, entonces la ligo yo en verdad; mi inteligencia o mi fuerza imaginativa es el medio que liga aquellas diferencias o contradicciones. ¿Cómo sería posible que tú te las representaras como ligadas -sea esta representación clara o confusa- si no las ligaras en ti mismo? Pero cualquiera que sea la inteligencia que un individuo determinado humano concibe diferente de la propia inteligencia, esa otra inteligencia sólo es la inteligencia que obra en general en el hombre, es la inteligencia librada de los límites de aquel individuo determinado. La unidad está en el concepto de la inteligencia. La imposibilidad que existe para la inteligencia de concebir dos seres supremos y dos substancias infinitas, dos dioses, radica en la imposibilidad de que la inteligencia se contradiga a sí misma, negando su propia esencia, destruyéndola y multiplicándola.
La inteligencia es el ser infinito. La infinidad está ligada directamente a la unidad, lo finito directamente a la pluralidad. Lo finito -en el sentido metafísico- descansa en la diferencia entre la existencia y la esencia, entre la individualidad y la especie; la infinidad descansa en la unidad de la existencia y de la esencia. Por eso es finito lo que puede compararse con otros individuos de la misma especie; infinito es lo que sólo es idéntico consigo mismo, lo que no tiene un rival, que por lo tanto no forma, como individuo, parte de una especie, sino que constituye en una sola unidad la especie y el individuo, la esencia y la existencia. Pero así es la inteligencia, ella tiene su esencia en sí misma y por lo tanto nada fuera o al lado de ella se le podría comparar; es incomparable porque ella misma es la fuente de todas las comparaciones; es inconmensurable porque es la medida de todas las medidas y por eso medimos todo con la inteligencia; no puede ser subordinada a ningún otro ser o especie más sublime, porque ella misma es el principio supremo de todas las subordinaciones y porque se subordina a todas las cosas y seres. Las definiciones especulativas de los filósofos y teólogos de Dios, como ser en que no se puedeh distinguir la esencia y la existencia en que todas las cualidades que tiene lo constituyen a él de manera que el sujeto y el predicado sean idénticos en él, todas estas determinaciones, son, por lo tanto, también conceptos deducidos de la esencia de la inteligencia.
La inteligencia, o sea la razón, es, finitamente, un ser necesario. La razón existe porque sólo la existencia de la razón es razón; porque sin la existencia de la razón no habría ninguna conciencia, todo sería una nada y la existencia sería igual a la inexistencia. Recién la conciencia fundamenta la diferencia entre la existencia y la no existencia. Recién en la conciencia se manifiesta el valor del ser, el valor de la naturaleza. ¿Por qué existe en general una cosa cualquiera en el mundo entero? Por la sencilla razón de que sin existencia alguna, existiría la nada; si no existiera la razón, habría solamente la sinrazón, luego por eso existe el mundo, porque sería una insensatez que el mundo no existiera. En la insensatez de su no existencia encuentras tú el verdadero sentido de su existencia; en la sinrazón de la suposición que no existiera encuentras la razón por la cual no existe. La nada, la no existencia, carece de finalidad, carece de sentido, carece de inteligencia. Sólo la existencia tiene objeto, tiene causa y tiene sentido. La existencia existe porque sólo la existencia significa razón y verdad; la existencia es la necesidad absoluta y la absoluta necesidad. ¿Cuál es la causa del ser que se siente a sí mismo, o sea, de la vida? Es la necesidad de la vida, pero ¿para quién es ella, la necesidad? Para lo que no vive. El ojo, no lo ha hecho un ser que ve, pues si ve ¿para qué se hace un ojo? No; solamente un ser que no ve necesita del ojo. Nosotros todos, hemos venido a este mundo sin saber y sin voluntad. Pero hemos venido para que exista la ciencia y la voluntad. ¿Cuál es, por lo tanto, la causa de la existencia de este mundo? El existe por necesidad y no por la necesidad que hubiera en otro ser diferente de él -lo que sería una contradicción-, sino por propia necesidad intrínseca, por la necesidad de las necesidades, porque sin este mundo no existe ninguna necesidad, y sin necesidad, ninguna razón, como ninguna inteligencia. La nada de la cual ha surgido este mundo, es la nada sin el mundo. Por consiguiente es la negación, como se expresan los filósofos especulativos, o sea la nada, la negación del mundo -pero no una nada que se destruye a sí misma- es decir, la nada que existiría por imposible, si no hubiera el mundo. Por cierto, surge el mundo de una necesidad, de una pena; pero sería una especulación equivocada convertir esta pena en un ser ontológico -más bien es ese defecto (pena) simplemente el defecto que existe en la supuesta no existencia del mundo-. Luego, el mundo sólo es necesario para sí mismo y por sí mismo. Pero la necesidad del mundo es la necesidad de la razón. La razón es el contenido de todas las realidades -porque, ¿qué serían todas las glorias de este mundo sin la luz, y qué sería la luz extrínseca sin la luz intrínseca?- la razón es el ser más indispensable, es la necesidad más profunda y más esencial. La razón es la conciencia de la existencia, es la existencia consciente de sí mismo; recién en la razón manifiéstase la finalidad, el sentido de la existencia. La razón es la existencia objetivada como fin de sí mismo -es la finalidad de todas las cosas-. Lo que es objeto para sí mismo, es el ser supremo. Lo que se domina a sí mismo es omnipotente.
Notas
(1) En su libro Contra los académicos que Agustin escribió cuando era todavía, en cierto modo, pagano, dice (lib. III, c. 12), que el bien supremo del hombre consta en el espíritu o más bien en la inteligencia. En cambio en el libro (lib. 1, c. 1) que el mismo Agustín escribió como teólogo cristiano, corrige esta manifestación en la siguiente forma: mejor habría dicho: en Dios; porque el espíritu disfruta, para ser beato, a Dios como su ser supremo. ¿Acaso importa esto una diferencia? ¿o es acaso mi ser alli donde es mi ser supremo?
(2) Quiere decir, como se comprende por sí solo, que se trata aquí la inteligencia separada de la sensualidad, de una inteligencia teística hecha ajena a la naturaleza.
(3) Kant, Lecciones sobre la doctrina filosófica de la religión, Leipzig 1817, pág. 39.
(4) Esto vale hasta del acto intelectual en su calidad de acto fisiológico; porque la actividad cerebral es, aunque supone al acto de respiración y a otros procesos, una actividad propia e independiente.
(5) Malebranche. Del mismo modo dice el astrónomo Chr. Huygens, en su ya citado libro Cosmotheoros: ¿Acaso podría existir otra inteligencia diferente de la nuestra? ¿Acaso podría considerarse en Júpiter y Marte por injusto y necio lo que para nosotros es justo y loable? Por cierto esto no es probable ni tampoco posible.
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