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CAPÍTULO SEXTO
El secreto del Dios que sufre
Una determinación esencial del Dios hecho hombre, o sea, lo que es lo mismo, del Dios humano, es decir, de Cristo, es su pasión y muerte. El amor se comprueba en los sufrimientos. Todos los pensamientos y sentimientos que se concretan alrededor de la persona de Cristo, convergen en el concepto de su pasión y muerte. Dios, como Dios, es el máximo de toda la perfección humana; Dios, como Cristo, es el máximo de toda la miseria humana. Los filósofos paganos celebran la actividad y especialmente la actividad de la inteligencia como actividad suprema y divina; los cristianos, en cambio, santificaban la pasión y la muerte y atribuían ambas cosas hasta a Dios. Si Dios, como acto puro y como actividad pura, es el Dios de la filosofía abstracta, es, en cambio, Cristo, el Dios de los cristianos, como pasión pura, la idea suprema metafísica, el ser supremo del corazón. Pues que es lo que hace más presión sobre el corazón que el sufrimiento, pero el sufrimiento del que de por sí no puede sufrir, el sufrimiento del inocente, del hombre sin pecado, el sufrimiento únicamente en bien de los demás. El sufrimiento del amor, de la negación de sí mismo. Pero precisamente porque la historia más conmovedora para el corazón humano y en general para el corazón -pues sería una locura ridícula del hombre imaginarse otro corazón que el corazón humano-, sigue en forma incontestable que en esa historia de la pasión. no se encuentra otra cosa que la esencia del corazón y que ella no es una invención de la inteligencia humana o de la facultad poética, sino del corazón humano. Pero éste no inventa como la libre fantasía o la inteligencia. El corazón sufre y recibe; todo lo que proviene de él le parece dado como irremediable, como impuesto, como algo que obra con la fuerza de una necesidad urgente. El domina y gobierna al hombre; quien es dominado por el corazón es dominado como por un demonio, por un Dios. El corazón no conoce a ningún otro Dios, ningún ser más excelente que su propio Dios, cuyo nombre por cierto puede ser otro diferente, pero cuya esencia, cuya substancia, es la esencia propia del corazón, y, precisamente, del corazón, de la necesidad intrínseca de hacer bien, de vivir y morir para los hombres, del instante divino de la beneficencia que quiere hacer felices a todos, que no excluye a nadie, ni al más detestable, al más humilde, del deber moral de la beneficencia en el sentido supremo; esa beneficencia que se ha convertido en una necesidad intrínseca, o sea en un asunto del corazón que se ha formado de la esencia humana tal como se manifiesta como corazón y por el corazón, ha nacido la esencia del cristianismo, libre de elementos y contradicciones teológicas, es decir, el cristianismo legítimo.
Pues lo que en la religión es predicado, esto lo podemos convertir, según lo que ya hemos visto, en sujeto, y lo que es en ella sujeto, lo podemos haber predicado, de manera que invertimos los oráculos de la religión para conocer la verdad. Dios sufre -sufrir es el predicado- pero para los hombres, para otros, no para sí mismo. ¿Qué significa eso en nuestro idioma? No significa otra cosa sino que sufrir para otros es divino; quien sufre para otros perdiendo por ellos su alma y su vida, obra divinamente, es para los hombres Dios (1).
Pero la pasión de Cristo no representa solamente el sufrimiento moral y automático, el sufrimiento del amor, de la fuerza de sacrificarse en bien de los demás; sino que representa también el sufrimiento como tal, el sufrimiento en cuanto a expresión de la capacidad de sufrir. La religión cristiana es tan poco sobrehumana, que hasta santifica la divinidad humana. Cuando el filósofo pagano, aún al recibir la noticia de la muerte de su propio hijo exclama: Ya sabía que yo había dado la vida a un ser mortal. Cristo derrama, en cambio -por lo menos el Cristo biblico, pues del Cristo prebíblíco y no bíblico no sabemos nada- lágrimas sobre la muerte de Lázaro, muerte que sln embargo en realidad sólo era una muerte aparente. Cuando Sócrates, con ánimo íntegro vacía la copa de veneno, Cristo exclama: Oh, si fuera posible no quisiera apurar este cáliz. (2) Cristo a ese respecto es la confesión de la sensibilidad humana. El cristiano en oposición al principio estoico con su rigurosa energía de voluntad y su independencia, atribuye la conciencia de la propia irritabilidad y sensibilidad a la conciencia de Dios; la encuentra en Dios, con tal que no sea una debílídad pecaminosa, que no niega, que no condena.
El sufrimiento es el mandato supremo del cristianismo y la historia misma del cristianismo es una historia de los sufrimientos de la humanidad. Si los paganos mezclaban el júbilo del placer pecaminoso al culto de los dioses, los cristianos, naturalmente los antiguos cristianos, mezclaban gemidos del corazón y del sentimiento con sus servicios divinos. Pero, así como un Dios sensible, un Dios de la vida, es venerado allí donde las exclamaciones de alegría sensual pertenecen a su culto y como estos gritos jubilosos sólo son una definición sensual de la esencia de los dioses a quienes ese júbilo es dirigido, así también los gemidos del corazón de los cristianos son sonidos provenientes del interior de su alma, de la esencia íntima de su Dios. El Dios del servicio divino es el Dios verdadero de los hombres; para los cristianos lo es el Dios del servicio divino íntimo, no el Dios de la teología sofística. Los cristianos creían ofrecer a su Dios el honor máximo con lágrimas, pero con lágrimas de arrepentimiento y de anhelo. Luego, las lágrimas son el punto culminante del sentimiento cristiano religioso, en ellas se refleja la esencia de su Dios. Pero un Dios que gusta de lágrimas, no expresa otra cosa sino la esencia del corazón, especialmente del sentimiento. Dice la religión cristiana: Cristo ha hecho por nosotros todo, nos ha redimido, nos ha reconciliado con Dios. O lo que es igual: Alegrémonos, ¿para qué preocuparnos de cómo nos reconciliaremos con Dios? pues lo estamos ya. Pero la intensidad del sufrimiento, hace una impresión más fuerte y más insistente que la intensidad de la redención. La redención sólo es el resultado del sufrimiento; el sufrimiento es la causa de la redención. Por eso el sufrimiento arraiga mucho más profundo en el sentimiento que la alegría; el sufrimiento se convierte en un objeto de imitación; no así la redención. Si Dios mismo ha sufrido por mí, ¿cómo puedo alegrarme, como puedo estar lleno de júbilo por lo menos en esta tierra corrompida que ha sido el teatro de su pasión? (3) ¿Acaso soy yo mejor que Dios, acaso no debo participar en sus sufrimientos? ¿No es lo que hace ese Dios, mi señor, un modelo para mí, o es que yo sólo corro con las ganancias y no con los gastos? ¿Acaso se yo solamente que él me ha redimido, no es la historia de su pasión también un objeto para mí? ¿Acaso es ella solamente un objeto de recuerdo frío o hasta un objeto de alegría porque este sufrimiento me ha dado la beatitud? ¿Quién podría pensar de esta manera, quién podría excluirse de los sufrimientos de su Dios?
La religión cristiana es la religión del sufrimiento (4); los cuadros del sacrificado que hoy todavía vemos en todas las iglesias no nos representan a ningún redentor, sino sólo al sacrificado. Hasta las modificaciones del cristianismo son consecuencias psicológicamente fundadas, muy bien fundadas en sus creencias religiosas. ¿Quién si no tendría ganas de sacrificarse a sí mismo o a otras personas pensando constantemente en la imagen de un sacrificado? Por lo menos llegamos a esta conclusión con la misma razón con que Agustín y otros padres eclesiásticos reprochaban a la religión el hecho de que las imágenes religiosas pOrnográficas de los paganos tran un estímulo y una justificación de la fornicación.
Dios sufre; pero esto, en realidad, no significa otra cosa que Dios es un corazón. El corazón es la fuente y el contenido de todos los sufrimientos. Un ser sin sufrimientos es un ser sin corazón. Por eso el secreto del Dios que sufre, es un secreto del sentimiento; un Dios que sufre, es un Dios sensible, es un Dios que siente (5). Pero la frase: Dios es un ser sensible, sólo es la expresión religiosa de la frase: el sentimiento es divino.
El hombre tiene en sí no solamente la conciencia de una fuente de actividad sino también de una fuente de sufrimientos. Yo siento; yo experimento el sentimiento, no solamente la voluntad; la idea, la que a menudo está en opOsición conmigo y con mis sentimientos; siento la sensación como perteneciente a mi esencia y aunque sea la fuente de todos los sufrimientos, debilidades y dolores, la considero al mismo tiempo como un pOder y una participación divina y como una perfección magnífica. ¿Qué sería el hombre sin sensación? Ella es el pOder musical en el hombre. ¿Pero qué sería el hombre sin el sonido? Por eso el hombre, así como siente en sí un instinto musical, una necesidad intrínseca de expresar sus sentimientos en el sonido, en la canción, así necesariamente expresa en los gemidos y las lágrimas religiosas la esencia de la sensación como ser objetivado y divino.
La religión es la reflexión, es el reflejo del ser humano en sí mismo. Lo que existe tiene necesariamente placer y alegría de sí mismo, se ama y se ama con razón; y si tú reprochas que se ame, le reprochas que exista. Existir significa afirmarse, amarse; quien está cansado de la vida, se la quita. Por eso tampOco la sensación no ha sido reprimida, como pOr ejemplo lo hacen los estoicos; donde uno se alegra de su existencia ahí tiene también pOder y significado religioso, y es elevado a aquel grado en que pueda reflejarse en Dios como en su propio espejo. Dios es el espejo del hombre. Lo que tiene valor esencial para el hombre, lo que para él es lo perfecto, lo exacto, en lo que él verdaderamente se deleita, esto sólo es para él Dios. Si la sensación para tí es una cualidad magnífica, será pOr ello mismo también para tí una cualidad divina. Por eso el hombre sensible sólo cree en un Dios sensible, es decir, sólo cree en la verdad de su propio ser y esencia, pues no puede creer otra cosa si no lo que es en su propia esencia. Su fe es la conciencia de lo que para él es santo: porque santo es para el hombre sólo lo que es su propio interior, la última causa, la esencia de su individualidad. Para el hombre sensible un Dios insensible sería un Dios abstracto y negativo, es decir, una negación, porque le falta lo que le es santo y valioso para el hombre. Dios es para el hombre el contenido de sus sensaciones e ideas más sublimes, es su libro genérico, en el cual escribe los nombres de sus seres más queridos.
Es una característica del instinto femenino recoger y conservar lo recogido, no abandonar a las ondas del olvido, a la casualidad del recuerdo y en general a sí mismo lo que existe de valioso para uno. Un espíritu liberal se expone al peligro de una vida derrochadora y disoluta; el espíritu religioso que todo lo une, no se pierde en la vida sensual; pero en cambio está expuesto a la falta de liberalidad, al egoísmo espiritual y al lucro. Por eso mismo el irreligioso parece para el religioso un hombre subjetivo y autoritario, altivo y frívolo, pero no porque para él no fuera santo lo que lo es para aquél, sino porque aquello que el irreligioso tiene sólo en su inteligencia, lo tiene el religioso también como objeto que está por encima de él y con respecto al cual se encuentra en relación de una subordinación formal. En una palabra, el religioso tiene un punto de recogimiento y un objeto y porque tiene un objeto tiene una base firme. No la voluntad como tal, no el saber vago -sólo la actividad teológica que es la unidad de la actividad teórica y práctica, da al hombre una base moral, un carácter. Por eso mismo cada hombre debe tener un Dios, es decir, un objetivo final. El objetivo final es el instinto consciente y esencial de la vida, es la mirada genial, es el punto luminoso del conocimiento de sí mismo, es la unidad de la naturaleza y del espíritu en el hombre. Quien tiene un objetivo final, tiene una ley que está por encima de él; no sólo se gobierna a sí mismo, sino que es también gobernado. Quien no tiene objetivo final no tiene ni ídolo ni terruño. La desgracia más grande es la falta de finalidad. Hasta quien tiene un objetivo vil se encuentra en mejores condiciones que aquel que no tiene ningún objetivo. El objetivo limita; pero el límite es el maestra de la virtud. Quien tiene un objetivo que es en sí verdadero y esencial, tiene con ello religión aunque no en el sentido limitado de la plebe teológica, pero sí -y esto es lo más importante- en el sentido de la razón, en el sentido de la verdad.
Notas
(1) La religión habla mediante ejemplos. El ejemplo es la ley de la religión. Lo que Cristo ha hecho, es la ley. Cristo ha sufrido por los demás, luego debemos hacer nosotros lo mismo. Sólo por eso el Señor debía empobrecerse, humillarse, achicarse de tal modo, a fin de que vosotros hagáis lo mismo. Bernardo. (In die nat. Domini). Nosotros deberíamos contemplar diligentemente el ejemplo de Cristo ... esto nos movería e incitaría a ayudar y servir de corazón también a otras personas, aunque esto sería desagradable y aunque tendríamos que sufrir por ello, Lutero. (T. XV, página 40).
(2) La mayoría -dice Ambrosio- se escandaliza de esta cita. Pero yo nunca admiro más la humildad y la majestad de Cristo que aquí, porque me habría sido de mucho menos provecho si no hubiera tenido su efecto (Expos. in Lucae Ev., lib. X, c. 22). ¿Cómo podríamos atrevemos a acercarnos a Dios, si él no fuera capaz de sufrir? (in sua impassibilitate), Bernardo, Tract. de XII grad. humil. et superb). Aunque (dice el médico cristiano J. Milichius, el amigo de Melanchthons) a los estoicos aparece ridículo atribuir a Dios sensaciones y afectos, sin embargo los padres, tan pronto como sienten las heridas de su amor y de sus dolores sobre una desgracia sufrida por sus hijos, deberían pensar que en Dios hay un amor semejante hacia su Hijo y hacia nosotros ... Dios tiene un amor verdadero, no frío ni disimulado. (Declam. Melanchth, T. II, página 147).
(3) Mi Dios está colgado en la cruz, ¿cómo podría yo dedicarme a la fornicación? (Form. hon. vitae. Entre los escritos apócrifos del Santo Bernardo). El pensamiento en el crucificado, crucifica en ti tu carne, Joh Gerhard. (Medit. sacrae, Med. 37).
(4) Sufrir lo malo es mucho mejor qua hacer lo bueno, Lutero (T. IV, pág. 15).
(5) Quería sufrir para aprender a tener compasión, quería ser miserable, para aprender la misericordia, Bernardo, (De grad.). Ten compasión de nosotros, porque tú has experimentado la debilidad de la carne en tu propia pasión.
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