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CAPÍTULO SÉPTIMO
El misterio de la trinidad y la madre de Dios

Así como un Dios sin sentimiento, sin el poder de sufrir, no basta al hombre por ser éste un ser sensible y un ser que sufre, así no le basta tampoco un ser que sólo tenga sentimiento, un ser sin inteligencia y sin voluntad. Solamente un ser que represente en sí todo el hombre, puede también satisfacer al hombre enteramente. La conciencia del hombre en sí es ya en su totalidad la conciencia de la Trinidad. La Trinidad reúne las determinaciones, o sea las fuerzas que hasta ahora han sido consideradas separadamente. Reuniéndolas convierte la esencia grneral de la inteligencia, vale decir, Dios como Dios en un ser especial, transformando así la inteligencia en una facultad especial.

Lo que es designado por la teología como reproducción, imagen y símbolo de Trinidad lo debemos sólo concebir como la cosa misma, la esencia y el original para resolver el enigma. Las imágenes supuestas por las cuales se trataba de hacer comprensible a la Trinidad, eran principalmente: el espíritu, la inteligencia, la memoria, la voluntad y el amor (1).

Dios piensa y Dios ama, pero pensando y amándose a sí mismo; lo pensado y lo amado es Dios mismo: La objetivación de la conciencia propia es lo primero que encontramos en la Trinidad. La conciencia de sí misma se impone necesariamente y por sí sola al hombre como algo absoluto. Existir es para él lo mismo que ser consciente de sí mismo. Existir con la conciencia es para él simplemente existir. El no existir o el existir sin saber que se existe significa lo mismo. La conciencia propia tiene para el hombre, en efecto, un significado absoluto. Un dios que no se conoce a sí mismo, un Dios sin conciencia, no es Dios. Así como el hombre no puede pensar en sí sin la conciencia, así tampoco lo puede hacer Dios. La conciencia propia divina no es otra cosa que la conciencia de la conciencia como esencia absoluta o divina.

Por lo demás, no se ha agotado con ello el concepto de trinidad en ninguna forma. Sería más bien absolutamente arbitrario si redujéramos a ello el secreto de la Trinidad limitándola de esta manera. La conciencia, la inteligencia, la voluntad y el amor, en el significado de seres o determinaciones abstractas, sólo pertenecen a la filosofía abstracta. Pero la religión es la conciencia del hombre, de sí mismo, de su totalidad viviente, en lo que la unidad de la conciencia propia sólo existe como la unidad perfecta del yo y del tú.

La religión, por lo menos la cristiana, prescinde del mundo; a su esencia pertenece el retraimiento. El hombre religioso lleva una vida tranquila, ajena a las alegrías mundanas, escondido en Dios y retraído del mundo. Sólo se separa del mundo porque Dios mismo es un ser trascendental separado del mundo, o sea, hablando en forma filosófica y abstracta, la no existencia del mundo. Pero Dios como ser transcendental no es otra cosa que la esencia del hombre apartado del mundo y retraído en sí, librado de todos los lazos y vinculaciones que lo unen con él, cuyo ser es realizado y contemplado como ser obejtivado, o sea como la conciencia de la fuerza de poder prescindir de todas las demás cosas que rodean a uno para vivir sólo consigo mismo. Y esta fuerza, dentro de la religión, es objetivada como un ser especial diferente del hombre (2). Dios como Dios y como ser simple, es el ser que simplemente y sólo existe en una soledad e independencia absoluta; pues en soledad solamente puede existir lo que es independiente. Poder existir en soledad es un signo de carácter y de fuerza pensativa; la soledad es la necesidad del pensador, la comunidad es la necesidad del corazón. Pensar puede uno estando solo, amar, sólo estando con otros. Dependientes somos en el amor, pues éste es la necesidad de estar con otro ser; independientes sólo somos en un acto intelectual. La soledad es la autarquía, es bastarse a sí mismo.

Pero de un Dios que existe en una soledad está excluída la necesidad esencial de la dualidad. del amor, de la comunidad, de la conciencia propia real y perfecta del otro yo. Esta necesidad es entonces satisfecha por la religión que coloca en la soledad tranquila del ser divino, otro segundo ser diferente de Dios según la personalidad, pero idéntico con él según la esencia; Dios hijo, diferente de Dios padre. Dios padre es el yo; Dios hijo el tú. El yo es la inteligencia, el tú el amor, pero el amor unido a la inteligencia y la inteligencia unida al amor forman el espíritu, forman el hombre entero.

Sólo la vida en comunidad es una vida verdadera, divina y satisfecha en sí misma; esta simple idea, esta verdad para el hombre tan natural e innata en él es el secreto del misterio sobrenatural de la Trinidad. Pero la religión expresa también esta verdad como cualquier otra, sólo en forma indirecta, es decir, errónea, haciendo también aquí de una verdad general, otra especial y convirtiendo el sujeto verdadero en el predicado, diciendo: Dios es una vida en comunidad, es una vida y un ser de amor y de amistad. Pues la tercera persona en la trinidad no expresa otra cosa que el amor recíproco entre dos personas divinas, es la unidad del padre con el hijo, el concepto de la comunidad, que es a su vez representado también como un ser especial y personal, lo que constituye una contradicción bastante manifiesta.

El Espíritu Santo debe su existencia personal sólo a un hombre, a una palabra. Hasta los más antiguos padres eclesiásticos identificaban todavía, como se sabe, el Espíritu con el Hijo. También a su personalidad posterior y dogmática le faltaba la consistencia. Es el amor, con que Dios se ama a sí mismo y a los hombres y también el amor con que el hombre ama a Dios y a los hombres. Luego, es la unidad de Dios y del hombre, así como dentro de la religión, es el objeto para el hombre, es decir, un ser dotado de una existencia especial. Pero para nosotros esa unidad existe ya en el Padre y más aún en el Hijo. Por lo tanto no necesitamos hacer del Espíritu Santo un objeto especial de nuestro análisis. Sólo falta observar que en cuanto el Espíritu Santo representa el lado subjetivo, él es, propiamente hablando, la representación del sentimiento religioso delante de sí mismo, la representación del efecto religioso y del entusiasmo religioso, o lo que es lo mismo, la personificación y la objetivación de la religión dentro de la religión. Por eso el Espíritu Santo es una criatura que gime, es el anhelo de la criatura hacia Dios.

Ahora bien; el hecho de que en el fondo no hay más que dos personas -pues le tercera representa, como ya se ha dicho, sólo al amor- se debe a ta circunstancia de que para el concepto riguroso del amor, bastan dos. Dios es el principio y con ello mismo el substituto de la pluralidad. Si hubiese varias personas, la fuerza del amor sería disminuida; el corazón no es una fuerza especial -el corazón es el hombre que ama y en cuanto ama. Por eso, la segunda persona es la refirmación del corazón humano como del principio de la dualidad, de la vida común, del calor; el padre es la luz, aunque la luz principalmente era un predicado del Hijo, porque recién en él el hombre comprende la divinidad. Pero. sin embargo, podemos atribuir al Padre, por ser el representante de la divinidad como tal, del ser impasible de la inteligencia, la luz como ser sobrenatural, y al Hijo el calor como ser natural. Dios, como Hijo, da calor al hombre; por lo tanto, Dios como objeto del ojo del hombre, de la superficialidad indiferente, se convierte en un objeto del sentimiento, del afecto, del entusiasmo, del éxtasis; pero sólo porque el Hijo no es otra cosa que la llama del amor, del entusiasmo. Dios, como Hijo, es la encarnación original, la negación primitiva de Dios, la negación de Dios en sí mismo; pues el Hijo es un ser finito porque tiene su existencia ab alio de una causa; mientras que el Padre no tiene causa, existe por sí mismo per se. Por lo tanto, se niega en la segunda persona la determinación esencial de la divinidad, la determinación de la existencia por sí misma. Pero Dios Padre genera al Hijo; luego renuncia a su divinidad rigurosamente exclusiva; se humilla, introduce un ser finito en un ser que existe por sí mismo; en y por el Hijo se convierte en un hombre; por lo pronto no según la forma sino según la esencia. Por eso mismo Dios recién como Hijo se convierte en un objeto del hombre, en un objeto del sentimiento del corazón.

El corazón sólo comprende lo que proviene del corazón. De la cualidad de la impresión subjetiva se puede deducir indefectiblemente la cualidad del objeto. La inteligencia pura y libre niega al Hijo; pero no así la inteligencia determinada por el sentimiento, por el corazón; ella encuentra en el Hijo más bien la profundidad de la divinidad, porque encuentra en él el sentimiento, el sentimiento que de por sí es algo obscuro y que por eso aparece ante el hombre como un misterio. El Hijo se dirige al corazón porque el padre verdadero del Hijo Divino es el corazón humano (3), y el Hijo mismo no es otra cosa que el corazón divino, o sea el corazón humano objetivado como un Ser Divino.

Un Dios en que no exista el ser finito, el principo de la sensibilidad. y el sentimiento de la dependencia, tal Dios no es ningún Dios para un ser finito y sensible. Así como el hombre religioso no puede amar a ningún Dios que no lleve en sí el principio del amor así ni el hombre ni ningún ser finito en general puede ser objeto de un Dios que no tenga en sí el principio de lo finito. Falta para tal Dios el sentido, la inteligencia y la participación de lo finito. ¿Cómo puede ser Dios el padre de los hombres, como puede amar otros seres subordinados a él si no tiene en sí un ser subordinado a él, un hijo, para, por decir así, saber por propia experiencia lo que significa amar a otros seres? Por la misma razón el hombre solitario participa menos en los dramas familiares de otro hombre que un hombre que viva él también en familia. Por eso Dios, el padre, ama a los hombres sólo en el hijo y por el hijo. El amor hacia los hombres es en suma derivado del amor hacia el hijo.

Por eso el Padre y el Hijo son en la Trinidad Padre e Hijo no en sentido figurado, sino en el sentido verdaderamente propio. El Padre es el padre real con respecto al Hijo, el Hijo es un hijo verdadero con respecto al padre o más bien con respecto a Dios como padre. Su diferencia esencial y personal sólo consiste en que aquél es el Genitor y éste el Génito. Si se prescindé de esta determinación natural y sensible, se anula su existencia y realidad personal. Los cristianos, me refiero naturalmente a los antiguos cristianos, que difícilmente reconocerían a los cristianos mundanos, orgullosos y paganos del mundo moderno como sus hermanos en Cristo, ponían en lugar del amor y de la unidad naturales e innatos en el hombre, sólo un amor y una unidad religiosa; ellos rechazaron la vida familiar real, los lazos estrechos del amor natural como cosas no divinas, no celestes, es decir, en realidad nulas. En cambio, tenían en su lugar un Dios no padre y un Hijo que se amaban con un amor intenso, con aquel amor que sólo es producto de un parentesco natural. Por eso mismo el misterio de la Trinidad era para los antiguos cristianos un objeto de la admiración, del entusiasmo y del éxtasis, porque en Dios la satisfacción de sus deseos más naturales y humanos que ellos en realidad negaban, era objeto de sus contemplaciones (4).

Por eso, para completar la divina familia con el vínculo del amor entre el Padre y el Hijo, era completamente natural que los cristianos colocaran a una tercera persona y esta vez una persona femenina en el cielo; pues la personalidad del Espíritu Santo era demasiado vaga y precaria, era sólo una personificación poética del amor recíproco entre él y el Hijo, de manera que no podía ser ese tercer principio complementario. María, por cierto, no fue colocada entre el Padre y el Hijo de tal manera como si el Padre hubiese creado al Hijo mediante María, ya que la unidad entre el hombre y la mujer parecía a los cristianos algo no santo, algo pecaminoso; pero bastaba que fuera colocado un ser materno al lado del Padre y del Hijo.

En efecto; no se puede decir que la madre sea algo no santo, algo indigno de Dios, una vez que existe en Dios Padre e Hijo. Aunque el Padre no es padre en el sentido de la procreación natural, y aunque la procreación, tal como se realiza, en Dios es diferente de la procreación natural y humana, el Padre, sin embargo, es un padre verdadero y no un así llamado padre figurado con respecto al Hijo. Por eso la introducción tan extraña de la madre de Dios no es más extraña o paradójica que la del Hijo de Dios y no contradice a las determinaciones genéricas y abstractas de la divinidad más que la paternidad y la filiación. Más bien María cabe enteramente en la categoría de las realizaciones trinitarias, dado que concibe al hijo sin intervención del hombre, así como el Padre lo procreo sin intervención de la mujer (5). Así forma María una oposición necesaria e intrínseca al Padre en el seno de la Trinidad. Además, nosotros ya tenemos el principio femenino en el Hijo, aunque lo sea en la persona y en forma desarrollada, pero ya en la idea y en forma incompleta. Pues Dios el Hijo es el ser suave que perdona y reconcilia, es el sentimiento femenino de Dios. Dios, como padre, sólo es el generador, el principio de la actividad viril; pero el hijo es el génito sin que sea capaz de procrear él mismo; él es el Deus Genitus, es el principio que sufre y que recibe: el Hijo recibe su existencia del Padre. El Hijo es como Hijo, naturalmente no como Dios, dependiente del Padre y está sujeto a la autoridad paterna. Por eso es el Hijo el sentimiento femenino de dependencia en Dios; el Hijo impone sin querer la necesidad de un ser real femenino (6).

El hijo -hablo del hijo natural y humano- es de por sí un ser intermedio entre el principio viril del padre y el principio femenino de la madre: es, por decir así todavía medio hombre y medio mujer: porque no tiene aún la conciencia de la entera independencia que caracteriza al hombre y porque se siente más bien atraído hacia la madre que al padre. El amor del hijo hacia la madre es el primer amor del ser viril hacia el ser femenino. El amor del hombre hacia la mujer, del joven hacia la virgen, recibe su unción religiosa única y verdadera en el amor del hijo hacia la madre. El amor del hijo hacia la madre es el primer anhelo, la primera humillación del hombre delante de la mujer.

Por eso está ligada a la idea del Hijo de Dios también la idea de la madre de Dios -el mismo corazón que necesita de un Dios Hijo necesita también de una madre de Dios. Donde está el Hijo, allí no puede faltar tampoco la madre; al padre le es innato el hijo, pero al hijo lo es la madre. Para el padre substituye el hijo la necesidad de la madre, pero esta necesidad no la substituye el padre para el hijo. Para el hijo la madre es indispensable: el corazón del hijo es el corazón de la madre. ¿Por qué entonces Dios el Hijo se ha hecho hombre sólo en la mujer? ¿Acaso el Todopoderoso no habría podido aparecer como hombre entre los hombres de una manera distinta e inmediata? ¿Por qué descendió entonces el Hijo al seno de la mujer? (7) ¿Por qué otra razón, sino porque el Hijo representa el anhelo hacia la madre. porque su corazón femenino y amante encuentra la expresión correspondiente sólo en un cuerpo femenino? Por cierto ha quedado el Hijo, como hombre natural, sólo durante nueve meses en el seno de la madre y bajo el techo del corazón femenino, pero inextinguibles son las expresiones que aquí recibe: la madre ya no saldrá jamás del sentimiento y del corazón del hijo. Por eso la adoración del Hijo de Dios no es ninguna idolatría, no lo es tampoco la adoración de la madre de Dios. Así como nosotros debemos conocer el amor de Dios hacia nosotros por el hecho de que él entregó su propio Hijo Unigénito, es decir, lo más querido que tenía, para salvarnos a nosotros, así conoceremos nosotros este amor mucho mejor todavía si en Dios se encuentra un corazón materno. El amor más profundo y más sublime es el amor de la madre. El padre se consuela de la pérdida del hijo; él tiene en sí un principio estoico. En cambio, la madre es inconsolable -la madre es la Dolorosa, pero como tal representa la verdad del amor.

Donde decae la creencia en la madre de Dios decae también la fe en el Hijo de Dios y en Dios Padre. El padre sólo es una verdad donde lo es la madre. El amor es de por sí una característica del sexo femenino. La fe en el amor de Dios es la fe en el principio femenino como en un ser divino (8). El amor sin la naturaleza es una insensatez, es un fantoche. En el amor se conoce la santa necesidad y profundidad de la naturaleza.

El protestantismo ha dejado de lado a la Madre de Dios (9); pero la mujer rechazada se ha vengado terriblemente. Las armas que emplea el protestantismo contra la Madre de Dios las ha dirigido contra él mismo, contra el Hijo de Dios, contra toda la trinidad. Quien sacrifica la Madre de Dios a la inteligencia, no le falta mucho para sacrificar también el misterio del Hijo de Dios por ser antropomorfismo. Por cierto se esconde el antropomorfismo cuando se excluye el ser femenino; pero sólo es escondido, no anulado. El protestantismo no tenía ninguna necesidad, ningún anhelo de una mujer celestial, porque él recibió con brazos abiertos a la mujer terrestre en su corazón. Pero por eso mismo debería haber sido también consecuente y sacrificar también con la madre al hijo y al padre. Sólo quien no tiene padres terrestres necesita padres celestiales. El Dios trinitario es el Dios del catolicismo; pues sólo tiene un significado verdaderamente religioso, necesario y sentimental en oposición a la negación de los vínculos esenciales, en oposición a los anacoretas, los monjes y las monjas (10). El Dios trinitario es un Dios exuberante; por eso se necesita allí donde se prescinde del contenido de la vida real. Cuanto más vacía es esta vida, tanto más completo y más exuberante es Dios. El despojo del mundo real y el enriquecimiento de la divinidad, constituyen un solo acto. Sólo el hombre pobre tiene un Dios rico. Dios surge de la sensación de una deficiencia; lo que el hombre echa de menos -ya sea en forma determinada y consciente, ya sea en forma inconsciente- eso es Dios. Por eso la sensación inconcebible del vacío y de la soledad necesita de un Dios en que haya una comunidad, una unión de seres que se quieran de un modo extraordinario.

Así tenemos la verdadera explicación de por qué la Trinidad ha perdido, en los tiempos modernos, primero su significado práctico y luego también el teórico.


Notas

(1) Mens, intellectus, memoria; voluntas, amor oder caritas.

(2) La esencia de Dios existe fuera de todas las criaturas. Así como Dios, desde toda la eternidad existía en sí mismo; por eso retira tu amor a todas las criaturas, Joh. Gerhard. (Medit. sacrae. Med. 31). Si quieres tener el creador de las criaturas, debes deshacerte de las criaturas ... Porque las criaturas son mucho menos, Dios es mucho más. Por eso quítate de todas las criaturas y de todo su solaz, J. Tauler, (Postilla, Hamburgo 1621, pág. 312). Cuando el hombre no puede decir en su corazón con verdad: Dios y yo somos los únicos en el mundo, no hay otro ser para nosotros, no habrá encontrado la tranquilidad en sí. G. Arnold, (Del desprecio de este mundo. Vera efigie de los primeros cristianos, L. 4, c. 2, párrafo 7).

(3). Así como el alma femenina del catolicismo, en oposición al protestantismo, cuyo principio es el Dios masculino, el alma masculina es la madre de Dios.

(4) Encantadoras son para la contemplación, las propiedades y la comunidad del Padre y del Hijo; pero lo más encantador es su amor recíproco, Anselmi. (En la Historia de la filosofía de Rixner, II Tomo, apéndice, página 18).

(5) Del padre ha nacido siempre, de la madre una vez, del padre sin sexo, de la madre sin el uso sexual. Al padre le faltó el órgano femenino y a la madre le faltó el acto de procreación, Agustín. (Serm. ad. pop., página 372, c. I, ed. Bened. Antv. 1701).

(6) En la mística judía es Dios en una parte un ser masculino y el Espíritu Santo un ser femenino, de cuya mezcla sexual ha salido el Hijo y con él el mundo (Gfrörer,Jahrh. d. H., I. Abt., páginas 332-334. También la secta de los Herrnhuter Ilamaban al Espíritu Santo: madre del Salvador.

(7) Pues para Dios no hubiera sido difícil o imposible poner al Hijo en el mundo sin ninguna madre: pero él ha querido utilizar para ello al sexo femenino, Lutero. (T. II, página 348).

(8) En efecto, es también el amor hacia la mujer la base del amor general. Quien no ama a la mujer no ama al hombre.

(9) En el libro de las Concordias (Erkl., art. 8) Y en la apología de la confesión de Ausburgo se llama sin embargo todavía a María. Virgen apreciada, que verdaderamente es madre de Dios y que sin embargo ha quedado virgen, es ella digna de nuestra alabanza más sublime.

(10) El monje sea como Melquisedec, sin padre, sin madre, sin genealogía, y no llame a nadie en esta tierra: padre. Más bien piense él de sí mismo así como si sólo él y Dios existieran. Specul. Monach. (Pseudo-Bernhard). Según el ejemplo de Melquisedec el sacerdote sea, por decir así, sin padre y sin madre, Ambrosio.

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