Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig Feuerbach | Capítulo XXVIII | Biblioteca Virtual Antorcha |
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APÉNDICE
Explicaciones, observaciones, citas
La conciencia del ser infinito no es otra cosa que la conciencia del hombre de la infinidad de su ser, o sea: en el ser infinito, que es el objeto de la religión; el hombre ve como objeto sólo su propio ser infinito.
Dios -dice Santo Tomás de Aquino- no es ningún cuerpo. Cada cuerpo es finito. Y nosotros podemos llegar, con nuestra inteligencia e imaginación, hasta más allá de cualquier cuerpo finito. Si Dios fuera un cuerpo, podríamos pensar con nuestra inteligencia y nuestra fuerza imaginativa algo que sería más grande que Dios, cosa que se contradice. (Summa contra gentiles, lib. I, c. 20). El cielo y los ángeles tienen fuerzas finitas, luego no pueden llenar la infinita fuerza de comprensión de nuestro espíritu. (J. L. Viwa sw verit. Fidei Christ, lib. I, de fine hom). La beatitud es nuestro deseo último y único. Pero este deseo no lo puede llenar ningún bien terrenal, pues todo lo que es terrenal está debajo del espíritu humano. Dios sólo es el ser que puede llenar el deseo del hombre, que puede hacerla beato; pues el espíritu humano conoce por su inteligencia; él desea mediante su voluntad el bien universal (es decir, el bien infinito); pero sólo en Dios se encuentra el bien universal. (Tomás de Aquino, De princ. regim., lib. I, c. 8). El objeto de la inteligencia humana es la verdad universal (universale verum, es decir, lo verdadero en general, o sea la verdad que no es limitada de un modo determinado); el objeto de la voluntad humana o sea del deseo humano, es empero, el bien universal, que no se encuentra en ningún ser creado (es decir, finito), sino que se encuentra solamente en Dios. Luego sólo Dios puede llenar la voluntad humana. (Tomás, Punto summa theol. sac prima secundae, Qu II, 8). Pero si el objeto correspondiente y adecuado para el espíritu humano, no puede ser nada de lo que es corporal o terrenal, nada que es determinado o finito, si solamente lo puede ser el infinito, si sólo éste ser puede llenar la voluntad de la inteligencia del hombre, entonces para el hombre sólo la infinidad del propio ser es el objeto en el ser infinito, y el ser infinito no es otra cosa que una expresión, una apariencia, una revelación o una objetivación del propio ser ilimitado del hombre. Un ser mortal no sabe nada de un ser inmortal. (Sollustius bei H. Grotius De verit. relig. christ., lib. I, c. 24, Not. 1). Es decir, aquel ser para el cual un ser inmortal es el objeto, debe ser también inmortal. En el ser infinito, sólo en mi calidad de sujeto y de ser es para mí aquello un objeto, lo que es un predicado o una propiedad de mí mismo. El ser infinito no es otra cosa que la infinidad personificada del hombre; Dios no es otra cosa que la deidad o divinidad del hombre personificada y representada como un ser.
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