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XII

De la fusión de las clases.

Existen en la civilización dieciséis clases, sin comprender entre ellas la esclavitud, y reina el odio corporativo entre todas esas clases. El orden civilizado con su palabrería de dulce fraternidad de comercio y de moral sólo engendra un laberinto de discordias que se pueden distinguir:

En escala ascendente de odios;

En escala descendente de desprecio.

Cuando se ve en la civilización algún destello de acercamiento entre castas, como en Nápoles, donde la nobleza protege a los lazzaroni, o en España, donde el alto clero protege a los mendigos, semejante alianza de castas no es más que un semillero de vicios. Tal estado civilizado sólo crea uniones subversivas y maleantes, sea en amor donde el acercamiento de los grandes a las mujeres del pueblo conduce gérmenes de desorden por el nacimiento de bastardos, sea por casamientos disparatados que enemistan a las familias, sea por ambición, y entonces la clase opulenta sólo se aproxima al pueblo para maquinar intrigas funestas al reposo público, negocios de partido, ligas de opresión.

Unicamente entre los niños la amistad puede tomar gran vuelo, porque en ellos no contraría ni el amor, ni la concupiscencia, ni los intereses de familia. La amistad en la primera edad confundiría todas las clases si los padres no interviniesen para habituar a sus hijos al orgullo.

En la adolescencia es el amor quien viene a confundir las clases y pone a un monarca al nivel de una pastora. Tenemos, pues, aun en el orden actual, gérmenes de fusión de las clases distintas, que se hallan hasta en la ambición que habitúa la familiaridad del superior con el inferior en cuestiones políticas, electorales, etc. Se ha visto a los Escipión y a los Catón estrechar la mano de un cualquiera para obtener un voto. ¡Qué de bajezas no cometen muchos Lords para conquistar a un menestral a quien, sin embargo, cobran muy caro su voto!

Tenemos, pues, en el estado actual, muchos gérmenes de fusión de las clases, pero por vías de abyección de sórdida concupiscencia. Se ve ya por tan viles medios operarse acercamientos entre gentes de clases antipáticas. Tales acercamientos serán veinte veces más fáciles cuando se busquen por medios nobles, por vínculos de franco y sincero afecto.

Toda libertad resultaría un germen de desgarramiento mientras se odiasen, como hoy, grandes y pequeños. El único medio de unirlos apasionadamente, de interesarlos entre sí, es el de asociarlos en industria. Los colonos que tienen su parte en la cosecha desean que la parte del amo sea grande, a fin de que la suya aumente en proporción; pues si el amo tiene poco grano por escasez de cosechas, los granjeros retribuídos con un tanto por ciento tendrán poco.

El secreto de la unión de interés está, pues, en la Asociación. Las tres clases, una vez asociadas y unidas por el interés, olvidarán sus resentimientos tanto más cuanto que la suerte del trabajo atractivo hará desaparecer las fatigas del pueblo y el desdén de los ricos para los inferiores de cuyas funciones convertidas en redentoras, participará. Eso acabaría con la envidia del trabajador al ocioso que cosecha sin haber sembrado; no existirían ociosos y pobres, cesando las antipatías sociales con las causas que las producen.

Lo que encantará al rico en el estado socialista será el poder conceder plena confianza a todos los que le rodeen, olvidando todas las argucias que está obligado a practicar en las relaciones civilizadas, sin poder evitar el engaño. En la Falange, un rico, abandonándose a una confianza ciega, no tendrá jamás lazo alguno que temer, demanda importuna alguna que rechazar, porque los armónicos, provistos de un mínimun suficiente, no tienen que pedir a nadie cosa alguna en cuestión de intereses, seguros, como lo estarán, de recibir en cada rama de la industria atractiva, retribución proporcionada a su trabajo, a su talento, a su capital si lo tienen. Es un goce puro la ausencia de protección, la certidumbre de que toda protección sería inútil a sus rivales como a ellos mismos, y de que la retribución y el adelanto serán equitativamente repartidos, a despecho de toda intriga.

Las relaciones entre desiguales serán, pues, muy fáciles en la Armonía; las reuniones seducirán al hombre por la alegría, el bienestar, la urbanidad y la probidad de las clases inferiores; por el aparato fastuoso del trabajo y el concierto de los sectarios. Los más pobres estarán orgullosos de su nueva condición y de los altos destinos de su Falange, que ha de cambiar la faz del mundo; se empeñarán en distinguirse de los civilizados por una probidad y una equidad que serán las únicas vías de beneficio; y en poco tiempo habrán adoptado las maneras de los que un capricho de la fortuna hace pasar súbitamente de la cabaña al palacio. Este buen tono se obtendrá muy fácilmente en la clase pobre de la primera Falange, si se la escoge de las regiones en que el pueblo es más culto, como los alrededores de Tours y París.

Será, en parte, por odio al pueblo civilizado por lo que los ricos se apasionarán pronto del de la Falange; lo considerarán como otra especie de hombre y se familiarizarán con él, por el doble horror que ha de causarles la falsedad y la grosería civilizadas. Cerca del pueblo, olvidarán su categoría, tan fácilmente como lo olvidan cerca de las grisetas cultas, que sin embargo también son hijas del pueblo, aunque tengan bellas manos.

Creo, pues, que la fusión se verificará en el segundo mes; que los ricos serán los primeros en indignarse contra el principio de política civilizada: Es preciso que haya muchos pobres para que haya algunos ricos; y que tal principio será muy luego reemplazado por éste: Es preciso que los pobres gocen de un bienestar graduado para que sean felices los ricos.

Recordemos que uno de los principales medios para esta fusión será el progreso de los niños, según la educación natural o atracción hacia la industria y a los estudios por placer, sin ningún impulso por parte de padres y maestros.

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