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II
La bolsa comunal.
Los comerciantes no se ocupan sino de hundirse mutuamente; tal es el fruto de la libre competencia. Era preciso que la Agricultura, agobiada por sus intrigas, usase de la libertad de comercio y los hundiese a su turno por una operación que denominaré Bolsa comunal, casa de comercio y de mantenimiento agrícola, que ejercerá de Banco, adelantando fondos al consignatario; y de depósito, admitiendo productos para su custodia. Dicha Bolsa, con sucursales para cada 1.500 habitantes a lo menos, estará compuesta de jardín, granero, bodega, cocina, y a lo menos dos manufacturas comunales.
¿Cuál debería ser la organización de esos establecimientos? No trataré de ello en este capítulo, en el que sólo quiero indicar las principales ventajas de la Bolsa comunal, que, serán entre otras, las siguientes:
Reducir a la mitad la gestión doméstica de los hogares pobres y medianos;
Pagar en día fijo, de una vez y sin recargos, los impuestos municipales;
Adelantar fondos al más bajo interés a los labradores que tengan garantía;
Procurar a cada individuo los comestibles indígenas o exóticos al más bajo precio posible, ahorrándole los beneficios intermediarios de los comerciantes y agiotistas;
Asegurar en cada estación funciones lucrativas a la clase indigente, ocupaciones variadas y sin exceso de trabajo y sujeción, sea en el campo, bien en los talleres.
El establecimiento de que se trata, la Garantía Comunista, ha sido presentido en sentido general y en el parcial.
Tentativa en sentido general: se sintió la necesidad de socorrer a la clase pobre de la campiña, cuando se reservaron con el nombre de montes públicos, bosques y pastos para usufructo común del pobre y del rico. Se ha reconocido como una operación infructuosa, pues el pobre devasta Ios terrenos comunales, faltando en esta operación, que se creyó de utilidad general, el medio de socorrer al pobre.
Mayor fracaso aún se ha experimentado en las tentativas parciales, como en los Bancos territoriales y otros establecimientos que, aparentando socorrer a los agricultores y pequeños propietarios fueron convictos de usura vejatoria, pues prestaban al 17 por 100 al año. El genio actual sólo es fecundo en ese género de invenciones.
Esos diversos socorros y cien otros, serían hechos por la Bolsa comunal. Supongámosla formada sin detenernos en los detalles de organización. Es un vasto hogar que ahorra al pobre todos los pequeños trabajos caseros. Ese pobre posee un campito y una pequeña viña; pero, ¿cómo puede tener un buen granero, una buena bodega, buenos utensilios, instrumentos y todo lo necesario? Todo lo encontrará en la Bolsa; puede depositar en ella sus productos mediante una retribución convenida, y recibir un adelanto en dinero de los dos tercios del valor presumible. Es todo lo que desea el campesino, siempre obligado a vender por vil precio en el momento de la cosecha. No temería pagar interés por el adelanto, puesto que paga siempre el 12 por 100 a los usureros, y bendecirá la Bolsa que le prestará al 6 por 100 al año, tasa comercial, ahorrándole los gastos del depósito, porque un pequeño labrador se encontrará pagado en la Bolsa por hacer sin gabelas la obra que hubiera hecho en su casa gratuitamente y con gastos de provisión. En efecto:
Ha consignado en la Bolsa veinte quintales de cereal y dos toneles de vino; no es él quien provee de sacos, útiles, carros y animales para el transporte al mercado; hecha y consignada la cosecha, trabaja a jornal para la Bolsa y se encuentra pagado por cuidar sus granos y sus caldos que ganan en valor porque se les reúne a una cantidad de cereal de la misma clase, a un mar de vino de igual calidad. Puede también ahorrarse los gastos de tendería y hasta vender la uva según las valoraciones de costumbre.
El trabajo para defender el grano de roedores y aves y conservar enorme cantidad de caldos, no se eleva sino al décimo de lo que costaría en una multitud de casas particulares, empleando la Bolsa a mucha gente, accidentalmente para el cuidado y conservación de sus graneros, bodegas, jardines y en los talleres. No les puede faltar la ocupación en ningún tiempo, y resulta para ellos un beneficio tanto mayor cuanto que consignando en la Bolsa sus frutos, tienen mucho tiempo vacante por ahorro de cuidado de aquéllos y del de la cocina. En efecto, cuando consiguen comestibles obtendrán bonos para la cocina común.
La Bolsa se provee de todos los artículos de seguro consumo; telas comunes, artículos de primera necesidad y drogas de empleo habitual. Adquiriéndolas en las fuentes, puede darlas a los consignatarios con muy exiguos beneficios, enseñándoles las cuentas de compra y gastos. Esas ventajas son otros tantos atractivos para la consignación; si la Bolsa está bien organizada, debe, en menos de tres años, metamorfosear todo el sistema agrícola en semi-asociación, siendo buscada por el pobre y por el rico. Este buscará la ventaja de ser accionista con voto; y el pequeño consignatario no accionista, tendrá en las Asambleas de la Bolsa voz consultiva respecto a las ventas. El accionista opinará sobre las ventajas y las compras.
Nada más agradable para el campesino que las Asambleas comerciales. Es un encanto del cual gozará todas las semanas en la Bolsa comunal, en asamblea donde se dará cuenta de la correspondencia mercantil, y se debatirá acerca de las conveniencias de compras y ventas. El campesino, aunque poco inclinado a forjarse ilusiones, aceptará muy pronto el título de accionista para deliberar sobre compras y ventas de la Bolsa, o a lo menos la categoría de consignatario, esa voz consultiva en la cuestión ventas. Los lugareños tienen ya cada domingo un bolsín, antes o después de Misa Mayor, en la plaza o en la taberna, procurándose informaciones sobre el alza y la baja de los comestibles. Entonces tendrían en la Comunal una verdadera Bolsa y se apresurarían para figurar en ella a hacerse accionistas o consignatarios.
La iniciativa de esta fundación hubiera convenido mucho a los lugares que tienen un monasterio deshabitado, pues hubieran podido fácilmente adaptarlo a las necesidades de la Bolsa comunal; tanto más cuanto que los religiosos construían con sumo cuidado los graneros y bodegas, tenían grandes jardines, cosa necesaria a dicho establecimiento y vastas salas muy convenientes para las reuniones y la instalación de las tres manufacturas que debe tener la Bolsa, a fin de facilitar, en verano como en invierno, ocupaciones a la clase pobre, no disgustarla con el trabajo por la uniformidad que reina en nuestros talleres públicos y particulares, monotonía completamente opuesta al voto de la naturaleza, que quiere variedad lo mismo en la industria que en lo demás.
La Bolsa Comunal en su organización se aproximaría lo posible a los procedimientos armónicos; podría tener por su cuenta cultivos y rebaños según sus recursos, y daría siempre a sus agentes, aún a los más pobres, una parte de interés sobre algunos productos especiales, como lanas, frutos, legumbres, a fin de despertar en ellos esa actividad, esa solicitud industrial que nace de la participación social; y con objeto de preservarse de las deficiencias que produce el sistema civilizado de los asalariados.
Tal es el primer problema que hubiera debido preocupar a las sociedades formadas para fomentar la industria agrícola.
La más notable de las ventajas sería la supresión del comercio. Todas las granjas-asilo se concertarían por intermedio del ministro y de los gobernadores para prescindir de los negociantes y hacer sus compras-ventas entre si y directamente unas a otras; tendrían abundancia de comestible en venta, porque serían depositarias del pequeño cultivador o propietario que, careciendo de buenos graneros, buenas bodegas y numerosos sirvientes, depositaría de buen grado en las granjas mediante módica retribución por depósito y venta. Por otra parte el propietario, recurriendo al depósito, podría obtener adelantos pecuniarios con pequeño interés, lo que le dispensaría de las ventas prematuras que malean los alimentos.
Entonces los comerciantes, las legiones mercantiles, perecerían como las arañas faltas de moscas que se enreden en las telas. Y su caída sería efecto de la libre concurrencia a cuya sombra medran ahora, porque no se les impediría traficar, pero nadie tendría confianza en ellos, pues las granjas-asilo o Bolsas comunales y sus agencias presentarían suficientes garantías de verdad.
Contruyendo sobre esta base, se podría ya levantar un edificio de semi-dicha o garantía que es el período medio entre el estado civilizado y el estado socialista.
La semi-asociación es colectiva sin ser individual, sin reunir ni tierras, ni hogares, en gestión combinada. Admite el trabajo fraccionado de las familias; pero establece entre ellas solidaridad o seguros cooperativos, extendidos a la masa entera, a fin de que individuo alguno sea exento del beneficio de las garantías.
Dicha Bolsa tendría también una farmacia, con la cual lucraría honradamente mientras presta verdaderos servicios preciosos a los aldeanos.
Lo mismo sucedería con mil otros beneficios sociales, que seria perder tiempo el soñar; sólo pueden nacer de los procedimientos socialistas y no del trabajo fraccionado. Luego para el primero, el más pequeño germen de Asociación agricola es la Bolsa Comunal, principio principal del vínculo socialista, el más recto camino para entrar en la Garantía o 6° periodo. Esta es, pues, la tarea de los sabios que tienen la pretensión de esperar en las garantías sociales sin salir del régimen del trabajo fraccionado y de los hogares divididos; o encontrar sabios que quieran consagrar sus vigilias a invenciones útiles cuando es tan fácil ilustrarse por el sofisma.
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