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VI
Las pequeñas hordas.
Las almas nuevas, sobre todo las de tierna edad, tienen en el ejercicio de las virtudes patrióticas una fuerza que no se halla en las gentes del mundo, prontas a cambiar de casaca según sus conveniencias. Bajo este aspecto es evidente que los padres son inferiores a los hijos en el ejercicio de dichas virtudes.
La asociación sabe sacar provecho de estas inclinaciones de la infancia para actos de desinterés social; sabe emplear Ia edad tierna en lo que los padres vacilarían; entre otros en los actos de las repugnancias industriales.
Estas son hoy vencidas a fuerza de dinero; pero deben serIo por atracción en un orden de cosas en que el placer sea el resorte esencial del mecanismo social.
El régimen de atracción industrial caería de plano si no se encontrase medio de fijar poderosos estimulantes a los trabajos antipáticos que la civilización sólo puede realizar a fuerza de salarios crecidos.
Algún campeón del mercantilismo me objetará que si la Armonía es inmensamente rica según los cuadros del treintuplicamiento relativo, podrá afectar una fuerte suma a remunerar esos trabajos repugnantes. Eso se hará en la Asociación parcial que no puede desenvolver todos los resortes de la atracción; pero en plena Armonía no se consignará un óbolo para la indemnización de los trabajos inmundos; sería invertir todo el mecanismo de alta atracción que debe vencer por espíritu de cuerpo, las más fuertes repugnancias.
¿Por qué la infancia ha de desempeñar el primer papel en el mecanismo de amistad general? Porque los niños, en pasiones afectivas, son completamente del honor y la amistad. Ni el amor ni el espíritu de familia puede distraerlos; en ellos, pues, es donde se debe buscar la amistad en toda su pureza y darle la más noble jerarquía: la de la caridad social unitaria, previniendo el envilecimiento de las clases inferiores por el ejercicio de funciones abyectas, y manteniendo la amistad entre el rico y el pobre.
En los diversos capítulos he demostrado que si existiese en la Armonía una sola función despreciable, reputada innoble y degradante para la clase que la ejerce, los servicios inferiores serían muy pronto desconsiderados en cada rama de la industria, establos, cocinas, talleres, etc., el envilecimiento se extendería de una función a otra; el desprecio del trabajo resurgiría por grados y se concluiría, como entre los civiIizados, por llamar gentes comme il faut a los que nada hacen ni son buenos para nada. Sucedería que esa clase rica no tomaría parte en las series industriales y repugnaría toda relación social con la clase pobre.
A la infancia toca preservar de ese vicio al cuerpo social, tomando a su cargo todo servicio desdeñado, y ejecutándolo la masa, no el individuo; salvo el servicio de los enfermos que no puede ser confiado sino a una corporación de edad madura: enfermeros; y aún en esto las pequeñas hordas intervendrán en cuanto a las funciones inmundas.
Unicamente sobre esta edad se puede tender la vista para hacerla ejercer por atracción indirecta esa rama de los trabajos repugnantes.
La manía de la suciedad que domina en los niños no es sino un germen informe como el fruto silvestre; hay que refinarlo, aplicando a ello los dos resortes del espíritu religioso unitario y el honor corporativo.
Por tales impulsos, favorecidos los empleos repugnantes, serán juegos de atracción indirecta compuesta. Esta condición, que se estableció en el precedente capítulo, se complementa con los dos estímulos que acabo de indicar.
Mucho tiempo hace que cometí la falta de censurar ese ridículo de los niños y tratar de hacerlo desaparecer en el mecanismo de las series pasionales; era la obra del Titán que pretendiera cambiar la obra de Dios. No obtuve buen resultado sino cuando tomé el partido de especular de acuerdo con la atracción, tratando de utilizar las inclinaciones de la infancia, tales como las creó la naturaleza. Ese cálculo me dió la corporación que describí y que ejerce unida, la única rama de caridad que queda en la Armonía, donde ya no hay pobre que socorrer, cautivos que rescatar y presos que soltar de sus presidios: sólo queda, pues, a los niños, la invasión de los trabajos inmundos; caridad de alta política por cuanto preserva del desprecio a las últimas clases industriales, y por consecuencia, a las medianas, estableciendo así la fraternidad soñada por los filósofos; el acercamiento de todas las clases.
Si en semejante orden el pueblo es culto, leal y está libre de necesidades, no puede inspirar a los grandes ni desconfianza ni desprecio; y por el contrario, se producirá el entusiasmo amistoso en todos los grupos industriales, mezclándose necesariamente, grandes y chicos.
Tan preciosa unidad cesaría en el momento en que existiese una función despreciada, envilecida: por ejemplo, si hubiese en la Armonía estercoleros asalariados, tales niños, y por consiguiente sus padres, serían considerados como clase inferior, inadmisible en el Comité de la serie en que figuran los ricos.
Si este género de servicio está reputado como innoble, lo ennoblecerán al ejercerlo las pequeñas hordas. Por lo demás, ésta será tarea muy chica en la Armonía.
Las pequeñas hordas limpiarán a las tres de la mañana los establos y las carnicerías, a fin de que no se haga sufrir a los animales que se sacrifiquen.
Entre sus atribuciones tendrán la de la limpieza y conservación de los grandes caminos, considerados en la Armonía como salones de unión, y su conservación puede considerarse como una función de caridad unionista, pues velarán por su limpieza y ornamentación.
Al amor propio de las pequeñas hordas, se entregará la misión de la conservación de los caminos, y no hay duda de que estarán mejor atendidos que las sendas de nuestros actuales parterres. Serán adornados con árboles y arbustos y aún con flores.
En la Asociación sería vergonzoso para un Cantón tener descuidados los caminos de posta, o el hallazgo en alguno de ellos de reptiles venenosos, serpientes, víboras o bien alguna nidada de anfibios. Los niños están encargados de avisar acerca de esto.
Aunque su trabajo sea el más difícil por falta de atracción directa, las pequeñas hordas son las menos retribuídas de todas las series. No aceptarán nada, si fuera decente en la Asociación no tener lote alguno, pero se les da el menor, sin perjuicio de que cada uno de sus miembros pueda ganar los primeros lotes en otros empleos; pero a título de congregación filantrópica del unionismo tienen como estatutos el desprecio indirecto de las riquezas, y su consagración a esas funciones repugnantes que ejercen por puntillo de honra.
He observado ya que se hallan indicios de abnegación caritativa en los mismos monarcas que ejercen funciones abyectas, como por ejemplo: el Jueves Santo lavando los pies a doce pobres, con cuya acción, el soberano créese honrado en proporción a lo abyecto del servicio. Luego, pues, cuando exista una corporación dedicada al ejercicio de toda función abyecta, ninguna lo será realmente. Sin esta condición, imposible la unión del rico con el pobre.
Si se nos ha demostrado que el espíritu religioso engendra esa abnegación caritativa general, tal como la vemos en los Padres Redentores, Hermanas de Caridad, etc., no hay más que emplear esa inclinación según las conveniencias del nuevo orden. y aún cuando no pareciera el procedimiento de las pequeñas hordas el más eficaz, no sería menos cierto que el principio de caridad industrial existe entre nosotros aún fuera de todo espíritu religioso, lo cual indica que si erré en la aplicación, deberán probárrnelo y demostrame cómo puede emplearse mejor un resorte, cuya existencia es evidente; inventar una secta más apta para elevar y suprimir esa traba del disgusto industrial hacia esas funciones inmundas.
Sin embargo, los armónicos, más discretos que nosotros en la teoría y en la práctica de la caridad, no aplicarán esta virtud a ceremonias inútiles como la de lavar los pies a los pobres que pueden lavárselos ellos mismos, ni emplear un capital de 50.000 francos de renta en arrancar a un condenado del cadalso. Cuando no existan ni mendigos ni ajusticiados no se podrá especular con la caridad de ostentación sobre ellos. Todas esas prácticas, laudables en cuanto a la intención y al ejemplo, son sólo un aborto de política caritativa. La caridad debe dedicarse a conseguir el acercamiento y unión de esas castas extremas que la civilización no puede conciliar porque esta sociedad fracasa (1).
Notas
(1) Para el ejercicio de esa caridad industrial, Fourier instituyó una corporación de vestales, especies de hermanas de caridad, vírgenes de 16 a 18 años, de las cuales suministra 30 cada Falange. Estas vestales, que serán objeto de la idolatría general, trabajarán con los niños y cobrarán el mínimo.
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