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Capítulo 10
Educación, escuela, maestro
I. De la educación.
74. La educación es el arte de capacitar al hombre para la vida social. Sus métodos deben converger al desarrollo de todas las aptitudes individuales, para formar una personalidad armoniosa y fecunda, intensa en el esfuerzo, serena en la satisfacción, digna de vivir en una sociedad que tenga por ideal la justicia. Siendo indispensable al bienestar de todos la cooperación de cada uno, el que no sabe prestarla es un parásito; educar al hombre significa ponerlo en condiciones de ser útil a la sociedad, adquiriendo hábitos de trabajo inteligente aplicables a la producción económica, científica, estética o moral.
Todas las posibilidades deben presuponerse en cada uno. La educación debe ser integral, desenvolviendo simultáneamente las energías físicas, morales e intelectuales. Capacitar al hombre para la vida civil importa no descuidar ninguna de las tendencias que expresa como gustos y deseos. Todo lo que él puede aprender se le debe enseñar, sin poner límites a la cantidad ni a la calidad del aprendizaje. Cuanto más aprende el individuo tanto más útil resulta para la sociedad.
Hay una base de conocimientos generales que es indispensable a todo hombre, aparte de las capacidades especiales que cultive vocacionalmente. Toda especialización exclusiva, sin preparación general, es nociva para la misma especialidad. Los conocimientos aislados son poco eficaces cuando se ignoran sus relaciones con las técnicas afines. Debe enseñarse desde el comienzo todo lo que puede tener utilidad, sin perjuicio de que la vocación haga profundizar más tarde un género particular de estudios o de actividades.
75. Conviene a la sociedad el libre desenvolvimiento de las vocaciones. La cooperación de los hombres en el trabajo social exige que cada uno desempeñe con amor sus tareas, simples o complejas; y exige, también, que sea ilimitado el campo de expansión para todas las capacidades. La confianza en la eficacia del propio esfuerzo es indispensable para cumplir mejor la propia tarea y perfeccionarse en ella incesantemente.
La educación es eficaz cuando respeta la vocación de los niños, no violentando su temperamento ni sus inclinaciones. Desde la escuela de primeras letras hasta el aula de la universidad, cada hombre debe aplicar su inteligencia a sus aptitudes; nada hay más estéril que el estudio forzado de lo que no se comprende, nada más triste que privarse de aprender lo que se desea.
Es necesario tener conciencia del valor de lo que se hace. El mayor estímulo para la actividad humana es ver que ella realiza el fin pensado y querido. El carácter social de los fines debe ser acentuado desde que se inician las más sencillas actividades; de ese modo el niño se solidariza con la sociedad de que forma parte, se siente cooperador del bienestar común y aprende a serIo cada vez más.
En el pasado, educar fue domesticar, sometiendo todas las inclinaciones a una instrucción uniforme, reduciendo todas las vocaciones a un común denominador. En el porvenir será abrir horizontes a cada personalidad, respetando todas las diferencias, aprovechando todas las desigualdades naturales. La sociedad necesita aptitudes heterogéneas, pues son infinitas las funciones a desempeñar.
Generalizar la educación, intensificarla, hacerla múltiple y varia hasta la madurez, no implica en manera alguna la pretensión de nivelar los gustos y las tendencias de los hombres. Nuevas costumbres y nuevas leyes podrán establecer derechos comunes a todos los miembros de una sociedad sin que eso importe igualar las vocaciones y las capacidades; la desigualdad mental de los hombres es un postulado de la psicología. Cada individuo es una síntesis sistemática de elementos afectivos, intelectuales y activos, diversos por su origen e intensidad, que se coordinan de manera varia y según relaciones complejas. Estas benéficas diferencias excluyen el peligro de que todos los hombres aspiren a realizar las mismas funciones en la sociedad.
76. La educación social debe estimular las desigualdades individuales. El progreso colectivo comienza en la variación particular, que proviene de diferencias iniciales o adquiridas. La infinita diversidad de inclinaciones naturales debe ser conservada por la educación, dando oportunidades al incremento de las más provechosas en cada ambiente. Suprimiendo las presiones artificiales debidas al privilegio y a la injusticia, las aptitudes efectivas podrán perfeccionarse por la selección natural.
La educación puede aumentar la capacidad de todos los hombres para la vida social, pero no puede habilitar a todos hasta un mismo grado, ni para el cumplimiento de la misma función. Desde el idiota y el imbécil hasta el talento y el genio, existe una variadísima escala de aptitudes, originariamente distintas; la educación integral debe desenvolver todas las que existen, renunciando a la pretensión de crear las que faltan. Y en cada grado, las variedades son Inmensas.
Transformando las cualidades potenciales en capacidades efectivas, puede centuplicarse el valor social del hombre. Un ser de escasas aptitudes, desprovisto de toda educación, es un fronterizo de la imbecilidad; si, en cambio, recibe una educación vocacional, puede adaptarse al desempeño de funciones sociales utilísimas. Una mediana inteligencia oscilará desde la tontería hasta el talento asimilador, según sean o no cultivadas sus aptitudes; el ignorante y el erudito son dos productos distintos por su cultura, pero pueden constituirse sobre la misma medianía. La agudeza de espíritu, el ingenio propiamente dicho, cae en la frivolidad o raya en el talento, según eduque sus aptitudes congénitas. El mismo hombre de genio, por fin, necesita encontrar en el medio ciertas condiciones favorables a su desarrollo; la importancia de sus producciones varía con la mentalidad colectiva del grupo social en que aparece.
La intensidad de la educación no pretenderá, en suma, nivelar mentalmente a los hombres, sino aumentar la utilidad social de las diferencias, orientándolas hacia su más provechosa aplicación.
II. De la escuela.
77. La escuela es un puente entre el hogar y la sociedad. Siendo su finalidad inmediata convertir el niño en ciudadano, deberá estar en contacto con la vida social misma, con la familia, con la calle, con el pueblo, vinculada a sus sentimientos, a sus esfuerzos, a sus ideales. La escuela de leer, escribir y las cuatro operaciones es un residuo fósil de las sociedades medievales, como los castigos y los exámenes.
En cada región, ciudad o aldea, conviene que la escuela refleje las actividades más necesarias a la vida, convirtiéndose en una prolongación del hogar, con sus costumbres y trabajos habituales. Convertida la educación en aprendizaje social, la escuela podrá anticipar a los niños lo que éstos devolverán a la sociedad cuando sean hombres. El alimento, el vestido, el juguete, el libro, la herramienta, deben ser dados gratuitamente, para educar al niño en una atmósfera de solidaridad y de confianza, para enseñarle que todos los padres trabajan para todos los hijos.
La primera función de la escuela es demostrar que la actividad es agradable cuando se aplica a cosas de provecho. El niño debe aprender a trabajar jugando, entre caricias y sonrisas, entre pájaros y flores; cuando la escuela le resulte más divertida que el hogar, mezclando los juegos a la producción de cosas útiles, amará el trabajo, lo deseará y al fin estará satisfecho viendo salir de sus manos cosas estimadas, como espontánea retribución de las enseñanzas recibidas.
Llena de sol, de aire, de libertad, la escuela empezará siendo hogar y jardín. Las primeras nociones morales pueden aprenderse en un ambiente de cariño y de amor; las primeras nociones naturales se adquieren jugando en la naturaleza misma. Una caricia, un consejo, un ejemplo, enseñan más moral que un epítome; un insecto, una flor, un arroyuelo, enseñan más ciencia que un museo.
La escuela será después taller y ateneo, para la educación de las manos y de la inteligenciá. Hay cien pequeñas cosas que el hombre libre debe hacer, para bastarse a sí mismo; hay cien preguntas de todo orden que el hombre debe plantearse, sin necesidad de tutores, si aspira a tener personalidad. Y, entre todas las que se practiquen y estudien, cada uno preferirá más tarde las que mejor se adapten a su temperamento y vocación. con las espontáneas limitaciones implicadas en la desigualdad de las inteligencias.
78. La vida escolar debe preparar para la acción cívica. El trabajo y la lectura deben desarrollarse simultáneamente desde la iniciación escolar. Es absurdo atiborrar la memoria de palabras y de fechas, sin desenvolver al mismo tiempo las aptitudes físicas del organismo y los sentimientos de solidaridad social. Conviene perfeccionar aquellos métodos que permiten asociar la teoría a la práctica, combinando lo racional con lo manual, lo profesional con lo estético, lo abstracto con lo plástico, lo estático con lo funcional.
Siendo el trabajo el primer deber social, debe la escuela preparar al hombre para cumplirlo. El perfeccionamiento de la capacidad técnica convertirá a todo oficio en un arte y todo trabajador aspirará a ser un artista en su profesión. Al principio se educará para el trabajo no especializado, estimulando la agudeza de ingenio y la habilidad manual; antes de aprender un arte es necesario adquirir el hábito del esfuerzo, que después se aplicará al desarrollo de la vocación.
Siendo la cultura el primer derecho individual, la oportunidad de aprender debe ser continua e ilimitada. Los estudios superiores deben ser accesibles a todos los que deseen cultivarlos y tengan voración para ello; será mejor para la sociedad que muchos puedan consagrarle el tiempo que ahora derrochan, después de efectuar el trabajo habitual y necesario. La posibilidad de estudios progresivos, para todos los que tienen aptitudes, determinará un incremento insospechado de las artes y de las ciencias, aumentando los altos placeres en que gusta esparcirse la actividad intelectual.
Desde la escuela debe formarse en el niño el sentimiento de la responsabilidad social, con el derecho de intervenir en la organización educativa y con el deber de acatarla. Mediante una intensa vida cívica escolar se irá formando el ciudadano, opinando y deliberando en asambleas, proponiendo iniciativas, señalando imperfecciones, adquiriendo el hábito de ser libre y veraz. El joven tendrá carácter, dignidad, firmeza, entrando a actuar en la vida civil como un hombre y no como una sombra.
79. La escuela no cabe en los límites estrechos del aula. Además del jardín, el taller, el museo y la palestra, la función escolar necesita la cooperación de organismos complementarios, indispensables para el perfeccionamiento vocacional de la cultura superior. Una sociedad que comprende sus intereses debe multiplicar la excursión educativa, a fin de que el niño pueda conocer las cosas y las energías de la naturaleza, e informarse de las técnicas perfeccionadas que mejoran el trabajo humano. Los institutos y corporaciones especiales deben ser accesibles a todos los que deseen mejorar en su arte mediante conocimientos científicos. Las asociaciones técnicas y los ateneos literarios deben complementar el aprendizaje del aula, manteniendo libres debates sobre todas las cuestiones y problemas que tienten la curiosidad intelectual. La Universidad, en fin, en vez de ser una suma de escuelas profesionales, debe convertirse en una entidad que ponga al servicio de todos, los resultados más altos de la ciencia, a la vez que coordine los esfuerzos de la investigación e imprima unidad a los ideales que renuevan la conciencia social.
La enseñanza escolar podrá ser extendida en el porvenir mediante grandes iniciativas editoriales, dirigidas por corporaciones de escritores, hasta multiplicar por millones la tirada de las obras de mérito, clásicas y modernas, útiles y agradables, de ciencia y de imaginación. Feliz la sociedad en que no lea el que no quiera leer, pero donde nadie deje de hacerlo por falta de libros.
III. Del maestro.
80. Todo ser humano puede enseñar a otros lo que sabe. El que posea una vocación técnicamente educada podrá ser maestro de niños que tengan la misma vocación, cuando el aprendizaje haya incluído la propia didáctica.
En la educación inicial, que amplía el hogar hacia la sociedad, la simpatía y el amor pueden más que las cartillas y los silabarios. Toda mujer, mientras no sea madre, puede ser útil a la sociedad iniciando la educación de los niños de su ambiente inmediato; debe ser capacitada en la escuela para ese hermoso trabajo, que permitirá eliminar la intervención de personas mercenarias. La educación preescolar será una forma de maternidad espiritual y toda joven procurará ser amada por los niños confiados a su responsabilidad.
En la escuela será integral la enseñanza y ello exigirá conocimientos técnicos especiales. El magisterio debe ser una profesión vocacional; no hay peor maestro que el animado por simples fines de lucro, ni peor pedagogía que la practicada sin amor. La sociedad entrega al maestro los niños, como al jardinero las semillas, para que en aquéllos germinen sentimientos como de éstas brotan flores. Hay que saber formar los almácigos humanos, regarlos, protegerlos, apuntalarlos, clasificarlos, separar las malezas, para que de la escuela salga bella y lozana la más admirable flor del universo: el hombre.
El maestro del porvenir tendrá a su cargo la función más grave de la vida social. No será un autómata repetidor de programas, que otros hacen y él no comprende, sino un animador de vocaciones múltiples que laten en el niño buscando aplicaciones eficaces. Despertará capacidades con el ejemplo; enseñará a hacer, haciendo; a pensar, pensando; a discurrir, discurriendo; a amar, amando. Educar debe ser un arte agradable; el maestro formará caracteres como el escultor plasma estatuas.
El magisterio no debe ser una burocracia tabicada por títulos independientes de las aptitudes; no debe ponerse límites a la capacidad de aprender y de enseñar. Todo el que se inicie en la enseñanza elemental debe tener la posibilidad de llegar a la superior; la vocación educativa permite ser maestro y alumno a la vez. El que recibe la segunda enseñanza debe estar capacitado para impartir la primera, y el que se especializa en estudios superiores puede ser maestro de los secundarios. La sociedad debe a todos el máximum de enseñanza; pero es justo que imponga, como retribución, la obligación de enseñar. Todo estudiante secundario debería ser maestro elemental de las disciplinas que prefiere; todo estudiante universitario debería impartir la segunda enseñanza de las ciencias en que se especializa. Esta sencilla organización de las funciones educativas eliminaría la burocracia docente y centuplicaría la capacidad educadora de la sociedad. Horizontes ilimitados abriríanse a todos los que aman el estudio, permitiéndoles ascender desde la educación infantil hasta las cumbres más altas de la enseñanza superior, sin otra limitación que su capacidad de aprender más y enseñar mejor.
81. Los intereses educativos deben ser dirigidos por los mismos educadores. En cada género especial de enseñanza, nadie mejor que los mismos maestros puede establecer las condiciones y los métodos más eficaces. El control indirecto del Estado debe ser completado por el de las madres y padres, mientras los educandos son niños; pero a medida que los alumnos avancen en edad y en estudio, ellos mismos deben intervenir en la organización escolar, tomando una ingerencia administrativa y técnica que vaya en aumento desde los tramos elementales a los superiores.
Deben ser rigurosamente excluídas de la dirección educativa todas las influencias políticas y dogmáticas. Las prlmeras corrompen la moral de los educadores y trabajan el nivel de la enseñanza; las segundas conspiran contra la libertad de pensar y tienden a invadir el fuero de la conciencia individual.
Las únicas jerarquías legítimas en el magisterio son las que nacen de la capacidad; nadie puede juzgarlas mejor que los mismos maestros, y, desde cierta edad, los alumnos. Toda jerarquía escolar, técnica y universitaria, debe tener en cuenta la opinión de los interesados en la función de la enseñanza; no es moral que maestros competentes trabajen subordinados a funcionarios incompetentes. La enseñanza en todas sus etapas y formas debe ser coordinada por organismos federativos regionales, compuestos por representantes de todas las instituciones que cooperan a la educación pública.
La libertad de la docencia y del aprendizaje elevarán el nivel de los estudios, por simple selección natural. Interesa a la sociedad el desenvolvimiento del mayor número de aptitudes y de vocaciones. El Estado se reservará, solamente, el control de la competencia para el ejercicio de profesiones que podrían ser peligrosas sin una capacidad técnica suficientemente demostrada.
La dignidad del magisterio se elevará cuando la conciencia social justiprecie el significado de su labor. En la antigüedad los maestros fueron esclavos; más tarde fueron siervos; hoy son asalariados. El porvenir dignificará cada vez más su situación, asegurándoles sin limitaciones el bienestar material que necesitan, elevando su rango civil hasta la altura de sus funciones y dándoles la autoridad moral que hará más eficaz su esfuerzo. No conviene a la sociedad que ganapanes pesimistas se resignen a soportar niños sin amarlos; sólo serán maestros los que puedan cumplir vocacionalmente una tarea que es, de todas, la más honrosa.
82. El trabajo educativo implica la más grave responsabilidad social. El que acepta la tarea de enseñar y no la desempeña eficazmente, causa un daño irreparable a la sociedad que le confía su porvenir. El maestro debe desenvolver en sus alumnos todas las aptitudes, pues ellas serán más tarde capacidades convergentes al bienestar de su pueblo. La mayor eficacia del maestro no se obtiene recargándole de trabajo, sino exigiéndole más amor a sus deberes; la ventaja no está en que un hombre enseñe durante muchas horas, sino en que enseñe con gusto y bien durante pocas.
Cuando el magisterio se emancipe de las influencias políticas y de los torniquetes burocráticos, tendrá una libertad de iniciativa hasta ahora desconocida. Conforme a los resultados de su experiencia, cada maestro podrá ensayar nuevos métodos que perfeccionen el arte de enseñar. Los inspectores educativos no tendrán la misión de abrumarlos con reglamentos ni formularios que entorpezcan su labor, sino la de coordinar las ideas que todos recojan en la experiencia para aplicarlas en la mayor extensión posible.
Libres de toda imposición dogmática, los maestros enseñarán a pensar más bien que a repetir, a crear más bien que a copiar. Nada los obligará a enseñar lo que no crean. Es envilecedora la tarea de predicar principios o doctrinas que se reconocen falsos, por temor a las consecuencias de la verdad.
Antes que ser obsecuentes con las muertas rutinas del pasado, los maestros sugerirán ideales vivos para el porvenir. Nadie educa a sus padres y a sus abuelos, sino a sus hijos y a sus nietos. Es necesario pensar que cada generación necesita adaptarse a condiciones nuevas del medio social. Educar es desenvolver la capacidad para trabajar y el derecho a la vida presupone el deber del trabajo. Al entreabrir las inteligencias y adiestrar las manos debe preverse que ellas pensarán y trabajarán en un ambiente moral donde se irán atenuando las injusticias y los privilegios.
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