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RELIGIÓN Y ESTADO
Cuanto más estudiamos los movimientos intelectuales de los tiempos pasados en relación con los deseos de libertad de las unidades humanas, más se nos aclara la interdependencia existente entre las ideas estatales y las religiosas, y más también la lucha sostenida por el individuo contra el conglomerado. Así podemos comprobar, entre otras muchas cosas, lo que el socialismo heredó del cristianismo y del catolicismo, al cual quiere suplantar utilizando sus mismos primitivos procedimientos.
En efecto, ambos abominan del hombre, de la unidad humana, del individuo, considerando el uno pecado y el otro delito la acción individual del pensamiento, del análisis, de la vida, no enseñando al ser humano el pienso, luego soy, sino el creo, luego existo, porque pensar sería tanto como querer adquirir su soberanía el individuo humano y lo que ambas iglesias necesitan son creyentes que acepten al catolicismo y al socialismo como soberanos, como cuerpos doctrinales capaces de salvar por sí a los seres humanos que se sometan a sus enseñanzas, o sea que se conviertan de seres libres en dependientes.
El fundador de la religión cristiana (dividida actualmente en cien sectas, como el socialismo) fue Pablo, el que consideró al cristiano como el alma de un gran cuerpo, en el que Cristo es la cabeza y los cristianos los miembros; pero como los miembros no pueden querer ni pensar sino lo que desee y piense la cabeza, los cristianos, que deben carecer de voluntad, deben moverse de acuerdo a lo que la Iglesia ordene. (Paralelismo: La Sociedad es acéfala por lo cual no puede guiarse a sí misma. La Cabeza de la Sociedad es el Estado.-Engels.) De esta manera, aunque la cristiandad sea considerada como un cuerpo viviente, la vida de los seres humanos no es considerada como real, puesto que la Realidad Unica es Dios, cuya omnímoda Voluntad debe acatarse. Por eso, en la cima, en la cúspide, hay un jefe que ordena, y en el pueblo manso y sufrido debe crecer la obediencia, la fe. El cristianismo y el socialismo, como pertenecientes a la misma familia despótica, obran de idéntica manera, aunque den a sus dioses nombres diferentes. ¡Anatema contra el que por querer conservar los atributos de la hombría, no crea ciegamente en uno o en otro!
No hemos de entrar en consideraciones sobre cuándo aparece el Estado tal y como lo consideramos en la actualidad (se saldría este estudio de los límites que nos hemos trazado) porque si el gobierno tribal se confunde con la tribu, el Estado se confunde con las jerarquías de los que gobiernan y hasta con el territorio que abarca su dominio. El Estado es, en la nomenclatura de lo autoritario, el continuador de la tribu, y tan es así que no hay diferencia en la manera como se gobiernan ciertas tribus llamadas salvajes y ciertos estados a los que se les da el nombre de civilizados.
La monarquía peruana de los incas puede ser considerada como Estado; la gobernación de la desgraciada isla de Santo Domingo por el terrible y brutal Trujillo, como gobierno tribal, y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a cuya cabeza estuvo el Zar-sacerdote Stalin, como una forzada unión de tribus que constituyen a su vez el más vasto imperium de la época. Su gobierno puede considerarse como un caso de supervivencia tribal de césaro-papismo.
El gobierno es una acción social primitiva; la religión es una acción social tan primitiva como la primera. Las dos ideas nacen posiblemente al mismo tiempo y juntas ascienden por el camino de la vida del hombre, aprisionándolo.
El primitivo, nuestro antecesor, salido de la animalidad, carece de la idea de unidad. Para él no existe ni un hombre ni un árbol, sino una idea de conjunto, de cosa indivisa, de todo, al cual se considera ligado, aunque sin noción cabal de ser una partícula de ese todo entre el cual vegeta y va organizando su vida. Su grupo es casi una manada a la que le tiene querencia; el bosque es lo que esconde todo cuanto le perturba: las fieras y el rayo. El grupo le atrae, como al animal, por el amparo que le presta y por el regocijo que halla entre sus componentes; el bosque le asusta: allí mora lo misterioso y lo enemigo. Por las noches tiembla al escuchar el rugido de la fiera o el aullido del viento, y las imaginaciones, que quieren y no pueden ahondar en el misterio, se entenebrecen ante las fuerzas destructoras, cuyo poder no pueden explicarse. De este terror, de esta sensación de impotencia, nace la idea de poder que el hombre primitivo necesita: por esa necesidad crea al jefe, al capaz de dominar lo desconocido.
En la escala humana éste es el primer paso ascensional; la primera liga, el primer religa, el primer acto religioso, pero también la posibilidad del primer avánce en cuanto el hombre averigüe que él puede desechar todo miedo porque en él y sólo en él está todo el poder de vencer los misterios en cuanto los vaya conociendo. Con ese paso, confuso todavía, pero que después de haber creado ideas abstractas le capacita para adquirir conciencia de sí y de su poder, el individuo de nuestra especie descubre el camino que le llevará a las grandes especulaciones y a las grandes ideas de libertad, rompiendo el primitivo religo.
Creado el jefe, el director, el protector, a cuyo alrededor se agrupan, necesítase crear algo que encarne las fuerzas extrañas y poderosas, y entonces nace Dios, simbolizado en un árbol, una piedra, un animal, un astro. El jefe llega a ser el intercesor entre el grupo y el dios, por lo que se inviste también como sacerdote (como sagrado), afirmando que es hijo de su mismo Dios y Dios él mismo.
Religión y gobierno son inseparables, tienen el mismo origen y han subido desde el principio con el hombre. La evolución de una marca la evolución del otro, y la fuerza de conservación del uno es la misma fuerza conservadora que la otra pone en juego cada vez que trata de arrebatársele el cetro del dominio de los hombres del grupo.
Primero, una y otro son locales, de grupo, de clan, de tribu; después, ensanchando el poder del jefe, se agranda el poder de Dios en detrimento del poder del individuo; más tarde se forman federaciones de pueblos; luego, apetece la universalidad (budismo, confucionismo, mahometismo, cristianismo; hoy, fascismo, socialismo, comunismo). La actual idea de Estado Universal es el cumplimiento, un poco rezagado, de las leyes de paralelismo que siguen religión y gobierno, Iglesia y Estado, que por ser ideas hermanas tienen en todas las ocasiones actitudes iguales. El gobierno participa de la idea religiosa porque une y liga; la religión participa de la idea de gobierno porque ordena, manda. Cuando el gobernante es, a la vez, sacerdote, impone un gobierno teocrático; cuando el rey, o el presidente, no está investido de poder sacerdotal, el obispo lo unge, considerándolo rey o presidente por derecho divino, cuando no él mismo divino (Hirohito).
El emperador tenía carácter divino, y divino es el carácter de Franco, emperador de España, según lo desea e impone la religión católica. Verdad que no llega a ser, como el emperador de Anam, el supremo pontífice, el juez supremo augusto y santo y el padre y la madre de sus súbditos, pero sí es el supremo exterminador, para la mayor gloria de su imperio y de su dios, uno e indivisible. Como los césares, preside los grandes ceremoniales de la Iglesia y el Estado, por lo que tiene carácter sagrado para sus fieles, como lo tenía Hitler para sus adeptos y Stalin para sus mesnadas. ¡Cuánto se parecen una ceremonia en Palacio a otra en la Basílica, y que lazos tan estrechos existen entre la jurisprudencia y la teología!
Un Estado comprende, como doctrina moral que no puede ponerse en duda ni desobedecerse, toda la vida privada y pública del individuo; una religión obliga a lo mismo, porque ni para el Estado ni para la Religión el individuo se pertenece a sí mismo. Como el primer grupo primitivo, la tribu de ayer, el hombre se debe a Dios y al Estado, en lo que están perfectamente de acuerdo religiosos y políticos. Los cristianos, que heredaron el derecho grecorromano y las enseñanzas del Antiguo Testamento, sostenían que las leyes del Estado eran revelación divina. No fue contradicción que declarasen al rey sagrado. En la matriz de la religión se engendró el Estado, que es otro religo, por lo cual, aun riñendo de cuando en cuando, van siempre de la mano.
Si Hitler hubiera sido triunfador, se habría declarado Papa, tal y como lo hizo su ex amigo Stalin, y haciendo una mezcla de lo estatal y lo religioso hubiera formado una religión imperial-universal, puesto que nos hallamos en la época en que el sentimiento tribal quiere extenderse al planeta. Hitler hubiera sido el profeta, el visionario, el fundador, y su nombre habría figurado en la lista de los grandes fundadores de religiones con los Buda, Confucio, Zoroastro, Mahoma, Jesús y Marx, a los que hubiera desterrado al no conformarse con declararse Hijo de Dios, sino Dios él mismo. Perdió y la religión nazi desapareció quizá para siempre.
En un orden cósmico fundan los sostenedores del Estado y de la Iglesia sus concepciones, considerando a esas terribles deidades como el único orden moral universalmente válido, ya que desconocen capacidad al individuo para forjarse su propio bienestar. Por eso no puede causarnos extrañeza que cuando en las guerras religiosas uno triunfa, se convierta en emperador, jefe o Papa, resultando siempre un gobierno teocrático. Cuando se impone el jefe civil, y éste domina en la iglesia, vuelve a unir todos los poderes y el césar se convierte en Papa.
Durante toda la Edad Media el gobierno de Europa donde domina el cristianismo está bajo el mandato de la Iglesia. Los obispos y los abades son señores de armas e intervienen en política tal y como sucede en el antiguo Tíbet con el lamaísmo, donde los sacerdotes no sólo influyen en el gobierno, sino que le sirven en concepto de funcionarios, desempeñando empleos civiles y militares.
La Historia del sacerdocium con el imperium es una continuada guerra y una continuada fusión. Triunfe uno u otro, siempre van unidos. Cuando triunfa el imperio, la iglesia es un departamento del Estado y el derecho sagrado es una rama del derecho público; cuando triunfa la Iglesia, el jus sacrum queda contenido en el jus publicum.
Pero la Iglesia, no conforme con estas alternativas, para afianzarse más crea el jus eclesiasticum en el que se unen la fe de la Iglesia con la jurisprudencia romana, siendo el derecho eclesiástico el que debe regir en toda la cristiandad. Cuando triunfa, es cuando sobrevienen las grandes luchas entre lo espiritual y lo secular y también cuando tienen lugar las grandes persecuciones por herejía. No debemos olvidar que Jacobo de Viterbo definió la Iglesia como el Estado por excelencia, que es a lo que hoy llamamos totalitarismo.
En la lucha actual, el Estado domina a la Iglesia; pero no la destierra, sino que sigue apoyándose en ella, teniéndola como una fuerza de reserva, a pesar de que la Religión y el Estado luchan entre sí, pues en todas partes contienden los católicos contra los protestantes, éstos contra los cismáticos, las religiones asiáticas contra las europeas y todos juntos contra los judíos, mientras que los llamados demócratas guerrean contra los socialistas, éstos contra los comunistas y todos entre sí, sin darse cuartel, para apoderarse de la dirección de los pueblos y someterlos a sus dictados, imponiéndoles sus rutinas a las que llaman leyes sabias o leyes divinas.
Se comprende la unión de los dos poderes como se comprende su rivalidad; y se explica la unión, aun odiándose, porque ninguno quiere alejarse de sus actividades de dominio en contra de los pueblos.
Si el hombre religioso es el considerado con facultades para ponerse en comunicación y contacto con el mundo del espíritu, el hombre político es el que se cree con facultades para dominar las potencias de la tierra, por lo cual, el hombre medio se inclina ante esos dos poderes que considera invencibles, y les rinde pleitesía. Y es que supone -temor a las cosas misteriosas de afuera- que los que poseen autoridad religiosa, viven en comunicación con Dios, por lo cual se les debe reverenciar y temer, ya que lo mismo pueden dispensar mercedes como imponer castigos, y que a los que tienen autoridad política se les debe también obedecer y reverenciar porque pueden derramar sobre los mortales los bienes del Estado o perseguir a los insumisos. A entrambos, pues, al religioso y al político se les considera como intercesores, ya que si uno expone a su Dios sus aflicciones para que las aplaque, el otro intercede ante el rey o el jefe para que remedie sus miserias. Por todas partes se desemboca en el religo en la aristocracia (poder del mejor) o en la hierocracia (poder de lo sagrado).
No se puede negar que el cristianismo forma una sociedad, como la forman el mahometismo y el confucianismo, pues no forma sociedad sólo el socialismo; pero no puede negarse tampoco que esa sociedad cristiana, o mahometana o socialista, es tan religiosa como la comunista. Lo único que las diferencia es el nombre, porque sociedad es un semirrebaño de gentes que se hallan ligadas entre sí por una misma idea de salvación, por una idea superior al hombre, es decir, extrahumana. Así se ríen todos los religiosos del hombre, al que consideran como una entelequia, no como un ser real que siente, y sufre y ansía ser libre. Y es que el individuo puede ser o no ser religioso, pero la colectividad lo es siempre, porque ésta no existe sin una fuerte creencia que una y suelde a sus componentes. Ahí radica el mal de que todos los colectivistas sean intolerantes y fanáticos, declarando enemigos a los que quieren pensar y obrar por sí: su peor enemigo es el hombre libre. Ya no nos asombra, por lo tanto, escuchar a sociólogos que sostienen la teoría de que el hombre es una hipótesis, dando importancia a la sociedad y no al individuo, afirmando que es la colectividad y no el hombre el que posee fuerza creadora, por lo que los individuos deben obedecer sus disposiciones y rendirle pleitesía.
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