Índice de Anarquismo de Miguel Gimenez IgualadaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LO HUMANO Y LO SAGRADO

Primera parte

Dijimos en otras ocasiones que religioso es todo hombre que vive ligado a teoría o doctrina, considerándose obligado, por acto de conciencia, a obedecer o cumplir lo que la doctrina o la teoría le ordenan, habiendo agregado que religión es la barrera fantasmal que entorpece el libre vuelo de la inteligencia, por lo cual, la religión, después de prohibir soñar, prohibe amar. Dijimos también que no solamente es religión lo cOmúnmente aceptado como tal, sino que de acuerdo con lo anterior, religión es todo acto de incondicional sumisión a una organización o a un partido que imponga normas de pensamiento o de acción obligatorias al individuo, ya que Dios es, además de lo que consideran como tal los cristianos, todo concepto de fuerza extradimensional, y extramaterial y extraterrenal que regula la vida de los seres, por lo cual el concepto religioso obliga a creer que trabaja por su salvación y la del género humano el que más se sujeta a Dios, el que más se obliga a él, el que más se aproxima a lo sagrado, y, en cambio, trabaja por su perdición el que no se liga a lo sagrado, el que se dedica a ocupaciones o laboriosidades no consideradas de utilidad espiritual por el sacerdote (1).

En el religioso estos dos mundos viven en constante oposición, casi podríamos decir en constante guerra, oposición y guerra que tienen lugar, primero, en el individuo, pero que éste lleva en seguida al medio en que se desenvuelve. De ahí que en los ambientes religiosos, en todos los ambientes religiosos (2) fructifique espléndidamente la intolerancia, porque todo lo que no responda absolutamente al dogma se considera perjudicial a la gloria de Dios y, por consiguiente, al individuo, viéndose el fanático en la necesidad moral de declarar la guerra a todo lo a-religioso.

Estos dos mundos representan para el hombre de cerebro alerta dos posiciones bien definidas: en una, en la religiosa, el individuo ligado a Dios no puede ser libre, porque la fe le prohibe dudar; en la otra, en la a-religiosa, el hombre se siente libre, atreviéndose a interrogar a su conciencia y a los demás hombres para poder descifrar lo que Haeckel llamó los enigmas del universo. Por un lado se le obliga a creer; por el otro siente la necesidad de analizar y gustar toda idea o sensación que llega a su mente. Es decir, el hombre analítico necesita fundamentarse en hechos razonables, mientras que el creyente dice colocarse más allá de la razón, por lo que le asusta lo que nuestros padres llamaron libre examen y que nosotros consideramos como libérrima actividad de nuestras facultades para ver, gustar y comprender todo cuanto tiene relación con nuestra vida y la de los seres en el planeta, casa de la familia humana (3).

Es que lo social y lo religioso se confunden: el grupo social es siempre un grupo religioso. Cuando estudiamos Historia vemos que los hebreos forman un conjunto social precisamente porque forman un conjunto religioso, comprobando por todas partes que lo religioso preside las relaciones de tribu y las de grupo.

Pero la religión necesita de lo sagrado, porque sin considerar como sagrado lo que con la religión se relaciona, ésta muere. No existe lo común más que cuando se tienen las mismas cosas por sagradas, cuando se tiene la misma idea religiosa. Por eso, cuando alguien, individuo, grupo o colectividad, sostiene que no puede dudarse de la bondad de tal o cual idea sustentada por tal o cual hombre, ni analizarse ésta o la otra doctrina, es que lo sagrado, lo intocable y lo inmutable hizo su aparición, considerándose el individuo o grupo que tal sostiene como sacerdote guardián conservador de la inviolabilidad dogmática.

Alguien dijo, no recuerdo si fue Hubert, que la religión es la administración de lo sagrado, y aunque aparezca esto como una definición un tanto comercial, porque podría confundirse administración con explotación, cosa poco seria tratándose de un pensador, podríamos asegurar que quiso dar a la palabra administración el significado de ordenada creencia, ya que administración es regla. Pero nosotros deberemos decir que religión es algo más que administración, pues el acto religioso tiene su origen en la conciencia y nada de lo que tenga asiento en ella debe serie al hombre despreciable, sobre todo como materia de estudio, de análisis.

El carácter sagrado no lo posee nadie por sí mismo, ni persona ni objeto. Lo sagrado es una investidura. Al hombre creyente su creencia le lleva a considerar que todo cuanto se refiere a su Dios es en sí sagrado. De ahí que lo sagrado sea el fundamento, la esencia que la religión necesita para existir, teniendo seguridad de que si fuera posible hacer desaparecer de las mentes el concepto de lo sagrado, la religión desaparecería, y al desaparecer la atadura, el lazo, la liga, desaparecería Dios y el hombre sería libre.

Si se contemplan los hechos y las cosas con los ojos de la inteligencia, podremos comprender hasta dónde llega lo sagrado y cómo transforma a los individuos, pues si aparentemente continúan siendo como fueron, esencialmente se cambian.

El que se ordena sacerdote (persona sagrada que sirve a Dios) ya no tiene las mismas relaciones afectivas con su padre, que ve al hijo como a un semidiós; el que fue elegido alcalde (elegido vale aquí tanto como ungido) ya no sostiene las mismas relaciones de camaradería con sus amigos; ¡hasta el recadero de la alcaldía -el alguacil- se vuelve religioso (sagrado) dejando de ser hombre!, ¡hasta el jardinero del convento! Por consiguiente, debe huir el hombre de todo lo sagrado, si quiere conservar su pureza humana, porque lo sagrado, que es lo ultraautoritario, le liga prohibiéndole ser él mismo.

Forzoso es que lo sagrado se esconda, se aparte del contacto humano. El que ha sido ordenado sacerdote ya no es humano, y no siéndolo, no puede depositar su cariño en nada que no sea sagrado, no puede querer a nadie que sea humano. Para ordenarse sacerdote, es decir, para hacerse sagrado, que es tanto como representar en la tierra a Dios, el que fue hombre debió de arrancar de sí todo sentimiento acerca del hombre. Naturalmente que al considerarse a sí mismo puro e impuro a su hermano hombre, el sacerdote, aun sin desearlo, le declara la guerra en su conciencia, siendo lógico que la guerra que empezó siendo ideológica, se transforme en guerra de cuerpos, en guerra que destruye y mata, pues siendo el hombre pecado, debe ser destruido (4). Deducción lógica es la de que estas dos fuerzas no pueden ponerse frente a frente sin que traten de destruirse, por lo que nos es dable asegurar que sin que las mentes abandonen el concepto de lo sagrado no podrá haber paz en la tierra, porque lo sagrado, que pretende ser exclusivo, no quiere permitir lo humano (5). El día que el hombre abandone definitivamente a Dios, adquiriendo el concepto de sí (trocar el amor a Dios por amor a sí mismo) habrá paz en el mundo, mientras que los conceptos de Dios y de Terror, que son sinónimos (6), ocupen las mentes, habrá siempre guerra, porque el individuo cree que Dios castigará al protervo, pero también al que consiente que el protervo viva, por lo cual el creyente mata al descreído para aplacar la cólera divina (7).

Equivalentes son, pues, las ideas de Iglesia y Estado, y, por consiguiente, de Papa y de Rey. ¿Quién que no sea considerado como un maldecido se atreverá a atentar contra ellos? Por ese concepto de sagrado se perdonan y hasta se tapan los crímenes papales, y por el mismo se ensalza a Napoleón, que dejó sembrado de cadáveres el suelo de Europa. Sin embargo, al infeliz que mata a un semejante se le lleva a la horca, castigando en él lo humano.

Las inmunidades parlamentarias ¿qué son sino caracteres sagrados que se otorgan o de que son investidos los que en el Estado ejercen funciones de gobierno? Así son o se hacen sagrados un ministro, un diputado, un diplomático, un militar, no pudiendo condenar a ninguno sin degradarlo, o sea sin despojarlo de su carácter sagrado, dejándolo en el muy despreciable de humano. Entre la raída sotana de un cura a el raído uniforme de un guardia rural no hay diferencia, porque esas vestiduras, y no las personas, llevan en sí, una la repesentación de Dios y la otra la del Estado, por la cual el cura y el guarda deben considerarse como inviolables, como sagrados, no por lo que son, sí por lo que representan.

Si lo pensamos detenidamente, viéndolos además, actuar, nos daremos cuenta de que esa investidura les perturba, les pierde, les ensoberbece, les deshumaniza, llegando a la conclusión de que los que una vez fueron investidos (ungidos) dejaron de ser humanos para siempre: el que sentenció una vez, una sola vez, a un semejante suyo en nombre de una divinidad cualquiera, llámese esa divinidad Dios, Partido, Sociedad, Estado u Organización, ese sacerdote-juez no podrá ser ya nunca más persona humana. De ahí que -los hechos lo corroboran- los que llamándose anarquistas ejercieron funciones gubernamentales no podrán volver a ser anarquistas jamás, porque quien fue ministro -ministro de la Sociedad o de Dios son actos religiosos iguales-, se considera a sí mismo como perteneciente a las fuerzas que rigen el mundo: fuerzas sagradas. De ahí que el oficiante en el altar de lo sagrado considere que debe ser destruido no sólo el hombre, sino el orden moral del hombre, entregándose a la destrucción humana sin que la conciencia de los sacerdotes destructores de humanidad se inquiete en lo más mínimo: matar a un descreído es un bien; matar a mil o diez mil descreídos es un bien mil o diez mil veces mayor (8). En la muerte de millones de judíos ejecutados por los nazis, tienen igual parte de culpa los cristianos que los maldijeron. Lo que se llama muchas veces heroísmo no es más que la acción ciega, religiosa y no humana, que el individuo cumple en nombre de una divinidad. Si el guerrero que se dice anarquista pensara, se diría en su corazón que no puede ejecutar en arquía (en sagrado) lo que repudia en anarquía (en humano).

Cuando el humano, el hombre, emplea este lenguaje irreverente que yo empleo, enfrentándose sin temor a lo sagrado, todos los sacerdotes tiemblan de ira, y hasta el que de la anarquía hizo tabú, es decir, algo terriblemente sagrado, se convulsiona y grita excomuniones contra el que se ha atrevido a pronunciar palabra de luz. Y es que todo sacerdote de toda iglesia considera al pecador como una mancha, como a uno que no quiere ser sujeto, como a un indisciplinado a su autoridad (cura de aldea o guarda rural), tomando al hombre-mancha como a un contagioso, y como ese contagio es necesario aislarlo de los fieles, porque las ideas contagiosas pueden ser transfundidas a otros, cuando se puede se le destruye para que no pueda atacar ni al concepto sagrado ni al sacer, a lo que no puede ser tocado ni puesto en duda, pues no se borra la mancha ni se aisla el peligro del contagio, sino sacrificando a quien mancha, o sea a quien comete sacrilegio. Así, el que destruye al sacrílego de una u otra manera -todas son aceptadas buenamente por la divinidad, incluida en ellas la difamación-, es el que se ajusta a la ley de la iglesia, que es la ley de Dios (9), y ninguna conciencia religiosa podrá considerar al destructor como homicida, pues hasta el parricidio ha sido, no tolerado, sino cantado y exaltado por los religiosos (parricidii non damnatur) (10). Y es que la vida divina, vida heroica, vida de gracia o vida sagrada exige que el individuo se deshumanice, se purifique, se limpie de todo cuanto signifique humanidad, única manera de que la secta o el grupo se considere sacer, sagrado, lleno de gracia, de Dios.

En la tribu, el brujo, aunque salido de ella, deja de ser considerado como igual; en la familia, el sacerdote, ser ya divino, no es tratado como hijo o hermano; en el pueblo, al que ascendió a ministro llega a venerársele como a un ser superior. Y todos tres dejan de ser queridos, aunque sean temidos, porque sólo puede quererse a lo humano con amor humano. Porque ¡pobres los que se atreven a pensar en forma diferente a como le interese al brujo, al sacerdote o al ministro, porque será castigado como se castigaba antes a los impuros inexpiables! Hace falta, pues, compartir la opinión social para no ser expulsado de la Sociedad. Es decir, hace falta no pensar para ser considerado como ente social perfecto dentro del grupo religioso, porque la actitud borreguil y a-humana es la que agrada a los sacerdotes, depositarios de las verdades que se relacionan con el dogma.

Para terminar, por hoy, diré que todo ser humano que quiera continuar siéndolo, será tenido por todos los sacerdotes de tode los credos como un disolvente; por eso, lo que más cuesta, lo que realmente más le cuesta al hombre es mantenerse tal en medio de los grupos sagrados y guerreros.

Sin embargo, el hombre se dice en su corazón y lo envía como mensaje al mundo, que sólo los hombres libres podrán salvar a la humanidad de que caiga en la abyección. Y eso aunque no lo crean así los sacerdotes.



Notas

(1) Para el socialista, la Sociedad es una divinidad a la cual se halla sujeto el individuo, y quien sea capaz de analizar verá la estrecha relación existente entre la conducta del socialista y el llamado deísta, ya que ambos creen en el mismo Dios, aunque le llamen con diferentes nombres. El monoteísmo abarca más aspectos de los que muchos creen.

(2) Hasta en ciertas capas del mal llamado anarquismo se encuentra esta lucha, esta guerra entre lo religioso y lo libre, lo sagrado y lo humano, habiendo individuos para los cuales es un pecado poner en duda la doctrina que ellos consideran inmutable. Sería utilísimo ahondar serenamente hasta llegar a comprender este fenómeno de cristalización de ideas autoritarias en ambientes anarcos para saber cómo y por qué continúan existiendo posos o limos que depositaron en las corrientes de la vida aluviones tribales, única manera de poder dragar estos bancos flotantes en los campos de anarquía.

(3) En estos tiempos de despotismo, de turbiedad y, por consiguiente, de confusión, tiempos de poco pensar y mucho creer, porque cuesta trabajo hacer funcionar el cerebro para traer a la luz un pensamiento claro y es facilísimo tomar como sagrada una palabra que fue escrita antes de que llegáramos nosotros; en estos tiempos, repito, algunos se escandalizaron cuando me atreví a decir que había necesidad de hacer un meticuloso análisis de cuanto nos dijeron Proudhon, Bakunin y Kropotkin, porque nuestra vida no puede estar sujeta a lo pretérito, obrando y pensando como pensaron y obraron otros hombres que vivieron antes y en otras circunstancias que nosotros. Por este solo hecho de practicar la duda y examinar libérrimamente la herencia recibida para saber lo que es oro de ley y lo que no lo es, los amantes de lo sagrado, los sacer, los religiosos se levantaron iracundos, queriendo hacer creer con sus gritos, que no con sus razones, que era anárquico creer y cometía pecado de herejía el que se atrevía a dudar, pensar y analizar, prefiriendo, sin duda, que nuestros pensamientos permanezcan en cautiverio antes que zahondar en el pasado. Esta actitud religiosa tiene una enorme semejanza con la de los que creen que Cristo dijo la palabra que ha de regir por los siglos de los siglos a la humanidad. Si viviera Kropotkin, a buen seguro no pensaría hoy como pensó en el año 1900, llenándose de contento si alguno hiciera sonar a hueco una palabra suya, como dijo Rodó.

(4) Si comparamos las ideas de pureza y de pecado con las de justicia e injusticia, tan caras a Proudhon, hallaremos en ellas una estrecha aunque oculta relación. La religión se hace presente: pureza igual a justicia; pecado igual a injusticia. Han cambiado las palabras, no el sentimiento religioso que encarnan. La justicia es pura, la injusticia es pecado. Por ser pura la justicia, debe ser puro el juez, que es el que encarna las leyes de la tribu; el desobediente es impuro: no las cumple.

(5) Cuando digo que por medio de la guerra no hallará nunca la paz la humanidad, fundamento mi afirmación en el hecho de que los más pacíficos son los menos creyentes, por lo que, deduciendo, se puede asegurar que el día feliz y dichoso en que el acto bélico (religiosidad es belicosidad) sea extirpado de las conciencias, la paz existirá en la casa del hombre, y como de las conciencias no se arrancan las creencias sino por un acto trascendentalmente educativo, nuestra labor no es de matanza, sino de educación, teniendo bien presente que educar no es en ningún caso domesticar.

(6) Ante lo sagrado se tiembla. Podríamos asegurar que el religioso obra no por amor a Dios, sino por miedo a Dios. Ante Dios se sienten todos sobrecogidos de pánico.

(7) La idea-madre de las Cruzadas era ésa; pero también lo ha sido la del nazismo contra el liberalismo y la del stalinismo contra la libertad. Con los tiempos cambian los hombres, las palabras y los lugares, pero se mantienen fijas ciertas ideas que vienen del fondo de la vida. La figura sagrada de Franco, como jefe de tribu, se mantiene intacta. El jefe es sagrado.

(8) Estos días de finales de julio de 1968, se han publicado en la prensa de México artículos que deben llamar nuestra atención, pues se sostiene en ellos, y son cristianos los que escriben, que las iglesias cristianas no pueden declarar guerras, pero que sí pueden hacerlas los cristianos por su cuenta y razón. Ahora bien, si la familia cristiana no la componen solamente los sacerdotes que gobiernan, rigen y administran las iglesias, sino que forman parte de ella los fieles cristianos que alimentan las iglesias y la religión, ¿cómo es posible que los sacerdotes, sin cometer crimen, autoricen la matanza de criaturas, sabedores de que comete pecado (crimen) el matador de un semejante? De pensar es que el sacerdote autoriza que el pecador peque porque lleva en ese pecado su ganancia, pues los beneficios que alcance con la guerra el cristiano guerrero, pasarán a la iglesia a que pertenezca. Pilatos obró más limpiamente.

(9) Y del Estado, y de la Organización y del Partido, ya que todos cobran igual por ser movidos por las mismas ideas-sentimiento.

(10) El nazismo estimula a la delación de hijos a padres y de padres a hijos; el comunismo lo estimula y lo premia. Pero todos los grupos religiosos hacen lo mismo. He presenciado abominables casos en los que el delator ha sido vitoreado como un héroe. ¿No habrá relación entre delación y confesión?

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