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LO HUMANO Y LO SAGRADO
Segunda parte
Cuando el hombre habla o escribe, debe hacerlo con palabras que el hablador o el escritor encienda con luz suya, que será alimentada por la intención y el anhelo de alumbrar el camino por donde anda su desvalido hermano. Porque no es humana la palabra que no escribe o pronuncia un humano con objeto de que vuele a otro humano para ayudarlo y consolarlo, y carece de luz de humanidad toda palabra pronunciada o escrita por un ser que no sea humano, por uno que se haya despojado de sus mejores y más nobles atributos de hombría.
Decía Juan de la Cruz que para ir a Dios hace falta vaciarse de todo contenido humano, de modo que el que se vacía de ese contenido, el que se queda sin la parte de humanidad que le correspondió, el que por renuncia a ser hombre pierde su condición humana, es el único que, según el santo, puede ir a Dios, por no albergar ya en él ni pensamientos ni sentimientos del hombre ni hacia el hombre.
No es preciso gran esfuerzo imaginativo para darse cuenta de ese proceso de desasimilación que lleva a otro de asimilación, y menos cuando hagamos nuestra la clara y precisa definición que de asimilar nos ofrece Roque Barcia.
Asimilarse -nos dice el sabio lingüista- envuelve la idea de transformación, de tal manera, que perdemos la substancia y la forma que teníamos, para ser parte de otra substancia y de otra forma. No perdemos nuestro principio, porque los principios no se pueden perder; pero lo adherimos a un principio ajeno, y nosotros quedamos sin el carácter o representación que nos comunica el principio propio.
Me asimilo a Fulano quiere decir que me fundo en él, que adhiero mi existencia a la suya; de modo que él es su existencia y la mía. No soy naturaleza propia, sino naturaleza asimilada.
Este proceso de asimilación a Dios por desasimilación de la persona humana, fue el que hizo San Juan de la Cruz: se despojó, sé arrancó y tiró al arroyo cuanto tenía de humano, y ya vacío, pretendió fundirse con Dios, creyendo por ello haberse hecho ya divino.
Ese trabajo de desasimilación por arrancamiento, por extirpación de lo humano, es el que se realiza con los jóvenes en los semimirios católicos, asimilándolos a Dios (a este trabajo de descuaje de la personalidad humana le llaman los comunistas lavado de cerebro), de modo que cuando abandonan sus estudios y salen de allí ungidos sacerdOteS, se consideran a sí mismos sagrados, no humanos.
Lo humano es lo profano, lo que se queda fuera del templo, lo que con su aliento profana lo sagrado, porque es luciferiano, y como no sirve a los usos sagrados, se le desprecia, pues, según los sacer, el hombre, el humano, el profano debe servirles a ellos, a los sin pecado, y por servirlos se entiende también que debe pagarles un tributo, y en ese obligatorio y religioso deber tuvo su origen el también obligatorio pago a la Iglesia de los diezmos y primicias, que todavía se mantiene en uso en algunos lugares.
Esto nos habla de dos mundos, no sólo diferentes, sino contrarios: un mundo de seres que consumen riqueza sin crearla, un mundo de parásitos, y otro mundo de hombres activos y creadores que no pueden consumir por no tener. De modo, y es cosa clara, que las cargas que los que trabajan tienen que soportar al alimentar y vestir y proporcionar casa a los que nada crean, empobrecen a los creadores, resultando que el Vaticano, cuyos habitantes no crean nada, es una de las instituciones más ricas del planeta, en tanto que la humanidad trabajadora, que alimenta a millones de parásitos, vive en escasez, en penuria, en agobio.
¿Quién puede arreglar esto? ¿Quién puede nivelar este tremendo desnivel humano? ¿La Iglesia? ¿Los parásitos que a su sombra medran? ...
Y no se tomen mis palabras con recelo, como si llevasen en su entraña intención de descrédito; tómense como palabras de luz, como palabras luminosas, pues mi intención es la de que sirvan para alumbrar los caminos por donde andan a oscuras y sin pan mis hermanos profanos, mis hermanos humanos, los que van por la vida creando riqueza y no la disfrutan.
¿Palabras de un anarquista? Todas las palabras de luz son anarquistas, como lo son también todas las que se escriben y pronuncian en pureza, y no lo son las palabras religiosas, porque no son humanos los que las escriben o pronuncian. Por eso, aquéllas, las de los hombres, las de los humanos, huelen a libertad, y las otras, las de los sacer, huelen a tiranía, pues la libertad no se siembra ni se cría en las iglesias, ni en los conventos, ni en el Vaticano, porque allí se exige a todos obediencia ciega. Y ésa es la sima que separa a humanos y a religiosos. De ahí que el anarquista, sin importarle que los sacer le odien, no sólo no se arranca lo que en él hay de humano, sino que lo cultiva, diciéndoles a sus hermanos en humanidad que se cultiven con el objeto de alcanzar la hombría para no aceptar ni tolerar que unos les laven el cerebro, y otros les roben o truequen o cambien su propia naturaleza.
Para dolor de mi corazón he presenciado la estancia en Colombia de Paulo VI. Y me alegro de que me la haya hecho presente la telivisión, porque vista personalmente, sobre el mismo terreno, me hubiera abochornado y así sólo he sentido la vergüenza de que un hermano mío, el Papa, se haya prestado a tan torpes actos de histrionismo arlequinesco, yendo de aquí para allá, de un escenario tosco y malamente preparado a otro escenario peor, cambiándose de vestimentas por el camino como se cambian los cómicos de la legua.
Y conste que al Papa Paulo VI yo lo respeto como a un hermano que vive en mi misma casa planetaria, lo que no me prohibe, más bien me obliga, a que le haga saber lo que pienso y siento de cuanto él hace o dice, sobre todo cuando se dirige a mis hermanos los hombres, entre los cuales me cuento, pues al replicarle, lo trato de tú a tú, como a un hermano, porque en el hogar nuestro no existen jerarquías, pues de admitirlas tendría que ser yo el jerarca por ser el hombre, el que conserva todos sus atributos, puesto que mi hermano se vació de ellos, como Juan de la Cruz, para poder dirigirse, ya sin trabas humanas, más fácilmente a Dios.
Todavía no me explico a qué ha venido mi hermano Paulo VI a Colombia, como no haya sido a evangelizar, pues comprueba que el mundo humano se le escapa de las manos y quiere retenerlo. Aunque para evangelizar no necesitaba hacer ese tan costoso viaje, que ha empobrecido, más de lo que estaban, a las gentes de Colombia, porque le habían precedido más de doscientos religiosos entre cardenales, arzobispos y obispos evangelizadores.
Mas haya sido la intención del viaje política o religiosa, la vergüenza sufrida por su inmodestia y su teatralería no me la quita nadie, pues sabiendo que la modestia consiste en evitar la notoriedad, en sustraerse a la curiosidad y en ocultar el mérito, mi hermano Paulo VI parece que se hubiera complacido en excitar la notoriedad, en provocar la curiosidad y en hacer ostentosa gala de sus méritos, exhibiéndose de tan aparatosa y teatral manera al oficiar de dómine, como si los colombianos no supieran lo que les conviene, que ha dado lugar a que los hombres sencillos y honrados lo consideren como un hombre carente de las virtudes de la modestia. Pero no sólo falta de modestia ha demostrado mi hermano Papa en su viaje a Colombia, sino exceso de vanidad, porque parecería que sólo el deseo de exhibición lo había traído a América.
Comprendo -y comprender no es disculpar- que por su posición en medio del fausto que, para conservarlo exige obediencia ciega de quienes lo sirven y alimentan, mi hermano Papa, que vive entre lisonjas, se halle expuesto a sufrir de engreimiento por llegar a creerse, por falta de humanidad, una especie de dios terrestre, y ese engreimiento no permite que nazca en él la virtud de la modestia, que es virtud humana.
En los muchos discursos que ha pronunciado -sin fe, sin llama, sin son humano, sin pasión de humanidad, y sí protocolares, frios, severos, de dómine- ha hablado, haciendo siempre gala de sapiencia, de cambios de estructuras sociales, y como estructura es solamente armazón, forma, costra, piel o pellejo que cubre a un organismo, y él ignora cómo viven y penan los que se hallan envueltos en esos organismos sociales, en los que más que cambiar la costra hace falta que se cambie al hombre, sus consejos de cambio -interesados cambios religiosos, nunca beneficiosos cambios humanos- han caído en el vacío, porque los que andan descalzos saben que desconoce sus dolores quien, como un dios, es llevado en andas y bajo palio, y los fieles de su iglesia que andan bien calzados, se niegan a dar a nadie sus zapatos, aunque se lo ordene mi hermano el Papa, pues ellos gritan, y sus razones han detener, que más que ordenar que los demás regalen, debe empezar él por regalar, ya que mucho le sobra.
Sabios como son en argucias, cuando en Bogotá han hablado de violencia, los hombres sagrados han condenado la violencia de los otros, pero dejando entrever que hay una violencia justa, la que se emplea contra el que tiraniza a la Iglesia. De ahí que en la Conferencia del Episcopado, el cardenal Landázuri haya declarado: Aún podemos salvar al Continente, debiendo entender por salvación la de evangelizarlo, agregando los sacerdotes en la misma conferencia que es justa la violencia de los oprimidos, como si no hubiera sido siempre la Iglesia la capitana de la opresión.
Pero quien ha explicado bien claramente la idea de sumisión, de asimilación a ella, es Rodrigo Llanos San Millán al decir: No hay posibilidad auténtica de amor humano, si atrás del tú con minúscula no está el Tú con mayúscula, o sea que el tú con minúscula somos los humanos y el Tú con mayúscula es la Iglesia. Agregando para dar más claridad y fuerza a su idea de evangelizadora sumisión: ... para que haya paz entre todos los pueblos y todos los hombres necesitamos participar con plenitud en la liturgia, fuerza de donde mana la fuerza vital de la Iglesia, necesitamos transformarnos en Cristo ... O sea que sin que nos deshumanicemos, sin que vacíos de todo contenido humano vayamos a Cristo, sometiéndonos a los dictados de sus representantes en la tierra, no habrá paz en nuestra casa.
Vemos, pues, que mi hermano el Papa, con todos sus deshumanizados ministros, cardenales, arzobispos y obispos, no buscan mejorar los caminos del mundo humano para que por ellos vayan hacia su felicidad los desvalidos, sino que su honda preocupación es la del destino de su Iglesia, amenazada de quiebra por falta de fieles. Y a reforzarla y a someternos ha venido mi hermano el Papa a América. Porque no trae la paz, sino la guerra, ya que, aun disfrazado de humilde, es un guerrero. Por eso, los hombres de América deben prevenirse contra esta incursión de los deshumanizados en nuestras tierras.
Porque, tengámoslo muy presente, hay dos mundos. Uno el de los que se creen pertenecer al mundo de Dios, que disponen de la riqueza y ofrecen tiranía, y otro el de los que no tienen ni pan ni paz. Uno, el de los religiosos; otro, el de los humanos.
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