Índice de Anarquismo de Miguel Gimenez IgualadaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

AFIRMACIÓN

En cada hombre hay algo que ningún otro ve ni verá nunca: ni los que vivieron con él en comunión de pan, ni los que desde afuera trataron de zahondar en su vida, ni los que pudieron amarlo y no le amaron, ni los que por no poder quererle lo aborrecieron. Sin embargo, con ese algo virginal y mío voy dibujando este libro en el que va quedando, aunque escondida en su entraña, bien impresa mi vida, la vean o no la vean los que conmigo vivieron, los que no pudieron o no quisieron quererme y los que me quisieron, que no siempre el querer anda por la vida con los ojos abiertos. Lo que sí digo a todos es que al escribir el libro y al imprimir en él mi vida, no lo hice para resaltar mis virtudes y menos todavía para deslustrar las de quienes no compartieron conmigo ni mi sal ni mi idea, pues cuando critico al violento lo hago solamente para pedirle que no dispare su arma, ya que al alcance de sus dardos pasa una criatura inocente que podría ser muerta o herida. De ahí que mi crítica no sea nunca censura, sino siempre ruego.

Por eso, pasito a paso, si bien contento y satisfecho, he llegado hasta aquí, pues buscaba una explanada en la que, sin obstáculos de visibilidad y a cielo abierto, pudiera tender o extender las experiencias que durante mi largo caminar fui extrayendo de las cosas de los hombres, de los hombres y de la vida que fui viviendo a su lado o que fui sufriendo cuando no fueron lo buenos ni lo libres que yo deseaba y esperaba. Así, bien extendidas, podré estudiarlas con más detenimiento, formándome de ellas un más acabado juicio del que me había formado.

Confieso que los paisajes a que presté más atención fueron todos morales, vale decir que se referían a modos de proceder, a estilos de vivir, a maneras de ser y de actuar de aquellos hombres que traían en sus manos mandamientos que ofrecían a las gentes sencillas como si fueran panacea que había de curar sus llagas, sus dolores y sus miserias. Y porque en esos mandamientos se habla de proceder -y eso es la moral-, quiero hurgar en los diferentes procederes a que obligan los diferentes mandamientos que, como observé y diré, no son de libertad, que tanto necesita nuestro hermano hombre.

Y como analizar es descomponer metódicamente un todo en sus partes, estudiando cada una de ellas en particular para conocerlo mejor -y el análisis es el mismo cuando se trata de un cuerpo físico que de una idea o un conjunto de ellas-, será tan bueno como útil comparar algunas palabras que no teniendo parentesco alguno entre sí, se esfuerzan no pocos en presentárnoslas como hermanas gemelas, quiero decir, como sinónimas, lo que da lugar a que sea oscuro lo que se pretendió que fuera tan claro como luz meridiana. Esa confusión ocurre, por ejemplo, con socialista y anarquista, libertario y anarquista, comunismo libertario y anarquismo, anarco-sindicalismo y anarquismo, aunque existen otras varias que carecen en absoluto no sólo de igualdad en su significado -no hay en nuestra lengua dos palabras que expresen justamente la misma idea-, pero ni aun de parentesco o sinonimia.

Tal sucede con anarquismo y socialismo, siendo, no extraño, sí lógico, que el socialista no quiera ser llamado nunca anarquista -tiene de él la idea que aprendió en los diccionarios-, en tanto que algunos anarquistas se llaman indistintamente socialistas o anarquistas, sucediéndoles con ello como a aquel campesino que nombrándose Juan se hacía llamar Pedro, por lo que no contestaba cuando alguno lo llamaba por su nombre, pero se hacía presente cuando lo nombraban con el postizo, lo que daba lugar a que lo rechazasen los Juanes por no querer ser llamado como ellos, y los Pedros porque en realidad no pertenecía a su círculo, no sabiendo ya sus paisanos a ciencia cierta si su vecino era Juan o era Pedro, pareciéndoles que, por falta de nombre seguro y claro no era ni uno ni otro, ya que se le veía frecuentemente en compañía de los Jacintos.

Que el socialista no quiera llamarse anarquista es tan deseable como natural, pues apeteciendo el gobierno de sus congéneres, no puede decir que no lo quiere porque se quedaría sin él, dando lugar a que el engaño en que había querido envolver a sus amigos y camaradas lo envolviera a él, quedándose sin gobierno, sin camaradas y sin nombre, que era lo peor que le podía pasar; pero lo no natural, lo extraño es que el anarquista, que dice no querer gobernar, se llame socialista, ya que el socialismo es exacerbado apetito de gobierno. Y él lo sabe y conoce. Siempre que empiezo a escribir sobre anarquismo, salta una pregunta de mis labios, pregunta que yo mismo he de contestarme, porque quien escribe es como si estuviera tejiendo un soliloquio. Y la pregunta es ésta: para hablar de anarquía ¿es preciso sentirse. anarquista, es decir, tener y mantener un profundo y emocional sentimiento anárquico? Y siempre también, después de hacerme la pregunta y recapacitar sobre ella, me cntesto que sí: para hablar de anarquismo es necesario saberse anarquista, sentirse anarquista. Porque si un mahometano activo, valga el ejemplo, no puede hablar de catolicismo sin que la religión católica sea desvirtuada, cuando uno de esos anarquistas que hoy se llama Juan y mañana Pedro, habla de anarquismo, preciso es pesar y medir bien sus palabras, porque de suponer es que en el camino que va hacia la libertad el anarquista verdadero ha andado mucho más, y de ese trecho que el anarquista-socialista no anduvo; no puede hablar con conocimiento de causa, o sea que no puede. dar a conocer experiencias que no obtuvo ni sentimientos que no vivió ni gozó. Porque la anarquía se siente y se goza, y ese sentir y ese gozar son como el resumen de su valoración. Y por esa valoración que a sí mismo se concede, el anarquista que tiene por nombre Juan, se llama siempre Juan, por lo que, con razón, dudan los hombres del que hoy se llama Juan y mañana Pedro, o sea, hoy anarquista y mañana socialista y viceversa.

Con estos actos de negación de nombre, que presencio todos los días, y en virtud de los últimos aconteceres que han tenido lugar en mi conciencia, he necesitado preguntarme: ¿existe en el hombre cabal, en todo hombre cabal, un noble y justo y necesario sentimiento de libertad? Si existe, la libertad no es una mera expresión ni aun sólo un pensamiento, sino algo esencial, substancial, propio, sentimental, carnal e intelectual del sujeto. y siendo así, como realmente es, puedo afirmar que ese sentimiento gemelo, éste sí, del sentimiento moral, el hombre cabal los hermana en su mente para regular u ordenar su conducta, dando como resultado que según sea la exuberancia y fertilidad de esos sentimientos, el individuo acuse una personalidad anárquica más o menos rica, más o menos oscilante, más o menos floja.

Y continúo preguntándome: de esos sentimentos que, apenas nacidos, se transforman en juicios, ¿toma la conciencia parte directa en ellós, no ya únicamente para darles forma y poder expresarlos, sino también para vivirlos, entendiendo que un sentimiento Se vive cuando, por imprimirle movilidad, el hombre lo convierte en acto? (Y téngase en cuenta que esos sentimientos no los toma el hombre de la naturaleza, que es a-sentimental, sino que los crea el individuo por tener facultad para ello).

Estas preguntas que me hago en soledad, bueno ha de ser que las repita aquí en voz alta, pues si debo contestármelas, espero, y esto es muy importante, que los lectores sean tan amables que me ayuden a encontrar para ellas la contestación adecuada y justa, pues todos hablamos mucho de libertad, notando con alegría que nacen en las mentes muchos deseos de ensanchamiento de los valores personales, aunque también con tristeza de ver que se usan disfraces bajo los cuales se ocultan ansias dictatoriales contra las personas, prohibiéndoles hablar libremente y hasta que vivan en libertad. Y sabido es que el sentimiento de libertad que el hombre crea y alberga, lleva implícita la necesidad de que se actúe, de que se transforme en acto, de que se viva, cometiendo delito de humanidad los que se oponen a ello de algún modo o manera. Yo no digo ni quiero decir que ciertos anarquistas, que hoy se llaman Juanes y mañana Pedros, entiendan o no entiendan lo que anarquismo sea, que eso del entender es cosa de cada quien; lo que sí afirmo es que su interpretación aunque sea anárquica por aquello de que cada uno es libre, si su voluntad y su mente se lo permiten, de interpretar las cosas como le dé la gana; lo que sí digo es que su anarquismo no es anarquismo. Y esto de que lo que es no es, merece explicación que sea satisfactoria y clara.

Si el anarquista no puede, sin borrarse el nombre, ejercer dominio (gobierno) sobre su semejante, bien queriendo obligarlo a pensar de diferente manera a como piensa o a obrar de modo diferente a como obra, el que ejerce dominio (gobierno) sobre otro, no es anarquista, aunque se lo llame, o deja de serlo aunque hasta entonces lo hubiera sido, porque cuando acepta que an-arquía es no-gobierno, no ha de referirse solamente a la desaparición o no existencia del gobierno de un pueblo, cosa no muy fácil de lograr en tanto vivan en él hombres que apetezcan gobernar y hombres que permitan ser gobernados; se refiere primordialmente al hecho de prometerse a sí mismo que no ejercerá dominio sobre otro, tordendo su voluntad para que piense o ejecute actos que no le agraden. Ese acto de respeto hacia el hombre es siempre individual, de individuo a individuo, de hombre a hombre, de criatura humana a criatura humana, considerando el que así piensa y obra, que por extensión y aumento de las personalidades morales que respeten a sus semejantes, puede llegarse a un entendimiento cordial y libre entre los hombres, única forma de establecer voluntaria y firmemente una convivencia armoniosa entre las criaturas de nuestro linaje. Y eso, sólo eso tan sencillo y difícil es anarquismo. No es sistema de vida, creado por los ideólogos para que a él se sometan los hombres, lo que sería tiranía; es trato afable y respetuoso, libertad de pensar, obrar y tener, evitando pregonar a toque de tambores el sofisma de que la propiedad es un robo, pues si no es propietario el hombre, ha de serlo el gobierno, y eso es socialismo, antes bien gritando a pulmón lleno que comete crimen contra sí mismo el que no se hace propietario de lo que necesita, pues si lo del robo es en sí coacción moral contra los que apetecen mantenerse honrados, lo segundo es estímulo para que el individuo trabaje para él, proporcionándose pan para sus hijos sin tenerlo que pedir a nadie. El hincapié que sin cansancio debe hacer el anarquista es el de que nadie debe explotar a nadie, ningún hombre a ningún hombre, porque esa no-explotación llevaría consigo la limitación de la propiedad a las necesidades individuales. Ahora bien, a la vez que se lanzaba al aire la idea de que nadie explote a nadie, se gritaría en calles, plazas y campos su complementaria: la de que ningún hombre trabaje para otro, la de que ninguna criatura humana permita ser explotada por otra; de modo que si unos hombres iban desarrollando en sí la idea moral -sentimiento más bien- de no ser explotadores, paralela a ella iba creciendo otra idea de dignidad humana por la que el hombre se sentía tan elevado, que no aceptaba ser tratado por nadie como animal de trabajo y de carga. Allá los que se asocien con otros, ya que hay trabajos que no pueden ser llevados a feliz término por un hombre solo; allá también los que, solos, completamente solos, arreglen su vida para vivir, como Diógenes, en total libertad. Lo principal, lo esencial y fundamental para el anarquista, hombre extraordinariamente moral, es que la propiedad no les sirva a unos para esclavizar a otros. (Y de la propiedad en colectividad y en comunismo libertario hablaré más adelante).

La tarea del anarquista es, pues, la de respetar a su prójimo en su manera de pensar y, por consiguiente, de ser y de vivir. Y viene a pelo citar aquella frase -qué frase, pensamiento, y mayúsculo, ya que es tan amplio como una enciclopedia-: No deseo llevar la convicción, sino despertar la duda. Me complace que vuestro intelecto siga funcionando después del mío, aunque sea contra el mío, fruto, y bien maduro, del cerebro de Rafael Barrett, el hombre que huyendo de la civilización europea, se refugió entre las tribus guaraníes que pueblan el Paraguay para bañarse en las aguas vírgenes de la cultura. Porque civilización y cultura no son hermanas gemelas, ni aun sinónimas las palabras con que se nombran.

Y escribo, más para los que mantienen viva la idea de que anarquía es caos, como les dicen los diccionarios, que para los que saben que anarquía es orden, el único orden hasta ahora posible en el mundo, porque el desorden, el caos, los producen o desatan los que dicen sentir horror a la anarquía, aunque, bien mirado, desde que el mundo es mundo y el gobierno existe, no hubo jamás orden en la Tierra, y no precisamente porque fueran culpables de ello los anarquistas, sino porque lo fueron los que impusieron su orden.

(Si hoy, primeros días de junio de 1968, tendemos nuestra mirada al mundo, veremos quiénes son los que en nuestra casa promueven desórdenes, ya que parece que el planeta va a estallar en pedazos. Y frente a tal desenfreno y barbarie, los anarquistas, que no intervienen en esas locuras, sienten y sufren).

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