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CONFUSIÓN
Dicen los diccionarios que anarquía es desorden, cxonfusión, desconcierto, incoherencia, barullo, caos. Pero como ése es el espectáculo que hoy ofrece el mundo y los promotores y actores no son anarquistas, sino presidentes de naciones, reyes, jefes de religiones, generales, ministros, filósofos, ideólogos, y muchos otros etcétera, a ese desorden, a ese desconcierto y a esa confusión no puede llamársele con propiedad anarquismo, sino gobiernismo, porque los que han llevado el mundo a esta ruina moral, colocando a los hombres al borde de la locura, son gentes de gobierno, o sea que fueron ellos los que guiaron a los pueblos dándoles normas y leyes por los que debían regirse y se eligieron, y siendo así, como así es, podría definirse a ese gobiernismo, que es el nombre que mejor le cuadra, ya que gubernamentalismo es palabra elegante y sabia, como promotor de desórdenes, desconciertos, desmanes, incoherencias y confusiones que mantienen a los hombres en una terrible situación de nerviosidad y crimen. Y si gobiernismo es todo eso, y los gobernantes fueron los definidores de anarquía, se puede asegurar con la lógica en la mano, que lo hicieron para tapar sus fallas, desviando la atención de las gentes al achacar a los anarquistas lo que ellos hacen. Así podemos decir nosotros ahora, descubierto su juego, que gobierno es desorden, desequilibrio, inmoralidad y caos, en tanto que anarquía es todo lo contrario: orden, equilibrio, moral, claridad, porque el anarquista es el creador de la moral del respeto y de la tolerancia, sin los cuales no es posible la convivencia armoniosa entre las criaturas de nuestro linaje.
Porque todo esto lo sabían los griegos que vivieron antes de Cristo, crearon la palabra anarquía, porque se hallaban, como nosotros hoy, necesitados de ella, pues si han cambiado los tiempos, no los procederes de los gobernantes, ya que los modos y maneras que emplean, no dejando a nadie ni en paz ni en sosiego, se parecen como una gota a otra gota a los que empleaban sus antecesores.
Claro que la invención de la palabra significaba más que protesta contra aquellos males, determinación formal de no ser como aquellos perniciosos coaccionadores eran, de no actuar como ellos actuaban y vivían, lo que dio como resultado no sólo un atisbo de moral nueva, sino visión clara de hombre nuevo. Y el hombre nuevo fue ayer, como lo es hoy, un estorbo para los que gobieran, porque su incorruptible moral fue y es una muda pero permanente acusación contra los inmorales. ¿Cómo no utilizar contra aquellos primeros anarquistas el desprestigio? ¿Y cómo no valerse hoy de las mismas armas, echando mano de la calumnia y culpando a los anarquistas de los males que ellos cometen?
La situación actual del mundo, hija de otras anteriores que se perpetuaron, por herencia, a través de los milenios, no tiene enmienda, o, mejor, corrección ni remedio, pues todos los remiendos que se le pusieron a otras anteriores parecidas a ésta, no les sirvieron, habiendo sido más bien contraproducentes, ya que si no agravaron el mal, lo estabilizaron, lo hicieron crónico, pues si en los tiempos antiguos existía la esclavitud, viviendo los filósofos, los poetas y los sabios como asalariados, cuando no como esclavos, los sabios y los filósofos y los poetas de hoy viven, igual que los de ayer, a sueldo de los actuales poderosos y como esclavos de los que por tener el poder en sus manos, disponen también de la riqueza, que poder y riqueza anduvieron siempre de la mano, sucediendo no pocas veces que para que no hablen en favor de las clases jornaleras, que éstas sí que no tienen ni pan, ni casa, ni libertad, viviendo en verdadero estado de esclavitud, los poderosos pagan, como a empleados suyos, a los filósofos y a los sabios para que se callen.
Si buceamos en la historia, veremos que el mal fue siempre continuado, de modo que los que parecieron cambios, fueron sólo remiendos, parches para que el gobierno continuara; así el parche último, que fue el del comunismo, trajo las últimas catástrofes, de las que todavía no hemos salido, porque esto presente es producto de todo lo anterior.
Y no sirve de nada quejarse, sino poner manos a la obra para cambiar, no la vida, cosa imposible, sí las maneras de convivir los hombres, cosa más fácil a poco que ellos quieran. O sea, que si el gobiernismo falló después de miles y miles de años de prueba, esforzarse para que el gobiernismo desaparezca, dando paso a algo más noble y moral que no sea imposición de un hombre a otro, porque esas imposiciones, todas dolorosas para quienes las sufren, dejan en las mentes rencores que un día estallan en venganzas sangrientas.
Para evitarlas es necesario pensar en un cambio radical y profundo ante el rotundo fracaso del régimen gubernamental, y pensar, no a la ligera, sino con conciencia, porque va en él la tranquilidad y el bienestar de los habitantes del planeta.
De los cuatro puntos cardinales nos llegan voces gritando que el capitalismo y el comunismo han fracasado -el capitalismo es sólo el efecto del gobierno; desaparecido el gobierno, el capitalismo cae de su pedestal vertiginosamente- (1); pero no se escucha un juicio sereno acerca de lo que es necesario que los hombres preparen. Y no se escucha porque no está en las mentes, y si acaso estuviera, no asoma a los labios. Los más atrevidos hablan de una nueva concepción de la sociedad, de una nueva estructuración de ella, sin pensar que una nueva sociedad llevaría consigo, como obligatoria, la creación de un nuevo derecho y que han sido precisamente los llamados hombres de derecho, que fueron y son a la vez hombres de gobierno, los que han llevado el mundo humano a la situación presente de desequilibrio moral en que se halla, habiendo perdido el hombre el respeto a su hermano hombre (2).
La democracia, bello sueño de gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, fue un rotundo fracaso, porque adueñados unos cuantos demócratas profesionales de la dirección de la cosa pública, las gentes del pueblo bajo no intervinieron jamás en su funcionamiento, y si no intervinieron, no la dirigieron, y si no la dirigieron, no la gozaron. El goce y el gozo fueron para los que salieron de las universidades preparados para dirigir, pues los que viven de su trabajo tuvieron que conformase con hacer frente a las onerosas cargas de la administración demócrata con paciencia aunque a regañadientes. De modo que si la democracia fracasó, no se debió a las gentes sumisas que trabajaron, votaron y pagaron, sino a los gobernantes profesionales que oficiaron siempre de esquilmadores.
Igualmente ha fracasado el comunismo, sufrido por el mundo laborioso con las funestas encarnaciones de Lenin, Trotzky, Stalin y Mao, y hasta el socialismo, del que fueron intérpretes a su modo Hitler y Mussolini, que llenaron el planeta de horror, siendo posible todo ello porque el socialismo es un teocratismo que considera el Estado como inmisericorde dios terrestre al que debe someterse la voluntad del hombre. Fracasaron, pues, todos los regímenes de sometimiento y violencia, porque se desconoció siempre al hombre como ser determinante de su vida, concediéndose valor, en cambio, a la institución, al molde en el que se le obligó a vivir.
Como un gran hallazgo, o un buen remiendo, trajo el socialismo a la palestra la idea de planeación o planificación de la vida, sosteniendo que no hay edificación posible sin un plan previo al que hayan de someterse las obras a ejecutar, y todos esos planeamientos, trazados en el papel por comunistas o comunizantes, por socialistas o socializantes, unos fracasaron y otros se hallan en vías de fracaso, porque esos planes, trazados por hombres de gobierno totalmente deshumanizados, se engendraron fríamente por economistas sin tener en cuenta a los hombres que habían de llevarlos a la práctica, y como esos comunistas-socialistas tienen más en cuenta a la institución que a quienes producen riqueza, su in-humanismo dio como resultado que no salvaron a las instituciones, pero sí esclavizaron al hombre, por lo que éste, como mejor pudo y supo, conspiró contra el plan que le mortificaba, y lo hizo abortar. De modo que esas nacionalizaciones de grandes empresas industriales, que en sí son socializaciones, ninguna marcha bien por lo que los gobiernos que las planearon deben estar cubriendo sus déficit, aunque, bien mirado, quienes los pagan son los que trabajan, pues los gobernantes crean leyes, pero no riqueza.
El carro del Estado esta, pues, en un atolladero, y no hay carretero ni tiro de mulas que lo desatasque.
Notas
(1) Lo que llamamos capitalismo no es otra cosa que el producto del Estado, dentro del cual lo único que se cultiva es la ganancia, bien o mal habida. Luchar, pues, contra el capitalismo es tarea inútil, porque sea Capitalismo de Estado o Capitalismo de Empresa, mientras el Gobier" no exista, existirá el capital que explota. La lucha, pero de conciencias, es contra el Estado.
(2) Mala es la situación presente, no cabe duda, pero quien sepa escudriñar y ver y gustar encontrará, en ciencia y en arte y en moral, cosas que merecen ser mantenidas y admiradas en este nuestro mundo. Porque cuando hablamos de corrupción de las costumbres, nos referimos a las que ensucia la política.
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