Índice de Anarquismo de Miguel Gimenez IgualadaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

EXAMEN DE CONCIENCIA

En los momentos de introspección, de concentración de meditación, de pensamiento; es decir, en los momentos de vida profunda, de honda vida de satisfacción y armonía interiores, todos nos sentimos capaces de obrar tan digna y bellamente como pensamos. ¿Por qué, pues, abandonamos nuestros pensamientos de paz para convertimos en guerreros, nuestros propósitos anárquicos para encenagarnos en el autoritarismo?

Yo sé que cuando pienso bellamente, cuando nada tengo que reprocharme en cuanto a la forma y a la intención pura de mi pensamiento -creación y dirección, en belleza-, experimento una gran alegría y un loco contento que me conmueven y abuenan. Y cuando hermané bello pensamiento y bella acción; cuando mi mente y mis manos trabajaron en armonía para dar a luz la acción magnífica; cuando cerebro y corazón, pensamiento, sentimiento y carne cincelaron la obra humana excelsa, mi cuerpo, todo mi cuerpo se llenó de un sano regocijo que me hizo experimentar el dulce gozo de lo sublime.

A esa honda emoción vital es a lo que yo llamo sentimiento anárquico, del que se deriva la conducta anarquista: mente, corazón, palabra y obra en perfecta coincidencia, de perfecto acuerdo. Porque hablar y no cumplir se llama engaño, y nadie debe estar más lejos de querer engañar que el hombre anarco.

La vida, nuestra vida anárquica no puede ser una mascarada, si es que no queremos aparecer como fantoches en esta tragi-comedia autoritaria, afirmando hoy lo que ayer negamos y volveremos a afirmar mañana para negar más tarde. Nosotros debemos dar a la vida humana, a la nuestra, un nuevo y mayor realce, que será tanto como crear un nuevo elemento, un nuevo valor, y no podremos imprimirle nuevo sello, el de nuestra hombría, si en nosotros no hay conducta: ser como decimos ser; obrar como decimos que debe obrarse.

Es que para el anarquista, que debe ser el hombre por excelencia -deberemos tener como irrefutable verdad que anarquista y humano son cabalmente sinónimos-, no hay; circunstancias que le obliguen. Cuando aparecen en el ambiente que él no creó y quieren aprisionarlo, debe vencerlas. Y de ese vencimiento, de esa victoria suya contra lo circunstancial y pasajero surge su creación: el clima humano, el clima anárquico, que es en el que va a vivir su familia, la familia anarquista.

Plotino decía que el bien es la esencia del mundo, y aunque él no se refería al mundo de los hombres, sino a lo que nosotros llamamos hoy mundo religioso, tenía cierta parte de razón, porque en el mundo de las relaciones humanas el Bien es superior, éticamente considerado, a la Justicia, porque donde la Justicia, inexorable, llega al homicidio, el Bien exculpa. Aunque parezca mentira, el viejo filósofo alejandrino, que vivió 200 años antes de Cristo, estuvo más cerca de la idea armoniosa que muchos de los que se llaman anarquistas, cuya inexorabilidad y dureza los coloca en situación de crimen humano, de autoritarismo desenfrenado, pues con su idea de revolución en la mente, sus manos encuentran entretenimiento placentero en segar vidas.

Ese entretenimiento de segar vidas humanas para que triunfe el ideal revolucionario, debería movernos a meditación, colocándonos, en serenidad, frente a frente de nuestra conciencia para ver si es que nosotros, que nos consideramos campeones de libertades humanas, somos realmente lo que decimos ser. Si lo somos o lo intentamos ser; si nuestro anarquismo es un trabajo consciente y un bello sueño de que el mundo de los hombres puede y debe ser armonioso, porque en él se desarrollen las prendas personales de la nobleza y de la bondad, ese otro anarquismo que ha sido hasta ahora más bien tortura, porque torturados han vivido casi todos los que se han llamado anarquistas, tenemos que cambiarlo en flor de poesía, porque poesía es luz de los entendimientos, alegría corporal de un vivir tan bello como armonioso.

Dos posiciones diferentes indudablemente: un anarquismo revolucionario, guerrero, torturado, sin risa, que sólo ha sentido hasta ahora la alegría de morir matando, que ésos son los frutos del árbol guerrero, y un anarquismo pacífico, poético, creador de bondad, de armonía y de belleza, cultivador de la sana alegría de vivir en paz, signo de potencia y de fecundidad.

¡Cuán difícil es -aun para muchos que se llaman anarquistas- comprender (gustar con la mente, saborear con el corazón) las excelencias de una vida hermosamente anárquica! Herederos los hombres de una anterior vida tribal, entretejida con autoritarismo y barbarie, pesa sobre ellos esa herencia como losa de plomo que no les permite pensar ni les deja obrar. ¡Y es que ignoran todavía que anarquismo es creación, porque es salirse, en pensamiento y en acto, de todo lo anterior, que es bastante triste y opaco! Anarquismo es camino nuevo, ruta de luz, ascensión armoniosa y fraternal, libertad predicada, sentida y vivida. De ahí que todo el que sea desarmónico (violento, guerrero), todo el que pretenda, de algún modo o manera, dominar a uno cualquiera de sus semejantes, no sea anarquista, porque el anarquista respeta de tal modo la integridad personal de los seres humanos, que no puede hacer a ninguno esclavo de sus pensamientos para no convertirlo en instrumento suyo, en hombre-herramienta. Tenemos que hacer una clasificación entre revolucionarios violentos (guerreros) y hombres anarquistas, y tenemos que clasificarIos, porque en tanto los guerreros se valen de los hombres-herramienta para llevar a cabo sus designios autoritarios, sólo con hombre libres, con hombres-hombres, puede dejarse expedito el camino que recorrerá la humanidad en su ciclo evolutivo y ascensional hacia lo humano, o sea hacia lo armónico.

Si alguna vez dijimos -y creímos y creemos estar en lo cierto- que la Historia de la Humanidad (no de la especie) es la Historia de las nobles luchas del hombre contra la fuerza absorcionista de la tribu, el anarquismo tiene tan alta alcurnia como el primer hombre que adquirió, por un esfuerzo de su inteligencia creadora, el conocimiento de ser una unidad de valor dentro del conglomerado amorfo de la tribu. De saberlo, tendríamos que celebrarlo con una fiesta en nuestro corazón, porque con aquel primer ser con conciencia de serlo, nació no sólo la humanidad sino su hijo, el anarquismo. Así pues, los que hacen derivar el anarquismo de la Primera Internacional, organización clasista y guerrera, desconocen la vida y la historia de las nobles luchas humanas.

La Primera Internacional, que nace de una idea de conflicto entre hombres (los internacionalistas apetecen el reinado de la justicia, no la libertad del individuo), es guerra, y siendo guerra no puede brotar de ella la armonía humana, porque sus creadores no fueron armoniosos ni entre sí ni para con los demás. La Primera Internacional obrera fue combustible en la hoguera del mundo. Allí se exteriorizaron, aunque aquélla no fuera su cuna, dos conceptos infrahumanos, pues dividían a la humanidad en dos sectores antagónicos: burgueses y proletarios, herederos, por cambio de palabras, de amos y esclavos. Regimentarse en uno u otro bando en disputa y en odio para desde él declarar la guerra al enemigo, era tanto como colocarse al margen del limpio camino que la humanidad, como tal, debe recorrer hacia su ascensión, es desconocer el gran interés de armonía que siente el hombre. Por eso, todo cuanto intentó edificarse sobre aquellos dos conceptos adoleció del vicio de nulidad, pues ni con los burgueses pudo edificarse nunca nada valedero, ni con los proletarios, considerados como tales, tampoco. Con conceptos que empiezan por despojar a los hombres de sus más bellos atributos de hombría; que consideran a unos como a lobos y a otros como a víctimas, se desemboca irremisiblemente en una guerra fratricida, y con ideas exclusivistas sólo se puede conseguir que, los que se consideran víctimas se vuelvan también lobos, tratando de devorarse entre sí para ver cuál debe triunfar sobre cuál, y qué justicia debe imperar sobre el otro concepto de justicia, tomando unos y otros a los hombres como herramientas, o lo que es peor, como armas ofensivas disparadas contra el enemigo, para lograr sus planes revolucionarios. En esos contendientes, llámense como se llamen, no existe nada humano, pues si lo hubo, lo perdieron en el momento en que aceptaron una posición en la guerra, tomando en sus manos el fusil o la ametralladora. Y si no quedó nada humano en los entendimientos, no puede brotar nada humano de los corazones, ni, por lo tanto, puede crearse el clima humano, el clima anárquico, porque la guerra no la preside jamás un noble pensamiento de armonía, sino una mezquina idea de rencor, de sometimiento, de esclavitud.

Ahora bien; no puede negarse esta verdad: la guerra es la manifestación más despiadada y cruel de la barbarie, por lo que decir guerrero es igual a decir subhombre o feroz. La guerra vence, no armoniza; bestializa, no humaniza; subyuga, no redime; destruye, no crea. Y si el fruto de la guerra es la deshumanización del hombre; si el que pierde se torna esclavo, porque el que vence se convierte en amo, mal puede esperarse de ella salvadoras ideas de liberdtad, ya que es pernicioso el ejercicio de la violencia no sólo porque en los pechos de los guerreros germina el odio, que es tan desarmónico como infecundo, sino porque dirigentes y dirigidos, generales y soldados, se consideran unos a otros como herramientas de matar, perdiendo todos, por insensibilidad, por atrofia de lo más exquisito y mejor del hombre, sus sentimientos, que son sus atributos de humanidad.

Piensen los que puedan pensar, hagan examen de conciencia los que sean capaces de hacerlo y vean si por medio de actos infecundos, de locura y barbarie, puede formarse un mundo humano en el que reine la fraternidad.

Los anarquistas no pueden ser guerreros, ni aunque a la guerra se la llame revolución; los anarquistas no pueden ser clasistas. O son hombres o desaparecerán como movimiento ascensional humano.

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