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ESTILOS DE VIDA
Para desgracia de todos, posiblemente no podamos entendernos los amigos de la acción suave, clara y dulce -y a eso le llamo yo acción pacífica- y los propagadores de la acción atropelladora, oscura y violenta -y a ésta la denomino acción guerrera-, y no nos entenderemos porque unos y otros, llamémonos o no anarquistas, vivimos en los antípodas. La primera acción me suministra la idea de hermandad -en casa del hermano no se riñe-; por la segunda me represento un mundo brutal y caótico, expuestos siempre todos a ser conquistados, amenazados de dominación. Son, pues, esas dos ideas y, por lo tanto, esas dos actitudes tan contrarias como dos polos de la vida, dos rumbos diferentes, dos direcciones opuestas, dos desiguales maneras de ser y de vivir, dos estilos de vida.
Hace años sé que es más difícil hacer el bien que el mal. Hacer bien es tropezar en seguida con el sarcasmo de los que hacen mal, y el sarcasmo, al morder en las carnes, paraliza. Entonces, creyendo el débil bondadoso haber caído en ridículo, siente vergüenza de haber sido bueno, de haber sido fraterno (fecundo) y vuelve a caer en la dureza, en la brutalidad, en la infecundidad. Sí, hace muchos años sé lo fuerte y duro que es ser suave y tierno en medio de un vendaval de rencores y odios, pero también sé desde hace mucho que sólo las buenas simientes germinan y, como sembrador, elijo mi palabra, saneo mi pensamiento, purifico la idea que he de lanzar en los bancales de la vida. Muchas serán enterradas entre los pedregales del desprecio; pero un día, si alguna lleva en sí gérmenes de luz, la desenterrará algún lejano buscador de bellezas, y entonces alumbrará las rutas de la vida. Yo sé, sí, yo sé lo fuerte y duro que es predicar el bien y vivir en bondad en medio de un remolino de odios, pero también sé que si pocos, muy pocos saben crear bondad, cualquiera puede entregarse al mal, pues es más fácil llenar los caminos de espinas que sembrarlos de estrellas.
Para sembrar el bien hace falta poseer todo el poderío de una fuerza nueva y propia -fuerza humana contra la fuerza animal de la especie, fuerza ascensional contra la fuerza opresora- que estimula a acometer las más bellas y atrevidas empresas, y sólo los que llevan en sí ese germen renovador son capaces de sembrar ideas anárquicas; para sembrar el mal sólo es preciso dejarse llevar por la corriente de animalidad que envuelve al planeta. Y el anarquista nada a contracorriente, va siempre a contramano, que dijo González Pacheco, porque elige siempre el camino difícil, que es el de la bondad.
Hasta ahora el tipo humano ha estado viviendo envuelto entre las brumas de un despotismo crudo; de hoy en adelante es preciso que se despoje de todo atuendo guerrero para que aparezca como individuo humano. Y este signo, nuevo signo de nueva humanidad, el único que puede regalarlo por ser el único que puede crearlo, es el anarquista. Porque ¿qué haremos si no sabemos crear nueva savia para dar al mundo no ya la sensación, sino el contentamiento de una nueva esperanza de vivir en alegría que sea como esencia de una nueva vida? Si no traemos nuevos compuestos éticos; si no trazamos nuevo norte a nuestras vidas; si no somos capaces de descubrir las leyes de la armonía humana, y si no existieran, no nos sentimos con fuerzas para crearlas; si, en fin, no nacemos a una nueva luz, viviendo como nadie vive ni vivió, creando un estilo de vivir como nadie antes que nosotros lo creó, nuestras vidas serán infecundas, arrastrándolas penosamente por los caminos donde se apretujan las caravanas llorosas que sufren ultrajes.
Todos los que nos antecedieron y aun todos los que viven a nuestro lado hicieron arma de la palabra; nosotros, que no queremos ser como ellos fueron ni como ellos son, debemos hacer de ella y con ella armonía y música. Pero debemos hacer con nuestra palabra armonía y música, porque, sin esfuerzo, broten la armonía y la música de nuestros corazones.
Cada uno usa el lenguaje dándole el tono que él tiene, así la prostituta habla obscenamente, el ladrón como una ganzúa, el falsificador artificiosamente, el embaucador valiéndose de falso halago, el revolucionario tronando, ya que parece tormenta, y si nosotros queremos ser y decimos ser lo que los demás no son, amorosos y honrados, amor y honradez destilarán nuestras palabras, sabiendo quien nos escuche que decimos lo que pensamos y sentimos porque desterramos de nosotros toda hipocresía, pues vivimos cual predicamos porque ajustamos nuestro pensamiento a nuestra conducta.
Verdad es que ser bueno, o sea tener un estilo de vida bello y armonioso, es tanto como ser héroe, pero héroe silencioso que nadie aplaude, sino que, al contrario, todos censuran y escarnecen; pero llamarse anarquista, que es tanto como ostentar un nombre limpio, obliga a la honradez y a la limpieza. Hay un heroísmo, conocido de pocos, practicado por menos, que vive en la soledad de las conciencias sin trascender al mundo. Ese heroísmo es el de la bondad, el de hacer el bien oscura y silenciosamente, y consiste en ser humilde entre los soberbios, noble entre los indignos, valeroso entre los valientes, bueno entre los malvados, libre entre los déspotas, luminoso entre los protervos. Ese heroísmo, que se mantiene enhiesto entre las más recias tormentas del desamor y que abatido mil veces resurge otras mil -el único heroísmo porque en él no entran como componentes ni la vanidad ni el premio-, es superior a todos los otros heroísmos, porque el héroe que, enloquecido de furor, mata por haber sido arrastrado por impulsos animales, no puede compararse al que, en silencio, a escondidas, pero tesoneramente realiza la gran proeza humana -la única gran proeza humana- de sembrar el bien. Valentía, sólo valentía, quizás temeraria, necesita el que en la batalla destroza y aniquila a un su semejante para salvar una idea de dios, de partido, de secta, de patria o de sindicato; pero valor, mucho valor, el especial valor que presta el especial temple de la hombría, es necesario para no contestar al salivazo del odio con otro salivazo, a una infamia con otra infamia.
Sabe el héroe, el héroe del bien, el héroe anárquico, que no es contestando al odio con el odio, a la brutalidad con la brutalidad y a la infamia con la infamia como llegará nuestra especie a ser humanidad y la humanidad a vivir en armonía, y él, que es reflexivo, y sabe que la bondad es serena y no tempestuosa, amorosamente siembra amor aun en medio de las mayores tempestades que desencadenan los fanatismos, las incomprensiones y los odios, porque desea, allá, en lo mejor y más puro de su conciencia, que los hombres, sus hermanos, vivan en el respeto, sin el cual no es posible la paz.
Los héroes de las batallas matan para que su deidad viva; los héroes anarquistas mueren no pocas veces para que otras criaturas vivan felices. Aquéllos, entregados con frenesí al furor del mal, transmutan sus facciones humanas en gesto feroz, siniestra llamarada de fuego que aniquila y devora; éstos, los silenciosos, bondadosos y humanos, iluminan sus labios con una sonrisa, sabedores de que el mundo está más necesitado de la luz de las mentes serenas que de la hercúlea fuerza del antropoide.
Créanlo o no lo crean los partidarios de la acción guerrera, que es acción cainita, no humana, frente a todas las soberbias y a todos los crímenes, a todos los despotismos a todos los desprecios de la personalidad, existe, hay ya, está gestada en el mundo anárquico, una nobilísima actitud de humildad, de suprema y sublime humildad en el hombre, nuevo estilo de vida anárquica que ha de agrupar un día a la gran familia anarquista, porque en ese estilo de vivir, como en nueva fragua, se forjará el carácter anárquico al crear su clima. Es que el hombre, el que sabe que es hombre y desea que todos adquieran esa jerarquía, no puede realizar su misión sino siendo bondadosamente, magníficamente y valerosamente humilde, ya que nada podría hacer de beneficioso con la soberbia -los soberbios no cometieron en la vida más que desmanes-, y todo lo tiene que hacer y ganar con la humildad, con la bondad, entre las cuales, y sólo entre ellas, tiene cuna la ética. Porque ¿de qué servirá quejarnos de que el mundo es malo, si nosotros, malos también o estériles, no sabemos o nos negamos a plantar el bien para que florezcan, de una vez para siempre, los rosales de la bondad, que han de ser los que den magníficas flores que alegren y perfumen nuestras relaciones fraternas?
Los Renacimientos italiano, inglés y francés llegaron cargados de odio; así, en ellos floreció lo espectacular hermoso, no lo moral, siendo, por lo tanto, capaces de crear formas espléndidas (y esto fue como una llamarada), pero no dando nacimiento a hombres magníficos. Nosotros, en cambio, debemos tender hacia la magnificencia del ser, de la criatura humana, del hombre, para que él pueda darnos, a la vez que la forma hermosa, la conducta magnífica por su vida armoniosa, pues sólo así seremos dignos de que en nosotros se miren los pésteros como en un espejo. Es que anarquismo -y debemos repetirlo y levantar a voz para que nos oigan-, es nuevo rumbo, nuevo ritmo, nueva moral, nuevo estilo de vida. No es seguir el camino que todos siguieron, ni marchar al pulso de los tiempos. Es dominar el Tiempo, crear, como ya dije, el Tiempo del Hombre para que la criatura humana pueda gozar de las delicias de la vida.
Si los Renacimientos crearon lenguajes que expresaban el odio a maravilla, nosotros tenemos que crear lo increado: el lenguaje del amor (los troveros mintieron amor, no supieron amar) y crearemos el lenguaje del amor en cuanto ese noble sentimiento viva pujante en nuestro corazón. Sin crear y hacer que viva en nosotros ese sentimiento noble y generoso, no podremos jamás llamamos humanistas, ya que no podemos concebir un humanismo odioso, porque el odio no es ética.
El sentimiento anarquista (gozo de ser y sentirse libre) no puede demostrarse como un teorema, pues hay algo delicado y sutil en cada persona que no puede reducirse a común denominador, porque ese elemento cambia de persona a persona; pero sí podemos decir que no puede ser actitud anárquica la de tomar posiciones en el mundo por medio de la violencia, sino ir, por voluntad de nuestro corazón, siendo cada vez más humanos por medios cada vez más pacíficos, más amorosos. Para esto será ti necesario que se apodere de nosotros un feliz anhelo de ser mejores (no más feroces) que los demás, dando al mundo lecciones de belleza en el vivir para que de ella brote, por haber creado el clima adecuado, el placer de crear.
Es, pues, necesario, que creemos un estilo de vida, nuestro estilo de vivir anárquico, tan rico y tan bello que deslumbre por su belleza luminosa. Y entonces, ¿qué mayor y más bella revolución que la de cambiar la fea manera de actuar y vivir, guerrera y bárbara, por un estilo de vida pacífico y alegre, hermoso y magnífico?
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