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El que incita al socialismo tiene que ser de opinión que el socialismo es una cosa que no existe o que es como si no existiera, que no la hay todavía o no la hay ya en el mundo. Se podría objetar: Naturalmente, ningún socialismo, ninguna sociedad socialista hay en el mundo. No está ahí todavía, pero hay aspiraciones a conseguir eso; visiones, reconocimientos, doctrinas acerca de cómo ha de venir. No, no nos referimos a ese socialismo cuando incitamos aquí. Más bien comprendo por socialismo una tendencia de la voluntad humana y una visión de las condiciones y caminos que llevan a su realización. Y digo: tan bien como nunca, tan mal como jamás, existe ahí ese socialismo. Por eso hablo a cada uno que quiera oirme y espero que mi voz penetre al fin en muchos, en muchos que no quieren oirme.
¿Qué es? ¿Qué quieren los hombres que hablan de socialismo? ¿Y qué es lo que hoy se llama así? ¿En qué condiciones, en qué momento de la sociedad -como se dice ordinariamente, de la evolución- puede llegar a ser realidad?
El socialismo es una aspiración a crear con ayuda de un ideal una nueva realidad. Eso hay que decirlo primeramente; pues también la palabra ideal ha caído en descrédito por causa de tristes hipócritas y de vulgares debilidades, que se apodan con gusto idealistas, y también por causa de filisteos y de traficantes científicos, que se denominan gustosamente realistas. En tiempos de decadencia, de incultura, de falta de espíritu y de miseria, los hombres que sufren no sólo exterior, sino sobre todo interiormente en ese estado de cosas que les rodea y quiere subyugados hasta en su germen, en su vida, en su pensamiento, sentimiento y voluntad, los hombres que se defienden contra eso deben tener un ideal. Comprenden lo indigno, lo opresor, lo humillante de su situación; experimentan asco indecible ante la compasión que les circunda como un pantano, tienen la energía que les impulsa hacia adelante y también un anhelo hacia lo mejor, y de ahí brota en ellos en alta belleza, en acabamiento, un cuadro de una especie de buena convivencia suscitadora de alegría entre los hombres. La ven en grandes rasgos generales ante ellos, cómo puede llegar a ser cuando una parte más pequeña o más grande, una gran parte de hombres la quiere y la hace, cuando todo un pueblo, pueblos enteros ardientemente inspirados por eso nuevo en su interior, obran en pro de su ejecución; y ahora no dicen ya: pueden ser así; dicen más bien: debe, tiene que ser así. No dicen -cuando tienen una idea de la historia de la especie humana, conocida por nosotros hasta aquí-, no dicen: ese ideal tiene que convertirse en realidad tan puro; tan elaborado, tan calculado como está en el papel. Saben bien: el ideal es lo último, lo más extremo en belleza y en vida alegre que está ante su corazón, ante su espíritu. Es un trozo de espíritu, es razón, es pensamiento. Pero nunca equivale la realidad completamente al pensamiento de los hombres particulares; sería aburrido, si fuese así, si tuviésemos el mundo por partida doble: una vez en el pensamiento anticipador, otra vez en el mundo, exterior exactamente lo mismo. Nunca ha sido así y nunca lo será. No es el ideal el que se convierte en realidad, pero por el ideal, sólo por el ideal se forma nuestra realidad en estos tiempos nuestros. Vemos algo ante nosotros, tras lo cual no vemos nada más posible, nada mejor; descubrimos lo más extremo y decimos: ¡Eso es lo que quiero! Y entonces se hace todo para crearlo; pero ¡todo! El individuo, sobre el cual llega como una revelación, busca compañeros; los encuentra, existen otros, sobre cuyo espíritu, sobre cuyo corazón ha llegado ya como un sacudimiento y una tempestad; está en el aire para sus iguales; encuentra de nuevo otros, otros más, que dormitaban ligeramente, sobre cuya comprensión no había más que una especie de fina piel, sobre cuya energía no había más que un ligero aturdimiento; están ya j untos, los compañeros buscan derroteros; hablan a los muchos, a las masas en las grandes urbes, en las pequeñas ciudades, en el campo; la penuria externa ayuda al despertar interno; el sagrado descontento se mueve y se conmueve; algo como un espíritu -espíritu es espíritu colectivo, espíritu es asociación y libertad, espíritu es alianza de hombres, lo veremos pronto más claramente-; un espíritu llega a los hombres; y donde hay espíritu hay pueblo, donde hay pueblo hay una cuña que penetra hacia adelante, hay voluntad; donde hay voluntad hay un camino; la palabra vale; pero también sólo allí hay un camino. Y se vuelve siempre más lúcido; penetra cada vez más hondo; el velo, la red, el tejido pantanoso de la lobreguez se levanta cada vez más alto; un pueblo se agrupa, el pueblo despierta: ocurren hechos, se produce una acción; supuestos obstáculos son reconocidos como nimiedades, sobre las cuales se salta; otros obstáculos son suprimidos con la fuerza unida; el espíritu es alegría, es poder, es movimiento que no se puede, que no se deja contener por nada en el mundo. ¡Hacía eso tiendo! Desde el corazón de los individuos brota esa voz y esa aspiración indomable del mismo modo, de manera única; y así la realidad creará lo nuevo. Será al fin de cuentas distinto a como era el ideal, parecido, pero no igual. Será mejor, pues no es ya un sueño de presagio, rico en anhelos y en dolores, sino una vida, una convivencia, una vida social de los vivientes. Será un pueblo; será cultura, será alegría. ¿Quién sabe hoy lo que es alegría? El que ama, cuando se recoge él mismo como su amor, en sentimiento oscuro o claro como el concepto de todo lo que es vida y engendra vida, sabe; el artista, el creador, en raras horas sólo con el amigo, con el igual, o cuando anticipa en el corazón y en la ejecución la belleza y la abundancia, que deben ser para el pueblo una animación; el espíritu profético, que se adelanta a los siglos y está seguro de la eternidad. ¿Quién más conoce hoy la alegría, quién sabe lo que es alegría plena, grande, seductora? Hoy nadie; ya desde hace mucho tiempo nadie; en algunos tiempos hubo pueblos enteros inspirados e impulsados por el espíritu de la alegría. Fue en tiempos de revolución; pero no había bastante claridad en su ardor; había demasiada oscuridad y lentitud en su brasa; querían, pero no sabían qué; y los ambiciosos, los politicantes, los abogados, los interesados lo han vuelto a corromper todo, y la estupidez de la codicia y el ansia de dominación han hecho desaparecer lo que el espíritu quería preparar, lo que quería hacer brotar para el pueblo. Tenemos hoy tales abogados, aunque no se dicen abogados; los tenemos y ellos nos tienen y nos contienen. Cuidado; estamos prevenidos, prevenidos por la historia.
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