Pedro Kropotkin
A los jóvenes
Primera edición cibernética, noviembre del 2005
Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés
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Presentación, de Chantal López y Omar Cortés.
A los jóvenes de la clase trabajadora.
Pero cuando volvió a casa, su madre, su padre, su tío, le reprendieron con aspereza por faltar al respeto al cura o al policía rural. Le discursearon luego sobre la prudencia, el respeto a la autoridad, la sumisión a sus superiores, hasta que dejó a un lado a Schiller para leer cosas prácticas.
Y después, ayer mismo, te dijeron que tus mejores alumnos se habían descarriado. Uno sólo sueña en convertirse en un oficial; otro, de acuerdo con su patrono, roba a los trabajadores de sus parcos salarios; y tú, que tantas esperanzas habías puesto en estos jóvenes, cavilas ahora sobre el triste contraste entre tu ideal y la realidad de la vida.
Sigues cavilando sobre ello. Y preveo que en dos años de trabajo, después de sufrir un desengaño tras otro, dejarás en la estantería a tus autores favoritos y acabarás diciendo que Guillermo Tell era sin duda un hombre muy honrado, pero que estaba un poco loco; que la poesía está muy bien para leer junto al fuego, sobre todo cuando un hombre ha estado enseñando todo el día la regla de tres, pero que los poetas están siempre en las nubes y sus ideas nada tienen que ver con la vida de hoy, ni con la próxima visita del inspector de segunda enseñanza ...
O, por el contrario, los sueños de tu juventud se convierten en las firmes convicciones de tu edad madura. Desearás entonces educación amplia y humana para todos, en la escuela y fuera de ella. Y al verlo imposible en las condiciones actuales, atacarás los fundamentos mismos de la sociedad burguesa. Serás entonces expulsado por la delegación de enseñanza, abandonarás tu escuela y te unirás a nosotros, serás de los nuestros. Explicarás a hombres de más años pero de menos ciencia que tú, lo atractivo que es el conocimiento, lo que debería ser el género humano, sí, lo que podríamos ser. Vendrás a trabajar con los socialistas por la completa transformación del sistema presente y lucharás hombro con hombro para lograr igualdad verdadera, verdadera fraternidad, libertad infinita para el mundo.
Por último tú, joven artista, escultor, pintor, poeta, músico, ¿no has advertido que el sagrado fuego que inspiró a tus predecesores está ausente en los hombres de hoy, que el arte es vulgaridad, que impera lo mediocre?
¿Podría ser de otro modo? El gozo de redescubrir el mundo antiguo, de bañarse de nuevo en los arroyos de la naturaleza que crearon las obras maestras del Renacimiento no existe ya en el arte de nuestra época. El ideal revolucionario le ha abandonado hasta ahora, y, sin un ideal, sueña nuestro arte hallado en el realismo, y fotografía laboriosamente en colores la gota de rocío sobre la hoja de una planta, remeda los músculos de la pata de una vaca, o describe minuciosamente en prosa y en verso la sofocante basura de una alcantarilla o el tocador de una puta de alto rango.
Pero si esto es así, ¿qué hacer? dices. Si el fuego sagrado que dices poseer, contesto yo, sólo es pávilo humeante y sin llama, seguirás haciendo lo que has hecho, tu arte degenerará muy pronto en el oficio de decorar tiendas de comerciantes, de proveer de libreto operetas mediocres y de escribir cuentos para libros de Navidad ... la mayoría de vosotros descendéis ya a toda prisa por esa pendiente ...
Pero si tu corazón late de veras al unísono con el de la humanidad toda, si como auténtico poeta eres capaz de oír la vida, entonces, contemplando este mar de aflicción cuya marea te cerca, mirando cara a cara a esas gentes que se mueren de hambre, a los cadáveres que se apilan en las minas, a los cuerpos mutilados que se amontonan en las barricadas, si ves de verdad la batalla desesperada que se está librando, entre gritos de aflicción de los conquistados y orgías de los triunfadores, heroísmo frente a cobardía, noble decisión frente a pérfida astucia, si ves todo esto, no puedes ser neutral. ¡Vendrás y te unirás a los oprimidos porque sabes que lo bello, lo sublime, el espíritu mismo de la vida están del lado de los que luchan por la luz, la humanidad y la justicia!
¡Al fin me mandas parar! ¡Qué demonios! dices. Pero si la ciencia abstracta es un lujo y la práctica de la medicina una farsa; si ley significa injusticia y los inventos mecánicos son puros instrumentos de robo; si la escuela, a diferencia de la sabiduría del hombre práctico, no va a servir de nada, y el arte sin la idea revolucionaria sólo puede degenerar, ¿qué hacer?
Hay una tarea inmensa y subyugante, un trabajo en el que tus actos estarán en completa armonía con tu conciencia, una empresa capaz de despertar a las naturalezas más nobles y más firmes.
¿Qué tarea? dices. Escucha.
Se abren ante ti dos caminos. Puedes corromper tu conciencia para siempre y acabar diciendo un día: Qué me importa la humanidad mientras yo goce plenamente de todos los placeres y la gente sea tan idiota como para permitírmelo. O puedes unirte a las filas de los socialistas y trabajar con ellos por la completa transformación de la sociedad. Este es el resultado inevitable del análisis hecho. Tal es la conclusión lógica a que todo ser inteligente ha de llegar si juzga con ánimo imparcial lo que ve en torno suyo y desecha los sofismas que le sugieren la educación de clase media y los puntos de vista interesados de la familia.
Cuando se llega a esta conclusión, se plantea un interrogante: ¿ Qué hacer? Fácil es la respuesta. Abandona el medio en que vives y en el que suele hablarse de los obreros como de un hatajo de bestias; únete al pueblo y el interrogante se aclarará por sí.
Descubrirás que, en todas partes, tanto en Inglaterra como en Alemania, lo mismo en Italia que en Estados Unidos, donde hay clases privilegiadas y oprimidos, se desarrolla un vigoroso movimiento entre las clases trabajadoras, un movimiento que busca destruir para siempre la esclavitud impuesta por los capitalistas, y echar los cimientos de una sociedad nueva basada en principios de igualdad y justicia. No basta ya el que la gente proclame su miseria en aquellas canciones que los siervos del siglo dieciocho cantaban y cuya melodía aún nos destroza el corazón. El trabajador actúa hoy con plena conciencia de sus actos, pese a todos los obstáculos que se oponen a su libertad. Centra sus pensamientos en lo que ha de hacer para que la vida, en lugar de mera maldición para las tres cuartas partes del género humano, pueda ser bendición para todos. Aborda los problemas más difíciles de la sociología, y lucha por resolverlos con su sólido sentido común, su observación y su amarga experiencia. Para llegar a entenderse con sus compañeros de desdicha, procura formar grupos, organizarse. Crea asociaciones, a duras penas sostenidas con sus magros aportes. Intenta ponerse de acuerdo con sus camaradas por encima de las fronteras, y hace más que todos los vociferantes filántropos por acelerar el advenimiento del día en que las guerras entre naciones resulten imposibles. Para saber lo que están haciendo sus hermanos, para mejorar su conocimiento de ellos, para elaborar y propagar sus ideas, sostiene (¡y a costa de cuántos esfuerzos!) una prensa obrera. ¡Qué lucha incesante! Qué trabajo, que constantemente exige reiniciarse. A veces para llenar los huecos que dejan la deserción, la flaqueza, la corrupción, las persecuciones; a veces para reorganizar las filas diezmadas por los fusiles y la metralla, a veces para reanudar estudios súbitamente interrumpidos por matanzas generalizadas.
Dirigen los periódicos hombres que han tenido que arrancar a la sociedad migajas de ciencia privándose del alimento y del sueño. Apoyan la agitación los céntimos que los trabajadores ahorran del mínimo estricto necesario para la vida. Y todo esto a la sombra del miedo constante a ver sus familias hundidas en la miseria si el patrono se entera de que su trabajador, su esclavo, es socialista.
Todo esto verás si te unes al pueblo. Y cuántas veces en esta lucha incesante ha exclamado en vano el trabajador, agobiado por el peso de sus dificultades: ¿Dónde están esos jóvenes que se educaron a costa nuestra, a los que vestimos y alimentamos mientras estudiaban? ¿Para quién construimos, doblando la espalda bajo pesadas cargas y vacíos los estómagos, esas casas, esas academias, esos museos? ¿Para quién imprimimos, pálidos y famélicos, los magníficos libros que ni leer podemos? ¿Dónde están esos profesores que proclaman saber toda la ciencia de los hombres, y a cuyos ojos, sin embargo, la humanidad significa tanto como una especie rara de orugas? ¿Dónde están esos hombres que predican la libertad y que jamás se alzan a defender la nuestra, que se aplasta a diario? ¿Dónde los escritores y poetas, dónde los pintores, ese hatajo de hipócritas. en suma, que hablan del pueblo con lágrimas en los ojos y que sin embargo jamás acuden a nosotros para ayudarnos en nuestra tarea?
Unos disfrutan complacientes su situación de cobarde indiferencia; otros, la mayoría, desprecian a la chusma y están siempre dispuestos a aplastarla si se atreve a atacar sus privilegios.
De cuando en cuando, es cierto, aparece en escena un joven que sueña con tambores y barricadas, y que busca escenas y situaciones sensacionales, pero que deserta de la causa del pueblo en cuanto percibe que el camino de las barricadas es largo, que los laureles que cuenta ganar en el camino tienen también espinas. En general estos hombres son aventureros ambiciosos que, tras fracasar en sus primeras empresas, buscan obtener los votos del pueblo, pero que más tarde serán los primeros en atacarlo, si se atreviese a intentar llevar a la práctica los principios por los que ellos mismos abogaron, y que quizás enfilen incluso el cañón contra el propietario si se atreve a avanzar antes de que ellos, los dirigentes, den orden.
Añadid a estos estúpidos insultos, el desprecio soberbio y la calumnia cobarde de un gran número, y ésa será toda la ayuda que los jóvenes de la clase media prestan al pueblo en su vigorosa evolución social.
Y luego preguntas, ¿qué hacer? ¡Hay tanto que hacer! ¡Todo un ejército de jóvenes podría hallar campo sobrado para emplear todo el vigor de su energía juvenil, toda la fuerza de su inteligencia y de su talento, ayudando al pueblo en la vasta empresa que ha emprendido!
¿Qué hacer? Escucha:
Vosotros, amantes de la ciencia pura, si estáis imbuidos de los principios del socialismo, si habéis comprendido el auténtico significado de la revolución que está llamando en este mismo instante a la puerta, ¿no véis que ha de remodelarse la ciencia toda para ponerla en armonía con los nuevos principios? ¿Que es tarea vuestra lograr en este campo una revolución mucho mayor que la lograda en todas las ramas de la ciencia durante el siglo dieciocho? ¿No comprendéis que la historia, que es hoy cuento de viejas sobre los grandes reyes, los grandes estadistas y los parlamentos, que la propia historia ha de escribirse desde el punto de vista del pueblo y de la larga evolución de los seres humanos? ¿Que la economía social, que no es hoy más que la santificación del robo capitalista, ha de estructurarse de nuevo desde sus mismos fundamentos a sus infinitas aplicaciones? ¿Que la antropología, la sociología, la ética, deben remodelarse por completo, y que las propias ciencias naturales, encaradas desde otro punto de vista, deben experimentar una modificación profunda, tanto en cuanto a la concepción de los fenómenos naturales como en cuanto al método de ordenación?
Pues bien, entonces, ¡a trabajar! Poned vuestro talento al servicio de la buena causa. Ayudadnos sobre todo con vuestra clara lógica a combatir el prejuicio y convertid vuestra síntesis en el fundamento de una organización mejor. Aún más, enseñadnos a aplicar en nuestros razonamientos diarios el valor de la auténtica investigación científica, demostradnos, como hicieron vuestros predecesores, cómo se arriesga el hombre a sacrificar hasta la vida misma porque la verdad triunfe.
Vosotros, médicos que habéis aprendido el socialismo por amarga experiencia, no os canséis nunca de decirnos hoy, mañana, en todo instante, que la propia especie humana se precipitará en la decadencia si el hombre sigue en las condiciones de existencia y de trabajo actuales; que todos vuestros medicamentos serán impotentes frente a la enfermedad mientras la mayoría de la especie humana vegete en condiciones absolutamente contrarias a lo que la ciencia considera sano. Convenced a la gente de que es la causa de la enfermedad la que hay que desarraigar, y mostradnos a todos que es necesario eliminarla.
Venid, y con vuestro escalpelo diseccionad ante nuestros ojos con mano firme esta sociedad nuestra que se precipita en la putrefacción y la muerte. Explicadnos lo que debería y podría ser una existencia razonable. Insistid, como verdaderos cirujanos, en que ha de amputarse el miembro gangrenado para que no envenene el organismo todo.
Vosotros que habéis trabajado en la aplicación de la ciencia a la industria, venid y decidnos con franqueza cuál ha sido el resultado de vuestros descubrimientos. Decid a los que no se atreven a avanzar con audacia hacia el futuro lo que las nuevas invenciones, lo que el conocimiento ya adquirido, lleva en su seno, lo que la industria podría hacer en condiciones mejores, lo que podrían producir los hombres fácilmente si trabajasen siempre con el objetivo de mejorar sus propias producciones.
Y vosotros poetas, pintores, escultores, músicos, si entendéis vuestra auténtica misión y los mismos intereses del arte, venid con nosotros. Poned pluma, pincel y buril, vuestras ideas, al servicio de la revolución. Pintad ante nosotros, en estilo elocuente, en soberbios cuadros, las luchas heroicas del pueblo contra sus opresores, inflamad los corazones de nuestra juventud con aquel glorioso entusiasmo revolucionario que inflamó las almas de nuestros ancestros. ¡Contad a las mujeres qué noble vida es la del marido que dedica su vida a la gran causa de la emancipación social! Mostrad a los hombres qué odiosa es su vida actual, y señalad claramente las causas de su fealdad. Decidnos cómo habría de ser la vida racional, si no chocase, constantemente, a cada paso, con la locura y la ignominia de nuestro orden social presente.
Por último, todos vosotros que tenéis ciencia, talento, capacidad, ingenio, si poseéis una chispa de comprensión, venid, y que vengan vuestros camaradas, venid y poneos al servicio de quienes más os necesitan. Y recordad, si venís, que no lo hacéis como amos, sino como camaradas de lucha; que no venís para gobernar sino para ganar nuevo vigor vosotros mismos en una vida nueva que avanza incontenible a la conquista del futuro: que venís menos a enseñar que a captar la aspiración de la mayoría; a adivinarla, a darle forma, y luego a trabajar, sin prisa y sin tregua, con todo el ardor de la juventud y toda la prudencia de la madurez, para convertirla en vida real. Entonces y sólo entonces, llevaréis una existencia completa, noble, racional. Entonces veréis que vuestro esfuerzo en este viaje rinde abundantes frutos, y esta sublime armonía asentada entre vuestras acciones y los dictados de vuestra conciencia os proporcionará una capacidad y unos poderes que jamás soñásteis tuviérais en vosotros, la lucha incesante por la verdad, la justicia y la igualdad entre todos los hombres, cuya gratitud ganaréis ..., ¿Qué carrera más noble podéis desear, oh jóvenes de todos los pueblos?
Me ha llevado mucho mostraros, a vosotros, los de las clases acomodadas, que ante el dilema que la vida presenta, os veréis forzados, si sois valerosos y justos, a venir y trabajar codo a codo con los socialistas, a defender en sus filas la causa de la revolución social de la especie.
¡Y qué simple es esta verdad, sin embargo, después de todo! Pero cuando uno habla a los que han sufrido los efectos de los medios burgueses, ¡cuántos sofismas han de combatirse, cuántos prejuicios superarse, cuántas objeciones interesadas desecharse!
A los jóvenes de la clase trabajadora
Es fácil ser breve hoy, al dirigirme a vosotros, la juventud del pueblo. La presión misma de los hechos os empuja a haceros socialistas, por poco coraje que tengáis para pensar y actuar.
Nacer entre la gente trabajadora, y no dedicarse a luchar por el triunfo del socialismo, es interpretar mal los auténticos intereses en juego, renunciar a la causa y a la verdadera misión histórica.
¿Recordáis cuando, siendo aún simples muchachos, bajábais un día de invierno a jugar en vuestro patio oscuro? El frío os helaba la espalda, no teníais abrigo, y el barro calaba vuestros pobres zapatos. Incluso entonces, cuando veíais pasar a lo lejos rechonchos niños ricamente vestidos, que os miraban con desprecio, sabíais muy bien que aquellos niños no eran iguales a vosotros ni a vuestros camaradas, ni en inteligencia ni en sentido común ni en energía. Pero más tarde, cuando fuísteis obligados a sepultaros en una sucia fábrica desde las siete de la mañana, a permanecer horas interminables junto a una máquina y, máquinas vosotros, os vísteis forzados a seguir día tras día, durante años enteros, sus movimientos y giros con inexorable pulsación, durante todo este tiempo, ellos, los otros, recibían tranquilamente una instrucción en escuelas magníficas, en academias, en la universidad. Y ahora esos mismos niños, menos inteligentes, pero mejor adiestrados que vosotros, se han convertido en vuestros amos, disfrutan de todos los placeres de la vida y de todas las ventajas de la civilización. ¿ Y vosotros? ¿ Qué destino os aguarda?
Volver a viviendas pequeñas, oscuras, húmedas, en las que se hacinan en unos cuantos metros cinco o seis seres humanos. Donde tu madre, cansada de vivir, envejecida por el trabajo más que por los años, te ofrece pan y patatas como único alimento, enjugado con un brebaje negruzco irónicamente llamado té. Y para distraer tus pensamientos hay siempre una misma pregunta inacabable: ¿Cómo podré pagar mañana al panadero, y pasado mañana al casero?
¿Vas a arrastrar la misma existencia agotadora de tu padre y tu madre treinta o cuarenta años? ¿Vas a consumirte toda tu vida para procurar a otros todos los placeres del bienestar, la ciencia, el arte, y dejar para ti mismo únicamente la eterna ansiedad de si vas a poder conseguir un pedazo de pan? ¿Vas a renunciar para siempre a todo lo que hace tan hermosa la vida y consagrarte a proporcionar todos los lujos a un puñado de vagos? ¿Te consumirás en un trabajo agotador que te reportará sólo problemas, si es que no miseria, en cuanto los tiempos difíciles, los terribles tiempos difíciles, te lleguen? ¿Es esto lo que deseas para toda la vida?
Quizás renuncies. Quizás al no ver ningún medio de salir de tu condición te digas: Generaciones enteras han sufrido igual suerte, y yo, que no puedo cambiar esto, debo someterme. ¡Trabajemos pues y procuremos vivir lo mejor posible!
Muy bien. En ese caso la propia vida se tomará la molestia de iluminarte. Un día llega una crisis, una de esas crisis que ya no son meros fenómenos pasajeros, como antes, sino una crisis que destruye completa una industria, que hunde a miles de obreros en la miseria, que destroza a familias enteras. Lucharás contra la desgracia como el resto. Pero verás pronto que tu mujer, tu hijo, tu amigo, sucumben poco a poco a las privaciones, se desmoronan ante tus propios ojos. Por pura necesidad de comida, por falta de cuidados y de asistencia médica, acaban sus días en el jergón del pobre, mientras el rico vive su vida gozosa en las calles soleadas de la gran ciudad, ignorando a los muertos de hambre. Comprenderás entonces lo absolutamente repugnante que es esta sociedad. Reflexionarás entonces sobre las causas de esta crisis, y tus reflexiones penetrarán hasta las profundidades de esa abominación que coloca a millones de seres a merced de la codicia brutal de un puñado de frívolos inútiles. Entonces comprenderás que los socialistas tienen razón cuando dicen que nuestra sociedad actual puede y debe ser reorganizada por completo.
Pasemos de la crisis general a tu caso concreto. Un día en que tu patrón intenta una nueva reducción de salarios para exprimirte unos céntimos más y aumentar así, aún más, su fortuna, protestas. Pero él te contesta altivo: Pues vete y come hierba, si no quieres trabajar al precio que te ofrezco. Entonces comprenderás que tu patrón no sólo intenta esquilarte como a una oveja, sino que además te considera una especie de animal inferior; que no contento con tenerte apresado en sus garras implacables por el sistema salarial, ansía además convertirte en su esclavo en todos los aspectos. Quizás te doblegues entonces, prescindas del sentimiento de dignidad humana y acabes soportando todas las humillaciones posibles. Pero quizás se te suba la sangre a la cabeza, te estremezcas ante la odiosa pendiente por la que te deslizas, contestes y, sin trabajo, en la calle, comprendas cuánta razón tienen los socialistas cuando dicen: ¡Rebélate! ¡Alzate contra esta esclavitud económica! Entonces vendrás y ocuparás tu puesto en las filas socialistas, y lucharás en ellas por la completa destrucción de toda esclavitud: económica, social y política.
Todos vosotros, pues, jóvenes honrados, hombres y mujeres, campesinos, trabajadores, artesanos, soldados, comprenderéis cuáles son vuestros derechos y os uniréis a nosotros. Vendréis a trabajar con vuestros hermanos para preparar esa revolución que barrerá todo vestigio de esclavitud, que arrancará toda cadena, que quebrará todas las tradiciones viejas y gastadas y que abrirá a la especie humana un campo nuevo y mayor de vida jubilosa y establecerá al fin libertad verdadera, igualdad real, fraternidad sin trabas entre todos los seres humanos. Trabajo de todos, trabajo para todos: ¡el goce pleno de los frutos del trabajo, el desarrollo completo de todas las facultades, una vida racional, humana y feliz!
No dejes decir a nadie que nosotros, sólo un pequeño grupo, somos demasiado débiles para alcanzar el majestuoso objetivo al que nos dirigimos. Mira y verás cuántos hay que sufren injusticia. Nosotros, labradores que trabajamos para otro, y mascamos paja mientras el amo come trigo, nosotros, somos millones de hombres. Nosotros, trabajadores que tejemos la seda y el terciopelo para poder vestir andrajos, nosotros, también, somos una multitud innumerabie; y cuando el estruendo de las fábricas nos conceda un momento de reposo, inundaremos calles y plazas como el mar en una marea viva. Nosotros, soldados a quienes se conduce con una voz de mando, o a golpes, nosotros, que recibimos balas para que nuestros oficiales consigan cruces y pensiones, nosotros, también, pobres idiotas que no hemos sabido hasta ahora nada mejor que enfilar los fusiles contra nuestros hermanos, sólo tendríamos que volverlos atrás, hacia esos personajes emplumados y condecorados que son tan buenos como para mandarnos, para ver que una palidez de pavor cubriría sus rostros.
Ay, todos nosotros juntos, nosotros que sufrimos y somos insultados diariamente, nosotros somos multitud infinita, nosotros somos océano que puede abarcar todo y cubrir todo. Cuando tengamos la voluntad de hacerlo, en ese mismo instante, habrá justicia: en ese mismo instante morderán el polvo los tiranos del mundo.