Índice de Amor y matrimonio de Pierre Joseph Proudhon | CAPÍTULO SÉPTIMO | Biblioteca Virtual Antorcha |
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AMOR Y MATRIMONIO
PIERRE JOSEPH PROUDHON
APÉNDICE
CATECISMO DEL MATRIMONIO
PREGUNTA.- ¿Qué es la pareja conyugal?
RESPUESTA.- Toda potencia de la naturaleza, toda facultad de la vida, todo afecto del alma, toda categoría de la inteligencia necesita, para manifestarse y obrar, de un órgano. El sentimiento de la Justicia no podía ser una excepción a esa ley. Pero la Justicia, que rige todas las otras facultades, y es más importante que la misma libertad, no pudiendo tener su órgano en el individuo, sería para el hombre una noción sin eficacia, y la sociedad resultaría imposible si la naturaleza no hubiese creado el organismo jurídico, haciendo de cada individuo, como la mitad de un ser superior, cuya dualidad andrógina se convierte en un órgano para la Justicia.
PREGUNTA.- ¿Por qué el individuo es incapaz de servir de órgano a la Justicia?
RESPUESTA.- Porque sólo posee en su fondo el sentido de su propia dignidad, el cual es adecuado al libre albedrío, mientras que la Justicia, es necesariamente dua1, y que supone por consiguiente, por lo menos, dos conciencias al unísono: de suerte que la dignidad del sujeto aparece sólo como primer término de la Justicia, y no es respetable para el mismo hasta tanto que no interesa a la dignidad de los demás. Es por medio del matrimonio que el hombre aprende a sentirse doble: su educación social y su elevación en la Justicia sólo serán el desenvolvimiento de ese dualismo.
PREGUNTA.- ¿Por qué, en el organismo jurídico, las dos personas son distintas?
RESPUESTA.- Porque si fuesen iguales no se completarían una con otra; serían dos todos independientes, sin acción recíproca, incapaces, por esa razón, de producir la Justicia.
PREGUNTA.- ¿En qué se diferencian uno de otro el hombre y la mujer?
RESPUESTA.- En principio, no hay otra diferencia entre el hombre y la mujer que una simple disminución de energía en sus facultades. El hombre es más fuerte, la mujer es más débil. Esto es todo. De hecho, esa disminución de energía crea para la mujer, en lo moral y en lo físico, una distinción cualitativa, que hace que se pueda dar de uno y otro esta definición: El hombre representa la potencia de lo que la mujer representa el ideal, y, recíprocamente, la mujer representa el ideal de lo que el hombre representa la potencia. Ante lo absoluto, el hombre y la mujer son dos personas equivalentes, porque la fuerza y la belleza de que son encarnación, son cualidades equivalentes.
PREGUNTA.- ¿Qué es el amor?
RESPUESTA.- El amor es el atractivo que sienten invenciblemente uno hacia otro la Fuerza y la Belleza. Su naturaleza no es, por consiguiente, la misma en el hombre y en la mujer. Por lo demás es por el amor que la conciencia de los dos se abre a la Justicia, convirtiéndose el uno para el otro, a la vez, en un testigo, un juez, y un segundo yo.
PREGUNTA.- ¿Cómo definir el matrimonio?
RESPUESTA.- El matrimonio es el sacramento de la Justicia, el misterio viviente de la armonía universal, la forma dada por la naturaleza a la religión del género humano. En una esfera menos elevada el matrimonio es el acto por el cual el hombre y la mujer se elevan por encima del amor y de los sentidos, y declaran su voluntad de unirse según el derecho, y de proseguir, por lo que les toca, el cumplimiento del destino social, trabajando por el progreso de la Justicia. A esa definición se parece la de Modestin. Juris humani et divini communicatio que M. Ernest Legouré traduce con menos pompa, Escuela de perfeccionamiento mutuo.
En esa religión de la familia puede decirse que el esposo o el padre, es el sacerdote; la mujer, el ídolo; los hijos, el pueblo. Hay siete iniciaciones; las bodas, el hogar o la mesa, el nacimiento, la pubertad, el consejo, el testamento y los funerales. Todos están bajo la mano del padre, se nutren de su trabajo, están protegidos por su espada, sometidos a su gobierno y a su tribunal, herederos y continuadores de su pensamiento. La justicia se halla allí entera, organizada y armada: con el padre, la madre y los hijos, ha hallado su órgano, que se ampliará por medio del cruce de familia y el desarrollo de la ciudad. La autoridad está también ahí, pero temporalmente: a la mayor edad del hijo el padre sólo conserva con respecto a él un título honorario. La religión, en fin, se conserva allí: y mientras que por todas partes, la interpretación de los símbolos, la costumbre de la ciencia, y el ejercicio del raciocinio las debilitan sin osar, subsiste, se condensa en la familia, y no teme ningún ataque: puesto que la revelación ideal de la mujer no puede analizarse ni negarse, ni apagarse.
PREGUNTA.- ¿Cómo, redimida por esa religión, en la que es fácil distinguir el embrión de todas las que la sucedieron, la mujer sigue, no obstante, subordinada al hombre?
RESPUESTA.- Es porque precisamente es la mujer un objeto de culto, y que no hay medida común entre la fuerza y el ideal. Bajo ningún concepto la mujer no entra en comparación con el hombre; industrial, filósofo o funcionario público no puede; diosa, no debe; ella se halla demasiado alto o demasiado bajo. El hombre morirá por ella como muere por su fe y por sus dioses; pero conservará el mando y la responsabilidad.
PREGUNTA.- ¿Por qué el matrimonio es monógamo por lo que afecta a ambas partes?
RESPUESTA.- Porque la conciencia es común entre los esposos, y no puede admitir sin disolverse un tercer participante. Conciencia por conciencia, como amor por amor, vida por vida, alma por alma, libertad por libertad: tal es la ley del matrimonio. Introducid otra persona; el ideal muere, la religión se pierde, la unanimidad expira y la Justicia se desvanece.
PREGUNTA.- ¿Por qué el matrimonio es indisoluble?
RESPUESTA.- Porque la conciencia es inmutable. La mujer, expresión del ideal, puede, en cuanto al amor, tener en otra mujer una substituta, y aún ser reemplazada en vida; el hombre, expresión del poder, también. Pero en cuanto a la justificación de que el hombre y la mujer son agentes, uno para el otro, no pueden, fuera el caso de muerte, abandonarse, y darse mutuamente una substitución, puesto que eso sería declarar su común indignidad, desjustificarse, si puede decirse así; en otros términos, hacerse sacrílegos. El hombre que cambia de mujer hace una nueva conciencia, no se enmienda, se deprava.
PREGUNTA.- ¿Así, rechazáis el divorcio?
RESPUESTA.- Absolutamente. La ley civil y religiosa han admitido casos de nulidad y disolución del matrimonio, tales como el error de persona, la clandestinidad, el crimen, la castración, la muerte: tales recursos bastan. En cuanto a aquellos a quienes atormenta el cansancio, la sed de placer, la incompatibilidad de humor, la falta de caridad, que se separen. El esposo digno sólo tiene necesidad de curar las llagas hechas a su conciencia y a su corazón; el otro no tiene derecho a aspirar al matrimonio: lo que le conviene es el concubinato.
PREGUNTA.- ¿Prohibir casarse a los separados, arrojarlos a la unión concubinaria, es moral?
RESPUESTA.- El concubinato es una conjunción natural, contratada libremente por dos individuos, sin intervención de la sociedad, con el solo objeto del placer amoroso, y bajo reserva de separación ad libitum. Aparte algunas excepciones que producen los azares de la sociedad, y las dificultades de la existencia, el concubinato es el signo de una conciencia débil, y es con razón que el legislador le niega los derechos y las prerrogativas del matrimonio.
Pero la sociedad no es la obra de un día; la virtud es de una práctica difícil, sin hablar de aquellos a quienes el matrimonio es inaccesible. Mas como la misión del legislador, cuando no puede obtener lo mejor, es evitar lo peor, al mismo tiempo que se descarta el divorcio, cuya tendencia sería envilecer el matrimonio, aproximándolo al concubinato, conviene, en interés de las mujeres, de los hijos naturales, y de las costumbres públicas, imponer al concubinato ciertas obligaciones que lo eleven y lo empujen a la unión legítima. La antigüedad entera admitió sus principios: El emperador Augusto creó un estado legal al concubinato; el cristianismo lo toleró mucho tiempo. Deberán, en consecuencia, ser declarados concubinarios por la ley, todos aquellos y aquellas que fuera de los casos de adulterio, incesto, fornicación y prostitución, entretienen un comercio de amor, haya o no haya entre ellos domicilio común. Todo hijo nacido en concubinato llevaría de derecho el nombre del padre, según la máxima Pater est quem concubinatus demonstrat. El padre concubino, lo mismo que el padre casado, vendría, además, obligado a proveer a la subsistencia y a la educación de su progenitura. La concubina abandonada tendría asimismo derecho a una indemnización, a menos que ella no hubiese estado unida en otro concubinato.
PREGUNTA.- ¿Cuáles son las formas del matrimonio?
RESPUESTA.- Se reducen a dos: los avisos y la celebración. En ésta intervienen, en primer término, la sociedad en la persona del magistrado y los testigos; en segundo término las familias de los esposos en la persona de los padres.
PREGUNTA.- ¿Qué significan esas formalidades?
RESPUESTA.- Ya hemos dicho que el matrimonio es la santificación del amor; es un pacto de castidad, de caridad y de justicia, por el cual los esposos se declaran públicamente eximidos, uno y otro, y uno por el otro, de las tribulaciones de la carne, en consecuencia, sagrados para todos, e inviolables. He aquí por qué, aparte las estipulaciones de interés que requieren igualmente publicidad, la familia y la sociedad aparecen en la ceremonia: el contrato de los esposos hecho con vista a la Justicia, tiene más alcance que sus personas; su conciencia conyugal pasa a formar parte de la conciencia social, y como el matrimonio asegura su dignidad, es para la sociedad que lo proclama una gloria y un progreso. Nuestras malas costumbres y nuestra ignorancia hacen que desconozcamos esas cosas: mientras que la concubina que se entrega sin contrato, sin garantía, bajo palabra dada en secreto, por una subvención alimenticia o un presente en metálico, como una joya que puede ser alquilada, esconde a las miradas el secreto de sus amores y no por ello es más modesta, la esposa aparece tranquila, digna y sin ruborizarse: si se ruborizase habría perdido su inocencia.
PREGUNTA.- Esa teoría del matrimonio es muy especiosa; pero ¿por qué pedir a la metafísica una explicación que la naturaleza nos pone en la mano? Es en interés de los hijos y de las herencias que ha sido constituído el matrimonio: no hace falta ver más.
RESPUESTA.- Sin duda los hijos influyen en algo; pero si la misma ley de generación se ha establecido con vista a la Justicia, si la multiplicación de los humanos, si su renovación y su muerte sólo se explican para fines jurídicos, es preciso admitir que la diferencia entre los sexos, que el amor y el matrimonio, que entran en esa economía, tienden a los mismos fines. La misma ley que ha hecho de la pareja conyugal un órgano de generación había hecho antes un instrumento de Justicia: tal es la verdad.
PREGUNTA.- Explíquese algo más.
RRESPUESTA.- Todo ser es determinado en su existencia según el medio en que ha de vivir, y la misión que ha de realizar. Es así, por ejemplo, que ha sido determinado según las dimensiones de la tierra la talla del ser que reina en ella y la explota. Debiendo la humanidad operar a la vez en todos los puntos del globo, no podía ser reducida a un solo y gigantesco individuo: era necesario que fuese múltiple, proporcionado, por consiguiente, en su cuerpo, y en sus facultades, con la extensión de su heredad y los trabajos que en ella habría de hacer.
La humanidad, constituída, pues, en colectividad se deducían dos consecuencias: la primera que, para hacer maniobrar en conjunto esa multitud de individuos, inteligentes y libres, era necesaria una ley de Justicia, escrita en las almas, organizada en las personas: es el objeto del matrimonio; la segunda, que las personas de que se compone el gran cuerpo humanitario, se renovasen, por turno, después de haber hecho una labor proporcionada a su energía vital y a la potencia de sus facultades: es lo que ha procurado la naturaleza por medio de la generación, y cuyo motivo nos es fácil ahora saber.
El ser viviente, sea cual sea su libertad, por lo mismo que es limitada, definido en su constitución y en su forma, no tiene y no puede tener más que un modo de sentir, de pensar y de obrar; una idea, un fin, un objeto, un plan, una función, por consiguiente, una fórmula, un estilo, un tono, una nota, expresión de su individualidad absoluta, a la cual se esfuerza en llevar la universalidad de las leyes naturales y sociales. Suponed el género humano compuesto de individuos inmortales: en un momento dado la civilización se detendría; todas esas individualidades, después de haberse empujado durante algún tiempo por la contradicción, acabarían por equilibrarse en un pacto de absolutismo, y el movimiento se pararía. La muerte, al renovar los tipos, produce aquí el mismo efecto que la guerra de ideas, organizada por la revolución, como condición necesaria de la Razón y de la Fe pública.
Pero no es sólo al progreso social que es necesaria la muerte: lo es a la felicidad del individuo.
No sólo a medida que avanza el hombre se encierra en su individualismo, y se convierte para los otros en un impedimento; acabaría en esa intratable soledad por convertirse en un obstáculo para sí mismo, para su vitalidad, para el ejercicio de su inteligencia, para las conquistas de su genio; para los afectos de su corazón. Incluso sin envejecer, por la sola influencia de la rutina, a la cual su yo le habrá condenado a la carga caería en la idiotez; su felicidad, su gloria, tanto como el progreso de la sociedad, exigen que se vaya. La muerte a tal hora es para él una ventaja que acepta con satisfacción, y hace de su última hora su último sacrificio hecho a la patria. Todos, después de habernos dedicado con ahínco a- la ciencia, a la Justicia, a la amistad, al trabajo, debemos morir como Leónidas, Cynegiro, Curtio, los Fabios, Arnaldo de Winkelried, d' Assas. ¡Nos quejaremos de que la muerte venga demasiado pronto! Qué orgullo. Si llega la ocasión no aguardaremos a que la vejez nos inutilice; y partiremos jóvenes como Barra y Viala.
Por lo demás, al conducir el hombre a la muerte, es decir, al despersonalizarlo, la Justicia no lo destruye por completo.
La Justicia equilibra y renueva las individualidades, pero no las deroga. Ella recogerá las ideas del hombre y sus obras, conservará, modificándolos, incluso su carácter y su fisonomía; y es al mismo interesado a quien encargará su propia transmisión, es a él a quien confiará el cuidado de su inmortalidad, instituyendo la generación y el testamento.
Así el hombre se reproduce en su cuerpo y en su alma, en su pensamiento, en sus afecciones, en su acción por un desdoblamiento de su ser; y como la mujer hace con él una conciencia común, ella hará también generación común. La familia, extensión de la pareja conyugal, desarrolla más todavía el órgano de la jurisdicción; la ciudad formada por el cruce de las familias lo reproduce también con una potencia superior. Matrimonio, familia, ciudad, son un solo órgano; el destino social es solidario del destino matrimonial, y cada uno de nosotros, por medio de esa convención universal, vive tanto como el género humano.
PREGUNTA.- En el fondo, la hipótesis de una conciencia formada por dos, nace de la misma metafísica que la que le ha hecho suponer una razón colectiva y un ser colectivo. Pero esa metafísica tiene un grave defecto, es hacer vacilar la fe en un gran número de existencias, haciendo cada vez más problemática la simplicidad del alma, la indivisibilidad del pensamiento, la identidad y la inmutabilidad del yo, consecuentemente anulando su realidad.
RESPUESTA.- ¿Por qué no diréis mejor que esa metafísica, por sus series y sus antinomias, por la potencia de su análisis, y la fecundidad de sus síntesis, tiende a establecer la realidad de las cosas que hasta entonces habían sido puras ficciones? Es el principio de composición que constituye para el hombre la posibilidad de saber; es a ese principio que es debida nuestra certeza. Todo lo que poseemos de ciencia positiva nos viene de él, y nada de lo que ha sido una vez afirmado por él, puede ser derribado. ¿Por qué el mismo principio no hará también la posibilidad del ser?
PREGUNTA.- ¿Todos los miembros de una sociedad están llamados a casarse?
RESPUESTA.- No; pero todos participan del matrimonio, y reciben su influencia por la filiación, la consanguinidad, la adopción, y el amor, que, universal por esencia, no tiene necesidad para obrar, ni de unión ni de cohabitación.
PREGUNTA.- ¿Según eso, no cree usted el matrimonio indispensable a la felicidad?
RESPUESTA.- Hay que distinguir: desde el punto de vista anímico o espiritual, el matrimonio es para cada uno de nosotros una condición de felicidad; las bodas místicas que celebra la religión son un ejemplo de ello. Todo adulto, sano de cuerpo y de espíritu, a quien la soledad o la abstracción no han secuestrado del resto de los vivientes, ama, y en virtud de ese amor se hace un matrimonio en su corazón. Físicamente esa necesidad ya no existe. La Justicia, que es el fin del matrimonio, y que puede alcanzarse, bien por la iniciación doméstica, bien por la comunión cívica, bien por el amor místico, bastan para la felicidad en todas las condiciones de edad y fortuna./p> PREGUNTA.- ¿Cuál es en la economía doméstica y social el papel de la mujer? RESPUESTA.- El cuidado del hogar, la educación de la familia, la instrucción de las jóvenes, bajo la vigilancia del magisterio, el servicio de la caridad pública. PREGUNTA.- ¿Alguna industria, algún arte, no le parece más especialmente indicado para la mujer? RESPUESTA.- Eso es siempre en términos velados, reproducir la cuestión de la igualdad política y social de los sexos, y protestar contra el título de mujer de su casa, que, mejor que ningún otro, expresa la vocación de la mujer. La mujer puede ser útil en una multitud de cosas y debe hacerlo; pero, por lo mismo que su producción literaria se reduce a una novela íntima, todo cuyo valor es servir, por el amor y el sentimiento a la vulgarización de la Justicia, así su producción industrial se reduce en último análisis a trabajos secundarios o de la casa: ella no saldrá jamás de ese círculo. El hombre es laborioso, la mujer, casera. ¿De qué se quejará ella? Cuanto más la Justicia, desarrollándose, nivele las condiciones y las fortunas, tanto más elevados se verán los dos, él por el trabajo, ella en el hogar. PREGUNTA.- ¿Cuando el hombre rechace toda explotación y toda servidumbre, la mujer reclamará criados para su servicio? RESPUESTA.- El cuidado del hogar es la plena manifestación de la mujer. El hombre, fuera del matrimonio, puede pasar sin domicilio; en el colegio, en el cuartel, en la mesa reducida, en pensión, siempre es el mismo, y la promiscuidad no le alcanza. Para la mujer, el hogar, es una necesidad personal, incluso de tocado. Es en su casa que se la juzga; fuera de ella pasa y no se la ve. Hija, madre de familia, el hogar es su templo o su condenación. ¿Quién, pues, le arreglará su nido sino es ella misma? Le hará falta a esa odalisca, intendente, criados de librea, sirvientas, grooms, enanos y monos? Si llegamos a eso ya no nos hallamos en democracia ni en el matrimonio; caemos de nuevo en el feudalismo y en el concubinato. PREGUNTA.- ¿En qué consiste la libertad para la mujer? RESPUESTA.- La mujer verdaderamente libre, es la mujer casta. Es casta, la que no siente emoción amorosa por nadie, ni siquiera por su marido. ¿Por qué la joven virgen parece tan bella, tan deseable, tan digna? Es porque no siente el amor; y, no sintiendo el amor, es la imagen viviente de la libertad. PREGUNTA.- ¿Qué misión reservar al amor al contratar el matrimonio? RESPUESTA.- La más pequeña posible. Cuando dos personas se presentan al matrimonio, el amor ha realizado ya su obra en ellos; la crisis ha pasado, la tempestad se ha calmado, la pasión ha huído, hymens transicit, imber abiit, como dice el Cantar de los cantares. Es por eso que el matrimonio de pura inclinación, está tan cerca de la vergüenza, y que el padre que lo consiente merece la censura. El deber del padre de familia es establecer sus hijos en la honorabilidad y la justicia; es la recompensa de sus desvelos, y la alegría de su vejez dar su hija, de elegir a su hijo una mujer por su propia mano. Que los hijos se casen sin repugnancia, tanto mejor; pero que los padres no dejen que se viole en su persona la dignidad familiar, y que recuerden que la generación carnal sólo es la mitad de la paternidad. Cuando un hijo o una hija para seguir su inclinación, pisa los deseos de su padre, la desheredación es para éste el primero de los derechos y el más santo de los deberes. PREGUNTA.- ¿Cuál es la mejor edad para casarse? RESPUESTA.- Cuando el hombre está ya formado, y es apto para el trabajo; cuando comienza a tener ideas propias, y la Justicia subyuga al ideal: lo que puede expresarse, a ejemplo del Código, por un mínimum aritmético. El hombre antes de los ventiséis años cumplidos, la mujer antes de los veintiún años cumplidos no pueden casarse. PREGUNTA.- ¿Cuál puede ser por término medio el periodo de intimidad entre dos esposos? RESPUESTA.- En tanto que los hijos son de corta edad, el hombre debe a la mujer un tributo de caricias: la naturaleza así lo ha querido en interés mismo de la progenitura. El hijo se aprovecha de todo el amor que el padre tiene a la madre; no pidamos más. Cuando los mayores alcanzan la pubertad, entonces, esposos prudentes, el pudor doméstico y la guardia de vuestro corazón aconsejan que os abstengáis. No esperéis que la apoplegía y las enfermedades de la vejez os obliguen a ello. Esa continencia forzada os ahorrará ser perseguidos hasta la tumba por sueños impúdicos y tribulaciones contra natura. PREGUNTA.- ¿Cuál es, en general, el hombre que una joven debe preferir para marido? RESPUESTA.- El más bueno. PREGUNTA.- ¿Cuál es, en general, la mUjer que un hombre debe preferir para esposa? RESPUESTA.- La más diligente. Las cualidades que en el hombre más importan a la mujer son el trabajo y la ternura; esas cualidades son garantizadas por la Justicia. En la mujer, las cualidades que más importan al hombre son la castidad y la abnegación: la actividad garantiza a los dos. PREGUNTA.- ¿Qué consuelo ofrecer a los amantes desgraciados? RESPUESTA.- El de practicar con celo la Justicia, con objeto de casarse, después de haber pagado al amor un justo tributo de duelo. La Justicia es el cielo en que se encontrarán de nuevo sus corazones doloridos, y, de todas las maneras de practicar la Justicia, la más perfecta y la más completa es el matrimonio. Este es, abstracción hecha de las otras consideraciones domésticas, el único motivo que legitima las segundas nupcias. Está bien que de dos esposos, de dos prometidos que una muerte prematura ha separado para siempre, el sobreviviente guarde un piadoso recuerdo hacia el difunto, y ese recuerdo está más indicado en la mujer; pero un dolor excesivo en una persona joven denota más' ilusión y egoísmo que Justicia, y degeneraría en delito contra el amor mismo si el amante afligido rehusase el remedio. PREGUNTA.- ¿Cuáles son, por orden de gravedad, los principales hechos que calificáis de crímenes y delitos contra el matrimonio? RESPUESTA.- El adulterio, el incesto, el estupro, la seducción, la violación, el onanismo, la fornicación y la prostitución. PREGUNTA.- ¿Qué es lo que, aparte las consideraciones generales de dignidad personal, de respeto al prójimo y de fe jurada, constituye la culpabilidad de esos actos? RESPUESTA.- El carácter común que los distingue es el de castigar a la familia en lo que tiene de más sagrado, a saber: la religión doméstica, por consiguiente el anular en el culpable y en sus cómplices la Justicia en su origen. Así, el adulterio es, según la expresión de los antiguos, la violación de toda ley divina y humana, un crimen que contiene en sí todos los demás, calumnia, traición, expoliación, parricidio, sacrilegio. La tragedia antigua, lo mismo que la epopeya, se desarrolla casi enteramente a base de ese tema como se ve en las leyendas de Helena, de Clitemnestra y de Penélope. El desbordamiento de todos esos crímenes y delitos contra el matrimonio, es la causa más antigua de decadencia de las sociedades modernas. Todo atentado al matrimonio y a la familia, es una profanación de la Justicia.Índice de Amor y matrimonio de Pierre Joseph Proudhon CAPÍTULO SÉPTIMO Biblioteca Virtual Antorcha